Carta abierta a los cristianos
Comenzaremos por decir que ser cristiano NO significa creer que por que Jesucristo fuera crucificado ya una persona es salva. Esta es una manera de ser similar a la de los judíos que creen que por hacer sus servicios y colocarse las filacterías todos los días ya pertenecen al pueblo de Dios.
La promesa establecida por Dios para su pueblo está vigente y retiene su validez a través de los siglos de manera que no haya otra condición que pueda sustituir la grandeza y el poder del ofrecimiento que Dios hizo por medio de sus elegidos.
En su mayoría, tanto los judíos como los cristianos, parecen no tener una noción clara de qué es la promesa que Dios hizo al hombre, y de la condición indispensable que dicha promesa establece.
Cabe decir que no hay poder, ni fuerza visible o invisible, que pueda invalidar la realidad de dicha promesa.
Los principios fundamentales que reclama dicha promesa están cimentados sobre una base inconfundible, resumida en dos columnas de fe.
1. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente (Dt 6:5) (Mr 22:37)
2. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Lv 19:18) (Mt 22:39)
Este reclamo fue establecido para ambos, judíos y cristianos así como para todos los fieles que siguen las palabras de las escrituras que señalaron el camino invariable para el establecimiento de dicha promesa.
No existe otro mandamiento o estatuto que pueda imponerse sobre estos dos principios básicos y fundamentales.
No valen ritos, rezos, ofrendas, promesas, liturgia, servicios, o cualquier otra forma de intentar alcanzar la promesa de Dios, siempre vigente, que pueda invalidar los dos principios fundamentales.
El pueblo judío ha hecho todo tipo de ofrendas y de liturgias que aún mantienen hasta el día de hoy y de nada le sirvió con relación a alcanzar la muerte del pecado que cada vez ocupa más poder dentro de este lado de velo que separa la muerte.
Más de una vez le fue revelado el resultado de tales vanos intentos.
De igual manera los cristianos han estado haciendo sus ritos y ofertorios, bautizando, "evangelizando", etc. sin lograr arrancar el pecado del mundo.
Porque ese no es el camino presente.
La promesa establece algo que ha sido olvidado o sustituido por prácticas "más fáciles", instrumentos que en un tiempo sirvieron para llevar la palabra de Dios a medio mundo, pero que no lograron hacerla entender.
Porque eso no se predica con la palabra, sino con la conducta.
Hay que nacer de nuevo y eso es lo esencial.
Hay que matar el viejo cuerpo de pecado y nacer a una nueva vida motivada y dirigida por el Espíritu Santo de Dios, reflejado en su promesa.
¿Para qué me sirve, dice el Señor Dios
la multitud de vuestros sacrificios?
Hastiado estoy de holocaustos de carneros
y de grasa de animales gordos;
no quiero sangre de bueyes ni de ovejas ni de machos cabríos.
12 ¿Quién pide esto de vuestras manos,
cuando venís a presentaros delante de mí para pisotear mis atrios?
13 No me traigáis más vana ofrenda;
el incienso me es abominación.
Luna nueva, sábado y el convocar asambleas,
no lo puedo sufrir.
¡Son iniquidad vuestras fiestas solemnes!
14 Mi alma aborrece vuestras lunas nuevas
y vuestras fiestas solemnes;
me son gravosas y cansado estoy de soportarlas.
15 Cuando extendáis vuestras manos,
yo esconderé de vosotros mis ojos;
asimismo cuando multipliquéis la oración,
yo no oiré;(Is 1:11-15)
Pero vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.(Ro 8:9)
No existe ningún medio que pueda sustituir esta condición que señala la ley del amor.
No vale ningún tipo de sustituto, tales como la oración, la intercesión, la eucaristía, el bautismo, y todas las formas rituales y litúrgicas que puedan librar al hombre de su sino terrible si no prevalece en él el amor.
Si tuviera toda la fe, de tal manera que
trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy,
Si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres,
y si entregara mi cuerpo para
ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es sufrido, es benigno;
El amor no tiene envidia;
El amor no es jactancioso, no se envanece,
No hace nada indebido, no busca lo suyo.
No se irrita, no guarda rencor;
No se goza de la injusticia,
Sino que se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree,
Todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser;
Pero las profecías se acabarán,
Cesarán las lenguas y el conocimiento
La promesa es esta:
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios, 15pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: "¡Abba, Padre!". (Ro 8:14)
Esto parece no decir nada, pero hay que analizarlo con verdadera profundidad para comprender el valor verdadero de estas palabras.
Ser Hijo de Dios es un don que sólo obtiene el que es guiado por el Espíritu de Dios y no por el espíritu del mundo.
Por eso dice otra vez:
Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lujuria, 20idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, 21envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas. En cuanto a esto, os advierto, como ya os he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. (Gal 5: 19-21)
NO dice en ningún capítulo de las escrituras que se es hijo de Dios por medio de una ofrenda o por medio de un ritual.
Ser Hijo de Dios, conlleva la paternidad del Espíritu Santo y no la del mundo.
Si el espíritu que gobierna nuestro cuerpo es producto del mundo y sus reclamos carnales, somos hijos de nuestros padres terrenales y no hemos nacido de Dios.
Por eso dicen las escrituras que hay de nacer de Dios.
De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.
4Nicodemo le preguntó:
-¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?
5Respondió Jesús:
-De cierto, de cierto te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. 6Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. 7No te maravilles de que te dije: "Os es necesario nacer de nuevo" (Jn 3:3-7)
Y esta es la respuesta a la incógnita de si somos o no Hijos de Dios:
Pero vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 10Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, pero el espíritu vive a causa de la justicia. 11Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús está en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que está en vosotros.
(Ro 8:9-11)
La promesa pues señala la herencia divina que Dios ha entregado al hombre de ser Hijo de Dios, y que es algo tan grandioso que el hombre natural no puede concebir sea cierta y cierra los ojos y el oído a tan grande esperanza.
La promesa nos señala como herederos a ser de un don grandioso que solo es alcanzable por medio del nacimiento del Espíritu Santo, para ser llamados Hijos de Dios.
Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. (Ro 8:17)
Esta promesa no es para un grupo en particular, sino para todos los que deciden seguir las huellas del maestro y matar el cuerpo de pecado para nacer a una nueva vida, guiados por el Espíritu Santo de Dios.
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