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Ponencia
presentada por Hashim Ibrahim Cabrera, Director de Verde Islam,
Revista de Información y Análisis. Seminario «Libertad
religiosa», celebrado en Córdoba. |
Fanatismo y religion: El islam ante el fanatismo
- FANÁTICO: "Que defiende con
tenacidad desmedida y apasionamiento, creencias u opiniones, sobre
todo religiosas o políticas. Preocupado o entusiasmado ciegamente por
una cosa."
Contenido
- El fin de las utopías y de los modelos de
sociedad. El resurgir del hecho religioso a finales del siglo.
- La rendición del individuo y la amenaza a la
diversidad biológica y cultural.
- Poder y medios de comunicación.
- El enemigo íntimo. Actualización de
estereotipos históricos.
- Fanatismo e Islam. Actitudes islámicas ante
el fanatismo.
En nuestro tiempo, en esta edad posmoderna que
dice haber superado la etapa infantil de los relatos, de las ideologías y
de las creencias, aparecen con fuerza sentimientos y tradiciones que
creíamos enterradas por la historia y por el progreso, siendo éste,
probablemente, el último de los grandes relatos de la
modernidad.
En primer lugar habría que preguntarse las
razones que nos mueven hoy a analizar las relaciones que pueden existir
entre religión y fanatismo y el interés creciente por este tema, reflejado
a diario en unos medios de comunicación que expresan –y al mismo tiempo
actualizan– el repertorio del imaginario colectivo, sus miedos y
carencias, sus anhelos y sus preocupaciones, sus figuras y
contrafiguras.
Hoy no tiene tanto interés analizar las
relaciones entre fanatismo e ideología, o entre fanatismo y poder, a pesar
de que podrían tratarse de una manera parecida. Por ejemplo, podríamos
analizar las consecuencias de la pugna entre las dos concepciones
"modernas" segregadas por la Ilustración. Liberalismo y Socialismo, han
dibujado el mapa ideológico, político y bélico en la cartografía de casi
todo el siglo XX. Cada uno usaba de su contrario en el dialéctico y
analítico proceso de construcción de la identidad "moderna". El
anticomunismo visceral de los liberales americanos de mediados de siglo,
sólo era comparable al fanatismo anticapitalista que los dirigentes del
Kremlim propiciaban entre la población soviética en el mismo período.
Eran los tiempos del debate ideológico, de la
militancia política apasionada, incluso fanática, de los distintos modelos
de sociedad, del análisis estructural. Pero hoy hemos de situarnos en un
contexto que está ya lejos de esa bipolaridad. El desplazamiento de las
fronteras estratégicas se ha producido desde la polaridad Este/Oeste a la
de Norte/Sur. Las barreras económicas y las crecientes diferencias que
establece el modelo triunfante en la Postguerra Fría, dibujan un nuevo
paradigma que no contempla la realidad a la luz de unos relatos que
pertenecen ya a la historia.
La sociedad posmoderna se nos aparece como
fragmentación abocada a una inevitable globalidad urgida por las
exigencias de un mercado cada vez más necesario y voraz, y que tiene su
cabal expresión en las nuevas tecnologías, sobre todo en las redes de
comunicación e información, que atraviesan ya todas las culturas y
pueblos. En este proceso, el pensamiento necesita redefinir sus
paradigmas, los lenguajes cambian ostensiblemente y con ellos también
ciertas actitudes.
Parece ser que ya nadie discute sobre el modelo
de sociedad que se ha de construir. La legitimidad no reside ahora en los
relatos ni en el consenso sino en la performatividad del sistema, en la
capacidad que éste tiene para mejorar su eficiencia. Pero la resistencia
de los pueblos a asumir el nuevo modelo aparece vestida con antiguos
ropajes. El de la ideología ya no vende y, por tanto, resulta fácilmente
superable, su pérdida de legitimidad es demasiado reciente como para
ofrecer una resistencia apreciable. El manto de la religión, por el
contrario nos remite a la historia; es, por decirlo de alguna manera, más
antiguo y menos racional. No está basado en un cuerpo teórico susceptible
de ser analizado sólo desde la racionalidad. Implica un compromiso y una
actitud consecuente que, en ciertos casos, afectan al ser humano en su
relación con el mundo de una manera integral.
