CRISTIANISMO ESOTÉRICO
Los Misterios de Jesús de Nazareth
Annie Besant
PRÓLOGO
Al proceder a la consideración de los misterios del saber, debemos prestar
nuestro asentimiento a las célebres y venerables reglas de la tradición,
comenzando por el origen del universo, exhibiendo aquellos puntos de
contemplación física que sean necesarios como premisas, y apartando todo lo que
pueda ser obstáculo en la marcha, de modo que el oído se halle preparado para
recibir la tradición de la Gnosis, y el terreno limpio de malas hierbas y en
disposición de que la viña sea plantada; pues hay un conflicto antes del
conflicto y misterios antes de los misterios." -SAN CLEMENTE DEALEJANDRÍA.
"Baste la muestra para los que tienen oídos. Pues no es necesario descubrir el
misterio, sino sólo indicar lo que sea suficiente." - IBID.
"Aquel que tenga oídos para oír que oiga." - SAN MATEO.
El
objeto de este libro es sugerir cierta clase de ideas acerca de las profundas
verdades en que está basado el Cristianismo, verdades generalmente desatendidas
y con bastante frecuencia negadas. El noble deseo de hacer a todos partícipes de
lo que es precioso, de divulgar verdades grandes e inapreciables, de no excluir
a nadie de la luz del verdadero conocimiento, ha sido causa de un celo
indiscreto que ha producido el Cristianismo vulgar, presentando sus enseñanzas
en una forma que el corazón repele a menudo y que se divorcia del entendimiento.
El mandato de "predicar el Evangelio a todas las criaturas" (1) -de dudosa
autenticidad-, se ha interpretado como prohibición de la enseñanza de la Gnosis
a los pocos, y ha desvanecido, en apariencia, el dicho menos popular del Gran
Maestro: "No deis lo santo, a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de
los puercos" (2).
Ese sentimiento espurio -que se niega a reconocer la desigualdad evidente de las
inteligencias y de las aptitudes morales y que, por tanto, rebaja la enseñanza
de los más desarrollados al nivel de los que han adelantado menos en la
evolución, sacrificando lo superior a lo inferior de un modo perjudicial para
los unos y los otros-, no cabía en el varonil sentido de los primeros
cristianos. San Clemente de Alejandría dice con ruda claridad, aludiendo a los
Misterios: "Aun ahora temo, como vulgarmente se dice, el echar margaritas a
puercos, para que las pisoteen, y volviéndose, nos despedacen; pues es difícil
exponer las sentencias realmente puras y transparentes acerca de la verdadera
Luz a un auditorio soez y sin educación apropiada" (3) . Sólo con las antiguas
restricciones podrá el verdadero conocimiento de la Gnosis formar de nuevo parte
de las enseñanzas cristianas; la idea de rebajarse al nivel de la capacidad de
los menos desarrollados, tiene que ser definitivamente abandonada. Para
restaurar los conocimientos ocultos hay que dar enseñanzas que estén por encima
del entendimiento de los poco evolucionados, y empezar por el estudio de los
Misterios Menores antes de proceder al de los Mayores. Los Mayores jamás serán
dados a la prensa; sólo pueden comunicarse por el Maestro al discípulo "de la
boca al oído". Pero los Misterios Menores, revelación parcial de profundas
verdades, pueden restablecerse desde ahora, siendo el objeto del presente libro
dar un bosquejo de ellos y mostrar la naturaleza de las enseñanzas que hay que
profundizar. Donde sólo se hacen alusiones, la meditación tranquila sobre las
verdades apuntadas hará visibles sus contornos, proporcionando el continuado
pensar una luz mayor que las mostrará gradualmente más y más claras. La
meditación aquieta la mente inferior, siempre ocupada en objetos externos; sólo
cuando la mente inferior está en reposo, puede ser iluminada por el Espíritu. El
conocimiento de las verdades espirituales debe obtenerse de dentro y no de
fuera, del Espíritu divino, cuyo templo somos (4) , y no de instructores
externos. Estas cosas son "discernidas espiritualmente" por el Espíritu que mora
en lo íntimo, por esa "Mente de Cristo", de que habla el gran Apóstol (5) , por
esa luz interna que se vierte sobre la mente inferior.Este es el camino de la
Sabiduría Divina, de la verdadera TEOSOFÍA. Esta no es, como algunos creen, una
versión atenuada del Hinduismo, del Budismo, del Taoísmo o de cualquiera otra
religión. Es el Cristianismo Esotérico, tan verdadero como el Budismo Esotérico,
el cual pertenece igualmente a todas las religiones, no siendo exclusivo de
ninguna. Tal es el origen de las indicaciones que se hacen en este pequeño
volumen, para ayuda de los que buscan la Luz, esa "Luz verdadera que alumbra a
todo hombre que viene al mundo" (6) , aunque la mayor parte no ha abierto aún
sus ojos a ella. El no trae la Luz, sólo dice: "¡Mirad la Luz!", pues así lo
hemos oído. Sólo se dirige a los pocos que están hambrientos de otra cosa que lo
que les da la enseñanza esotérica. Para aquellos que están por completo
satisfechos con las enseñanzas esotéricas, no se ha escrito; ¿por qué ha de
darse por fuerza el pan a aquellos que no tienen hambre? Es sólo para los
hambrientos, a quienes ha de saber como pan y no como piedra.
Notas del prólogo
- S. Marcos XVI, 15.
- S. Mateo VII, 6.
- Ante-Nicene Christian Library de Clarke, vol. IV. Clement of Alexandria.
Stromata, lib. I, cap. XII.
- I Cor., III, 16.
- I Cor.,II, 14-16
- S. Juan I, 9.
CAPITULO PRIMERO
EL LADO OCULTO DE LAS RELIGIONES
Muchos, quizá la mayor
parte de los que lean el título de este libro, se sentirán desde luego
contrarios suyo, negando que exista nada valedero que con justicia pueda
llamarse "Cristianismo Esotérico." Existe la idea muy extendida, y por tanto
popular, de que no hay tal enseñanza oculta relacionada con el Cristianismo, y
que los Misterios, ya sean Menores o Mayores, eran puramente una institución
pagana. El nombre mismo de "Los Misterios de Jesús", tan familiar a los oídos de
los cristianos primitivos, causará sorpresa a sus modernos sucesores y si se les
dijese que expresan una institución especial y definida de la Iglesia de los
primeros siglos se provocaría en ellos una sonrisa de incredulidad. Se ha
asegurado, efectivamente, en son de alabanza, que el Cristianismo no tiene
secretos, que lo que tiene que decir, lo dice a todos, y que lo que tiene que
enseñar, lo enseña a todos. Se supone que sus verdades son tan sencillas "que un
hombre cualquiera, aun siendo tonto, no incurrirá en errores respecto a ellas."
El "sencillo Evangelio" se ha convertido en una frase sacramental. Es, pues,
necesario probar con toda claridad que, por lo menos en la Iglesia Primitiva, el
Cristianismo no iba a la zaga de ninguna de las otras grandes religiones, por lo
que hace a la posesión de un aspecto oculto, y que guardaba, como tesoro
inapreciable, los secretos que sólo se revelaban a pocos escogidos para sus
Misterios. Pero antes conviene considerar esta cuestión del lado oculto de las
religiones, y ver por qué debe existir tal aspecto para que la religión pueda
ser fuerte y estable; pues de este modo se verá que su existencia en el
Cristianismo es lógica y procedente, y las referencias que en tal sentido se
hacen en los escritos de los Padres Cristianos, aparecerán sencillas y naturales
y de ningún modo sorprendentes e ininteligibles, y si, como hecho histórico, la
existencia de este esoterismo es demostrable, se probará a la vez que,
intelectualmente considerado, es una necesidad.
La primera cuestión
que tenemos que plantear es la siguiente: ¿Cuál es el objeto de las religiones?
Se dan al mundo por hombres más sabios que la masa humana, a la cual se dirigen
con el objeto de apresurar su evolución. Para hacer esto con eficacia, tienen
que llegar a los individuos e influir sobre ellos.
Ahora bien; todos los
hombres no se encuentran en el mismo nivel de evolución, pudiendo considerarse
ésta como una escala ascendente, con individuos colocados en todos sus peldaños.
Los más altamente desarrollados se hallan muy por encima de los que lo están
menos, tanto por lo que hace a la inteligencia como al carácter, variando en
cada grado la capacidad, así para comprender como para obrar.
Es, por tanto, inútil
dar a todos la misma enseñanza religiosa; lo que ayudaría al hombre intelectual,
sería totalmente incomprensible para el estúpido, al paso que lo que pondría en
éxtasis a un santo, no haría mella alguna en el criminal.
Por otra parte, si la
enseñanza es apropiada a las gentes de poca inteligencia, resulta
intolerablemente grosera e indigesta para el filósofo, al paso que la que
redimiese al criminal, sería por completo inútil al santo. Sin embargo, todos
los tipos necesitan una religión, a fin de que cada cual pueda lograr una vida
más elevada que la que tiene, y ningún tipo o grado debe ser sacrificado al
otro. La religión debe ser tan graduada como la evolución, porque de lo
contrario no podrá realizar su objetivo. Preséntase luego" la cuestión
siguiente: ¿De qué modo tratan las religiones de apresurar la evolución humana?
Las religiones se proponen desenvolver la naturaleza moral y la intelectual, y
ayudar a la naturaleza espiritual a desarrollarse.
Considerando al hombre
como un ser complejo, procuran tocar cada punto de su constitución, y por lo
tanto, buscar mensajes propios para cada cual, enseñanzas adecuadas a los seres
humanos más diversos. Así, pues, las enseñanzas deben adaptarse a las mentes ya
los corazones a que se dirigen. Si una religión no alcanza y domina la
inteligencia, si no purifica e inspira las emociones, fracasa en su objeto
respecto a la persona interesada. No sólo se dirige de este modo a la
inteligencia y a las emociones, sino que trata, como se ha dicho, de estimular
el desarrollo de la naturaleza espiritual. Responde a ese impulso interno que
existe en la humanidad y que siempre está impeliendo a la raza hacia adelante.
Porque en lo más hondo del corazón de todos -a menudo cubierta por condiciones
transitorias, ahogada muchas veces por intereses y ansiedades apremiantes-existe
la constante aspiración hacia Dios.
"Así como el ciervo
busca jadeante el arroyo, así el hombre siente anhelos por la Divinidad" (1). La
aspiración se interrumpe por un tiempo y el anhelo parece desvanecido. Ocurren
en la civilización y en el pensamiento fases en que este grito del espíritu
humano por lo divino -buscando su origen como el agua busca su nivel, según el
símil de Giordano Bruno-, este anhelo del espíritu humano por lo que es de su
misma especie en el universo, de la parte por el todo, parece acallado,
destruido; pero no obstante, el ansia vuelve a mostrarse, y otra vez lanza el
espíritu el mismo grito.
Por más que aparezca
esta tendencia olvidada y deshecha en algún tiempo, vuelve a levantarse potente
una vez y otra con persistencia inextinguible, se repite en una y otra ocasión,
sin que importe las veces que se la reduzca al silencio, y de este modo prueba
que es una tendencia inherente a la naturaleza humana, un constituyente
indestructible de la misma.
·
Los que declaran en son de triunfo "que está
muerta", la encuentran de nuevo frente a frente con vitalidad no disminuida.
·
Los que construyen sin tener esto en cuenta, ven
más tarde sus bien construidos edificios resquebrajados como si hubiesen sufrido
un terremoto.
·
Los que creen que ha desaparecido, ven las más
extravagantes supersticiones suceder a su negación.
Y de tal modo forma
parte integrante de la humanidad, que el hombre quiere obtener una respuesta
cualquiera a sus preguntas; prefiere una respuesta, aunque sea falsa, al
mutismo. Si no puede encontrar verdades religiosas, adoptará errores religiosos,
antes que quedarse sin religión, y aceptará los ideales más toscos e
incongruentes, antes que admitir que el ideal no existe. La religión, pues,
responde a este anhelo, y apoderándose del constituyente de la naturaleza humana
que lo produce, lo educa, lo vigoriza, lo purifica y lo guía hacia su propia
finalidad: la unión del espíritu humano con lo divino, a fin de “que Dios pueda
estar todo en todos" (2).
La cuestión que
después se nos presenta en nuestro estudio es:
¿Cuál es el origen de
las religiones?
A esta pregunta se han
dado dos contestaciones en los tiempos modernos: la de los autores de mitología
comparada y la de los que se inspiran en la comparación de las religiones
positivas. Unos y otros apoyan sus contestaciones en el mismo fundamento de
hechos admitidos. La investigación ha probado de un modo incuestionable, que las
religiones del mundo son, de un modo notorio, similares en sus enseñanzas
principales, en la ostentación de poderes sobrehumanos y de una elevación moral
extraordinaria de sus fundadores, en sus preceptos éticos, en el empleo de
medios para ponerse en contacto con los mundos invisibles y en los símbolos con
que expresan sus creencias fundamentales.
Esta semejanza, que en
muchos casos llega a la identidad, prueba, según ambas escuelas, un origen
común. Pero sobre la naturaleza de este origen común están en desacuerdo las dos
escuelas. Los mitólogos sostienen que el origen común es la común ignorancia, y
que las doctrinas religiosas más elevadas son sencillamente expresiones
refinadas de las crudas y bárbaras conjeturas de salvajes, de hombres
primitivos, al considerarse a sí mismos ya lo que les rodeaba. Animismo,
fetichismo, culto de la naturaleza, culto del sol; éstos son los constituyentes
de la primitiva arcilla, de la cual se ha desarrollado el lirio espléndido de la
religión. Krishna, Buda, Lao-Tse, Jesús, son, aunque altamente civilizados, los
descendientes directos de los curanderos rotativos de las primitivas tribus
salvajes (3). Dios es una fotografía compuesta de los innumerables dioses que
personificaban las fuerzas de la naturaleza y así sucesivamente.
Todo esto se resume en
la frase: “Las religiones son ramas de un tronco común: la ignorancia humana”.
Los religiólogos
consideran, por su parte, que todas las religiones han tenido su origen en las
enseñanzas de Hombres Divinos que dan de tiempo en tiempo a las diferentes
naciones del mundo aquella parte de las verdades fundamentales de la religión
que las gentes son capaces de asimilar, enseñando siempre la misma moralidad,
inculcando el empleo de medios semejantes, aplicando los mismos y significativos
símbolos. Las religiones salvajes -el animismo y las demás-son degeneraciones,
los resultados de la decadencia, descendientes desfigurados y empequeñecidos de
verdaderas creencias religiosas. El culto del sol y las formas puras del culto a
la naturaleza fueron en su tiempo religiones nobles, altamente alegóricas, y
llenas de profunda verdad y conocimiento. Los grandes Instructores -según se
alega por los indos, por los budistas y por algunos religiólogos, tales como los
teósofos-constituyen una perenne Fraternidad de hombres que se han elevado por
encima de la humanidad, que aparecen en ciertas épocas para iluminar al mundo y
que son los custodios espirituales de la raza humana. Esta opinión puede
resumirse en la frase: “Las religiones son ramas de un tronco común: la
Sabiduría Divina”. Esta Sabiduría Divina es llamada la Sabiduría, la Gnosis, la
Teosofía, y algunos hombres, en diferentes épocas del mundo, han querido
determinar de tal modo su creencia en esta unidad de las religiones, que han
preferido el nombre ecléctico de teósofos a cualquiera otra designación más
estrecha. El valor relativo de la contienda de estas dos opuestas escuelas debe
juzgarse por la fuerza de las pruebas que cada una aduce. La apariencia de la
forma degenerada de una noble idea puede asemejarse mucho a la del producto
refinado de una idea grosera, y el único método para decidir entre la
degeneración y la evolución, sería el examen, a ser posible, de antecesores
remotos intermedios. Las pruebas que presentan los creyentes en la Sabiduría,
son de esta clase: que los fundadores de las religiones, juzgados por los anales
de sus enseñanzas, estaban muy por encima del nivel de la humanidad ordinaria;
que las Escrituras de las religiones contienen preceptos morales, ideales
sublimes, aspiraciones poéticas, declaraciones filosóficas profundas, a las que
ni tan siquiera pueden compararse en hermosura y elevación los escritos
posteriores de las mismas religiones; esto es, que lo antiguo es más elevado que
lo nuevo, en vez de ser lo contrario; que no puede mostrarse caso alguno del
proceso refinador y progresivo, que se dice es el origen de las religiones
actuales, al paso que pueden exhibirse muchos ejemplos de degeneración de
enseñanzas puras; que aun entre los salvajes, si sus religiones se estudiasen
con cuidado, se encontrarían muchas huellas de ideas elevadas, ideas que desde
luego se vería que están por encima de la capacidad productora de los salvajes
mismos. Esta idea ha sido explayada por M. Andrew Lang; quien, a juzgar por su
libro The Making of Religion, debe ser clasificado entre los religiólogos
comparativos en lugar de entre los mitólogos comparativos. Señala la existencia
de una tradición común, la cual, dice, no ha podido ser evolucionada por los
salvajes mismos, por ser hombres cuyas creencias ordinarias son de las más rudas
y cuyas mentes están poco desarrolladas. Las deidades que adoran son, en su
mayor parte, verdaderos demonios; pero detrás de esto, más allá de todo esto,
existe una Presencia nebulosa, pero superior, pocas veces o nunca nombrada, pero
que se vislumbra como origen de todo, como poder, amor y bondad, demasiado
amante para causar terror, demasiado buena para necesitar súplicas. Es evidente
que semejantes ideas no pueden haber sido concebidas por los salvajes entre los
cuales se encuentran, y son testigos elocuentes de las revelaciones de algún
gran. Instructor -de quien generalmente puede también descubrirse alguna
tradición confusa que fue un Hijo de la Sabiduría y que comunicó algunas de las
enseñanzas en una época remotísima. La razón y verdaderamente, la justificación
del punto de vista de los mitólogos comparativos, es patente. Encuentran en
todas direcciones formas inferiores de creencias religiosas existentes en tribus
salvajes, formas que se ven acompañadas de la falta general de civilización.
Considerando al hombre civilizado como evolucionado del salvaje, ¿qué cosa más
natural que atribuir la religión civilizada a una evolución de la no civilizada
? Esta es la primera idea evidente. Sólo un estudio ulterior más profundo puede
demostrar que los salvajes de hoy no son el tipo de nuestros antecesores, sino
la descendencia degenerada de grandes troncos civilizados de antaño, y que el
hombre en su infancia no fue abandonado para que creciera sin educación, sino
que fue criado y enseñado por sus hermanos mayores, que fueron sus primeros
guías, así en lo que se refiere a la religión, como a la civilización en
general. Esta opinión se halla sustanciada por hechos como los que Lang aduce,
dando margen a la cuestión: ¿Quiénes eran esos hermanos mayores de quienes habla
la tradición en todas partes? Avanzando más en nuestra investigación, tropezamos
luego con esta otra cuestión: ¿A qué gentes se dieron las religiones? Y aquí nos
encontramos desde luego con la dificultad con que ha tenido que tropezar todo
fundador de una religión, dificultad que se refiere al objeto primario de la
religión misma, el apresuramiento de la evolución humana, con su corolario de
que todos los grados de la humanidad en evolución debían tenerse en cuenta por
él. Los hombres se hallan en todos los grados desarrollados; hay hombres de
inteligencia elevada, pero también los hay de una mentalidad de las menos
desarrolladas; en un sitio encuéntrase una civilización compleja y altamente
evolucionada, en otro una constitución sencilla y ruda. Aun en medio de una
misma civilización, se ven los tipos más variados, los más ignorantes y los más
educados, los más pensadores y los más superficiales, los más espirituales y los
más abyectos, y, sin embargo, a cada uno de estos tipos hay que llegar, y cada
uno tiene que ser auxiliado tal como es. Si la evolución es una verdad, esta
dificultad es inevitable, y el Instructor divino tiene que hacerle frente y
resolverla, porque de lo contrario su obra resultaría un fracaso. Si el hombre
evoluciona como evoluciona todo lo que le rodea, estas diferencias de
desarrollo, estos diversos grados de inteligencia, tienen que ser una
característica de la humanidad en todas partes, y cada religión del mundo debe
atender a ella. De este modo nos encontramos con una situación tal, que no puede
haber una sola y misma enseñanza religiosa ni aún para una misma nación, y, por
tanto, menos aún para una civilización ni para el mundo todo. Si no hubiese más
que una enseñanza, un gran número de aquellos a quienes se dirige escaparían a
su influencia. Si se hace a propósito para los de inteligencia limitada, de
moralidad elemental, de percepción obtusa, a fin de auxiliarles y educarles de
suerte que pueda evolucionar, se dará una religión por completo inservible: para
aquellos hombres que, viviendo en la misma nación y formando parte de la misma
sociedad, tengan percepciones morales finas y delicadas, una inteligencia
brillante y sutil y una espiritualidad desarrollada. Pero si, por el contrario,
esta última clase es la que ha de ser ayudada, si se da a la inteligencia una
filosofía que pueda considerar admirable, si las percepciones morales delicadas
han de refinarse más, si los albores de la naturaleza espiritual han de llegar a
la plenitud del día perfecto, entonces la religión será tan espiritual, tan
intelectual y moral, que al ser predicada a la otra clase, no hará mella alguna
ni en sus mentes ni en sus corazones; será para ellos una serie de frases sin
sentido, incapaces de despertar sus inteligencias embrionarias, ni de darles
motivo alguno para una conducta que les ayude a desarrollar una moralidad más
pura. Considerando, pues, estos hechos respecto de la religión, teniendo en
cuenta su objeto, sus medios, su origen, la naturaleza y diversidad de
necesidades de las gentes a quienes se dirige, reconociendo la evolución de las
facultades espirituales, intelectuales y morales del hombre, y la necesidad de
que cada cual sea educado con arreglo al estado de evolución que ha alcanzado,
tenemos como consecuencia inevitable, que forzosamente se requiere una enseñanza
religiosa, diversa y graduada que responda a las diferentes exigencias y auxilie
a cada hombre conforme a su estado anímico. Hay todavía otra razón para que la
enseñanza esotérica sea necesaria respecto a cierta clase de verdades. Es un
hecho evidentísimo, en lo que se refiere a esta clase, que "saber es poder." La
pública promulgación de una filosofía profundamente intelectual, suficiente para
educar inteligencias altamente desarrolladas, y para atraer las mentes elevadas,
no puede perjudicar a ninguno.
