La intención del hombre es alcanzar a conocer los misterios profundos que encierra la vida.
Piensa que puede tener todos los poderes para impedir las enfermedades y los dolores físicos de toda clase como si ello fuera todo lo que le aqueja.
Cuando éste intenta hacerlo sin contar con la escala de valores que el hombre tiene como provenientes de Dios, se encuentra en presencia de sus limitaciones que obedece a los reclamos de sus pasiones y sus deseos insatisfechos y la naturaleza finita que lo controla en sus posibilidades.
Es necesario que comprenda que existe una fuerza, "ajena a sus posibilidades genéticas", que no se adquiere por descendencia de una raza o un simple acto ritual de naturaleza religiosa.
Esa fuerza es la confianza y la posibilidad que se adquiere por medio de los logros y los valores espirituales de los hombres que mostraron la ruta hacia el conocimiento de las cosas de Dios y que lo señalaron como el pacto de Dios.
Esta fuerza nos señala que hubo elegidos que escalaron las alturas del espíritu humano para traerle al resto de la humanidad los valores elevados que hacen que el hombre ascienda a esas cumbres de la espiritualidad para hacerle crecer hasta alcanzar lo mejor de su condición humana.
Cuando el hombre no tiene fe en esos principios nacidos de la idea de Dios, se obstina en mostrarlos como inútiles y sin valor y lucha desesperadamente por alcanzar paz y sosiego por otros caminos sin poder llegar siquiera a vislumbrar lo que eso significa.
La obstinación material es una fuerza ciega. Nace de la pasión. No tiene elementos de conciencia definidos haciendo imposible edificar la condición humana en estos conceptos de naturaleza puramente animal.
En cambio, la inspiración ideal y espiritual junto con la confianza nacida de la idea de Dios, son una fuerza nacida de un sentimiento profundo e íntimo que se presenta por medio de una aspiración perfeccionista superior a los reclamos de la naturaleza común a las demás especies.
En la obstinación animal, la búsqueda de las alturas y el mejoramiento humano, si acaso hay alguna intención, nace del sentimiento de poder y termina con la frustración que produce el conocimiento del error conducente al fracaso y a la derrota de los sentimientos de perfección de la naturaleza humana, terminando por degradarle a la condición bestial y agresiva en lucha por sobrevivir en un mundo de violencias sin esperanzas de paz y sosiego íntimo.
Por el contrario, en la inspiración espiritual, la búsqueda, nace de sentimientos de satisfacción y de la esperanza que produce el conocimiento del acierto conducente al logro y triunfo de los sentimientos más hermosos y perfectos de la condición humana, terminando por ascenderlo a la posición pacífica y divina.
De ello podemos señalar que todo esfuerzo motivado por un deseo personal, sin intención de mejoramiento de la condición humana, está condenado a la frustración y al desengaño ante los resultados tormentosos con relación a la paz y reposo de la razón de vivir.
Las fuerzas negativas, que son los enemigos naturales del concepto de humanidad, egoísmo, frustración, desconfianza, avaricia, etc., hacen que el hombre descienda a los niveles más bajos de la conciencia para inducirle a combatir contra los principios ideales que el concepto de fe en la humanidad representa.
Cuando el ideal que habita en la conciencia del hombre no tiene las características que señala la idea del amor fraternal nacido de la idea de Dios como creador de todas las cosas, siendo por el contrario contencioso y rebelde a toda aspiración solidaria, ocasiona la muerte del espíritu que se traduce en una condición puramente animal, sin convicción o esperanza de mejor vida.
Por eso al enfrentarse estas dos fuerzas, hay que buscar los motivos que las animan y comprender la naturaleza malsana en oposición de la condición humana y benéfica que produce resultados revitalizantes de la esperanza vivificadora.
Durante la historia del hombre hemos visto estas dos fuerzas enfrentándose constantemente. Los actores son cada vez diferentes, el escenario ha cambiado a través de los siglos, pero cada vez que el hombre pretende escalar las alturas del monte del ideal de perfección sin tener los principios edificantes de la naturaleza humana y la fe en una aspiración ideal positiva, vemos los mismos resultados desastrosos.
Dios ha entregado al hombre una escala de valores que le animan a alcanzarle y cuando el hombre edifica sobre otros principios, nacidos de sus pasiones, al menor viento su casa se viene al suelo como cimentada sobre arenas movedizas.
Gloria suprema a Dios arquitecto Supremo del Universo y su Amor elegible que nos otorgó de Su Espíritu la posibilidad de abandonar la conciencia bestial materialista para elevarnos a la condición humanista espiritual.