En ese contexto asistimos a la revitalización
del hecho religioso, en sus más variadas manifestaciones: el misticismo
científico producido por la divulgación de las últimas teorías de la
Mecánica Cuántica, la proliferación de sectas y agrupaciones esotéricas,
la búsqueda de referencias en otras tradiciones de pensamiento –el interés
por el budismo, el hinduísmo o el Islam– hasta llegar al fenómeno de la
conversión religiosa. En ese sentido, hoy resurgen cuestiones que hasta
hace poco se consideraban superadas por la modernidad, hechos del pasado
pertenecientes a la historia, incompatibles con la idea de progreso. Pero
con la pérdida de la legitimidad de ésta misma idea de progreso,
reaparecen aquellas realidades que se suponían entraban en contradicción
con ella.
No debe resultarnos extraño que en nuestro
presente desacralizado las gentes se vuelvan hacia el esoterismo, el
ocultismo y las sectas. No hay en la visión del mundo en la que viven,
espacio para lo sagrado sino como concepto o abstracción. En un entorno
semejante es fácil ser presa de mistificaciones y sincretismos. No es ni
mucho menos una paradoja que la más racionalista y desacralizada de las
sociedades sea al mismo tiempo la que más favorece la superchería. El
hombre de la sociedad laico-industrial sabe, intuye, que tras la
apariencia visible de las cosas, detrás de su mente mecanicista, pueden
existir otras visiones, otras realidades. Pero al no disponer de Criterio,
ni de narración que lo sustente, la consecuencia probable es que
desemboque en la magia o en el esoterismo pret a porter que le
ofrece el propio mercado.
Junto a estas actitudes, el fenómeno de la
vuelta a las religiones y, más en concreto, el de la conversión, se
enmarcan en el contexto de la búsqueda generalizada de respuestas
trascendentes en el seno de aquellas sociedades que asumieron los
principios de la modernidad y que, en su lucha por un progreso básado casi
exclusivamente en los aspectos materiales de la existencia, se
desacralizaron.
Sin embargo, la aceptación y práctica de la
religión implica casi en todos los casos, la asunción de un Criterio y la
propuesta de una opción alternativa viable a lo que nos propone el nuevo
paradigma. Así, por ejemplo, el Islam implica una actitud crítica ante
determinadas realidades contemporáneas: el sistema económico, la actitud
ante la naturaleza, la moral científica etc., que no son objeto de una
contestación apreciable en el seno del sistema postindustrial.
Centrándonos ya un poco más en el mundo
islámico, vemos que el estado de dependencia económica y tecnológica de
los países de mayoría musulmana, las secuelas de pobreza y marginación,
las lacras sociales que les introdujo el colonialismo, todo ello les está
llevando a una reflexión acerca de las formas de vivir y de entender la
sociedad. La conciencia de que el Progreso anunciado por occidente –bajo
las fórmulas aparentemente antagónicas del Capitalismo y el Socialismo–
les llevó sobre todo degradación y pobreza, está provocando un despertar
del pensamiento islámico en todos los ámbitos de la existencia, una salida
del estupor producido tras una experiencia paradójica. En este caso,
existe una referencia reciente, un elemento de capaz de provocar el
análisis. Si además esta referencia se constituye en Criterio, fácilmente
se puede deducir que habrá valoración y conclusiones.
Tras la crisis de la Modernidad, Europa, y por
extensión todo el llamado Primer Mundo, vive hoy la necesidad de
replantear un modelo cultural y un ideario que colocan al ser humano de
cara al abismo existencial y a la destrucción moral y ecológica.
Proliferan los foros de debate y los seminarios de estudio sobre temas que
hasta hace poco tiempo nos parecían cerrados, con objeto de redefinir la
relación Hombre/Naturaleza, Individuo/Sociedad, Ciencia/Ética etc. Se
estudian otras tradiciones y culturas, tratándose de extraer referencias,
de provocar algunas conclusiones.
Pero en otro lugar, en el Tercer Mundo, los
pueblos de mayoría musulmana, tras una experiencia colonial llena de
desastrosas secuelas, expresan el deseo –o la necesidad– de volver a su
más culta e inmediata forma de vivir, que es el Islam, para afrontar los
tremendos retos que les plantea nuestro tiempo con las necesarias
referencias. Concluyen que el Islam es la forma que garantiza la evolución
de sus sociedades, el modelo que les asegura su progreso.
Por ello, muchas de las reivindicaciones que se
producen en estos países se identifican con la religión. Los excesos que
inevitablemente tienen lugar en toda revolución política o social son
atribuidos al fanatismo religioso. Pero en muchos casos, lo que se
reivindica es el derecho a definir el propio modelo de sociedad, y esto es
lo que resulta inaceptable para el sistema general de intereses, que
necesita propagar su propio modelo, sobre todo en el ámbito social y en el
de la economía.