Puede predicarse sin
vacilación, pues no atrae al ignorante, el cual se aparta de ella considerándola
seca, dura y sin interés. Pero hay enseñanzas que tratan de la constitución de
la naturaleza, que explican leyes recónditas y arrojan luz en procesos ocultos,
cuyo conocimiento implica dominio sobre energías naturales, a quienes se puede
dirigir a ciertos fines, como lo hace el químico con el producto de los
elementos con que trabaja. Semejante conocimiento puede ser muy útil a los
hombres de gran desarrollo, aumentando su capacidad para servicio de la especie
humana. Pero si este conocimiento se hiciese público, podría ser y sería mal
empleado, como lo fue el conocimiento de venenos sutiles en la Edad Media por
los Borgias y otros. Pasaría a manos de gente de inteligencia poderosa, pero de
deseos no refrenados, hombres impelidos por instintos de separatividad, que
buscan el beneficio de sus yo separados, ya quienes nada importa el bien común.
Estos serían atraídos por el deseo de obtener poderes que los elevasen por
encima del nivel general, poniendo a merced suya a la humanidad ordinaria, y se
lanzarían a adquirir los conocimientos que colocan a sus poseedores en una
jerarquía sobrehumana. Con su posesión se harían aún más egoístas, afirmándose
en sus sentimientos de separación; su orgullo sería alimentado, y su inclinación
al apartamiento se pronunciaría más; y de este modo serían inevitablemente
impelidos en la senda diabólica, el Sendero de la Izquierda, cuya meta es el
aislamiento y no la unión. Y no sólo se perjudicarían ellos en su naturaleza
interna, sino que se convertirían en una amenaza para la Sociedad, que ya sufre
bastante por obra de los que tienen más desarrollada la inteligencia que la
moral. De aquí arranca la necesidad de conservar ciertas enseñanzas ocultas para
aquellos que moralmente no están aún en disposición de recibirlas, y esta
necesidad se impone a los Instructores que pueden comunicar semejantes
conocimientos. Ellos desean darlos a los que están dispuestos a emplear los
poderes que confieren, en pro del bien general, para apresurar la evolución
humana, pero se retraen de comunicarlos a quienes los habrían de aplicar en su
propio engrandecimiento y a costa de los demás. Y no se trata de una simple
teoría, según los Anales Ocultos que dan los detalles aludidos en el Génesis VI
y sig. Estos conocimientos eran dados en aquellos remotos tiempos y en el
Continente de los Atlantes, sin ninguna condición rigurosa respecto de la
elevación moral, pureza y desinterés de los candidatos. Los calificados
intelectualmente para ello eran enseñados, lo mismo que se enseña la ciencia
ordinaria en los tiempos modernos. La publicidad, tan imperiosamente exigida
hoy, se concedió entonces, dando por resultado que los hombres se convirtieran
en gigantes del conocimiento, pero también en gigantes de la maldad, hasta que
la tierra gimió bajo sus opresores, y el grito de la humanidad pisoteada vibró a
través de los mundos. Entonces vino la destrucción de los Atlantes, la sumersión
de aquel vasto continente bajo las aguas del Océano, algunos de cuyos
particulares consignan las Escrituras hebreas en el relato del diluvio de Noé, y
las Escrituras indas del lejano Oriente en el relato de Vaivasvata Manu.
Experimentado el peligro de permitir que seres impuros se apoderasen del
conocimiento que es poder, los grandes Instructores impusieron condiciones
rigurosas en lo que respecta a la pureza, desinterés y dominio propio a todos
los candidatos a tales enseñanzas. Ellos rehúsan claramente comunicar
conocimientos de esta naturaleza a ninguno que no consienta en someterse a una
rígida disciplina, encaminada a suprimir toda separación de sentimientos e
intereses. Ellos miden la fuerza moral del candidato aún más que su desarrollo
intelectual, pues la enseñanza misma desarrolla la inteligencia al paso que
refrena la naturaleza moral. Es preferible que los Grandes Seres sean atacados
por los ignorantes a causa de su supuesto egoísmo en reservar conocimientos, a
que precipiten al mundo en una nueva catástrofe como la atlante. Tales son las
razones que justifican la necesidad de un aspecto oculto en todas las
religiones. Cuando de la teoría se pasa a los hechos, ocurre naturalmente
preguntar: ¿Ha existido este aspecto Oculto en el pasado, formando parte de las
religiones del mundo? La contestación debe darse inmediatamente y sin vacilar en
sentido afirmativo; toda gran religión ha tenido una doctrina secreta,
declarándose el depósito del conocimiento místico teórico y del conocimiento
místico práctico u oculto. La explicación mística de la enseñanza popular era
pública, y se presentaba en alegrías, dando un significado aceptable a las
toscas narraciones ya las pueriles y poco racionales historias. Tras del
misticismo teórico, como igualmente tras del misticismo popular, existía el
misticismo práctico; una enseñanza espiritual oculta, la cual se comunicaba
solamente bajo condiciones definidas, condiciones conocidas y públicas, que cada
candidato tenía que cumplir. San Clemente de Alejandría menciona esta división
de los Misterios. "Después de la purificación –dice-, vienen los Misterios
Menores, en los cuales hay algún fundamento de instrucción y de preparación que
sirven de preliminar para lo que ha de venir después: los Grandes Misterios, en
los cuales nada se deja de enseñar acerca del universo, quedando sólo el
contemplar y comprender la naturaleza de las cosas" (4) . Imposible es disputar
esta actitud a las antiguas religiones. Los Misterios de Egipto fueron la gloria
de aquel país, adonde se dirigían los hijos más esclarecidos de Grecia, tales
como Platón, para ser iniciados en Sais y en Tebas por los Maestros de
Sabiduría. Los Misterios de Mithra en Persia, los Misterios de Orfeo y de Baco,
los Misterios Menores de Eleusis, y los de Samotracia, de Escitia, y de Caldea,
son conocidos y aun familiares, al menos en el nombre. El valor de los Misterios
Eleusinos, a pesar de su extrema atenuación, fue grandemente alabado por los
hombres más eminentes de Grecia, tales como Píndaro, Sófocles, Isócrates,
Plutarco y Platón. Se les consideraba especialmente útiles con relación a la
existencia post mortem, porque el iniciado aprendía lo que aseguraba su dicha
futura. Sopater alegaba además, que la iniciación establecía un parentesco entre
el alma y la Naturaleza divina; y en el himno esotérico a Demetrio se hacen
encubiertas referencias al santo niño Jacco y a su muerte y resurrección, según
se las consideraba en los Misterios (5).
De Jámblico, el gran
teúrgico de los siglos III y IV de nuestra Era, puede aprenderse mucho acerca
del objeto de los Misterios. La teurgia era magia, "la última parte de la
ciencia sacerdotal" (6), y se practicaba en los Grandes Misterios para evocar la
aparición de seres superiores. La teoría en que se fundaban estos Misterios,
puede exponerse en breves palabras. Existe UNO, anterior a todos los seres,
inmutable, que mora en la soledad de su propia unidad. De AQUELLO arranca el
Dios Supremo, el Engendrado por Si Mismo, el Bien, el Origen de todas las cosas,
la Raíz, el Dios de Dioses, la Causa Primera que se desenvuelve en luz (7). De
El surge el Mundo Inteligente o universo ideal, a que pertenece la Mente
Universal, el Nous, y los Dioses incorpóreos e intelectuales. De El procede el
Alma del Mundo, a la cual corresponden las “formas divinas intelectuales que
están presentes en los cuerpos visibles de los Dioses" (8) . Luego siguen varias
jerarquías de seres sobrehumanos: Arcángeles, Archones (Gobernantes)
oCosmocratores, Ángeles, Demonios, etc. El hombre es un ser de un orden
inferior, cuya naturaleza está relacionada con aquellos, a los cuales es capaz
de conocer; este conocimiento se adquiría en los Misterios y conducía a la unión
con Dios (9).
Estas doctrinas se
explicaban así en los Misterios: "la emanación de todas las cosas del Uno, su
vuelta hacia el Mismo, y la completa dominación de El" (10) . Además, aquellos
Seres eran evocados y aparecían algunas veces para enseñar, otras para elevar y
purificar con Su mera presencia. "Los Dioses -dice Jámblico-, benévolos y
propicios, comunican su luz a los teúrgicos con profusión no envidiada,
atrayendo sus almas, procurando unirlos a sí y acostumbrándoles, aun viviendo en
el cuerpo, a separarse de él y a dirigirse hacia su eterno principio
inteligente" (11). Porque "teniendo el alma una vida doble, la una en unión con
el cuerpo y la otra separada de él" (12) , es de todo punto necesario conocer el
modo de separarla, a fin de que así pueda unirse con los Dioses por medio de su
parte intelectual y divina, y aprender los genuinos principios del conocimiento
y las verdades del mundo de la inteligencia (13) . "La presencia de los Dioses
nos comunica, realmente, la salud del cuerpo, la virtud del alma, la pureza de
la inteligencia y, en una palabra, eleva todo nuestro ser a su naturaleza
propia. Exhibe lo que no es cuerpo como cuerpo a los ojos del alma, por medio de
los del cuerpo" (14) . Cuando aparecen los Dioses el alma obtiene "la libertad
de las pasiones, una perfección trascendental, y una energía más excelente en
todos conceptos, participando del amor divino y de una alegría inmensa" (15) .
De este modo alcanzamos una vida divina y nos hacemos divinos en realidad (16) .
El punto culminante de los Misterios era la conversión del Iniciado en un Dios,
ya fuese por la unión con un Ser divino fuera de él, ya por la realización del
Yo divino en él. Esto se llamaba éxtasis, estado al cual el Yogi llamaría
Samadhi elevado, para lo cual ha de hallarse el cuerpo grosero en estado de
trance, efectuando entonces el alma libertada su unión con el Gran Ser. El
"éxtasis no es una facultad, sino un estado del alma, en el cual se transforma
de tal modo, que percibe lo que antes estaba oculto para ella. Tal estado no
será permanente hasta que nuestra unión con Dios sea irrevocable; aquí, en la
vida terrestre, el éxtasis no es más que un relámpago... el hombre puede dejar
de ser hombre y convertirse en Dios; pero no puede ser Dios y hombre al mismo
tiempo" (17). Plotino declara que había alcanzado este estado, "pero sólo tres
veces por entonces." Proclo enseñaba también que la única salvación del alma era
volver a su forma intelectual, con lo que escapa del "círculo de generación y
del mucho vagar", y alcanza el verdadero Ser: "la energía simple y uniforme del
período de identidad, en vez del período de excesivo y vago movimiento que se
caracteriza por la diferencia." Esta es la vida que buscaban los iniciados por
Orfeo en los Misterios de Baco y Proserpina, y éste es el resultado de la
práctica de las virtudes purificadoras o catárticas (18).
Tales virtudes eran necesarias pata los Misterios Mayores, porque se referían a
la purificación del cuerpo sutil, en el que actuaba el alma cuando se hallaba
fuera del cuerpo grosero. Las virtudes políticas o prácticas pertenecían a la
vida ordinaria del hombre, y hasta cierto punto se exigían antes que pudiera ser
candidato para una Escuela como la que se ha descrito. Luego venían las virtudes
catárticas, por cuyo medio el cuerpo sutil, el de las emociones y de la mente
inferior, era purificado; en tercer lugar, lo intelectual, perteneciente al
Augoeides, o la forma de luz del intelecto; después lo contemplativo o
paradigmático, por medio de lo cual se realizaba la unión con Dios. Porfirio
escribe: “Aquel que actúa con arreglo a las virtudes prácticas, es un hombre
digno; pero aquel que actúa con arreglo a las virtudes purificadoras, es un
hombre angélico o también un buen demonio. Aquel que actúa con arreglo a las
virtudes intelectuales tan sólo, es un Dios; pero aquel que actúa con arreglo a
las virtudes paradigmáticas, es el Padre de los Dioses" (19). Dábase también
mucha instrucción en los Misterios por medio de las jerarquías de arcángeles y
otras; y de Pitágoras, el gran maestro, que fue iniciado en la India, y que dio
el "conocimiento de las cosas que son" a sus discípulos juramentados, se dice
que poseía tal conocimiento de la música, que la podía emplear para el dominio
de las pasiones más salvajes del hombre y para el esclarecimiento de sus mentes.
De esto presenta Jámblico ejemplos en su Vida de Pitágoras. Parece probable que
el título de Theodidaktos dado a Amonio Saccas, el maestro de Plotino, se
refería menos a la sublimidad de sus enseñanzas que a la instrucción divina que
recibió en los Misterios.
Algunos de los símbolos que se usaban son explicados por Jámblico (20), el cual
recomienda a Porfirio que aparte de su pensamiento la imagen de la cosa
simbolizada y procure alcanzar su significado intelectual. Así, "cieno"
significaba todo lo que era corporal y material; el "Dios sentado sobre el loto"
significaba que Dios trascendía el cieno y el intelecto simbolizado por el loto,
y estando sentado, se hallaba establecido en Si Mismo. Si se le presentaba
"navegando en un barco", implicaba Su gobierno sobre el mundo, y así
sucesivamente (21) . Respecto de este uso de símbolos Proclo observa que "el
método de Orfeo tenía por objeto revelar cosas divinas por medio de símbolos,
método común a todos los escritores de cosas divinas" (22) La Escuela pitagórica
en la Gran Grecia, fue cerrada hacia el final del siglo VI antes de Cristo,
debido a la persecución del poder civil, pero existían otras comunidades que
conservaban la tradición sagrada (23). Mead declara que Platón la acomodó a la
inteligencia, a fin de ponerla a cubierto de una profanación mayor, y que los
ritos eleusinos conservaron algunas de sus formas, aunque habían perdido su
sustancia. "Los neo-platónicos fueron los herederos de Pitágoras y de Platón, y
sus obras deben ser estudiadas por todos los que quieran comprender algo de la
grandeza y hermosura guardada en los Misterios para el mundo. La misma Escuela
pitagórica puede servir como tipo de la disciplina que se imponía. Sobre este
punto, Mead, da muchos pormenores interesantes (24), y observa que: "Los autores
de la antigüedad están de acuerdo en que esta disciplina había logrado producir
los más altos ejemplares, no sólo de castidad y purísimos sentimientos, sino
también de una sencillez de maneras, de una delicadeza y de una afición a
propósitos serios que nadie ha igualado jamás. Esto es admitido hasta por los
escritores cristianos." Los discípulos de la escuela externa hacían vida común
de familia, y a ellos se refiere la cita anterior. En la escuela interna había
tres grados: el primero, de oyentes, que estudiaban durante dos años en
silencio, haciendo cuanto podían para profundizar la enseñanza; el segundo, de
matemáticos, que aprendían geometría y música, y la naturaleza del número, de la
forma, del color y del sonido; el tercer grado era de físicos, a quienes se
enseñaba la cosmogonía y la metafísica. De aquí se pasaba a los verdaderos
Misterios. Los que aspiraban a ingresar en la escuela, debían tener "reputación
intachable y ánimo contento." La gran identidad entre los métodos y los
objetivos perseguidos en estos diversos Misterios y los de Yoga en la India, es
cosa patente, para el observador más superficial. No debe suponerse por esto que
las naciones de la antigüedad obtuviesen sus conocimientos de la India; todas
los adquirían por igual de la fuente única, la Gran Logia del Asia Central, la
cual enviaba sus Iniciados a las diferentes naciones. Todos ellos enseñaban la
misma doctrina, y seguían sistemas idénticos, conducentes a los mismos fines.
Pero existían frecuentes comunicaciones entre los iniciados de los diversos
países, y un lenguaje y un simbolismo comunes. Así Pitágoras vivió entre los
indos, recibiendo una elevada cultura; y más tarde siguió sus pasos Apolonio de
Tiana. También fueron completamente indas, así en la forma como en el fondo, las
últimas palabras de Plotino: "Ahora procuro retrotraer mi Yo interno al Yo Todo"
(25). Entre los indos se mantenía con todo rigor el deber de enseñar el
conocimiento supremo sólo a los dignos. "El misterio más profundo del fin del
conocimiento... no es comunicable sino a un hijo o a un discípulo, cuya mente
esté tranquila" (26). También, después de un bosquejo del Yoga, leemos:
"¡Levantaos! ¡Despertad! ¡Habiendo encontrado a los Grandes, oíd! Es tan difícil
andar por la senda como por el cortante filo de una navaja. Así dicen los
sabios" (27). El instructor es necesario, porque la sola enseñanza escrita no
basta. El "fin del conocimiento" es conocer a Dios -no es sólo creer en El, sino
convertirse en uno con El-, no es sólo adorarlo desde lejos. El hombre debe
comprender la realidad de la Existencia divina, y después conocer -no ya creer
vagamente y esperar-, que su propio Yo más íntimo es uno con Dios, y que el
objeto de la vida es realizar esta unidad. La religión debe guiar al hombre a
esa realización; de lo contrario, valdría tanto "como hacer sonar bronces o
címbalos" (28). Así también se aseguraba que el hombre debía aprender a
abandonar el cuerpo grosero: "Separe el hombre su alma de su propio cuerpo con
firmeza, como un tallo de hierba de su vaina" (29) . ¡Y se escribió!: "En la
áurea y más elevada envoltura mora el inmaculado e inmutable Brahman; El es la
radiante y blanca Luz de luces, conocida de los que conocen el Yo" (30) .
"Cuando el vidente mira al Creador de color de oro, al Señor, al Espíritu, cuya
matriz es Brahman, entonces, habiendo desechado el mérito y el demérito,
alcanza, inmaculado y sabio, la unión más alta" (31). Tampoco los hebreos
carecían de conocimientos secretos y de Escuelas de Iniciación. La reunión de
profetas en Najoth, presidida por Samuel (32) , constituía una Escuela de éstas,
y la enseñanza oral era transmitida entre ellos. Escuelas semejantes existían en
Bethel y Jericó (33) ; y en la Concordance de Cruden (34) hay la interesante
nota siguiente: "Las Escuelas o Colegios de los profetas son las primeras
(escuelas) de que se nos da noticia en la Escritura; donde los hijos de los
profetas, esto es, sus discípulos, llevaban una vida retirada y austera, de
estudio y meditación, instruyéndose en la ley de Dios. . . A estas Escuelas o
Sociedades de los profetas sucedieron las Sinagogas." La Kabbala, que contiene
la enseñanza semipública, es, tal cual hoy se conoce, una compilación moderna,
siendo parte de ella obra del Rabbi Moisés de León, que murió en 1305 de la Era
Cristiana. Consta de cinco libros: Bahir, Zohar, Sepher Sephiroth, Sepher
Yetzirah y Asch Metzareth; y se asegura que habían sido transmitidos oralmente
de tiempos muy antiguos -según se considera la antigüedad históricamente. El
doctor Wynn Westcott dice que la "tradición hebrea asigna a las partes más
antiguas del Zohar una fecha anterior a la construcción del segundo Templo" ; y
se dice que el Rabbi Simeón ben Jochai escribió algo de él en el primer siglo de
nuestra Era. El Sepher Yetzirah es mencionado por Saadjah Gaon, que murió el año
940, como "muy antiguo" (35). Algunas porciones de la antigua enseñanza oral han
sido incorporadas a la Kabbala tal como es ahora, pero la verdadera sabiduría
arcaica de los hebreos permanece bajo la custodia de unos pocos de los
verdaderos hijos de Israel. Breve como es este bosquejo, es suficiente para
demostrar la existencia de un aspecto oculto de las religiones del mundo, sin
contar el Cristianismo; y ahora podemos examinar la cuestión de si el
Cristianismo era o no una excepción de esta regla universal.
Notas del capítulo 1
(1) Salmos XLI-II.
(2) I Cor. XV, 28.
(3) Entre los salvajes actuales, el médico o curandero es la personalidad
prominente; a las funciones propias de este cargo reúne las de adivino y
sacerdote de la tribu. Posee artes mágicas y se hipnotiza a si mismo, girando
rápidamente sobre los pies, hasta que cae al suelo desplomado. Así queda en
condiciones de ejercer la adivinación. A estos individuos alude el texto, pues
suponen los mitólogos que existían igualmente en los tiempos primitivos. - N.
del T.
(4) Biblioteca Ante-Nicena, vol. XII. Clemente de Alejandría, Stromata, lib. V,
capítulo
(5) Véase el artículo sobre "Los Misterios", Encicl. Británica; novena edición.
(6) Psello, citado en Jámblico sobre los misterios. T. Taylor, pág. 343, nota de la
pág. 25, segunda edición.
(7) Jámblico, como ante, pág. 301.
(8) Ibid, pág 72.
(9) El artículo sobre "Misticismo" de la Enciclopedia Británica, contiene lo siguiente
sobre la enseñanza de Plotino (204-206 de la Era cristiana). "El Uno (el Dios
Supremo antes mencionado) se eleva por encima del nous y de las “ideas”;
trasciende por completo la existencia y no es asequible a la razón. Permanece en
reposo y lanza, por decirlo así, rayos de su propia plenitud, una imagen de sí
mismo, que es llamada nous, que constituye el sistema de ideas del mundo
intelectual. El alma es a su vez la imagen o producto del nous, y el alma con su movimiento engendra materia corporal. El alma, de esta suerte, hace frente a dos direcciones: al nous, del cual nace, y a
la vida material, que es su propia producción. El empeño ético consiste en
repudiar lo sensible; la existencia material misma es separación de Dios. . .
Para alcanzar la meta última hay que dejar atrás al pensamiento mismo, pues el
pensamiento es una forma de movimiento, y el deseo del alma es el reposo propio
del Uno. La unión con la divinidad trascendente no depende tanto del
conocimiento o visión como del éxtasis, unión, contacto." El neoplatonismo es,
pues, "en primer término, un sistema de completo racionalismo; se presupone, en
otras palabras, que la razón es capaz de tratar todo el sistema de las cosas.
Pero desde el momento en que se afirma que Dios está por encima de la razón, el
misticismo se convierte. en cierto sentido, en el complemento necesario del
racionalismo que pretende abarcarlo todo. Este sistema alcanza su apogeo en un acto
(10) Jámblico según Ante, pág. 73.
(11) Ibid, págs. 55 y 56.
(12) Ibid, págs. 118 y 119.
(13) Ibid, págs. 118 y 119.
(14) Ibid, págs. 96 y 100.
(15) Ibid, pág. 101.
(16) Ibid, pág. 330.
(17) G. R. S. Mead, Plotino, pág. 42.
(18) Jámblico, pág. 304, nota de la pág. 134.
(19) G. R. S. Mead. Orpheus, págs. 285 y 286.
(20) Jámblico, pág. 364, nota de la pág. 134.
(21) Ibid, pág. 285 y siguientes.
(22) G. R. S. Mead, Orpheus, pág. 59.
(23) Ibid, pág. 50.
(24) G. R. S. Mead, Orpheus, págs. 263. 271.
(25) G. R. S. Mead. Plotinus, pág. 20.
(26) Shvetaishvatarapanishat, VI. 22.
(27) Kathopanishat, III, 14.
(28) I Cor., XIII, I.
(29) Kathopanishat, VI. 17.
(30) Mundakopanishat, II. II, 9.
(31) Mundakopanishat, III, I, 3.
(32) I Sam., XIX, 20.
(33) II Reyes, II, 2, 5.
(34) Epígrafe “School”
(35) Dr. Wynn Westcott, Sepher Yetzirah, pág. 9.
CAPITULO II
EL LADO OCUL TO DEL CRISTIANISMO
(a) EL TESTIMONIO DE
LAS ESCRITURAS
Después de haber visto
que las religiones del pasado proclaman a una tener un lado oculto o ser
guardianes de "Misterios", y que tal afirmación aparece certificada por los más
grandes hombres, al buscar la iniciación, procede investigar ahora si el
Cristianismo se halla fuera de este concepto de religiones, y si es la única que
no tiene una Gnosis, ofreciendo al mundo sólo una creencia sencilla y no un
conocimiento profundo. Si así fuese, sería, a la verdad, un hecho triste y
lamentable, que probaría que el Cristianismo estaba destinado únicamente para
una clase y no para todos los tipos de seres humanos. Pero que esto no es así,
lo podemos demostrar fuera de toda posibilidad de duda racional. De esta prueba
tiene el Cristianismo grandísima necesidad en estos tiempos, porque la flor
misma de la Cristiandad está pereciendo por falta de conocimiento. Si la
enseñanza esotérica pudiera restablecerse y conquistar estudiantes pacientes y
ardorosos, no tardaría mucho sin que lo oculto fuese también restaurado, Los
discípulos de los Misterios Menores se convertirían en candidatos a los Mayores,
y con la reaparición del conocimiento, se lograría otra vez la autoridad de la
enseñanza. Y, verdaderamente, la necesidad es muy grande, pues contemplando el
mundo que nos rodea, vemos que la religión en Occidente está sufriendo por la
dificultad misma que teóricamente debía esperarse encontrar. Habiendo perdido el
Cristianismo su enseñanza mística y esotérica, va viendo desaparecer su
influencia sobre gran número de las personas más altamente educadas,
coincidiendo la vivificación parcial de los últimos años con la restauración de
algunas enseñanzas místicas. Es cosa evidente para todo el que haya estudiado
los últimos cuarenta años del siglo que ha terminado, que mucha gente moral y
pensadora ha abandonado las iglesias porque las enseñanzas que en ellas
recibían, eran un ultraje para su inteligencia y pugnaban con su sentido moral.
Es inútil suponer que el muy extendido agnosticismo de esta época tuviese sus
raíces en la falta de moralidad o en una deliberada perversión de la mente. Todo
el que estudie con atención los fenómenos indicados, convendrá en que personas
de gran inteligencia se han alejado del Cristianismo por la rudeza de las ideas
religiosas que les eran expuestas, por las contradicciones entre las autoridades
de la enseñanza, por los puntos de vista acerca de Dios, del hombre y del
universo, que ningún entendimiento educado podía admitir. Ni es posible tampoco
sostener que una degradación, de cualquier clase que se suponga, fuese la causa
fundamental de la rebelión contra los dogmas de la Iglesia. Los rebeldes no eran
demasiado malos para su religión; al contrario, la religión era la que resultaba
demasiado mala para ellos. La rebelión contra el Cristianismo popular era debida
al despertar y al desarrollo de la conciencia; la conciencia era la que se
revolvía, así como la inteligencia, contra enseñanzas que deshonran a Dios y al
hombre igualmente; que presentan a Dios como un tirano y al hombre como
esencialmente malo, obteniendo la salvación por medio de una sumisión servil. La
razón de esta rebeldía se halla escondida en el gradual rebajamiento de las
enseñanzas cristianas para llegar a la llamada sencillez, con objeto de que los
más ignorantes pudieran comprenderlas. Los protestantes afirmaban muy alto que
no debía predicarse más que aquello que pudiesen comprender todos; que la gloria
del Evangelio estaba en su sencillez, y que el niño y el ignorante debían ser
capaces de comprenderlo y aplicarlo a la vida. Muy verdad, si con esto quería
decirse que ciertas enseñanzas religiosas deben estar al alcance de todos, y que
una religión fracasa si deja fuera de la esfera de su ennoblecedora influencia a
los seres ínfimos, a los más ignorantes, a los más pobres. Pero falso,
completamente falso, si con esto se quiere significar que la religión no tiene
verdades inaccesibles a la ignorancia, que es tan pobre y limitada que no tiene
nada que enseñar que no esté por encima de las mentes rudas o de la estrechez de
miras de la moralidad degradada. Falso, fatalmente falso, si tal es el sentido;
pues a medida que esta opinión se extiende, ocupando los púlpitos y resonando en
las iglesias, muchos seres nobles, cuyos corazones se han desgarrado al romper
los lazos que les unían a su creencia primera, se retiran de los templos y dejan
que su sitio sea ocupado por los hipócritas y los ignorantes. Pasan a un estado
de agnosticismo pasivo, o, si son jóvenes y entusiastas, de agresión activa, no
creyendo que pueda ser lo más elevado lo que así ofende al entendimiento y la
conciencia, y prefiriendo la honradez de un descreimiento manifiesto, a la
mistificación de la inteligencia bajo la férula de una autoridad en que no
reconocen nada de divino. Al estudiar así el modo de pensar del tiempo presente,
comprenderemos que la cuestión de una enseñanza oculta relacionada con el
Cristianismo, es de vital importancia. ¿Ha de sobrevivir el Cristianismo como la
religión de Occidente? ¿Deberá existir en los siglos futuros y continuar
desempeñando su papel en la formación del pensamiento de las razas occidentales
en evolución? Si es así, tiene que recobrar el conocimiento que ha perdido y
poseer de nuevo sus enseñanzas místicas y ocultas; debe presentarse otra vez
como un instructor competente de verdades espirituales, investido de la única
autoridad que vale algo: la autoridad del conocimiento. Sí estas enseñanzas
vuelven a obtenerse, su influencia se verá pronto en manifestaciones más amplias
y profundas de la verdad; los dogmas que ahora aparecen como cascarones vacíos,
sirviendo sólo de grillos, volverán a ser presentaciones parciales de realidades
fundamentales. En primer término, el Cristianismo Esotérico será restaurado en
el "Lugar Santo" del Templo, en forma que todo el que sea capaz de recibirlo,
pueda seguir la dirección de su pensamiento público; y en segundo término, el
Cristianismo Oculto descenderá de nuevo al Adytum, residiendo detrás del Velo
que encubre el "Santuario de los Santuarios", donde sólo el Iniciado puede
penetrar. Entonces volverá a estar la enseñanza oculta al alcance de los que
sean calificados para recibirla conforme a las antiguas reglas, de los que en
estos tiempos estén dispuestos a someterse, a las exigencias impuestas a los que
deseaban conocer la realidad y verdad de las cosas espirituales. Volvamos a la
historia una vez más para ver si el Cristianismo era la única religión que no
tenía enseñanza interna, o si era igual a las demás por la posesión de este
tesoro oculto. Esta es una cuestión de prueba, no de teoría, y debe decidirse
por la autoridad de los documentos existentes, y no por el mero ipse dixit
de los cristianos modernos. Como hecho positivo tenemos que tanto el "Nuevo
Testamento" como los escritos de la Iglesia primitiva, hacen idénticas
declaraciones respecto a la posesión de tales enseñanzas, mostrándonos la
realidad de la existencia de los Misterios -llamados los Misterios de Jesús o
los Misterios del Reino-, las condiciones que se imponían a los candidatos, algo
acerca de la naturaleza general de las enseñanzas que se daban, y otros
detalles. Ciertos pasajes del "Nuevo Testamento" permanecerían por completo
obscuros, si no fuese por la luz que sobre ellos arrojan las declaraciones
definidas de los Padres y Obispos de la Iglesia; pero ¿con esa luz se hacen
claros e inteligibles?
A
la verdad, hubiera sido extraño que fuera de otro modo, si consideramos la
estructura del pensamiento religioso que influyó sobre el Cristianismo
primitivo. Emparentada con los hebreos, los persas y los griegos, matizada por
las creencias aún más antiguas de la India, profundamente dotada de color por el
pensamiento sirio y egipcio, esta última rama del gran brote religioso no podía
menos que volver a afirmar las antiguas tradiciones, y poner al alcance de las
razas occidentales todo el tesoro de las enseñanzas arcaicas. "La fe, un tiempo
dada a los santos", hubiese sido ciertamente privada de su principal valor, si
al ser transmitida al Occidente, se hubiera reservado la perla de la enseñanza
esotérica. El primer testimonio que debe examinarse es el del "Nuevo
Testamento". Para nuestro objeto podemos prescindir de las enfadosas cuestiones
sobre interpretaciones y autores, que corresponden de lleno a los eruditos. La
crítica docta tiene mucho que decir respecto de la edad de los manuscritos, la
autenticidad de los documentos y otros puntos; pero nosotros no tenemos para qué
ocuparnos de esto. Podemos aceptar las Escrituras canónicas, por lo que respecta
a las creencias de la Iglesia primitiva sobre las enseñanzas de Cristo y de sus
discípulos inmediatos y ver lo que dicen acerca de la existencia de una
enseñanza secreta comunicada tan sólo a los pocos. Una vez examinadas las
palabras que se ponen en boca del mismo Jesús, consideradas por la Iglesia de
autoridad suprema, estudiaremos los escritos del gran apóstol San Pablo; luego
nos ocuparemos en las declaraciones hechas por los herederos de la tradición
apostólica, que guiaron la Iglesia durante los primeros siglos. A lo largo de
esta línea no interrumpida de tradiciones y de testimonios escritos, puede
hacerse la afirmación de que el Cristianismo tenía un lado oculto. Veremos,
además, que puede seguirse el rastro de los Misterios Menores de interpretación
mística a través de los siglos sucesivos, hasta llegar a los comienzos del XIX,
y que, aun cuando no quedaron Escuelas de Misticismo, preparatorias de la
Iniciación, después de la desaparición de los Misterios, sin embargo, de tiempo
en tiempo hubo grandes místicos que alcanzaron los estados inferiores del
éxtasis, por medio de sus propios esfuerzos sostenidos, ayudados indudablemente
por Instructores invisibles. Las palabras del Maestro mismo son claras y
definidas, y fueron, según veremos, citadas por Orígenes, haciendo referencia a
la enseñanza secreta conservada en la Iglesia. "Y cuando estuvo solo, los que
estaban cerca de El con los doce, le preguntaron sobre la parábola y El les
dijo: “A vosotros es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que
están fuera, todas las cosas se les comunican por parábolas." y más adelante:
"Con muchas de estas parábolas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían
oír. Y sin parábola no les hablaba; y cuando estaban solos, El explicaba todas
las cosas a sus discípulos" (1). Nótense las significativas palabras "cuando
estaban solos" y la frase "aquellos que están fuera." Lo mismo sucede en la
versión de San Mateo: "Jesús despidió a la multitud y entró en la casa, y sus
discípulos con El." Estas enseñanzas dadas "en la casa", el significado más
íntimo de sus instrucciones, se decía que eran transmitidas de maestro a
maestro. El evangelio da, según puede observarse, las explicaciones místicas
alegóricas, lo cual hemos llamado nosotros los Misterios Menores, pero el
sentido más profundo se decía que sólo se daba a los Iniciados. Además, aun a
Sus mismos apóstoles dice Jesús: "Tengo todavía muchas cosas que deciros; mas
ahora no las podéis llevar" (2). Algunas de ellas las dijo probablemente después
de Su muerte, cuando fue visto por Sus discípulos, "al hablar de cosas
pertenecientes al reino de Dios" (3). Ninguna de ellas fue consignada en
documento público, pero, ¿quién habrá que crea que se descuidaron u olvidaron y
que no fueron transmitidas como tesoro inapreciable? En la Iglesia existía la
tradición de que El visitó a Sus apóstoles durante un tiempo considerable
después de Su muerte, a fin de instruirlos -hecho a que nos referimos más
adelante-; y en el famoso tratado gnóstico el Pistis Sophia, leemos: "Sucedió
que cuando Jesús se levantó de entre los muertos, pasó once años hablando con
Sus discípulos e instruyéndolos" (4) . Hay también la frase que muchos desean
suavizar dándole otro sentido: "No déis lo santo a los perros, ni echéis
vuestras perlas a los puercos" (5). Precepto que verdaderamente es de aplicación
general, pero que era considerado por la Iglesia primitiva como referente a las
enseñanzas secretas. Debe tenerse presente que las palabras no sonaban en los
antiguos tiempos tan duras como ahora; pues la palabra "perros" -como "el
vulgo", “los profanos”-era aplicada a los de fuera por los que se hallaban
dentro de determinado círculo, ya se tratase de una sociedad, o de una nación,
como lo hacían los judíos respecto de todos los gentiles (6) . Algunas veces se
usaba para designar a los que estaban fuera del círculo de Iniciados, y en este
sentido la vemos empleada en la Iglesia primitiva; a aquellos que, por no haber
sido iniciados en los Misterios, se consideraba como fuera del "reino de Dios" o
del "Israel espiritual", se les aplicaba este nombre. Había diversos nombres
asignados exclusivamente al término "El Misterio" o "Los Misterios", los cuales
se empleaban para designar el círculo sagrado de los Iniciados o de los
relacionados con la Iniciación: "El Reino", "El Reino de Dios", "El Reino de los
Cielos", "El Sendero Estrecho", "La Puerta Estrecha", "Los Perfectos", "Los
Salvados", "Vida Eterna", "Vida", "El Segundo Nacimiento", "El Pequeño", "Un
Niño pequeño". El sentido está aclarado por el uso de estas palabras en escritos
cristianos primitivos, y en algunos casos hasta fuera de la comunión cristiana.
Así el término “Los Perfectos” se usaba por los esenios, quienes tenían tres
órdenes en sus comunidades: los Neófitos, los Hermanos y los Perfectos -estos
últimos eran Iniciados, y en tal sentido es empleado generalmente este vocablo
en los antiguos escritos.
"El Niño Pequeño" era el nombre usual para un candidato acabado de iniciar, esto
es, que había logrado su “segundo nacimiento”. Después de conocido este uso,
muchos pasajes oscuros, y de otro modo discordantes, se hacen inteligibles.
Entonces uno le dijo: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" y El les dijo: '
'Porfiad a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán
entrar y no podrán" (7). Si esto se aplica en la forma ordinaria de los
protestantes a la salvación del fuego eterno del infierno, la declaración se
hace increíble, repulsiva. No se puede suponer a ningún Salvador del mundo,
haciendo la afirmación de que muchos de los que tratan de evitar el infierno y
entrar en el cielo, no podrán verificarlo. Pero aplicado el concepto a la
estrecha puerta de la Iniciación ya la liberación del renacimiento, es
perfectamente verdadero y natural. Así también: "Entrad por la puerta estrecha,
pues ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos
son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino
que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (8) . El aviso que sigue
inmediatamente contra los falsos profetas, los instructores de los Misterios
tenebrosos, es de gran aplicación en el asunto. A ningún estudiante podrá pasar
inadvertido el sonido familiar de estas palabras, empleadas en el mismo sentido
en otros escritos. El "Antiguo camino estrecho" es familiar a todos; el sendero
"difícil de andar como el agudo filo de una navaja" (9) que ya se ha mencionado;
el pasar "de una muerte a otra" de aquellos que siguen el camino sembrado de
flores de los deseos, los cuales no conocen a Dios; pues sólo se pacen
inmortales y escapan de la ancha boca de la muerte, de la destrucción siempre
repetida, aquellos hombres que han abandonado todo deseo (10). La alusión a la
muerte se refiere, por supuesto, a los nacimientos repetidos del alma, a la
existencia material grosera, considerada siempre como "muerte" comparada con la
"vida" de los mundos sutiles superiores. La "Puerta Estrecha" era el ingreso en
la Iniciación, y por ella el candidato entraba en "El Reino", y siempre ha sido
y será verdad que sólo pocos pueden atravesar esa puerta, aunque miles de
millones -"una inmensa multitud que nadie 'podría contar" (11) , no unos pocos-,
entran en la dicha del mundo celeste. Así también habló otro gran Maestro, cerca
de tres mil años antes: "Entre millares de hombres, escasamente uno se afana por
la perfección; de los que se afanan y la logran, apenas uno me conoce en
esencia" (12). Pues los Iniciados son pocos en cada generación: la flor de la
humanidad; pero ninguna sentencia siniestra de desdicha eterna se pronuncia en
esta declaración contra la gran mayoría de la raza humana. Los salvados son,
como Proclo enseñaba (13), los que escapan del círculo de la generación dentro
del cual se halla sujeta la humanidad. A este propósito recordaremos la historia
del joven que se acercó a Jesús, y dirigiéndose a El como "Buen Maestro", le
preguntó cómo podía ganar la vida eterna -la bien conocida liberación del
renacimiento por el conocimiento de Dios (14). “Su primera contestación fue el
precepto regular esotérico: "Guarda los mandamientos". Pero cuando el mancebo
contestó: "Todas esas cosas las he guardado desde mi juventud"; entonces a
aquella conciencia libre de todo conocimiento de trasgresión, vino la respuesta
del verdadero Maestro: "'Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dalo a
los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven y sígueme." "Si quieres ser
perfecto, conviértete en un individuo del Reino; debes abrazar la pobreza y la
obediencia." y luego Jesús explica a Sus propios discípulos que un hombre rico
difícilmente puede entrar en el Reino de los Cielos; que tal entrada es más
difícil que para un camello pasar por el ojo de una aguja; para los hombres esto
es imposible; para Dios todas las cosas son posibles (15). Sólo el Dios en el
hombre puede pasar esa barrera. Este texto ha sido diversamente explicado,
siendo a todas luces imposible tomarlo en su sentido superficial, de que un
hombre rico no puede entrar en un estado post mortem de dicha. El hombre rico
puede alcanzar ese estado lo mismo que el pobre, y la práctica universal de los
cristianos demuestra que no creen ni por un momento que la riqueza ponga en
peligro su dicha después de la muerte. Pero si nos fijamos en el verdadero
significado del Reino de los Cielos, tendremos la expresión de un hecho directo
y sencillo. Porque ese conocimiento de Dios que es Vida Eterna (16) , no puede
obtenerse hasta que se haya abandonado todo lo terrestre, no puede aprenderse
hasta que se haya hecho sacrificio de todo. El hombre tiene que renunciar, no
sólo a la riqueza terrena, que en lo sucesivo ha de pasar por sus manos como si
fuese administrador de ella, sino que debe, además, abandonar su riqueza interna
en cuanto la considere como suya propia frente al mundo; mientras no se haya
despojado hasta la desnudez, no puede pasar por la angosta entrada. Tal ha sido
siempre la condición exigida para la Iniciación; los candidatos a ella deben
hacer voto de "pobreza, de obediencia y de castidad." El "segundo nacimiento" es
otro nombre, muy conocido, de la Iniciación; aun hoy en la India los individuos
de las castas superiores son llamados "dos veces nacidos", y la ceremonia que
los hace dos veces nacidos, es una ceremonia de la Iniciación -la mera. corteza,
a la verdad, en estos tiempos, pero "la muestra de las cosas del Cielo" (17).