2) La rendición del individuo y la amenaza a
la diversidad biológica y cultural
Habría que preguntarse si la "fragmentariedad"
y "diversidad" de que nos habla el análisis posmoderno son sólo una
descripción, o si se constituyen en proposición, en un modelo social,
psicológico y existencial, en paradigma único que niega, paradójicamente,
la posibilidad de una experiencia humana unitaria en el mundo, de un
Criterio válido y unificado. Parece ser que el reto consiste, en parte, en
vivir una experiencia integrada en el modelo único, perdiendo en dicho
proceso las referencias "culturales" tradicionales de Lengua, territorio,
raza, tribu, creencias, costumbres etc.
Las contradicciones llegan a constituir una
irresoluble paradoja. La implantación a nivel global del Mercado Único,
encuentra algunas barreras que implican resistencia o disidencia. Una de
esas barreras es sin duda alguna de carácter cultural y existencial,
aquella que se levanta cuando la forma de vivir y pensar que se trata de
imponer de manera general, para todos, no sólo no concuerdan con otras
formas de vida y pensamiento sino que resultan incompatibles, generando en
ellas la correspondiente resistencia. Otra la constituye el problema de la
destrucción medioambiental y la merma creciente de la biodiversidad, con
la consecuente respuesta del medio natural en forma de desastres y
problemas.
En el seno de las sociedades democráticas
formales, el problema de la diversidad cultural se plantea bajo la forma
del derecho a la diferencia o del respeto a las minorías, pero en el
terreno de los hechos, no se contempla por el momento el reconocimiento de
formas distintas de sociedad, de otras maneras de vivir, incluso aunque se
decida democráticamente. Parece como si las libertades sólo tienen cabida
y reconocimiento en el seno del modelo socioeconómico
imperante.
3) Poder y medios de
comunicación.
El pensamiento único, que se extiende
paralelamente a los mercados y se asienta en los nuevos lenguajes
informáticos y en las autopistas de la información, es el discurso que
sustenta lo que Roger Garaudy identifica sagazmente como Monoteísmo del
Mercado. Una de sus características es la sutil eliminación de la
diversidad, que ahora es disidencia, no mediante la represión brutal, sino
por la mediación de las nuevas herramientas, de las nuevas tecnologías,
mediante el control de la información y la consecuente incidencia en la
opinión de los ciudadanos, en la opinión pública.
En un contexto así, la atonía, la sumisión al
pensamiento único, han de ser la norma. Quien ose defender con demasiada
tenacidad alguna idea o alguna postura contraria a los intereses del
paradigma, fácilmente aparecerá como estridencia en medio de la homogénea
interpretación general, será entonces señalado como fanático. Si, además,
los medios de comunicación e información sirven a los intereses del poder
–no a los intereses de los distintos partidos o confesiones– resulta fácil
para éste abortar cualquier propuesta que atente contra dichos intereses,
por diferentes vías: la descalificación, la tendenciosidad o la
tergiversación.
Es evidente que ninguna mente sensata
defendería el fanatismo como actitud propia del ser humano civilizado.
Identificamos el fanatismo con la ceguera intelectual, con la incapacidad
de valorar y sopesar los variados aspectos de la realidad. El fanático no
escucha, no razona, no produce diálogo. La mayoría de los cristianos no
viven como fanáticos. Ni la mayoría de los musulmanes tampoco, ni la de
los herederos de las ideologías históricas de occidente.
A pesar de ello, la historia está plagada de
las consecuencias del fanatismo en todas sus variantes: religiosa,
ideológica, bélica, económica. Momentos, lugares y grupos en los que la
pasión y el exceso han hecho mella, enturbiando la transparencia de las
ideas, los sentimientos y las creencias. Casi siempre se ha optado por
relacionar el fanatismo con estas realidades en lugar de buscar sus raíces
allí donde se hunden: en la ignorancia, en la explotación, en la incultura
y el desarraigo. En lugar de remediar las causas que lo producen, se ha
optado por instrumentalizarlo a favor de determinadas opciones políticas,
religiosas o estratégicas.
En esa lectura interesada del problema nos
encontramos hoy, cuando asistimos al desarrollo de una peligrosa visión
del fanatismo religioso, atribuida al Islam por los medios de comunicación
de masas, incluso con el apoyo de algunos intelectuales e instituciones
académicas internacionales.
4) El enemigo íntimo: actualización de
estereotipos históricos.