Cuando Jesús habla de Nicodemo, declara que "a menos que un hombre nazca otra
vez, no puede ver el reino de Dios", y menciona este nacimiento como el "del
agua y, del Espíritu" (18) ; esta es la primera Iniciación; otra posterior es la
del Espíritu Santo y el fuego (19) , el bautismo del Iniciado en su virilidad,
así como el primero es el del nacimiento, que le da la bienvenida como "el Niño
Pequeño" que entra en el Reino (20) Cuán bien conocidas eran estas imágenes en
la mística de los judíos, se demuestra por la sorpresa que manifestó Jesús
cuando dijo a Nicodemo, confundido con su fraseología mística: "¿Eres tú maestro
en Israel y no conoces estas cosas?" (21). Otro precepto de Jesús que subsiste
como "un dicho difícil de entender", dirigido a sus discípulos, es el de: "Sed,
pues, Vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los Cielos es perfecto"
(22). El cristiano ordinario sabe muy bien que no le es posible obedecer este
mandato; lleno de fragilidades ordinarias humanas, ¿cómo podrá hacerse tan
perfecto como Dios? Vista la imposibilidad de la empresa que le presentan, la
pone tranquilamente a un lado y no piensa más en ella. Pero considerada como el
esfuerzo final de muchas vidas de constante progreso, como el triunfo del Dios
que está dentro de nosotros, sobre la naturaleza inferior, se coloca a una
distancia calculable, haciéndonos recordar las palabras de Porfirio, de cómo el
hombre que lleva a cabo “las virtudes paradigmáticas, es el Padre de los Dioses”
(23), y que en los Misterios estas virtudes eran adquiridas. San Pablo sigue los
pasos de su Maestro, y habla exactamente en el mismo sentido, pero más explícito
y con mayor claridad, como era de esperar de su obra organizadora de la Iglesia.
El estudiante debe leer con atención los capítulos II y III y el versículo I del
capítulo IV de la Primera Epístola a los Corintios, teniendo presente que las
palabras iban dirigidas a individuos bautizados que formaban parte de la
Iglesia, y que eran miembros completos de ella, desde el punto de vista moderno,
aunque considerados como niños y como carnales por el Apóstol. No eran
catecúmenos o neófitos, sino hombres y mujeres que estaban en plena posesión de
todos los privilegios y responsabilidades de la comunidad cristiana, reconocidos
por el Apóstol como apartados del mundo, y tenidos en la confianza de que no
habrían de proceder como los hombres del mundo. Estaban, en una palabra, en
posesión de todo lo que la Iglesia moderna da a sus miembros. Resumamos las
palabras del Apóstol: "Vine a vosotros trayendo el testimonio divino, no para
halagaros con la sabiduría humana, sino con el poder del Espíritu. En verdad,
hablamos de sabiduría entre aquellos que son perfectos, pero no es sabiduría
alguna humana. Hablamos la sabiduría de Dios en un misterio, hasta la sabiduría
oculta, que Dios ordenó antes que el mundo empezara, y que ni aún príncipe,
alguno del mundo conoce. Las cosas de esta sabiduría están fuera del alcance del
pensamiento de los hombres, pero Dios nos las ha revelado por medio de su
Espíritu. . . las cosas profundas de Dios, que el Espíritu Santo enseña (24).
Estas son cosas espirituales que sólo puede entender el hombre espiritual, en
quien está la mente de Cristo y yo, hermanos, no podía hablaros como a
espirituales, sino como a carnales, y aun como a niños de Cristo... Vosotros
erais incapaces de llevarlo, y aun lo sois ahora. Porque todavía sois carnales.
Como sabio maestro masón (25) he echado los cimientos, y vosotros sois el templo
de Dios, y el Espíritu de Dios mora en vosotros. Haced que se os considere como
ministros de Cristo, y mayordomos de los misterios de Dios." ¿Puede leer alguien
este pasaje -en cuyo resumen sólo se ha puesto de manifiesto los puntos
salientes-sin reconocer el hecho de que el Apóstol poseía una sabiduría divina,
que enseñaba en los Misterios, la cual no podían aún recibir sus discípulos
corintios? y obsérvese los términos empleados: la "sabiduría", la "sabiduría de
Dios es un misterio", la "sabiduría oculta", sólo conocida del "hombre
espiritual", hablada sólo entre los "perfectos", sabiduría de la que eran
excluidos los no "espirituales", los "niños en Cristo", los "carnales", conocida
del "sabio maestro masón"; el "mayordomo de los Misterios de Dios." Una y otra
vez vuelve a referirse a estos Misterios. Al escribir a los efesios cristianos
dice: "por revelación (levantando el velo) me fue declarado el Misterio" ; de
aquí su conocimiento del Misterio de Cristo; y le era dado aclarar a todos cuál
sea la "dispensación del Misterio" (26) . "De este Misterio, repitió a los
colosenses, había sido hecho ministro", "el Misterio que había estado oculto
desde los siglos y edades, mas ahora ha sido manifestado a Sus Santos"; no al
mundo, ni aun siquiera a los cristianos, sino sólo a los Santos. Para ellos fue
alzado el velo "de la gloria de este Misterio"; ¿y qué era éste? "Cristo en
vosotros" -frase significativa que, como pronto veremos, pertenecía a la vida
del Iniciado; así cada hombre debe al fin aprender la sabiduría y llegar a ser
"perfecto en Cristo Jesús" (27). A estos colosenses les pide que rueguen a "Dios
que nos abra la puerta de la palabra para hablar el misterio de Cristo" (28),
pasaje a que se refiere San Clemente, por ser uno en que el Apóstol "revela con
claridad que el conocimiento no pertenece a todos" (29). Del mismo modo escribe
a su amado Timoteo, recomendándole que escoja los diáconos entre aquellos que
mantienen el "Misterio de la fe con una conciencia pura", ese gran "Misterio de
la Piedad" que él había aprendido (30), cuyo conocimiento era necesario para los
maestros de la Iglesia. Ahora bien; la importancia de San Timoteo como
representante de la siguiente generación de instructores cristianos, es
indudable. Fue discípulo de San Pablo y designado por él para guiar y gobernar
una parte de la Iglesia. Por lo visto, había sido iniciado en los Misterios por
el mismo San Pablo, a lo cual se hace referencia, según resulta de las frases
técnicas empleadas otra vez como clave. "Este cargo te doy, hijo Timoteo, con
arreglo a las profecías que de ti se dijeron " (31): la solemne bendición del
Iniciador que admitía al candidato; pero el Iniciador no estaba sólo presente:
"No descuides el don que está en ti, el cual te fue dado por profecía, con la
imposición de manos del Presbiterio" (32), de los Hermanos Mayores. y le
recuerda que se atenga firmemente a esa "eterna vida, a la que también estás
llamado, habiendo hecho una buena profesión delante de muchos testigos" (33)
-los votos del nuevo Iniciado, hechos en presencia de los Hermanos Mayores y de
la asamblea de Iniciados. El conocimiento que entonces se comunicaba, era el
cargo sagrado que hace exclamar con tanta vehemencia a San Pablo: "¡Oh, Timoteo,
guarda bien lo que te ha sido confiado!" (34): no el conocimiento que en común
poseían los cristianos, respecto del cual ninguna obligación especial había
contraído Timoteo, sino el sagrado depósito que se le había transferido como
Iniciado, esencial a la prosperidad de la Iglesia. San Pablo, posteriormente,
vuelve sobre lo mismo, poniendo particular empeño en asunto de tan suprema
importancia, de un modo que resultaría exagerado, si tal conocimiento hubiese
sido propiedad común de los cristianos: “Retén la forma de las sanas palabras
que de mi oíste. . . Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que habita en
nosotros” (35) -la más seria invocación que labios humanos pueden formular.
Además, era obligación suya el proveer a la debida transmisión de este sagrado
depósito, para que fuese pasando de mano en mano a las futuras generaciones, y
así la Iglesia no careciese jamás de verdaderos instructores: "Las cosas que has
oído de mí ante muchos testigos" -las sagradas enseñanzas orales, en la asamblea
de Iniciados, que atestiguan la exactitud de la transmisión-"esto encarga a
hombres fieles, que sean idóneos para enseñar también a otros" (36). El
conocimiento, o si se prefiere otra palabra, la suposición de que la Iglesia
poseía estas enseñanzas ocultas, arroja una gran luz sobre las diseminadas
indicaciones que San Pablo hizo respecto a sí mismo, y cuando se las reúne, nos
encontramos con un bosquejo de la evolución del Iniciado. San Pablo declara que,
aun cuando se hallaba ya entre los perfectos, los iniciados -pues dice: " Así
que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos", él no había aún
"alcanzado", ni era, a la verdad, del todo "perfecto", porque no había aún
ganado a Cristo, no había alcanzado todavía "la soberana vocación de Dios en
Cristo Jesús", "la virtud de Su resurrección, y la participación de Sus
padecimientos, en conformidad a Su muerte" ; y procuraba "si en alguna manera
llegase a la resurrección de los muertos" (37) . Porque esta era la Iniciación
que libraba, la que hacía al iniciado Maestro Perfecto, el Cristo Resucitado,
libertándole finalmente de los muertos”, de la humanidad que se halla dentro del
círculo de la generación, de los lazos que sujetan el alma a la materia grosera.
Aquí se presentan de nuevo numerosos términos técnicos; y aún el lector más
superficial encontrará patente que la “resurrección de los muertos” de que aquí
se trata, no puede ser la común resurrección que profesa el Cristianismo
moderno; pues considerándose ésta inevitable para todos los hombres, es evidente
que no requiere ningún esfuerzo especial por parte de nadie para alcanzarla. A
la verdad, la palabra misma "alcanzar" estaría fuera de lugar aplicada a un
acontecimiento universal e ineludible. San Pablo no podía evitar esta
resurrección, conforme al punto de vista del Cristianismo moderno. ¿Cuál era,
pues, la resurrección para cuyo logro estaba haciendo tan vehementes esfuerzos?
Una vez más la única respuesta procede de los Misterios. En ellos, cuando el
Iniciado se aproximaba a la especial Iniciación que libraba del ciclo de las
reencarnaciones, del círculo de la generación, era llamado "el Cristo que
sufre"; entonces tomaba parte en los padecimientos del Salvador del mundo, era
crucificado místicamente, "obraba en conformidad a su muerte", y así alcanzaba
la resurrección, la intimidad con el Cristo glorificado, después de lo cual la
muerte no tenía ningún poder sobre él (38). Este era "el premio" por el cual
acentuaba sus esfuerzos el gran Apóstol, impulsando "a todos los perfectos", y
no a los creyentes ordinarios, a seguir el mismo empeño. Que no se contentasen
con lo que habían conseguido, sino que pugnasen por avanzar. Esta semejanza del
Iniciado con Cristo es, ciertamente, el verdadero fondo de los Misterios
Mayores, como veremos más particularmente cuando estudiemos "El Cristo Místico."
El Iniciado no debía ya considerar fuera de sí al Cristo: "Aun si a Cristo
conocimos, según la carne, empero ahora ya no le conocemos" (39). El creyente
ordinario estaba "vestido de Cristo"; porque todos los que habéis sido
bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos" (40). Entonces ellos eran los
"niños en Cristo", a quienes ya se ha hecho referencia, y Cristo era el Salvador
a quien acudían en demanda de socorro, teniendo conocimiento de El, "según la
carne." Mas cuando ellos habían dominado la naturaleza inferior y dejaban de ser
"carnales", entonces estaban a punto de entrar en un sendero más elevado, y de
convertirse a sí mismos en Cristo. Esto, que el Apóstol había ya alcanzado, era
lo que ansiaba para sus discípulos: "Hijitos míos, que vuelvo otra vez a estar
de parto de vosotros, hasta que Cristo sea formado en vosotros (41). El era ya
su padre espiritual, "que yo os engendré por el evangelio" (42), dice. Pero
ahora quería darlos de nuevo a luz, conducirlos como madre a un segundo
nacimiento. Entonces el niño Cristo, el Niño Santo, nacía en el alma, "el hombre
del corazón que está encubierto" (43); así el Iniciado se convertía en este
"Niño Pequeño"; en lo sucesivo debía vivir en su propia persona la vida del
Cristo, hasta llegar a ser el "varón perfecto a la medida de la edad de la
plenitud de Cristo" (44). Entonces él, como lo estaba haciendo San Pablo,
cumplía en su carne las aflicciones de Cristo (45), "llevando siempre por todas
partes la muerte de Jesús en el cuerpo" (46), de suerte que podía decir en
verdad: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo; no ya yo, mas vive
Cristo en mí" (47). Así sufría el Apóstol mismo; de ese modo se describía, y
cuando ha terminado la lucha, cuán diferente es el reposado acento del triunfo
del violento esfuerzo de los primeros años: "Yo ya estoy para ser ofrecido, y el
tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la
carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de
justicia" (48). Esta corona se daba "al que vencía", de quien decía el Cristo
ascendido: "yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá
fuera" (49) Porque después de la "Resurrección" el Iniciado se ha convertido en
el Hombre Perfecto, en el Maestro, y no vuelve ya a salir del Templo, sino que
desde él sirve a los mundos y los guía. Conviene indicar, antes de terminar este
capítulo, que el mismo San Pablo autoriza el empleo de las enseñanzas místicas
teóricas, para explicar los sucesos históricos consignados en las Escrituras. No
considera la historia trazada en ellas como meros anales de acontecimientos
ocurridos en el plano físico. Siendo un verdadero místico, veía en los sucesos
físicos las sombras de las verdades universales desarrollándose constantemente
en mundos más íntimos y elevados, y sabía que los sucesos escogidos para ser
conservados en los escritos ocultos eran típicos, debiendo servir su explicación
para instruir a los hombres. Así emplea la historia de Abraham, Sara, Agar,
Ismael e Isaac, y afirmando que "estas cosas son dichas por alegoría" procede a
dar la interpretación mística (50). Refiriéndose a la huída de los israelitas de
Egipto, habla del Mar Rojo como de un bautismo, del maná y del agua, como vianda
y bebida espiritual, de la roca de donde fluía el agua, como Cristo (51). Ve el
gran misterio de la unión de Cristo con Su Iglesia en la relación humana del
marido y la mujer, y habla de los cristianos como la carne y los huesos del
cuerpo de Cristo (52). El autor de la Epístola a los hebreos interpreta
alegóricamente todo el culto judío. En el templo ve una copia del templo
celestial; en el Sumo Sacerdote ve a Cristo; en los sacrificios, la ofrenda del
Hijo sin mancha; los sacerdotes del templo no son sino "sombra y bosquejo de las
cosas celestiales", del sacerdocio celestial que sirve en "el verdadero
tabernáculo." Desde los capítulos tercero al décimo, ambos inclusive, se
desarrolla una muy trabajada alegoría, dando a entender el autor que el Espíritu
Santo quería significar así el sentido más profundo; todo era “figura de aquel
tiempo presente”. Este concepto de los escritos sagrados no implica que los
acontecimientos que se consignan, no hubiesen sucedido, sino que su realización
física era cuestión de menor importancia. Tal explicación equivale a levantar el
velo de los Misterios Menores, que es la enseñanza mística que se permite dar al
mundo. No es esto como muchos creen, un mero juego imaginativo, sino el
resultado de una verdadera intuición que ve los modelos en el plano celeste, y
no ya sólo las sombras que aquellos proyectan sobre el bastidor del tiempo
terrestre.
Notas del capítulo 2
(1) San Marcos IV, 10, 11, 33, 34. Véase también San Mateo XIII, 11, 34, 36 y San Lucas
VIII, 10.
(2) San Juan XVI, 12.
(3) Hechos I, 3.
(4) Loc. cit. Trad. por G. R. S. Mead. III.
(5) San Mateo VII, 6.
(6) Como con la mujer griega: “No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los
perrillos”. San Marcos VII, 27.
(7) San Lucas XIII, 23, 24.
(8) San Mateo VII, 13, 14.
(9) Kathopanishat II, IV, 10, 11.
(10) Brihaddranyacopanishat IV, IV, 7 ,
(11) Apoc. VII, 9.
(12) Bhagavad Cita VII, 3.
(13) Ante, pág. 26.
(14) Debe tenerse presente que los judíos creían que todas las almas imperfectas
volvían a vivir otra vez en la tierra.
(15) San Mateo XIX, 16, 26.
(16) San Juan XVII, 3.
(17) Heb. IX. 23.
(18) San Juan III. 3, 5.
(19) San Mateo, lll, 11.
(20) San Mateo XVIII, 3.
(21) San Juan III, 10.
(22) San Mateo V, 48.
(23) Ante, pág. 28.
(24) Obsérvese cómo esto se relaciona con la promesa de Jesús en San Juan XVI, 12-14: "Tengo todavía
muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar. Pero cuando viniere
aquel Espíritu de Verdad. El os guiará en toda verdad. "El os hará saber las
cosas que han de venir. . . El tomará de lo mío y os lo hará saber."
(25) Otro nombre técnico de los Misterios.
(26) Efes., III, 3, 4, 9.
(27) Col. I. 23, 25-28. Pero San Clemente en su Stromata traduce "cada hombre" como
"todo el hombre". Véase lib. V, cap. X.
(28) Col. IV, 3.
(29) Biblioteca antenicena, vol. XII. Clemente de Alejandría. Stromata, lib. V, cap.
X. Algunos dichos más de los Apóstoles pueden verse en las citas de San
Clemente, demostrando, que significado tenían para los que sucedieron a
aquellos, y vivían en la misma atmósfera de pensamiento.
(30) I, Tim., III, 9, 16.
(31) Ibid, I, 18.
(32) Ibid, IV, 14.
(33) Ibid, VI, 12.
(34) I. Tim. 20.
(35) II, Ibid. I. 13, 14.
(36) Ibid, II, 2.
\(37) Filip. III, 8, 10-12, 14, 15.
(38) Apoc. I, 18. "Yo soy El que vivo y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos
de siglos. Amén."
(39) II. Cor., VI. 16.
(40) Ga1. III, 27.
(41) Gal.. IV, 19.
(42) I, Cor., IV, 15.
(43) I, San Ped., III, 4.
(44) Ef., IV, 13.
(45) Col., I, 24.
(46) II, Cor., IV, 10.
(47) Gal., II, 20.
(48) II, Tim., IV, 6-8.
(49) Apoc., III, 12.
(50) Gal., IV, 22-31.
(51) I, Cor., X, 1-4.
(52) Ef., V, 23-32.
CAPITULO III
EL LADO OCULTO DEL CRISTIANISMO
(b) EL TESTIMONIO DE
LA IGLESIA
Algunos, quizá,
admitirán sin dificultad que los Apóstoles y sus sucesores inmediatos tenían de
las cosas espirituales un conocimiento más profundo que el corriente entre la
masa de fieles que les rodeaban; pero serán pocos, probablemente, los que estén
dispuestos a dar un paso más y abandonar el círculo encantado, aceptando los
Misterios de la Iglesia primitiva como el depósito de su sagrado saber. Sin
embargo, hemos visto a San Pablo cuidando a San Timoteo y dándole instrucciones
para que a su vez iniciase a otros que debían oportunamente transferirla para
que pasase de mano en mano. Consta, pues, la provisión de cuatro generaciones
sucesivas de maestros, mencionados en las Escrituras mismas, las cuales
generaciones sobrevivieron con mucho a los escritores de la Iglesia primitiva
que dan testimonio de la existencia de los Misterios; pues de ellos los hay
discípulos de los mismos Apóstoles, si bien las declaraciones más terminantes
son las de aquellos que se hallan separados de los Apóstoles por un escalón
intermedio. Ahora bien; cuando estudiamos los escritos de la Iglesia primitiva,
nos encontramos con alusiones que sólo son inteligibles, admitiendo la
existencia de los Misterios, y más adelante hallamos declaraciones de que los
Misterios existían. Esto debía esperarse, teniendo en cuenta el punto en que el
Nuevo Testamento deja la cuestión; pero siempre es satisfactorio ver que los
hechos responden a la previsión. Los primeros testigos son los llamados Padres
apostólicos, discípulos de los Apóstoles; pero quedan muy pocas obras suyas, y
éstas son discutidas. No habiendo sido escritas con el carácter de controversia,
sus declaraciones no son tan categóricas como las de los escritos posteriores.
Sus cartas tienen por objeto animar a los creyentes. Policarpo, obispo de
Esmirna y discípulo, lo mismo que Ignacio, de San Juan (1), manifiesta confianza
en que las personas a quienes se dirige estén bien versadas en las Sagradas
Escrituras y en que nada os sea oculto; pero a mí aún no se ha concedido este
privilegio" (2), escribe, a lo que parece, antes de obtener la iniciación
completa. Barnabas habla de comunicar "alguna parte de lo que yo mismo he
recibido" (3), y después de exponer la interpretación mística de la Ley, declara
que "nosotros, pues, entendiendo rectamente Sus mandamientos, los explicamos
como el Señor quería”. (4) Ignacio, obispo de Antioquía y discípulo de San Juan
(5) dice de si mismo que "todavía no soy perfecto en Jesucristo, pues comienzo
ahora a ser discípulo y os hablo como a mis condiscípulos"
(6) , y se refiere a ellos como “iniciados en los misterios del Evangelio por
Pablo, el santo, el mártir” (7). También dice: "¿No podría yo escribiros cosas
más llenas de misterio? Temo hacerlo, sin embargo, porque quizá os causara daño,
pues no sois más que niños. Perdonad me en este particular, no sea que,
incapaces de soportar tan pesada carga, seáis aplastados por ella. Yo mismo,
aunque ligado (por Cristo) y capaz de comprender cosas del cielo, las jerarquías
angélicas y las diferentes clases de ángeles y huestes, la diferencia entre
poderes y dominios y las variedades de tronos y autoridades, el poder de los
eones, la preeminencia de querubines y serafines, la sublimidad del Espíritu, el
reino del Señor, y sobre todo la incomparable majestad del Dios Omnipotente,
aunque versado en estas cosas, sin embargo, estoy muy lejos de ser perfecto y de
ser un discípulo como Pablo o Pedro" (8) . Este pasaje es interesante, porque
demuestra que la organización de las jerarquías celestiales era uno de los
asuntos que se enseñaban en los Misterios. Además habla del Sumo Sacerdote, el
Hierofante, "que es el encargado del sancta sanctorum y el único a quien se han
confiado los secretos de Dios" (9). Nos encontramos en seguida con San Clemente
de Alejandría y con su discípulo Orígenes, los dos escritores de los siglos II y
III, que dicen más acerca de los misterios de la Iglesia primitiva. Aunque la
atmósfera general está llena de alusiones místicas, estos dos son claros y
categóricos en sus declaraciones de que los Misterios eran una institución
reconocida. Ahora bien; San Clemente, que era discípulo de Panteno, habla de
éste y de otros dos, que, según conjeturas, eran probablemente Taciano y
Teodoto, como "guardianes de la tradición de la bendita doctrina emanada
directamente de los Santos Apóstoles Pedro, Santiago, Juan y Pablo" (10),
mediando, por tanto, sólo un eslabón entre él y los Apóstoles. El fue el jefe de
la Escuela catequística de Alejandría en el año 189 de nuestra Era, y murió en
220. Orígenes, discípulo suyo, nació en 185, y fue quizá el más sabio de los
Padres, y un hombre de la más rara belleza moral. Estos son los testigos de
quienes hemos recibido las declaraciones más importantes acerca de la existencia
de Misterios definidos en la Iglesia primitiva. La Stromata o Misceláneas de
San. Clemente constituye la fuente de nuestra información acerca de los
Misterios en su tiempo. El mismo habla de estos escritos como de una "miscelánea
de notas gnósticas con arreglo a la verdadera filosofía" (11); y también loS
califica de memorándum de las enseñanzas que él mismo había recibido de Panteno.
El pasaje es instructivo: "El Señor... nos permitió comunicar sus Misterios
divinos y esa santa luz a aquellos que pueden recibirlos. El no descubrió,
ciertamente, a los muchos lo que a los muchos no pertenecía, sino a loS pocos, a
quienes él sabía que pertenecían, a los que eran capaces de recibirlos o de
amoldarse a ellos. Pero las cosas secretas se confían a la palabra, no a la
escritura, como hace Dios. y si alguno dice (12) que está escrito "que nada hay
secreto que no deba ser revelado, ni nada oculto que no deba ser descubierto",
que sepa también de nosotros que el que oye en secreto, hasta lo secreto le será
manifestado. Esto es lo predicho por tal oráculo. Y para aquel que es capaz de
observar en secreto lo que se le da, será descubierto como verdad lo que está
velado; y lo que está oculto a los muchos, aparecerá manifiesto a los pocos. . .
Los Misterios se revelan místicamente; lo que se habla puede estar en la boca
del que habla; pero más bien que en su voz está en su intención... Estas
memorias mías son deficientes si se las compara con aquel espíritu lleno de
gracia que tuve el privilegio de escuchar. Pero serán una imagen para
representar el arquetipo en la mente de aquel que haya sido tocado con el
Tirso." Será oportuno explicar aquí que el Tirso era la vara que llevaban los
Iniciados, con la cual tocaban a los candidatos durante la ceremonia de la
Iniciación. Tenía un significado místico que simbolizaba la médula espinal y la
glándula pineal en los Misterios Menores, y una Vara, conocida de los
Ocultistas, en las Mayores. Por tanto, el decir "aquel que fue tocado con el
Tirso", era exactamente lo mismo que decir "aquel que fue iniciado en los
Misterios." Clemente prosigue: “Nosotros declaramos que no hacemos la
explicación completa de las cosas secretas; lejos de esto, sólo suscitamos la
memoria de ellas, ya sea porque hemos olvidado algo, ya sea que nos propongamos
evitar que se olviden. Yo bien sé que muchas cosas se nos han borrado con el
transcurso del tiempo, se nos han desvanecido por no estar escritas... Hay,
pues, algunas cosas de que no hacemos memoria; ¡el poder de que estaban dotados
los hombres benditos era tan grande!" Este es un caso frecuente entre aquellos
que son enseñados por los grandes Seres, porque Su presencia estimula y pone en
actividad poderes que están normalmente latentes y que el discípulo no puede
despertar si no es ayudado. "Hay también algunas cosas que, desatendidas largo
tiempo, al fin se han desvanecido; otras se borran desapareciendo por completo
de la mente, por no ser tarea fácil para los inexpertos el retenerlas: éstas las
hago revivir en mis comentarios. Algunas cosas omito deliberadamente, haciendo
uso de una prudente selección, pues temo escribir lo que me guardo de hablar, no
por falta de buena voluntad -lo cual sería culpable-sino por miedo que mis
lectores tropiecen, interpretándolas en sentido erróneo; esto equivaldría, como
dice el proverbio, a "entregar una espada a un niño". Es imposible que lo
escrito deje de llegar a manos de alguien, aunque yo no lo publique. Y por más
vueltas que se dé a la única voz de la escritura, nada responderá ésta al que le
pregunte, más allá de lo escrito; pues se requiere necesariamente la ayuda de
alguno, bien sea del que escribió o de otro que haya seguido sus pasos. Algunas
cosas apuntará mi tratado; en otras se extenderá; otras apenas serán
mencionadas. Hablará imperceptiblemente, mostrará en secreto y demostrará en
silencio" (13). Este pasaje solo basta para probar la existencia de una
enseñanza secreta en la Iglesia primitiva. Pero no es el único que encontramos.
En el capitulo XII de este mismo Libro I, titulado "Los Misterios de la Fe no
son para todos", Clemente declara que, pues otros además de los sabios pueden
leer su obra, “es forzoso encerrar en un Misterio la sabiduría hablada que
enseñó el Hijo de Dios”. Se requería lengua purificada en el que hablaba, oídos
purificados en el que oía. "Tales eran los obstáculos en el camino de mi
escrito. Y aún ahora temo, como vulgarmente se dice, "echar margaritas a
puercos, para que las pisoteen y se vuelvan contra nosotros y nos destruyan."
Porque es difícil poner de manifiesto las palabras realmente puras y
transparentes que se refieren a la verdadera luz, a oyentes groseros y sin
instrucción. Apenas podría encontrarse cosa más risible que ésta para las
muchedumbres, así como, por el contrario, nada más admirable e inspirador para
las naturalezas nobles. Los sabios no profieren con su boca lo que razonan en
consejo. "Lo que recibáis al oído -dijo el Señor-proclamad lo en las casas" ;
ordenando así adquirir las tradiciones secretas del verdadero conocimiento y
explicarlas clara y terminantemente; y conforme se las reciba al oído,
transmitirlas a quien es debido. Mas no nos ordena comunicar a todos sin
distinción el sentido de lo que se le dice en parábolas. Por tanto, sólo consigo
en las memorias un bosquejo que contiene la verdad muy esparcida, para que pueda
escapar a la penetración de aquellos que recogen las semillas como los grajos;
mas si tropiezan con un buen cultivador, cada una de ellas germinará y producirá
grano." Clemente pudo haber añadido que "proclamar en las casas" significaba
proclamar o explicar en la asamblea de los Perfectos, de los Iniciados, y en
modo alguno predicar en alta voz a la multitud en las calles.
En otra parte dice que
los que "todavía son ciegos y mudos, y no tienen entendimiento, ni la visión
penetrante y serena del alma contemplativa. . . deben permanecer fuera del coro
divino. . . Por lo cual, conforme al método de ocultación, la Palabra realmente
sagrada y divina, la más necesaria para nosotros, guardada en la urna de la
verdad, se señalaba por los egipcios en lo que ellos llamaban el adyta y por los
hebreos en el velo. Sólo a lo consagrados. . . les era dado penetrar allí.
Platón también consideró ilícito que "los impuros tocasen lo puro." De aquí que
las profecías y oráculos se expongan en enigmas, y que los Misterios no sean
manifestados libremente a todos sin distinción, sino sólo después de ciertas
purificaciones e instrucciones previas" (14). Después discurre largamente sobre
los símbolos, explicando los pitagóricos, los hebreos y los egipcios (15), y
luego observa que el hombre ignorante y sin instrucción no los comprende. "Pero
los gnósticos los entienden. Por tanto, no conviene que todas las cosas sean
expuestas sin discreción a todos indistintamente, ni que los beneficios de la
sabiduría sean comunicados a los que ni aun en sueños han sido purificados en el
alma (pues no es permitido transmitir al primero que llega lo que se ha
adquirido con tan penosos esfuerzos); ni son los Misterios de la Palabra para
ser entregados al profano." Los pitagóricos y Platón, Zenón y Aristóteles tenían
enseñanzas exotéricas y esotéricas. Los filósofos establecieron los Misterios;
pues "¿no era más beneficioso para la santa y bendita contemplación de las
verdades el que permaneciesen ocultas?" (16). Los Apóstoles también probaban el
"que se velasen los Misterios de la Fe", "pues hay una instrucción para los
perfectos", aludida en la Epístola a los Colosenses, I, 9-11 y 25-27. "Así,
pues, de una parte están los Misterios que permanecieron ocultos hasta el tiempo
de los Apóstoles, y que fueron transmitidos por ellos conforme los recibieron
del Señor, los cuales, velados en el Antiguo Testamento, fueron manifestados a
los santos. Y de otra parte están "las riquezas de la gloria del misterio en los
gentiles", que es fe y esperanza en Cristo; a lo que él llamó en otro lugar el
"cimiento." Cita a San Pablo para demostrar que este "conocimiento no pertenece
a todos", y dice, refiriéndose a la Epístola a los Heb., V y VI, que "había
ciertamente entre los hebreos algunas cosas reveladas que no estaban escritas";
y luego se refiere a San Barnabas, quien dice de Dios "que ha puesto en nuestros
corazones la sabiduría y el entendimiento de Sus secretos", y añade que "a pocos
es dado el comprender estas cosas", mostrando así un "rasgo de la tradición
gnóstica." "Por lo que la instrucción que revela las cosas ocultas es llamada
iluminación; pues solamente el maestro levanta la tapa del arca " (17) . Más
adelante, refiriéndose a San Pablo, comenta su indicación a los romanos de que
él "llevará con abundancia la bendición de Cristo" (18), y añade que así designa
él "el don espiritual y la interpretación gnóstica, que, entretanto, desea
participarles de palabra como "la plenitud de Cristo, según la revelación del
Misterio, sellado desde tiempos eternos, y ahora manifestado por las Escrituras
proféticas . . .” , (19) . Pero sólo a pocos de ellos es mostrado lo que son
esas cosas contenidas en los Misterios. Con razón, pues, dice Platón en las
epístolas, tratando de Dios: "Nosotros estamos obligados a hablar en enigmas, a
.fin de que, si la tableta viene a caer, por cualquier accidente marítimo o
terrestre, en poder de alguno, permanezca ignorante el que lea" (20). Después de
un maduro examen de los escritores griegos y de una detenida investigación
filosófica, declara San Clemente que la Gnosis "comunicada y revelada por el
Hijo de Dios, es sabiduría. . . y la Gnosis misma es lo que, de unos en otros,
ha llegado hasta unos pocos, transmitida por los Apóstoles, sin consignarla en
escritura alguna” (21). Hace San Clemente una extensa relación de la vida del
Gnóstico, el Iniciado, y termina diciendo: "Basta lo dicho para los que tienen
oídos; pues no es necesario descubrir el misterio, sino sólo indicar lo
suficiente para que lo perciban aquellos que participan del conocimiento" (22) .
Considerando San Clemente la Escritura formada de alegorías y de símbolos para
que permanezca oculto su sentido, a fin de estimular la investigación y de
preservar al ignorante del peligro (23) , limita la instrucción superior a los
sabios, como era natural. "Nuestros gnósticos han de ser profundamente
instruidos" (24), dice. "Ahora bien, los gnósticos deben ser eruditos" (25). Los
que habían adquirido aptitud por una educación previa, podían penetrar el
conocimiento más profundo; pues, aunque "un hombre puede ser creyente sin
instrucción, así también afirmamos que es imposible que un hombre sin
instrucción pueda comprender las cosas que se declaran en la fe" (26). "Algunos
que se consideran naturalmente dotados, no quieren aprender ni la filosofía ni
la lógica, y aun más, ni siquiera la ciencia natural. Piden solamente la fe
desnuda. . . Así también llamo verdaderamente instruido a aquel que todo lo
somete a la piedra de toque de la verdad,
de suerte que
extrayendo lo que hay utilizable en la geometría, en la música, en lagramática y
en la misma filosofía, pone su fe a cubierto de todo género de asaltos. . .¡Cuán
necesario es para el que desea participar del poder de Dios, tratar los
asuntosintelectuales filosóficamente!" (27). "El gnóstico se aprovecha de las
ramas del saber como ejercicios auxiliarespreparatorios" (28). ¡Tan lejos estaba
San Clemente de pensar que la enseñanza delcristianismo podía ajustarse a la
ignorancia de las gentes que carecían de instrucción!“El que esté versado en
todo linaje de sabiduría será preeminentemente un gnóstico"
(29) . Así, al paso que daba la bienvenida al ignorante y al pecador, y
encontraba en el Evangelio lo que respondía a sus necesidades, consideraba que
sólo los instruidos y los puros eran candidatos a propósito para los Misterios.
"El Apóstol llama a la fe común el cimiento, y algunas veces la leche (30),
distinguiéndola así de la perfección gnóstica"; sobre ese cimiento debía
construirse el edificio de la Gnosis, y al alimento de los niños debía sustituir
el de los hombres. No había dureza ni desprecio alguno en la distinción que
hacía, sólo sí el reconocimiento sabio y reposado de los hechos. Aun el
candidato bien preparado, el discípulo instruido y educado, podía únicamente
alimentar esperanzas de avanzar paso a paso en las profundas verdades reveladas
en los Misterios. Esto aparece claramente en sus comentarios sobre la visión de
Hermes, en los cuales hace asimismo algunas alusiones sobre los métodos para
leer las obras ocultas. "¿No le dio también el Poder que apareció a Hermes en la
Visión, en la forma de la Iglesia, el libro que ella deseaba hacer conocer a los
elegidos, para que lo transcribiese? y, según él dice, lo transcribió a la
letra, sin encontrar el modo de completar las sílabas. Lo que significaba que la
Escritura es clara para todos, leída en su sentido vulgar, y que ésta es la fe
que ocupa el lugar de los rudimentos. De aquí también el empleo de la expresión
figurada "leyendo conforme a la letra", al paso que, según sabemos, la
declaración gnóstica de las Escrituras, cuando la fe ha alcanzado una posición
avanzada, se halla en la lectura con arreglo a las silabas. . . Ahora bien: que
el Salvador enseñó a los Apóstoles la interpretación oral de lo escrito (las
escrituras) es cosa que también se nos ha transmitido, impreso por el poder de
Dios en corazones nuevos, conforme a la renovación del libro. Así, los griegos
de mayor reputación dedican el fruto del granado a Hermes, de quien dicen ellos
que es lenguaje, por razón de interpretarlo, pues el lenguaje encubre mucho. . .
Por tanto, no sólo es tan difícil adquirir la verdad a los que leen
sencillamente, sino que, según demuestra la historia de Moisés, aun a los que
tienen la prerrogativa de su conocimiento, no les es concedido el contemplarla
inmediatamente. Hasta que nos acostumbremos a fijar la mirada, como los hebreos
en lagloria de Moisés, y como los profetas de Israel en la visión de los
Ángeles, no seremos nosotros capaces de mirar frente a frente los esplendores de
la verdad" (31). Podríamos hacer mayor número de citas, pero bastan las
consignadas para dejar establecido el hecho de que San Clemente conocía los
Misterios de la Iglesia, habiendo sido iniciado en ellos, y que escribió para
instrucción de los que, a su vez, fueren iniciados en los mismos. El siguiente
testigo es su discípulo Orígenes, aquella luz, resplandeciente entre todas, por
su sabiduría, su valor, su santidad, su devoción, su mansedumbre y su celo,
cuyas obras siguen siendo minas de oro de donde el estudiante puede extraer
tesoros de conocimiento. En su famosa controversia con Celso, los ataques
dirigidos al Cristianismo le pusieron en el caso de defender la posición
cristiana con frecuentes referencias a las enseñanzas secretas (32). Había
alegado Celso, como punto de ataque, que el Cristianismo era un sistema secreto.
Orígenes lo refuta diciendo que, si bien ciertas doctrinas eran secretas, muchas
otras eran públicas, y que este sistema de enseñanza, exotérico y esotérico a la
vez, adoptado por Cristianismo, era también de uso general entre los filósofos.
El lector debe observar en el pasaje que sigue, la diferencia entre la
resurrección de Jesús, considerada desde el punto de vista histórico, y el
“misterio de la resurrección”: "Además, puesto que él (Celso) llama
frecuentemente a la doctrina cristiana un sistema secreto (de creencias),
debemos impugnar este punto también, pues casi todo el mundo está más versado en
lo que predican los cristianos que en las opiniones favoritas de los filósofos.