Los musulmanes que vivimos en Europa, asistimos
a una escenificación llena de contradicciones en lo que al conocimiento y
valoración del Islam se refiere. Al lado de actitudes políticas
paradójicas como la del apoyo al golpe militar en Argelia tras la victoria
electoral de los musulmanes o la instrumentalización de hechos aislados,
expresión de actitudes fácilmente punibles –léanse casos Salman Rushdie,
Naghib Mahfouz– que producen en la conciencia común la inevitable
identificación del Islam con el fanatismo, junto a ésta actualización,
digo, del viejo contencioso, aparecen –casi siempre en ámbitos más
restringidos y especializados, pocas veces en los grandes medios de
comunicación– las voces de científicos e intelectuales que señalan algunas
de las excelencias que el Islam posee. En determinados foros se reconoce
que existen principios islámicos que podrían aportar soluciones a muchos
de los problemas pendientes que tiene hoy la humanidad, en aquellos
ámbitos donde el sistema laicoindustrial hace aguas. Sin embargo, la
visión dominante en los medios de comunicación es muy tendenciosa en todo
aquello que se refiere al Islam y a los musulmanes, provocando en la
mayoría de los casos una asociación inmediata entre fanatismo e Islam.
Da la impresión de que los nuevos enemigos son
los musulmanes, y el Islam el obstáculo a abatir. Presentan al Islam como
enemigo de la democracia, sin tener en cuenta lo que ocurrió, por ejemplo,
durante el proceso electoral argelino. No se diferencia las formas
políticas de gobierno en los países de mayoría musulmana de lo que son
estrictamente principios islámicos. Se confunden las prácticas culturales
de los pueblos de mayoría musulmana, con las prescripciones del Corán y de
la Tradición, de la Sunnah.
Pero la confusión no es nueva: procede de ese
cúmulo de definiciones, saberes y codificaciones que el pensamiento
occidental viene construyendo desde la Ilustración –incluso desde la Edad
Media, desde Las Cruzadas– y que compone el denominado campo de estudios
orientalistas. Para quien esté interesado en el tema, resultará muy útil
leer el libro de Edward Said, Orientalismo, donde se analiza la evolución
de esa tradición erudita y sus implicaciones académico-políticas.
En dicho estudio cita Said el hecho de que
Napoleón se basó, para diseñar su intervención en Egipto, en el texto de
un viajero francés, el conde de Volney, titulado "Viaje a Egipto y Siria",
en el que el autor manifiesta claramente unas opiniones hostiles al Islam
como religión y como sistema de vida. Napoleón aprovechó los contenidos de
la obra de Volney para diseñar una estrategia que implicaba ganarse a los
imames, muftís y ulamaa para su causa, a través de particulares
interpretaciones del Corán que resultaban favorables a sus propósitos, y
para redactar el Manifiesto de 1806 con el que pretendía excitar el
"fanatismo musulmán" contra los rusos.
El propio Marx, en sus análisis, a pesar de ser
uno de los pensadores más críticos de su tiempo, no logra sustraerse a la
influencia de las ideas orientalistas que ya estaban consolidándose en su
tiempo, llegando a emplear en su obra estereotipos tales como "el
despotismo oriental", la "superstición de los asiáticos" y otros
parecidos.
En nuestros días, los medios de comunicación
nos ofrecen la imagen tradicional del árabe hipersexual y lascivo
(dedicamos en la revista Verde Islam, sendos artículos al tema de
la imagen de los musulmanes en los medios de comunicación occidentales).
El árabe peca de deshonestidad, es intrigante, sádico e indigno de
confianza. En el discurso visual de los grandes medios, los árabes
aparecen siempre como multitud, como turba humana sin individualidad, sin
biografía. Masas de seres anónimos y sucios que sugieren fanatismo y
peligro. Y el peligro que se sugiere es la Guerra Santa, el Yihad, con lo
que son presentados como "la amenaza" que pesa sobre el hombre blanco
contemporáneo y sobre la humanidad en general.
Todas estas ideas y tópicos, procedentes de la
cantera orientalista, nutren la visión que los medios de comunicación nos
ofrecen de manera cada vez más convincente y realista.
El mismo Edward Said se lamenta que, en nuestro
tiempo, no existe ningún otro grupo étnico o religioso "sobre el que se
pueda decir o escribir cualquier cosa sin tropezar con ninguna objeción o
protesta". Se nos insinúa que si algo mantiene unidos a los árabes y a
los musulmanes, no es el sentimiento nacional o la identidad cultural,
sino el odio fanático a los judíos o el resentimiento hacia el estado de
Israel. Los estereotipos sobre los "mahometanos" se difunden "con una
sangre fría que nadie se atrevería a mostrar al hablar de los negros o de
los judíos" (p.355). La red operativa del orientalismo contemporáneo
es una conjunción de intereses representados por agrupaciones de antiguos
alumnos de las universidades, expertos en áreas culturales, compañías
multinacionales, servicios de información e inteligencia, etc. Se
organizan becas y premios y se orienta la investigación según las
necesidades del poder político del momento. Poderosos agentes académicos
organizan la red para que funcione adecuadamente.