Porque, ¿quién hay 0que ignore la declaración de que Jesús nació de una virgen,
y que fue crucificado, y que su resurrección es un artículo de fe para muchos, y
que se anuncia la celebración de un juicio general, en el cual los malos serán
castigados, conforme lo merezcan, y los buenos serán debidamente recompensados?
y, sin embargo, el Misterio de la resurrección, por no ser comprendido, se
convierte para los incrédulos en objeto de ludibrio. En tales circunstancias, el
hablar de la doctrina cristiana como sistema secreto, es del todo absurdo. Mas
el que deba haber ciertas doctrinas, no dadas a conocer a la multitud, las
cuales son (reveladas) después de enseñadas las exotéricas, no es cosa peculiar
del Cristianismo solo, sino que corresponde también a los sistemas filosóficos,
en donde unas verdades son exotéricas y otras esotéricas. Algunos de los oyentes
de Pitágoras se contentaban con su ipse dixit, mientras que a otros se enseñaba
en secreto aquellas doctrinas que no se consideraban propias para ser
comunicadas a oídos profanos y no preparados. Por otra parte, no por ser
mantenidos en el secreto los Misterios celebrados en toda la Grecia y en los
países bárbaros, han sufrido descrédito alguno; así, pues, en vano trata él de
calumniar las doctrinas secretas del Cristianismo, dado que no comprende
exactamente su naturaleza" (33). Es imposible negar que en este importante
pasaje coloca Orígenes, de un modo claro, los Misterios Cristianos en la misma
categoría que los del mundo pagano, y reclama el que no se convierta en asunto
de ataque contra el Cristianismo lo que no se considera como un descrédito para
otras religiones. Continuando su polémica con Celso, declara que las enseñanzas
secretas de Jesús fueron conservadas en la Iglesia; y al contestar a la
comparación que hace Celso de "los Misterios internos de la Iglesia de Dios" con
el culto egipcio de los animales, se refiere en particular a las explicaciones
que dio aquél a sus discípulos acerca de sus parábolas. "No he hablado todavía
de la observancia de todo lo que está escrito en los Evangelios, cada uno de los
cuales contiene mucha doctrina difícil de comprender, no solamente para la
multitud, sino aun para los más inteligentes, en lo cual hay que incluir una
profundísima explicación de las parábolas que Jesús predicó a "los de fuera", de
cuyo significado reservaba la exposición completa para aquellos que habían
dejado atrás la etapa de la enseñanza esotérica y acudían a él privadamente en
la casa. Y cuando se llegue a comprender esto, será de admirar la razón por qué
se dice que algunos están "fuera" y otros "en la casa" (34). Se refiere también
con precaución a la "montaña" que ascendió Jesús, de la cual descendió para
ayudar a "los que no podían seguirle hasta donde iban sus discípulos" (35). Se
aludía a "la Montaña de la Iniciación", frase mística muy conocida, pues Moisés
hizo también el tabernáculo con arreglo al modelo "que se le enseñó en la
montaña" (36). Más adelante vuelve Orígenes a hacer referencia a lo mismo, al
decir que, cuando Jesús estaba en la "Montaña", se mostró en su apariencia real
muy diferente de como lo veían los que no podían "seguirle a lo alto" (37). Del
propio modo observa Orígenes en su comentario del Evangelio de Mateo, Cap. XV, y
al ocuparse en el episodio de la mujer siro-fenicia: "Y quizá también entre las
palabras de Jesús las hay que puedan darse a modo de panes sólo a los más
racionales, como a hijos; y otras, cual si fueran mendrugos de la gran casa y de
la mesa de los bien nacidos, que podrán ser empleadas por algunas almas a manera
de perros”. Lamentándose Celso de que los pecadores fuesen llevados al seno de
la Iglesia, contesta Orígenes que la Iglesia tenía medicinas para los que
estaban enfermos, así como el estudio y el conocimiento de las cosas divinas
para los que disfrutaban de salud. A los pecadores se enseñaba a no pecar, y
sólo cuando se veía que habían progresado y que se habían "purificado por el
Verbo", "entonces, y no antes, los invitamos a participar de nuestros Misterios.
Porque nosotros hablamos la sabiduría entre aquellos que son perfectos" (38) .
Los pecadores acuden para curarse: "Pues hay ayudas en la divinidad del Verbo
para sanar los enfermos. . . Otras hay también que exhiben a los puros de alma y
cuerpo la "revelación del Misterio", que se mantuvo secreto desde el principio
del mundo, pero que ahora se ha hecho manifiesto por los escritos de los
profetas y por la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual aparición es
patente a todos los perfectos, e ilumina su razón para el verdadero conocimiento
de las cosas" (39). Tales apariciones de seres divinos se verificaban, como
hemos visto, en los Misterios paganos, y los de la Iglesia tuvieron a su vez
iguales gloriosos visitantes. "Dios el Verbo", dice, "fue enviado como médico
para los pecadores, y como instructor de los Misterios Divinos para los que
están ya purificados y no pecan más (40). "La sabiduría no penetrará en el alma
de un hombre bajo, ni morará en un cuerpo sumido en el pecado"; por tanto, estas
enseñanzas más elevadas se dan sólo a los "atletas de la piedad y de todas las
virtudes." Los cristianos no admitían a los impuros a este conocimiento, sino
que decían: "Quienquiera que tenga manos limpias y, por tanto, eleve a Dios
manos santas. . . venga a nosotros. . .quienquiera que esté puro, no sólo de
toda suciedad, sino también de lo que se considera como transgresiones menores,
sea abiertamente iniciado en los Misterios de Jesús, que sólo se dan a conocer
con propiedad a los santos y a los puros." Por esto, antes que empezase la
ceremonia de la Iniciación, el Hierofante, que era aquel que actuaba como
Iniciador con arreglo a los preceptos de Jesús, hacía la proclamación
significativa "a los que han sido purificados en su corazón: Que aquel cuya alma
no ha tenido conciencia de mal alguno en mucho tiempo, especialmente desde que
se entregó a la purificación del Verbo, oiga las doctrinas que fueron expuestas
por Jesús a Sus discípulos genuinos en privado." Esta era la entrada en la
“iniciación de los sagrados Misterios para los que estaban ya purificados” (41).
Sólo éstos podían aprender las realidades de los mundos invisibles; sólo ellos
podían entrar en los sagrados recintos, en donde, como antaño, eran ángeles los
instructores, y en donde el conocimiento se comunicaba por medio de la vista
además de la palabra. Es imposible que deje de llamar la atención la diferencia
de tono entre estos cristianos y sus modernos sucesores. Para aquellos, la
pureza perfecta de vida, la práctica de la virtud, el cumplimiento de la Ley
divina en todos los pormenores de la conducta externa, la completa rectitud eran
-lo mismo que para los paganos-, sólo el principio del sendero en lugar del
bien. En los tiempos actuales se considera que la religión ha logrado
gloriosamente su objeto, cuando ha formado al Santo; en los tiempos primitivos
dedicaba sus elevadas energías a los Santos, y cogiendo a los puros de corazón,
los conducía a la Visión Beatífica.
De
nuevo se hace patente este mismo hecho de la enseñanza secreta, cuando discute
Orígenes los argumentos de Celso sobre la cordura de sostener las costumbres de
abolengo, que se fundaban en la creencia de que "las diversas partes de la
tierra fueron asignadas desde el principio a distintos Espíritus directores,
quedando así distribuidas entre ciertos Poderes gobernantes, en cuya forma se
llevaba el gobierno del mundo" (42).
Después de censurar Orígenes las deducciones de Celso, prosigue: "Pero como
creemos probable que este tratado caerá en manos de algunos de los que están
acostumbrados a investigaciones más profundas, nos aventuraremos a exponer
algunas consideraciones más hondas, que encierran una perspectiva mística y
secreta respecto a la distribución original de las varias partes de la tierra
entre diversos Espíritus directores" (43). Dice que Celso no comprendió los
motivos más profundos del arreglo de los asuntos terrestres, de los cuales da
razón la misma historia de Grecia. Cita luego el Deuteronomio, XXXII, 8-9:
"Cuando el Altísimo dividió las naciones, cuando dispersó a los hijos de Adán,
estableció los términos de los pueblos conforme al número de los Ángeles de
Dios; y la parte del Señor fue su pueblo Jacob, o Israel la cuerda de su
heredad." Esta es la versión de los Setenta, no la de la traducción inglesa
autorizada, pero es muy significativo que la denominación del “Señor” se
considerara correspondiente sólo al Ángel Gobernador de los judíos, y no al
"Altísimo", esto es, a Dios. Este concepto ha desaparecido por ignorancia, y de
aquí la impropiedad de muchas declaraciones relativas al "Señor", al ser
aplicadas al " Altísimo", como, por ejemplo, la consignada en el libro de los
Jueces, I, 19.
Después refiere
Orígenes la historia de la Torre de Babel, y continúa diciendo: "Más sobre estos
asuntos muy místicos puede decirse, con lo cual tiene relación lo siguiente: "Es
conveniente tener secreto de rey", Tobías, XII, 7, a fin de que la doctrina de
la entrada de las almas en los cuerpos (no la de la trasmigración de un cuerpo a
otro) no pueda ponerse delante de las inteligencias vulgares, ni lo que es santo
sea echado a los perros, ni las margaritas a los puercos. Pues tal proceder
sería impío y equivalente a hacer traición a las declaraciones misteriosas de la
sabiduría de Dios. . . Basta, sin embargo, presentar en la forma de una
narración histórica lo que se desea que contenga un significado secreto bajo el
ropaje de la historia, para que los que son capaces, puedan desentrañar por sí
mismos lo que se relaciona con el asunto" (44). Luego desarrolla más
extensamente el relato de la Torre de Babel y dice: "Ahora bien, si alguno tiene
capacidad para ello, entienda que lo que asume la forma de historia, contiene
algunas cosas que son literalmente verdad, al paso que encierra un significado
más profundo. . ." (45). Después de esforzarse en demostrar que el "Señor" era
más poderoso que los otros Espíritus directores de las diferentes partes del
mundo, y que sometió a su pueblo a la penalidad de vivir bajo el dominio de los
otros poderes, reclamándolo luego en unión de todas las naciones menos
favorecidas que podían ser redimidas, Orígenes concluye diciendo: "Según hemos
observado anteriormente, debe entenderse que hacemos estas indicaciones con un
significado oculto para señalar el error de los que aseguran. . .” (46) como
hizo Celso. Indica Orígenes que "el objeto del Cristianismo" es que nos hagamos
sabios" (47), y luego prosigue: "Si leéis los libros escritos después del tiempo
de Jesús, veréis que aquellas multitudes de creyentes que oyen las parábolas,
están por decirlo así, "fuera", y sólo son dignas de las doctrinas esotéricas,
al paso que los discípulos aprenden en privado la explicación de las parábolas.
Pues privadamente mostraba Jesús todas las cosas a sus discípulos, estimando
como superiores a la multitud a los que deseaban conocer su sabiduría. Y promete
a los que creen en El, enviarles hombres sabios y escribas. . . También Pablo,
en el catálogo de "Charismata", suministrado por Dios, colocó en primer término
"el Verbo de Sabiduría"; en segundo, como inferior a ella, "la palabra de
conocimiento"; mas en tercero, y aun debajo, "la fe". Y como consideraba "el
Verbo" superior a los poderes milagrosos, coloca por ende "el obrar milagros" y
"los dones curativos" en lugar inferior a los dones del Verbo (48). El Evangelio
ayudaba ciertamente al ignorante, "pero el haber sido educado, el haber
estudiado las mejores opiniones y el ser sabio no son impedimentos para el
conocimiento de Dios, sino por el contrario, una ayuda" (49). Por lo que hace a
los no inteligentes, "trato de hacerlos adelantar cuanto puedo, si bien no
desearía construir la comunidad cristiana con semejantes materiales. Pues busco
con preferencia a los más hábiles y agudos, porque son capaces de comprender el
significado de las sentencias difíciles" (50) . Aquí vemos francamente
determinada la antigua idea cristiana de completo acuerdo con las
consideraciones expuestas en el Cap. I de este libro. El ignorante tiene puesto
en el Cristianismo, mas éste no fue destinado para ellos solamente, sino que
tiene también enseñanzas profundas para los "hábiles y agudos." En consideración
a éstos hace un trabajo ímprobo para demostrar que las Escrituras judías y
cristianas tienen significados secretos, ocultos bajo el velo de narraciones
cuyo sentido externo las hace tan repelentes como absurdas; y así alude a la
serpiente y al árbol de la vida y "a las demás declaraciones subsiguientes, las
cuales podrían conducir por sí mismas, aún al más cándido lector, a la creencia
de que todas estas cosas tienen, no sin razón, un significado alegórico" (51).
Destina muchos capítulos a estos significados alegóricos y místicos, ocultos
detrás de las palabras del Antiguo y Nuevo Testamento, y declara que Moisés y
los egipcios producían historias cuyo sentido era secreto (52). "El que lee
ingenuamente las narraciones" -este es el canon general de interpretación de
Orígenes-"y desea además prevenirse contra el error a que ellas pudieran
inducirle, deberá ejercitar su juicio, tratando de distinguir a qué
declaraciones debe prestar su asentimiento, y cuáles debe aceptar en sentido
figurado, y procurar descubrir la intención de los autores de tales invenciones,
para hacerse cargo de las manifestaciones en que no debe creer, por haber sido
escritas para satisfacción de determinadas personalidades solamente. y hemos
dicho esto por vía de anticipación a toda la historia referida en los Evangelios
acerca de Jesús" (53). Una gran parte de su Libro Cuarto está dedicada a poner
en claro las explicaciones místicas de los relatos de las Escrituras. El que
desee conocer el asunto debe leerlo. En el libro De Principiis expone Orígenes,
como enseñanza corriente en la Iglesia, "que las Escrituras fueron redactadas
por el Espíritu de Dios, y que tienen, no sólo el sentido que a primera vista
parece, sino también otro que se escapa a la observación de la mayor parte de la
gente. Pues aquellas palabras que están escritas, son las formas de ciertos
Misterios, e imagen de cosas divinas. Respecto de lo cual existe la opinión en
toda la Iglesia de que la totalidad de la leyes ciertamente espiritual; pero que
el significado espiritual que la ley encierra no es conocido de todos sino sólo
de aquellos a quienes es concedida la gracia del Espíritu Santo por medio de la
palabra de sabiduría y conocimiento" (54). Los que recuerden lo ya citado, verán
en la "palabra sabiduría" y en la "palabra de conocimiento", las dos
instrucciones místicas típicas: la espiritual y la intelectual. En el libro
cuarto De Principiis, explica Orígenes a la larga su manera de ver a propósito
de la interpretación de la Escritura. Tiene un "cuerpo", que es el sentido común
e histórico; un "alma", el sentido figurado que hay que descubrir con el
ejercicio del intelecto; y un "espíritu", el significado íntimo y divino, que
sólo pueden conocer los que tienen "la mente de Cristo". Considera que se han
introducido en la historia cosas incongruentes e imposibles, para estimular al
lector inteligente y obligarle a buscar una explicación más profunda, al paso
que la gente sencilla continuará leyendo sin apreciar las dificultades (55).
El
cardenal Newman, en su libro Arians of the Fourth Century, hace algunas
observaciones interesantes sobre la Disciplina Arcani; pero con el escepticismo
profundamente arraigado del siglo XIX, no pudo creer por completo en las
"riquezas de la gloria del Misterio", o, lo que es más probable, no concibió, ni
por un momento, la posibilidad de la existencia de realidades tan espléndidas.
Era él, sin embargo, un creyente en Jesús, y las promesas de Jesús fueron claras
y definidas: "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Aun un poquito de
tiempo y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, y
vosotros también viviréis. En ese día vosotros conoceréis que yo estoy en mi
Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros" (56). La promesa fue ampliamente
cumplida, pues El vino a ellos y los instruyó en Sus Misterios; entonces le
vieron ellos, aunque el mundo no le vio más, y reconocieron a Cristo en sí mismo
y la vida de Cristo como la suya propia. El cardenal Newman confiesa la
existencia de una tradición secreta transmitida por los Apóstoles, pero la cree
constituida por las doctrinas cristianas divulgadas más tarde, olvidándose de
que aquellos de quienes se había declarado que no eran todavía aptos para
recibirla, no eran paganos, ni aun siquiera catecúmenos que estuviesen sometidos
a instrucción, sino individuos que comulgaban plenamente dentro de la Iglesia
Cristiana. De aquí que declare que esta tradición secreta fue más tarde
"autorizadamente divulgada y perpetuada en forma de símbolos", incorporándose la
"en los credos de los primitivos Concilios" (57). Pero como las doctrinas de los
credos se encuentran claramente expresadas en los Evangelios y en las Epístolas,
tal posición es completamente insostenible, pues todas ellas habían sido ya
predicadas al mundo en general, y los miembros de la Iglesia estaban ciertamente
bien instruidos en todas. Las repetidas declaraciones sobre el secreto pierden,
pues, todo sentido, si se las explica de este modo. El cardenal dice, sin
embargo, que lo que "no se haya hecho auténtico de este modo, ya se trate de
informaciones proféticas, ya de comentarios sobre los pactos hechos por Dios con
el hombre, está, por las circunstancias del caso, perdido para la Iglesia" (58).
Esto es muy probable, y de hecho mucha verdad en lo que se refiere a la Iglesia,
mas no por eso ha de considerarse imposible el adquirir de nuevo su posesión.
Comentando a Ireneo, que en su obra Contra las Herejías sostiene con gran empeño
la existencia de una Tradición Apostólica en la Iglesia, el cardenal escribe:
"Pasa él luego a hablar de la claridad y evidencia de las tradiciones
conservadas en la Iglesia, como informadoras de la verdadera sabiduría de los
perfectos de que habla San Pablo, y que los Gnósticos pretendían poseer. Y, a la
verdad, aun sin pruebas formales de la existencia de una tradición apostólica y
de su autoridad en los tiempos primitivos, es claro que ha debido existir una
tradición, dado que los Apóstoles hablaban, y que sus amigos conservaban su
recuerdo, como acontece a los demás hombres. Es de todo punto inconcebible que
no se hubiesen considerado en el caso de ordenar la serie de doctrinas reveladas
de modo más sistemático que como las consignaron en las Escrituras, desde el
momento en que sus convertidos se vieron expuestos a los ataques y falsedades de
los herejes, a no ser que les estuviese prohibido hacerlo: suposición que no
puede sostenerse. Sus declaraciones, de tal manera producidas, se habrían
conservado seguramente en unión de esas otras verdades secretas, pero menos
importantes, a que San Pablo parecía aludir, y que, poco o mucho, reconocen los
escritores primitivos, ya sea como concernientes a los tipos de la Iglesia
Judía, ya sea como relativas a la suerte futura de la Cristiana. y semejantes
recuerdos de la enseñanza apostólica serían evidentemente obligatorios para la
fe de los que fueron instruidos en ellos, a menos que se suponga que, aunque
provenían de instructores inspirados, no eran de origen divino" (59). En una
parte de la sección que trata del método alegórico, escribe, refiriéndose al
sacrificio de Isaac, etcétera, como "típico de la revelación del Nuevo
Testamento": "Para corroborar esta observación, hay que hacer presente que
parece haber habido (60) en la Iglesia una explicación tradicional de estos
tipos históricos, proveniente de los Apóstoles pero conservada entre las
doctrinas secretas, como peligrosa para la mayor parte de los oyentes; y por
cierto que en la Epístola a los hebreos nos ofrece San Pablo un ejemplo de tal
tradición, tanto por lo existente como por lo secreto (aunque se demuestre que
es de origen judía), cuando deteniéndose primero e inquiriendo la fe de sus
hermanos, les comunica, no sin vacilación, el propósito evangélico del relato de
Melquisedec, al ser introducido en el libro del Génesis" (61). Las convulsiones
sociales y políticas que acompañaron la muerte del Imperio Romano, comenzaron a
trabajar su enorme fábrica, y hasta los cristianos mismos se vieron envueltos en
el torbellino de intereses egoístas puestos en lucha. Aún entonces encontramos
referencias aisladas de enseñanzas especiales que se transmitían a los jefes e
instructores de la Iglesia: conocimiento de las jerarquías celestes,
instrucciones dadas por ángeles y otras por el estilo. Pero la falta de
discípulos aptos fue causa de que los Misterios dejasen de tener la existencia
de una institución conocida del público, y de que la enseñanza se diese cada vez
con mayor sigilo a las almas más y más raras que, por su instrucción, devoción y
pureza, se mostraban capaces de recibirla. Ya no se encontraban escuelas donde
se diesen las enseñanzas preliminares, y con la desaparición de éstas "se cerró
la puerta." Sin embargo, pueden rastrearse en el Cristianismo dos corrientes,
cuyo origen eran los desvanecidos Misterios. Era una la corriente de instrucción
mística, que emanaba de la Sabiduría, de la Gnosis, comunicada en los Misterios;
la otra era la corriente de contemplación mística que formaba igualmente parte
de la Gnosis, y que llevaba al éxtasis, a la visión espiritual. Empero
divorciada esta última del conocimiento, rara vez alcanzaba el verdadero
éxtasis, y tendía a extraviarse en el tumulto de las' regiones inferiores de los
mundos invisibles, o a perderse en medio de la multitud abigarrada de las formas
sutiles suprafísicas, asequibles como apariencias objetivas a la visión interna
-prematuramente forzada por los ayunos, las vigilias y la atención intensa-,
pero nacidas en gran parte de las emociones y pensamientos del vidente. Aun
cuando las formas observadas no fuesen pensamientos exteriorizados, veíanlas a
través de una atmósfera con torcida de ideas y creencias preconcebidas, razón
por la cual no ofrecían la debida confianza. Esto no obstante, algunas de las
visiones eran realmente de asuntos celestiales; Jesús se aparecía verdaderamente
de vez en cuando a sus fervientes adoradores, y en ocasiones los ángeles
iluminaban con su presencia las celdas de los monjes de ambos sexos y las
soledades de los que se entregaban al arrobamiento y de los que pacientemente
buscaban a Dios. El negar la posibilidad de tales hechos sería asestar golpes a
la raíz misma de "las más firmes creencias" de todas las religiones, de las
cuales también participan, por sus conocimientos, todos los Ocultistas: la
comunicación entre los espíritus sumidos en la carne y aquellos otros más
sutilmente revestidos; el contacto de mente con mente a través de las barreras
de la materia; la manifestación de la Divinidad que anida en el hombre; la
certidumbre de una vida más allá de las puertas de la muerte. Echando una mirada
sobre los pasados siglos, no encontramos época alguna en que el Cristianismo
haya estado totalmente privado de misterios. "Probablemente hacia el final del
siglo quinto, en los momentos en que la filosofía antigua desaparecía de las
escuelas de Atenas, fue cuando la filosofía especulativa del neoplatonismo hizo
su morada definitiva en el pensamiento cristiano, mediante las falsificaciones
literarias del Pseudo-Dionisio. Las doctrinas del Cristianismo estaban por aquel
entonces tan firmemente establecidas, que la Iglesia podía contemplar sin
inquietudes cualquiera interpretación mística o simbólica de ellas. El autor de
la Theologica Mystica y de las demás obras que llevan el nombre del Areopagita,
procede, pues, a desarrollar las doctrinas de Proclo, con muy ligeras
modificaciones, dentro de un sistema de Cristianismo esotérico. Dios es el Uno
que no tiene nombre, que está sobre toda esencia y aun por encima de la bondad
misma. De aquí que la "teología negativa", que sube de la criatura a Dios,
abandonando uno tras otro todos los atributos determinados, nos conduzca más
cerca de la verdad. La vuelta a Dios es la consumación de todas las cosas y la
meta indicada por las enseñanzas cristianas. Estas mismas doctrinas fueron
predicadas con más fervor eclesiástico por Máximo el Confesor (580-622). Máximo
representa acaso la última actividad especulativa de la Iglesia griega; pero la
influencia de los escritos del Pseudo-Dionisio fue transmitida a Occidente en el
siglo noveno por Erigena, de cuyo espíritu especulativo toman su origen tanto el
escolasticismo como el misticismo de la Edad Media. Erigena tradujo a Dionisio
al latín, juntamente con los comentarios de Máximo, y su sistema se funda
esencialmente sobre el de aquellos. La teología negativa es adoptada, y se
declara que Dios es un Ser sin predicados, por encima de todas las categorías,
y, por tanto, no impropiamente se le llama Nada (esto es, Ninguna Cosa). De esta
Nada o esencia incomprensible surge eternamente la creación del mundo de las
ideas o causas primordiales. Este es el Verbo o el Hijo de Dios, en quien
existen todas las cosas, en tanto y en cuanto tienen existencia substancial.
Toda existencia es una teofanía, y, así como Dios es principio de todas las
cosas, asimismo es su fin. Erigena enseña la restitución de todas las cosas bajo
la forma de la adunatio o deificatio de Dionisio. Estos son los contornos
permanentes de lo que puede llamarse la filosofía del misticismo de los tiempos
cristianos; y es de notar la poca variación con que son repetidos de una en otra
edad" (62). En el siglo once Bernardo de Clairvaux (1091-1153) y Hugo de San
Víctor prosiguieron la tradición mística, así como Ricardo de San Víctor en el
siglo siguiente, y San Buenaventura, el Doctor Seráfico, y el gran Santo Tomás
de Aquino ( 1227 -1274 ) en el siglo trece. Tomás de Aquino dominó la Europa de
la Edad Media, no menos por la fuerza de su carácter que por su sabiduría y
piedad. Confirma la "Revelación" como una fuente de conocimiento, de la cual son
la tradición y la Escritura los canales por donde discurre; la influencia del
Pseudo-Dionisio, notoria en sus escritos, lo liga a los neoplatónicos. La
segunda fuente es la Razón, y sus canales, la filosofía platónica y el sistema
de Aristóteles: esta última una no buena alianza que hizo el Cristianismo, pues
Aristóteles vino a ser un obstáculo para el avance del pensamiento más elevado,
como se hizo manifiesto en las luchas de Giordano Bruno el pitagórico. Tomás de
Aquino fue canonizado en 1323 ; y aun hoy es este gran domínico el tipo de la
unión entre la teología y la filosofía, que fue la aspiración de su vida. Todos
ellos pertenecen a la gran Iglesia de la Europa Occidental, y sostuvieron el
derecho de aquella a ser considerada como transmisora de la sagrada antorcha del
saber místico. Alrededor de ella surgieron también muchas sectas, calificadas de
heréticas, y que profesaban, sin embargo, tradiciones verdaderas de la enseñanza
secreta; los Cátaros y otros muchos fueron perseguidos por una Iglesia celosa de
su autoridad y temerosa de que las perlas santas cayesen en manos profanas. En
el mismo siglo también brilló Santa Isabel de Hungría por su dulzura y pureza,
en tanto que Eckhart (1260-1329) da muestras de ser digno heredero de la escuela
alejandrina. Eckhart enseñó que "La Deidad suprema es la Esencia absoluta
(Wesen), incognoscible, no sólo para el hombre, sino para sí misma; es tinieblas
y absoluta indeterminación: Nicht, en contraposición a Icht, o existencia
definida incognoscible. Sin embargo, es la potencialidad de todas las cosas; y
su naturaleza, a través de un proceso triádico, alcanza la conciencia de sí
misma como Dios trino. La creación no es un acto temporal, sino una necesidad
eterna de la naturaleza divina. Eckhart se complace en decir: "Yo soy tan
necesario a Dios, como Dios me es necesario a mí. Dios se conoce y se ama a sí
mismo en mi conocimiento y en mi amor" (63). En el siglo catorce siguieron a
Eckhart, Juan Tauler y Nicolás de Basel, "el Amigo de Dios en la Tierra". De
ellos tomó origen la Sociedad de los Amigos de Dios, verdaderos místicos y
seguidores de la tradición antigua. Mead hace notar que Tomás de Aquino, Tauler
y Eckhart siguieron al Pseudo-Dionisio, quien había seguido a Plotino, Jámblico
y Proclo, los cuales habían seguido a su vez a Platón y a Pitágoras (64). Así
están eslabonados los secuaces de la Sabiduría de todas las edades. Un "Amigo"
fue probablemente el autor de Die Deutsche Theologie, libro de devoción mística
que tuvo la curiosa suerte de ser aprobado por Staupitz, el Vicario General de
los Agustinos, quien lo recomendó a Lutero, el cual lo aprobó también y lo
publicó en 1516, como libro que debía colocarse en lugar inmediato a la Biblia y
a los escritos de San Agustín de Hipona. Otro "Amigo" fue Ruysbroeck, a cuya
influencia con Groot fue debida la fundación de los Hermanos de la Suerte Común
o de la Vida Común, sociedad que será por siempre memorable, por contar entre
sus miembros a aquel príncipe de los místicos, Tomás de Kempis (1380-1471), el
autor de la inmortal Imitación de Cristo. El aspecto intelectual del misticismo
se exhibe en los dos siglos siguientes con más vigor que el estático -tan
dominante en aquellas sociedades del siglo catorce- y aparecen el cardenal
Nicolás de Cusa, Giordano Bruno, el mártir caballero andante de la filosofía, y
Paracelso, el muy calumniado sabio, que derivó sus conocimientos, no de los
canales griegos sino de la fuente directa original de Oriente. El siglo décimo
sexto vio nacer a Jacobo Bohme (1575-1624), el "inspirado chapucero", de cierto,
un Iniciado en la oscuración, cruelmente perseguido por gentes incultas. Después
apareció Santa Teresa, la muy oprimida y paciente mística española, y San Juan
de la Cruz, llama viva de intensa devoción, y San Francisco de Sales. Sabia fue
Roma al canonizarlos, más sabia sin duda que la Reforma, que persiguió a Bohme;
pero el espíritu de la Reforma fue siempre acentuadamente contrario al
misticismo: su hálito, como el sirocco, marchitó las hermosas flores del
misticismo, por do quiera que pasara. Roma, que, aunque canonizó a Teresa
muerta, viva la fatigó sañudamente, trató de mala manera a Mme. de Guyon
(1648-1717), verdadera mística, y a Miguel de Molinos (1627 -1696), digno de
figurar al lado de San Juan de la Cruz, el cual mantuvo flagrante en el siglo
diecisiete la elevada devoción del místico convertida a una forma especial
pasiva: el "Quietismo". En este mismo siglo se estableció en Cambridge la
escuela de los platónicos, entre los cuales figura, como ejemplar notable, Henry
More (1614-1687) ; asimismo son dignos de citarse Tomás Vaughan y Roberto Fludd,
el Rosacruz. Constituyese también la Sociedad Filadélfica, apareciendo en
actividad durante el siglo diez y ocho y William Law (1686-1761) y aun
sobrepujando a St. Martin (1743-1803), cuyos escritos han fascinado a tantos
espíritus estudiosos del siglo décimonono (65). No debemos omitir a Christian
Rosenkreutz (muerto en 1484), en cuyo nombre se fundó en 1614 la Sociedad
mística de la Rosa Cruz, que sostuvo el conocimiento verdadero, y cuyo espíritu
renació en el "Conde de San Germain", figura misteriosa que aparece y desaparece
entre sombras, iluminada por los relámpagos amenazadores del último tercio del
siglo diez y ocho. Místicos fueron también algunos cuáqueros, la muy perseguida
secta de los Amigos, que buscaban los fulgores de la Luz Interna y procuraban
siempre oír la Voz Intima. Muchos más místicos hubo, "de quien el mundo no fue
digno", bien así como la sabía y encantadora Madre Juliana de Norwich, del siglo
catorce: joyas de la Cristiandad, muy poco conocidas, pero que justifican al
Cristianismo ante el mundo. Sin embargo, aun guardando todo acatamiento a estos
Hijos de la Luz, esparcidos por todas las centurias, nos sentimos forzados a
reconocer en ellos la falta de aquella unión de aguda inteligencia y devoción
elevada que producía la enseñanza de los Misterios; y mientras nos maravillamos
de que hubiesen volado tan alto experimentamos cierto deseo de haber visto cómo
se hubiesen desarrollado tan raras dotes bajo la influencia de aquella magnífica
disciplina arcani. Alfonso Luis Constant, más conocido por su pseudónimo de
Eliphas Levi, ha expuesto con exactitud la pérdida de los Misterios y la
necesidad de su restablecimiento. "Una gran desgracia sucedió al Cristianismo.
La traición hecha a los Misterios por los falsos gnósticos -pues los gnósticos,
esto es, aquellos que saben, eran los Iniciados del Cristianismo primitivo-, fue
causa de que la Gnosis fuese rechazada y de que la Iglesia se hiciese extraña a
las supremas verdades de la Kabbala, la cual contiene todos los secretos de la
teología trascendental... Vuelvan a ser la ciencia más absoluta y la razón más
elevada el patrimonio de los directores del pueblo; empuñen de nuevo el arte
sacerdotal y el arte regio el doble cetro de las antiguas iniciaciones, y el
mundo social saldrá otra vez del caos. No sigáis arrojando a las llamas las
imágenes santas; no destruyáis más los templos: templos e imágenes son
necesarios a los hombres; pero echad a los mercaderes de la casa de oración; que
los ciegos no continúen siendo guías de los ciegos sino reconstruid la jerarquía
de la inteligencia y de la santidad, reconociendo sólo a los que saben como
instructores de los que creen" (66) . ¿Volverán las Iglesias actuales a la
enseñanza mística, a los Misterios Menores, preparando así a sus hijos para el
restablecimiento de los Misterios Mayores, atrayendode nuevo a los Ángeles como
Maestros, y logrando por Hierofante a Jesús, el Instructor Divino? De la
contestación a esta pregunta depende el porvenir del Cristianismo.
Notas del capítulo 3
(1)
Vol. I, El Martirio de Ignacio, cap. III. Las traducciones tenidas a la vista
son las de la Biblioteca Ante Nicena de Clarke, compendio utilísimo de la
antigüedad cristiana. El número del volumen que aparece en primer término en las
citas, es el volumen de esa serie.
(2) Ibid, Epístola de Policarpo, cap. XII.
(3) Ibid, Epístola de Barnabas, cap. I.
(4) Ibid, cap. X.
(5) Ibid, El Martirio de Ignacio, cap. I.
( 6) Ibid, Epístola de Ignacio a los Efesios, cap. III.
(7) Ibid, cap. XII.
(8) lbid, a los Tralianos, cap. V.
(9) Vol. I, a los Fíladelfos, cap. IX.
(10) Vol. IV. Clemente de Alejandría.Stromata, lib. I, cap. I.
(11) Vol. IV, Stromata, lib. I. cap. XXVIII.
(12) ¡Parece que aun en aquellos tiempos había quien hiciese objeciones a la
enseñanza secreta de ciertas verdades!
(13) Vol. IV. Stromata, lib. I, cap. I.
(14) Stromata, lib. V, cap. IV.
(15) Ibid, cap. V-IV.
(16) Ibid, cap. IX. <
(17) Stromata, lib. V, cap. X.
(18) Lug. cit. XV, 29.
19) Lug. cit. XVI, 25 y 26. La versión citada difiere en las palabras, pero no en el
sentido, de la versión inglesa autorizada.
(20) Stromata, lib. V, cap. X.
(21) Ibid, lib. VI, cap. VII.
(22) Ibid, lib. VII, cap. XIV.
(23) Stromata, lib. VI, cap. XV.
(24) Ibid. lib. VI. X.
(25) Ibid, lib. VI, VII.
(26) Lug. cit., lib. I. cap. VI.
(27) Ibid, cap. IX.
(28) Ibid, lib. VI, cap. X.
(29) Ibid. lib. I. cap. XIII.
(30) Vol. XII, Stromata, lib. V, cap. IV.
(31) Vol. XII, Stromata, lib. VI, cap. XV.
(32) El libro I. Origen Against Celsus, se encuentra en el vol. X de la Biblioteca Ante
Nicena. Los libros restantes está en el volumen XXIII.
(33) Vol. X, Origen Against Celsus, lib. I, cap. VII.
(34) Ibid.
(35) Ibid.
(36) Ex. XXV, 40, XXVI, 30 y compárese en Heb. VIII, 5 y IX, 23.
(37) Origen Against Celsus. lib. IV, cap. XVI.
(38) Ibid, lib. III, cap. UX.
(39) Ibid, cap. LXI.
(40) Ibid, cap. LXII.
(41) Origen Against Celsus, cap. LX.
(42) Vol. XXIII, Origen Against Celsus, lib. V, cap. XXV.
(43) Ibid, cap., XXVIII.
(44) Origen Against Celsus, cap. XXIX.
(45) Ibid, XX, XI.
(46) lbid, cap. XXXII.
(47) lbid, cap. XLV.
(48) lbid, cap. XL VI.
(49) lbid, caps. XL VII-LIV
(50) Origen Against Celsus, cap. LXXIV.
(51) Ibid, lib. IV, cap. XXXIX.
(52) Ibid, Vol. X, lib. I, cap. XVII y otros.
(53) Ibid, cap. XLII.
(54) Vol. X, De Principiis. Prefacio, pág. 8.
(55) Ibid, cap. I.
(56) San Juan, XIV, 18-20.
(57) Lugar cit., cap. I, sec. III, pág. 55.
(58) Ibid, cap. I. sec. III, págs. 55-56.
(59) Lugar cit., cap. I, págs. 54-55. (60) “Parece haber habido” es una expresión un tanto débil, después de lo dicho por Clemente y Orígenes, de lo cual se ha dado en el texto algunos ejemplos.
(61) Lugar cit.,.pág. 62.
(62) Artículo sobre “Misticismo” – Enciclopedia Británica
(63) Artículo citado - Enciclopedia Británica
(64) Orpheus, págs. 53 y 54.
(65) Debemos consignar aquí nuestro reconocimiento por el artícu1o de la Encyc. Brit.
titulado "Misticismo", aunque esta publicación no salga responsable de las
opiniones expresadas en ella.
(66) The Mysteries of Magic, trad. por A. E. Waite, páginas 58 y 60.
CAPITULO IV
EL CRISTO HISTÓRICO
En el primer capítulo
hablamos ya de la identidad de todas las religiones del mundo, y vimos que el
estudio de esta identidad, por lo que se refiere a creencias, simbolismo, ritos,
ceremonias, historias y fiestas conmemorativas, ha producido una escuela moderna
que asigna a todo ello un origen común: la ignorancia humana, y la explicación
primitiva de los fenómenos naturales. De esta identidad se han sacado armas para
herir de muerte a cada religión en particular; y los ataques más rudos contra el
Cristianismo y contra la existencia histórica de su fundador han partido de este
campo. Así es que para hacer el estudio de la vida de Cristo y de los ritos del
Cristianismo, de sus sacramentos y de sus doctrinas, resultaría fatal la
ignorancia de los hechos tal cual se presentan ordenados por los autores de
Mitología Comparada. Bien comprendidos, pueden ser de provecho más bien que
dañosos. Hemos visto que los Apóstoles y sus sucesores interpretaban el Antiguo
Testamento con la mayor libertad, atribuyéndole un sentido alegórico y místico,
mucho más importante que el histórico, aunque no negasen éste en modo alguno; y
no hacían escrúpulos de enseñar al creyente instruido que algunas de sus
narraciones, históricas al parecer, eran en realidad puramente alegóricas. En
ningún otro caso, quizá, es más necesario hacerse de esta inteligencia, que
cuando se trata del estudio de la historia de Jesús, llamado el Cristo; pues si
no desenredamos los enmarañados hilos, y no vemos dónde han sido tomados los
símbolos como sucesos y las alegorías como historias, perderemos la mayor parte
de la instrucción encerrada en el relato y mucho de su rarísima belleza. Nunca
insistiremos lo bastante en afirmar que el Cristianismo tiene que ganar y nada
que perder, añadiendo a la fe y a la virtud el conocimiento, conforme lo
ordenaron los Apóstoles (1). Temen los hombres que el Cristianismo se debilite
si se le mira a la luz de la razón, y consideran "peligroso" el admitir que los
sucesos que se han considerado históricos, tienen el alcance más profundo de un
significado mítico o místico. Pero es al contrario, pues se fortalece; y el que
así lo estudia, ve con alegría que la perla de gran valor brilla con una luz más
clara y más pura, cuando se la despoja de la cubierta de ignorancia, y saltan a
la vista sus múltiples matices. Hay al presente dos escuelas, diametralmente
opuestas, que sostienen una contienda acerca de la historia del gran Maestro
hebreo. Según una, los relatos de su vida sólo contienen mitos y leyendas
creados para explicar fenómenos naturales: restos de un método pintoresco de
enseñanza de ciertos hechos de la Naturaleza, encaminado a imprimir en las
mentes incultas determinadas clasificaciones de acontecimientos naturales,
importantes en sí mismos, y que se prestaban a la educación moral. Forman los
que así opinan; una escuela bien definida, en la que figuran hombres de gran
erudición y elevado entendimiento, en derredor de los cuales se amontona una
turba menos instruida, que se pronuncia con cruda vehemencia, aportando las
teorías más destructoras. A esta escuela se opone la de los cristianos
ortodoxos, que sostienen que la vida entera de Jesús es histórica, sin mezcla de
leyendas ni de mitos. Afirman que se trata de la historia de un hombre que nació
hace diecinueve siglos en Palestina, y que pasó por todas las vicisitudes y
acontecimientos expresados en los Evangelios, sin que la narración tenga otro
significado que el de una vida divina y humana. Están, pues, las dos escuelas en
completo antagonismo, asegurando la una que todo es leyenda, y declarando la
otra que todo es historia. Median entre ellas pensadores de muchos y diversos
matices, que en general son llamados "librepensadores", los cuales consideran la
narración de aquella vida, legendaria en parte, y en parte histórica, pero no
ofrecen método alguno definido y racional de interpretación, ni alguna
explicación adecuada del complicado conjunto. Y asimismo encontramos dentro de
la comunión cristiana un número considerable y siempre creciente de fieles y
devotos creyentes, cuya inteligencia es refinada, su fe ardiente y sus
aspiraciones sinceramente religiosas, y que ven en la narración de los
Evangelios algo más que la historia de un solo y particular Hombre divino. Al
defender su posición, en lo que se refiere a las escrituras recibidas, declaran
que la historia de Cristo tiene un sentido más profundo y trascendental que el
que aparece en la superficie, y aún sosteniendo el carácter histórico de Jesús,
afirman que EL CRISTO es más que el hombre Jesús, y que tiene un significado
místico. En su apoyo mencionan frases tales como la de San Pablo, donde dice:
"Hijitos míos que vuelvo otra vez a estar de parto de vosotros hasta que Cristo
sea formado en vosotros" (2); y es notorio, en verdad, que en este pasaje no
pudo referirse San Pablo a un Jesús histórico, sino a cierta florescencia del
alma humana, que para él constituía la formación de Cristo en ella. Este mismo
maestro declara también que, aunque había conocido a Cristo según la carne, en
adelante no volvería a conocerle más así (3); con lo que sin duda daba a
entender que, si bien reconocía al Cristo de carne -a Jesús-, había alcanzado,
sin embargo, un punto de vista más alto, desde el cual el Cristo histórico le
aparecía en la penumbra. Este es el punto de vista tras el que andan muchos en
estos nuestros tiempos; suspensos frente a los hechos puestos en claro por la
Mitología Comparada, perplejos a la vista de las contradicciones contenidas en
los Evangelios y confundidos al reconocer su incapacidad para resolver tales
problemas, mientras permanezcan ligados al mero superficial sentido de las
Sagradas Escrituras, gritan desesperadamente proclamando que la letra mata y que
sólo el espíritu vivifica; y, entretanto, ponen todo su esfuerzo en rastrear
algún significado amplio y profundo en una narración tan antigua como las
religiones del mundo, y centro y vida de cada una de ellas, conforme han ido
apareciendo. Estos asendereados pensadores, demasiadamente indefinidos y
desligados entre sí para que pueda considerárseles formando escuela, tienden una
mano a los que juzgan que todo es leyenda, sugiriéndoles la aceptación de una
base histórica; la otra tienden a sus compañeros cristianos, avisándoles del
peligro que corren, y que aumenta por días, de que se pierda por completo el
sentido espiritual, si continúan apegados a la mera significación literal,
indefendible ya frente a los conocimientos invasores de la edad en que vivimos.