Existen abundantes ejemplos de ello. Uno de los
temas más frecuentes usados para descalificar al Islam es el de la mujer.
Se dice que el Islam promueve una sociedad machista y que relega a la
mujer a un papel ignominioso. Pero no se dice que no son lo mismo las
consideraciones que el Islam tiene respecto del papel de la mujer en la
sociedad, de su naturaleza intrínsecamente igual a la del hombre, que las
costumbres y tradiciones culturales que muchos pueblos mantienen desde
tiempos anteriores a la Revelación Coránica. Como ejemplo, podemos traer a
colación el tema de la circuncisión femenina o ablación del clítoris, que
ha sido tratado en diarios de gran prestigio y emisoras de televisión
europeas con la mayor intencionalidad, generando confusión y rechazo hacia
el Islam, que aparece así como caldo de cultivo del fanatismo. Se ha
relacionado claramente en estos medios de comunicación dicha práctica con
la Ley Islámica o Shari´ah, directa o indirectamente, señalándose
como práctica regular ejercida sobre niñas musulmanas en Africa. Lo que no
se ha dicho ni aclarado (lo cual prueba la tendenciosidad a que nos
referimos), es que el Islam no sólo no contempla ésta práctica sino que la
prohibe taxativamente como cualquier tipo de vejación contra el cuerpo. No
se ha dicho tampoco, que para el Islam, ésta y otras costumbres son
consideradas barbarismos propios del tiempo anterior a la Revelación,
época que en la Tradición Islámica se denomina Tiempo de la
Yahiliya, literalmente, Edad de la Ignorancia. Concretamente, esta
práctica procede de las sociedades africanas preislámicas.
Ante discursos de este tipo, un lector o
espectador poco o mal informado sobre el Islam, sentirá con toda la razón
una profunda repulsa hacia la doctrina que condena a la mujer a la
insensibilidad y la aliena de su propio cuerpo. En la forma como se ha
presentado éste tema (nos preguntan a menudo a los musulmanes sobre ello),
parece inevitable la asociación castración femenina/Islam. Islam y
fanatismo. Esto es rotundamente falso. Contrasta con fuerza esta idea con
el estereotipo de la sensualidad de la mujer árabe, misteriosa y sexual,
que nutre la fantasía de los harenes.
Bástenos otro ejemplo para mostrar la
contradicción. En la propaganda que suele hacerse del gran legado cultural
andalusí, se enfatiza el carácter universalista del Islam, que hizo
posible la convivencia de las distintas religiones. Bajo el paraguas
benefactor de la Sharíah Islámica pudieron coexistir judíos,
cristianos y musulmanes durante varios siglos. El Islam aparece entonces
como sistema por excelencia de la tolerancia y el reconocimiento, que hizo
posible el mayor florecimiento de las ciencias y de las artes en el mundo
entonces conocido. En un mismo diario podemos encontrar, junto a la
propaganda cultural del Toledo o de la Córdoba de la Culturas, artículos
de opinión en los que se relaciona al Islam con el fanatismo, el
anacronismo y la intolerancia. Debe haber un error en algún sitio. O tal
vez la realidad sea que "Cultura, poder e información" actúan solidarios
haciendo más que difícil un análisis desapasionado, una lectura no
fanática del hecho religioso y, en el caso que ahora nos interesa, del
hecho islámico y su actitud ante el fanatismo.
5) Fanatismo e Islam: actitudes islámicas
ante el fanatismo.
Sería útil para nuestro análisis, poder separar
lo que son actitudes humanas, reprobables o no, del marco de referencias
que proponen las diferentes ideologías o creencias. El fanatismo, como la
irracionalidad, ha estado presente de forma habitual en casi todas las
culturas y épocas de la humanidad. En nuestros días existe un fanatismo de
los medios, de la tecnología, que aboca a muchos individuos al aislamiento
y a la comunicación virtual. No nos interesa ese tipo de fanatismo porque
es silencioso y no produce alarma social. El individuo con el síndrome
Internet sólo resulta interesante al sicólogo clínico o al sociólogo. Para
el ciudadano medio no deja de ser una anécdota, un mal menor que además
está revestido con los signos propios de la cultura en la que vive. No es
exótico, no ayuda a mantener la ilusión de la diferencia, no genera --en
apariencia-- la necesaria identidad, de la que tanto carece.
Por el contrario, la imagen de unos hombres
vestidos con túnicas oscuras rompiendo televisores en un escenario
escatológico, y que además responden al enigmático nombre de talibanes,
puede proporcionar una cierta dosis de identidad, un necesario sentimiento
de superioridad cultural, contribuyendo a legitimar la forma de vida que
se practica en los países desarrollados. Es fácil concluir, ante tal
visión, que los musulmanes son fanáticos y atrasados. Como la imagen se
repite, es asimismo probable que lleguemos a la conclusión de que todo eso
es así a causa de la religión, de que el Islam favorece el fanatismo. No
son noticia, no interesan entonces las actitudes islámicas mayoritarias
que están más que alejadas de cualquier radicalismo, de la excesiva
pasión. No vendería el discurso mayoritario de los musulmanes, porque
rechaza los métodos violentos o las posturas radicales.
La experiencia religiosa del ser humano,
dependiendo del ámbito en que se la contemple, produce resultados
diversos. Tiene una dimensión interna, individual, que afecta a la
evolución personal y cuya experiencia resulta muchas veces difícilmente
evaluable o expresable. Es la vía interior del misticismo, de la
superación de las limitaciones y del crecimiento espiritual. En esa
esfera, pueden producirse actitudes apasionadas, como la del místico
inflamado del Amor Divino, que se aleja y no reconoce la realidad
cotidiana ordinaria.
También está el mundo exterior, el ámbito de
las relaciones humanas, de la vida social. Es el mundo de las formas y de
la Ley, donde se articulan los códigos de conducta necesarios que hacen
posible la vida comunitaria.
Ambas esferas, que en principio habrían de ser
continuación la una de la otra, aparecen a menudo separadas y enfrentadas.
Entre las experiencias personales de Juan de la Cruz y Torquemada, media
un abismo dificilmente superable. Lo mismo ocurre entre los sabios de la
jurisprudencia islámica e Ibn 'Arabi.
En cualquier sistema, ya sea éste fruto de la
religión o de la ideología, los doctores de la Ley –ideólogos o teólogos
según el caso– han asumido la misión de cuidar los límites terminológicos,
la letra, la literalidad, acotando el mundo de las formas en el que se
produce el hecho social. El místico, el que asume y realiza en su propia
persona el fin último de la religión, que es la unión con Dios, ha sido
casi siempre objeto de crítica y persecución por parte de los que trabajan
en el codificado espacio de la Ley.
El equilibrio entre las distintas esferas de
experiencia rara vez se produce de forma completa. Normalmente una se
hipertrofia en detrimento de la otra y viceversa, dificultándose con ello,
en unos caso, la vida espiritual y en otros el orden social. En el caso de
un exagerado desarrollo del aparato formal, de la terminología, se
desemboca en una suerte de burocracia espiritual que dificulta la
experiencia religiosa, tratando de codificarla en términos vacíos de
contenido. Esa idolatría de los dogmas, que suele producirse en los
períodos de decadencia espiritual es, indudablemente, fermento de
actitudes dogmáticas y suele desembocar en fanatismos diversos.
Pero por otra parte han existido comunidades
históricas de los musulmanes con un grado de equilibrio más que aceptable,
que se han constituido en modelo social, que han favorecido la convivencia
de las diversas opciones existenciales y el crecimiento espiritual de los
individuos, los cuales han vivido lejos de cualquier atisbo de
fanatismo.
La defensa apasionada y exagerada –fanática– de
una interpretación concreta de la Ley, de una postura determinada, deviene
en actitud condenable cuando conlleva una imposición, cuando pretende la
supresión de la libertad de conciencia y rechaza abiertamente la
racionalidad. La condena de dichas actitudes forma parte del talante y del
espíritu islámicos, lo que no evita –como ocurre en otros casos– el que
determinadas personas o grupos no la asuman.
Cuando, por diversas razones, ha interesado
resaltar la actitud científica de los musulmanes, su papel culturizador en
la oscura Edad Media Europea, se ha dicho que el Islam es un camino de
paz, tolerancia y respeto. Sin embargo, al mismo tiempo, se presenta al
Islam como un sistema intolerante y agresivo. Éste no es ni mucho menos un
fenómeno reciente. En orden a la claridad, y para evitar posibilidades de
desarrollo de determinados fanatismos en nuestro tiempo, sería deseable
que temas tan delicados como son el terrorismo o la realidad política de
muchos países árabes, se tratasen con imparcialidad y sin tendenciosidad,
pues esta última no hace sino fomentar actitudes radicales e irracionales.
El mismo espíritu crítico que se aplica al análisis de otras cuestiones,
debería aplicarse también en este caso, porque cuando alguien se siente
injustamente tratado, sin posibilidad de defensa, se ve forzado a buscar
ésta de la forma que sea. Y habría de existir esa misma justicia e
imparcialidad en el tratamiento de la información y en el derecho a la
opinión y a la palabra. Por eso pienso que sería un gran paso adelante,
aunque sea a todas luces insuficiente, el que diarios y medios de
comunicación importantes, dieran creciente cabida a la opinión de los
musulmanes. ¿Qué piensan los propios musulmanes de muchos de los hechos
que se atribuyen al Islam? ¿Qué piensan la mayoría de ellos?
Centrándonos en el tema del fanatismo, sería
útil saber qué dicen las fuentes Islámicas –el Corán y la Sunnah– sobre la
cuestión.
Con relación a la forma en que los creyentes
han de vivir la religión, el Corán nos dice:
"No cabe coacción en asuntos de fe. Ahora la
guía recta se distingue claramente del extravío." (2-256)
Incluso en un ámbito tan proclive a la
irracionalidad como el de la guerra, existen numerosas referencias morales
sobre la manera en que ha de hacerse ésta. El Corán nos dice:
"Oh vosotros que habéis llegado a creer,
cuando salgáis [a combatir] por la causa de Dios, usad vuestro
discernimiento y no digáis a quien os ofrece el saludo de paz: 'Tú no eres
creyente', –movidos por el deseo de beneficios de esta vida: pues
junto a Dios hay grandes botines. También vosotros erais antes de su
condición– pero Dios os ha favorecido. Usad, pues, vuestro
discernimiento: ciertamente, Dios está siempre bien informado de lo que
hacéis." (4-94)
En este sentido, por ejemplo nos ilustra la
crónica que José María Mendiluce hace en su libro "El amor armado", en el
que describe su experiencia de la guerra en Bosnia, y en el que nos habla
sobre las actitudes de los soldados musulmanes ante los enemigos que, en
este caso, y como sabemos, son hoy juzgados por crímenes contra la
humanidad. Sin embargo, no ha existido demasiado interés en relacionar los
crímenes y los excesos servios con el fanatismo religioso, sino étnico.
En dicho conflicto, los medios no han podido
encontrar material informativo alguno que pudiera inducir a establecer una
relación entre el Islam y el fanatismo.
En la Sunnah –tradición islámica que
recoge los dichos de nuestro profeta Muhammad, que la paz sea con él– nos
han llegado numerosas indicaciones sobre el tema. Una de ellas,
transmitida por Abu Huraira, recoge la siguiente frase del Profeta,
repetida tres veces, a propósito del celo exagerado en la
religión:
- "perezcan los extremistas"
En innumerables hadices se exhorta a los
creyentes a la moderación en la observancia de los preceptos religiosos,
recomendándose siempre las actitudes intermedias.
Quiero también traer a colación una carta, que
publicó el diario El País el pasado año, con referencias claras a la
postura real y efectiva del Islam con respecto a la cuestión del llamado
terrorismo islámico. Tanto la carta de Shahib Zougari, imam de la mezquita
de Sevilla, publicada en ese diario el día 31 de Mayo, como el artículo
aparecido el día 6 de Junio, firmado por Carlos Colón, dejan bien clara
cual es la postura de los musulmanes ante el fenómeno terrorista. En ambos
textos se cita un conocido Edicto del Profeta Muhammad, la paz y las
bendiciones sean con él, que dice así:
"He escrito este edicto bajo la forma de una
orden para mi comunidad y para todos aquellos musulmanes que viven dentro
de la cristiandad, en el Este y en el Oeste, cerca o lejos, jóvenes y
viejos, conocidos y desconocidos. Quien no respete el edicto y no siga mis
órdenes obra contra la voluntad de Allah y merece ser maldito, sea quien
sea, sultán o simple musulmán. Cuando un sacerdote o un ermitaño se retira
a una montaña o a una gruta, o se establece en la llanura, el desierto, la
ciudad, la aldea, la iglesia, estoy con él en persona, junto con mi
ejército y mis súbditos, y lo defiendo contra todo enemigo. Me abstendré
de hacerle ningún daño. Está prohibido arrojar a un obispo de su obispado,
a un sacerdote de su iglesia, a un ermitaño de su ermita. No se ha de
quitar ningún objeto de una iglesia para utilizarlo en la construcción de
una mezquita o de casas de musulmanes. Cuando una cristiana tiene
relaciones con un musulmán, éste debe tratarla bien y permitirle orar en
su iglesia, sin poner obstáculo entre ella y su religión. Si alguien hace
lo contrario, será considerado como enemigo de Allah y su Profeta. Los
musulmanes deben acatar estas órdenes hasta el final del
mundo".
Refiriéndose al caso concreto de Argelia,
Shahib Zougari expresa tras su cita, "el profundo dolor por estos
santos que han muerto por amor a Dios, del Dios que es el mismo para
cristianos y musulmanes".
Por su parte, Carlos Colón dice, tras exponer
la carta de Zougari, que "le ha emocionado profundamente leer ese texto
valiente que deplora las muertes de los religiosos católicos en Argelia,
al tiempo que las separa nítida y limpiamente de la comunidad islámica en
general".
Con todo esto, no pretendemos decir que no
existan actitudes fanáticas entre los musulmanes, o que el Islam sea un
modo de vivir que hace imposible el fanatismo. No. El fanatismo, la pasión
exagerada y la irracionalidad, son actitudes humanas que pueden surgir en
cualquier tiempo y lugar. Evidentemente, existen visiones diferentes del
mundo, distintas ideologías y cosmogonías, y unas pueden ser más proclives
que otras a favorecerlas. En el caso que nos interesa aquí, existen
innumerables ejemplos que pueden llevarnos a la conclusión de que el Islam
condena el fanatismo. Y sin embargo siguen asociándose ambas realidades en
la imaginería de nuestro tiempo.
Se nos hablaba, a propósito de la Guerra del
Golfo, del fanatismo de los soldados iraquíes, incapaces de ver el
despotismo de su líder, Saddam Hussein, el cual aparecía prosternándose y
haciendo la oración en los noticiarios televisivos, enarbolando el Corán.
Precisamente Saddam, líder de un partido laico –el Baas– que propugna la
división de poderes al estilo occidental. No es el Islam, entonces, el que
en este caso promueve el fanatismo, sino la instrumentalización política
de la creencia y el uso tendencioso de una terminología, de unas palabras.
No es en este caso el Corán el que propone la adhesión ciega al líder,
sino que es la mano de éste la que aparece revestida con la legitimidad de
un texto que, para el creyente, es Criterio de Verdad.
Existen momentos en la historia de los
musulmanes en los que el fanatismo ha hecho su aparición en las
comunidades. Unas veces por la utilización que se hacía de la religión con
una finalidad política extraislámica, otras por las condiciones de vida en
que se encontraban determinados grupos humanos.
En ese sentido sorprende el hecho de que,
durante los procesos revolucionarios acaecidos en América Latina hasta
hace una década, no se ha hablado de fanatismo a la hora de evaluar las
apasionadas actitudes políticas que se han producido en dichos procesos.
Da la impresión de que la ideología actuaba entonces como legitimadora de
determinados excesos.
No ocurre lo mismo ahora, cuando lo que se
trata de valorar son las consecuencias de otros procesos en los que
interviene el hecho religioso y en donde se emplean frecuentemente los
términos " integrismo", "fanatismo", "fundamentalismo", "terrorismo",
"extremismo" o "intolerancia".
En unos casos, el discurso occidental nos habla
de revolucionarios, de mártires de la ideología y de la revolución, y en
otros nos presenta a terroristas y fanáticos. En unos tiempos y lugares
son héroes de la revolución, en otros, simples delincuentes.
Sin embargo, el adoctrinamiento intelectual
opera hoy con herramientas más sutiles, menos apreciables incluso para el
que piensa y analiza.
El uso repetido de una terminología y unos
estereotipos, acaban otorgando a estos la calidad de verdaderos e
inconmovibles. Lo que se denomina "pensamiento de época" o "espíritu de
los tiempos" integra en su imprecisa realidad, todo ese mundo de ideas
hechas, aceptadas y consensuadas por el uso, no por una argumentación
razonada, o por una voluntad científica de conocimiento. Es el mundo del
sentido común mal entendido.
¿Qué sabe el hombre de la calle del ser de los
musulmanes contemporáneos? ¿Cuáles son sus fuentes de
información?
Si realmente se apuesta por el reconocimiento,
por la convivencia pacífica y por la libertad de conciencia, habremos de
actuar de igual a igual, no desde el esquema binario tradicional de
"conocedores y conocidos", "definidores y definidos", aprender tal vez del
otro que, a pesar de las diferencias, pertenece tanto como uno a la
Humanidad como conjunto.
Ese puede ser el principio básico que nos ayude
a conjurar los fanatismos, objetivo que la mayoría de los pueblos han
expresado como deseable de una u otra forma.
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