Hay peligro de que se pierda "la historia del Cristo", juntamente con la idea
del Cristo, que ha sido la inspiradora y ha servido de arrimo, así en Oriente
como en Occidente, a millones de almas nobles, sean cuales fueren los nombres
con que al Cristo se conozca y las formas en que se le adore. Sí, se corre el
riesgo de que la perla de gran precio se escape de nuestras manos, y quede el
hombre por siempre más pobre. Para desvanecer el peligro, es necesario
desenredar los diferentes hilos de la historia del Cristo y colocarlos uno al
lado de otro con la debida separación: el hilo de la historia, el hilo de la
leyenda, el hilo del misticismo. Los tres fueron torcidos en una sola cuerda,
para confusión de los hombres pensadores; mas, al desenredarlos, nos encontramos
con que la narración se hace más valiosa con el conocimiento que se le añade; y
mientras más clara sea la luz que se arroje sobre ella, tanto mayor será su
belleza, como pasa con todo lo que tiene la verdad por fundamento. Estudiaremos
primero el Cristo histórico, después el Cristo mítico. Y en tercer lugar el
Cristo místico, y veremos que al Jesucristo de las Iglesias lo forman elementos
sacados de todos ellos. Todos entran en la composición de la grandiosa y
patética figura que domina los pensamientos y emociones de la Cristiandad: el
hombre de las amarguras, el Salvador del mundo, el amoroso Señor del género
humano.
EL CRISTO HISTÓRICO O JESÚS EL SANADOR y EL MAESTRO
El hilo de la
narración histórica de la vida de Jesús puede desenredarse sin gran dificultad
de los demás con que se halla entretejido. Para este estudio debemos utilizar la
ayuda que pueden prestarnos esos anales del pasado que son capaces de comprobar
las personas experimentadas en su averiguación, anales de los que se han
extraído y publicado ciertos detalles relativos al Maestro hebreo, por H. P.
Blavatsky y por otros peritos en la investigación oculta. Ahora bien; esta
palabra "perito", con relación al Ocultismo, es a propósito para suscitar una
recusación en el ánimo de muchos. Sin embargo, sólo indica una persona que por
sus estudios especiales y por su especial educación, ha acumulado conocimientos
especiales también y ha desarrollado facultades o poderes que le permiten emitir
una opinión, fundada en su propio conocimiento individual sobre el asunto de que
se trata. Así como calificamos a Huxley de perito en biología, al Mayor Wrangler
de perito en matemáticas, y a Lyell de perito en geología, de igual modo
podremos muy bien llamar perito en Ocultismo al individuo que, por haber primero
dominado intelectualmente ciertas teorías fundamentales de la constitución del
hombre y del universo, y por haber después desarrollado en sí mismo ciertos
poderes que están latentes en todos los hombres -y que pueden desenvolverse por
los que se dedican a estudios apropiados-, adquiere facultades que le ponen de
manifiesto los procesos más obscuros de la Naturaleza. Así como un hombre puede
nacer con disposiciones para las matemáticas, y, ejercitándolas año tras año,
puede aumentar enormemente su aptitud, asimismo puede nacer un hombre con
ciertas facultades que corresponden al Alma, las cuales le es dado desarrollar
por medio de la educación y de la disciplina. Si después de desarrolladas, las
aplica al estudio del mundo invisible, este individuo llega a ser perito en la
Ciencia Oculta, y puede, a voluntad, pasar revista a los anales a que antes me
he referido. Semejante revista se halla tan fuera del alcance del hombre vulgar,
como lo está un libro escrito con los símbolos de las altas matemáticas,
respecto a los profanos en tales ciencias. Nada hay exclusivo en el
conocimiento, salvo en lo que toda ciencia es exclusiva; los que nacen con una
facultad y la educan, pueden dominar la ciencia que le sea apropiada, al paso
que los que vienen a la vida sin facultad alguna o los que, poseyéndola, no la
desarrollan, tienen que contentarse con permanecer ignorantes. Estas son las
reglas para obtener el conocimiento en todo: lo mismo en Ocultismo que en
cualquiera otra ciencia. Los anales ocultos, en parte confirman la narración de
los Evangelios y en parte no; nos muestran la vida de Jesús, y de este modo nos
facilitan el separarla de los mitos que con ella están entrelazados. El niño,
cuyo nombre judío se ha transformado en el de Jesús, nació en Palestina 105 años
antes de nuestra Era, siendo cónsules Publio Rutilio Rufo y Gnae Mallio Máximo.
Sus padres, de linaje distinguido, aunque pobres, le educaron en el conocimiento
de las Escrituras hebreas. Mas su ferviente devoción y su gravedad, que no
emparejaba con sus años, resolvieron a aquéllos a dedicarle a la vida religiosa
y ascética; y como poco después, en una visita que hizo a Jerusalén, mostrase su
extraordinaria inteligencia y su afán de saber, yendo en busca de los doctores
del templo, le enviaron a adquirir la enseñanza de una comunidad de esenios que
habitaba el desierto meridional de Judea. A la edad de diecinueve años entró en
el monasterio esenio situado en las proximidades del Monte Serbal, instituto muy
visitado por los sabios que desde Persia y la India iban a Egipto, y donde
existía una magnífica biblioteca de obras ocultas, indas muchas de ellas, de las
regiones más allá del Himalaya. Desde este lugar de místico saber, pasó más
tarde a Egipto. Había sido plenamente instruido en las doctrinas secretas que
constituían entre los esenios la verdadera fuente de vida; y en Egipto fue
iniciado como discípulo de esa sublime Logia de donde salen los Fundadores de
todas las grandes religiones, pues Egipto ha seguido siendo uno de los grandes
centros que hay en el mundo, para la guardia de los Misterios verdaderos de los
cuales sólo son débiles y lejanos ref1ejos todos los Misterios semi-públicos.
Los Misterios hist6ricamente calificados de egipcios eran sombras de los asuntos
de que realmente se trataba "en la Montaña", y allí fue consagrado el joven
hebreo de un modo solemne que le preparó para el Sacerdocio Regio, a que llegó
más tarde. Era su pureza tan sobrehumana y tan grande su devoción, que en su
edad viril, llena de gracia, aventajaba con mucho a los severos y algún tanto
fanáticos ascetas con quienes se había educado, derramando entre los adustos
judíos que le rodeaban, la fragancia de una sabiduría suave y tierna, corno
rosal que plantado por modo extraño en un desierto, esparciera sus perfumes
sobre la estéril llanura. La majestuosa gracia y hermosura de su nítida pureza
formaban en torno suyo radiante aureola, y sus cortas palabras, dulces y
amorosas, despertaban aún en los más duros temporal gentileza, y en los más
rígidos pasajera ternura. Así vivió veintinueve años de vida mortal, creciendo
de gracia en gracia. Con pureza y devoción tan sobrehumanas, estaba en
condiciones para servir de templo a un Poder más elevado, para ser la morada de
una Presencia poderosa. Había sonado la hora de que se realizase una de las
Manifestaciones Divinas que de tiempo en tiempo vienen en auxilio de la
humanidad, cuando -para apresurar la evolución espiritual se necesita un nuevo
impulso, cuando la Aurora de una nueva civilización va a despuntar. Estaba
entonces el mundo occidental en la matriz del tiempo, a punto de nacer, y estaba
la superraza teutónica dispuesta a empuñar el cetro del imperio que se caía de
las manos trémulas de Roma; pero antes que emprendiese su jornada, debía
aparecer un Salvador del Mundo y colocarse junto a la cuna del Hércules niño y
bendecirlo. Un poderoso "Hijo de Dios" debía encarnar en la tierra, un
Instructor supremo, "lleno de gracia y de verdad" (4), que poseía la Sabiduría
Divina en su más plena medida, que era en realidad "el Verbo" encarnado, Luz y
Vida desbordadas, Fuente positiva de Aguas vivas. Señor de Compasión y de
Sabiduría -éste era Su nombre-, que desde Sus estancias en los Lugares Ocultos
bajó al mundo de los hombres. Mas necesitaba un tabernáculo terrestre, una forma
humana, el cuerpo de un hombre. ¿Quién más a propósito para ceder su cuerpo con
voluntad y alegría, en servicio de Uno ante el cual ángeles y hombres se
humillaban con la más profunda reverencia, que este hebreo, el más noble y puro
entre "los Perfectos", cuyo cuerpo y alma inmaculados eran lo mejor que la
humanidad podía ofrecer? El hombre Jesús se entregó voluntario al sacrificio,
"se ofreció sin mancha" al amante Señor, que tomó para sí aquella forma pura
como tabernáculo, y vivió en ella tres años de vida mortal. En las tradiciones
contenidos en los Evangelios se encuentra esta época señalada por el Bautismo de
Jesús, cuando se vio al Espíritu "que descendió del cielo como paloma y reposó
sobre El" (5), y una voz celestial le proclamó el Hijo muy amado a quien los
hombres debían prestar oído. Y era él, en verdad, el Hijo amado en quien el
Padre tiene su complacencia (6) ; y desde entonces "comenzó Jesús a predicar"
(7), y fue aquel grande misterio: "Dios se ha manifestado en la carne" (8). Mas
no fue único en ser Dios, porque: "¿No está escrito en vuestra ley; Yo dije,
Dioses sois? Si dijo Dioses a aquellos a quienes fue dada la palabra de Dios, y
la escritura no puede ser quebrantada, ¿a mí, a quien el Padre santificó y envió
al mundo, vosotros decís: tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?" (9). De
cierto, todos los hombres son Dioses por el Espíritu que llevan dentro; pero no
en todos está manifestado el Dios supremo como lo estaba en aquel su muy amado
Hijo. Esta Presencia manifestada puede llamarse correctamente "el Cristo," Ella
fue quien vivió y anduvo por las colinas y llanuras de Palestina, bajo la forma
del hombre Jesús, enseñando, curando enfermos y reuniendo en torno suyo como
discípulos algunas almas más desarrolladas. El encanto extraordinario de Su Amor
Real, que irradiaba de Sí como el Sol sus rayos, atraía a Su lado a los que
sufrían, a los fatigados, a los oprimidos; y la magia tierna y penetrante de Su
gentil sabiduría purificaba, dulcificaba y ennoblecía aquellas vidas que se
ponían en contacto con la Suya. Enseñaba con parábolas y luminosas imágenes a
las ignorantes multitudes que alrededor de El se apiñaban, y, haciendo uso de
las facultades del Espíritu en libertad, sanaba muchos enfermos con la palabra y
el tacto, multiplicando las energías magnéticas de Su cuerpo puro con la fuerza
impulsiva de Su vida interna. Rechazáronle Sus hermanos esenios, entre los
cuales trabajó al principio, porque comunicaba a las gentes la sabiduría
espiritual -en la historia de la tentación están sintetizados los argumentos
empleados en contra de Su vida dedicada a una obra de amor-, la sabiduría
espiritual que ellos guardaban con orgullo como su secreto tesoro, y porque su
amor anchísimo, dirigido siempre al Yo Divino, presente así en los elevados como
en los humildes, atraía dentro de su esfera a los degradados ya los proscriptos.
Por esto vio muy pronto cómo se condensaban sobre Su cabeza las negras nubes de
la sospecha y del odio. Los instructores y gobernantes de Su nación vinieron
presto a mirarle con celos y rabia; Su espiritualidad era la constante censura
de su materialismo; Su poder, la continua, aunque muda, prueba de su impotencia.
Tres años habían transcurrido apenas de Su bautismo, cuando estalló la tempestad
que venía formándose, y el cuerpo humano de Jesús sufrió castigo por llevar en
sí la gloriosa Presencia de un Instructor sobrehumano. El pequeño círculo de
discípulos escogidos que había elegido como guardadores de 'Su enseñanza, fue
privado así de la presencia física de su Maestro, antes que le fuese dado
asimilarse Sus instrucciones; pero eran ellos almas avanzadas de elevado tipo,
aparejados para el aprendizaje de la Sabiduría, y aptos para transmitirla a
hombres de menores vuelos. Entre todos, el más abierto a la enseñanza fue aquel
"discípulo que Jesús amaba", joven, entusiasta, ferviente, profundamente devoto
de su Maestro y coparticipe de Su espíritu de amor amplísimo. En la centuria que
siguió a la desaparición de Cristo del mundo físico, fue el representante de la
devoción mística que va tras el éxtasis, tras la visión divina, tras la unión
con lo Supremo; mientras que el último gran Apóstol, San Pablo, representó el
aspecto de la Sabiduría de los Misterios. El Maestro no olvidó la promesa que
les hizo de venir a ellos después que el mundo hubiese dejado de verle (10), y
por más de cincuenta años les estuvo visitando con Su cuerpo sutil espiritual,
prosiguiendo las enseñanzas que había comenzado cuando entre ellos vivía, y
adoctrinándolos en el conocimiento de las verdades ocultas. Ellos vivieron
bastante tiempo reunidos en un lugar apartado de los confines de Judea, sin
llamar la atención entre las muchas comunidades aparentemente similares de aquel
entonces. Estudiaban las profundas verdades que El les enseñaba, y adquirían
"los dones del Espíritu”. Estas instrucciones íntimas, comenzadas en su vida
física y continuada después de abandonado el cuerpo constituyeron el fundamento
de los "Misterios de Jesús", que hemos visto en la historia de la Iglesia
primitiva, y que formaron su vida interna: núcleo a que se fueron adhiriendo los
materiales heterogéneos que al cabo formaron al Cristianismo eclesiástico. En el
notable fragmento, llamado Pistis Sophia, figura un documento del mayor interés,
el cual se refiere a la enseñanza oculta, y está escrito por el famoso
Valentino. En él se dice que las lecciones de Jesús a sus discípulos llegaron en
los once años que siguieron a Su muerte, tan sólo a "las regiones de los
primeros estatutos, al primer misterio dentro del velo (11).
Hasta entonces no habían aprendido la distribución de los órdenes angélicos, de
lo cual habla en parte Ignacio (12). Después Jesús, estando "en la Montaña" con
Sus discípulos, que recibieron Su Vestidura mística, el conocimiento de todas
las regiones y las Palabras de Poder para entrar en ellas, les enseñó más aún,
prometiéndoles: “Yo os perfeccionaré en toda la perfección, desde los misterios
del interior a los misterios del exterior; yo os colmaré de Espíritu de suerte
que seáis llamados espirituales, perfectos en todas las perfecciones" (13) y los
instruyó acerca de lo que era Sophia, la Sabiduría, y de su caída en la materia,
en su intento de elevarse a lo más Alto, y de sus clamores a la Luz en quien
había puesto su confianza. y del envío de Jesús para redimirla del caos, y de su
coronación con la luz de Aquél, y de su liberación de la servidumbre. Y aún
siguió más adelante, hablándoles del más elevado Misterio, el inefable, el más
sencillo y claro de todos, aunque el más alto, el que sólo debía ser conocido de
aquel que renunciare el mundo de un modo completo (14); por este conocimiento
los hombres, se convertían en Cristos, pues tales "hombres son yo mismo, y yo
soy esos hombres", pues Cristo es ese Misterio más elevado (15). Conocimiento de
que los hombres son transformados en pura luz y llevados dentro de la luz” (16).
Y celebró para ellos la gran ceremonia de la Iniciación, el bautismo, "que
conduce a la región de la verdad ya la región de la luz", y les mandó celebrarlo
para otros que fuesen dignos: "Pero ocultad este misterio, no lo comuniquéis a
todos, sino a aquellos solamente que hagan todas las cosas que os he señalado en
mis prescripciones" (17). Después de esto, los apóstoles, instruidos por
completo, salieron a predicar, ayudados siempre de su Maestro. Además, tanto
ellos mismos como sus primitivos compañeros, trasladaron de su memoria a la
escritura todos los discursos públicos y las parábolas que a su Maestro habían
oído, y de igual modo, reuniendo con gran cuidado todas las noticias que
pudieron recoger, las pusieron por escrito y las hicieron circular entre los que
se iban adhiriendo a su pequeña comunidad. Formáronse varias colecciones,
escribiendo cada cual lo que recordaba, y añadiendo lo más selecto de los
relatos de los demás. Las enseñanzas íntimas dadas por Cristo a Sus elegidos, no
se escribieron, sino que fueron transmitidas oralmente a los dignos de
recibirlas, a discípulos constituidos en pequeñas comunidades para hacer vida
retirada, aunque siempre en contacto con el cuerpo central. Es, pues, el Cristo
histórico un Ser glorioso que forma parte de la gran jerarquía cuyo cometido es
guiar la evolución espiritual de la humanidad; el cual ocupó por espacio de tres
años enseñando públicamente por toda la Jadea y Samaria, curó enfermos, llevó a
cabo obras ocultas señaladas, y reunió en torno Suyo una pequeña agrupación de
discípulos a quienes comunicó las verdades más profundas de la vida del
espíritu, y con rara ternura, singular amor y preciosa sabiduría conquistó los
ánimos de las gentes, y acabó su carrera terrestre muriendo como blasfemo, que
tal fue considerado, por la honda doctrina de la Divinidad. inherente a Sí mismo
y a todos los hombres, que predicara. Vino a dar al mundo un nuevo impulso de
vida espiritual, a resucitar las íntimas enseñanzas referentes a esta vida, a
apuntar de nuevo al antiguo estrecho sendero. a proclamar la existencia del
"Reino de los Cielos", de la Iniciación, que da acceso al conocimiento de Dios
que es vida eterna, ya dar entrada en este Reino a unos pocos capaces de ser
maestros. Alrededor de esta Figura gloriosa se acumularon los mitos que la
enlazaban con la larga serie de Sus predecesores, mitos alegóricos de sus vidas,
que simbolizan la obra del Logos en el Kosmos y la evolución superior del alma
individual humana. Mas no se crea que la labor del Cristo en pro de Sus
seguidores quedó terminada con el establecimiento de los Misterios, ni que se
limitara a aparecer en ellos rara vez. Aquella Poderosa Entidad que usó del
cuerpo de Jesús como vehículo, y cuya solicitud tutelar abarca toda la evolución
espiritual de la quinta raza humana, dejó a cargo del santo discípulo que le
había provisto de cuerpo, el cuidar de la Iglesia naciente. Jesús, habiendo dado
cima a su evolución humana, "llegó a ser uno de los Maestros de Sabiduría y,
habiendo aceptado el encargo especial de la Cristiandad, procura siempre guiarla
por derecho derrotero y escudarla y protegerla y proveerla de alimento. El fue
el Hierofante de los Misterios Cristianos, el Instructor directo de los
Iniciados. Suya fue la inspiración que mantuvo viva la Gnosis en la Iglesia,
hasta que la flotante masa de ignorancia llegó a tener tal magnitud, que ahogó
la llama aún aventada por Su poderoso aliento. Suya fue la paciente labor que
reforzó un alma tras otra para resistir la lobreguez de las tinieblas, y
alimentar dentro de sí la chispa de la aspiración mística, el anhelo en buscar
el Dios escondido. Suyo fue el continuo imprimir la verdad en todo cerebro
preparado para ella, de modo que la antorcha del conocimiento pasase de mano en
mano a través de los siglos sin que jamás se extinguiese. Suya era la Figura
enhiesta detrás del tormento y de las llamas, que alentaba a Sus confesores ya
Sus mártires, y suavizaba las angustias de su muerte y colmaba de paz sus
corazones. Suyo el impulso expresado en la voz de trueno de Savonarola, en la
sabiduría sosegada de Erasmo, en la ética profunda del teomaníaco Espinosa. Suya
la energía de Roger Bacon, de Galileo y de Paracelso en sus investigaciones de
la Naturaleza. Suya la belleza que sedujo a Fra Angelico, a Rafael ya Leonardo
da Vinci, que inspiró el genio de Miguel Ángel, que brilló ante los ojos de
Murillo, que comunicó el poder de erigir las maravillas del Duomo de Milán, de
San Marcos de Venecia y de la Catedral de Florencia, las sonatas de Beethoven,
los oratorios de Handel, las fugas de Bach, el austero esplendor de Brahms. Suya
la Presencia que animaba a los solitarios místicos, a los perseguidos
ocultistas, a los pacientes investigadores de la verdad. El fue siempre el que
por la persuasión o por la amenaza, por la elocuencia de San Francisco o por los
sarcasmos de Voltaire, por la dulce sumisión de Tomás de Kempis o por la ruda
virilidad de Lutero, trató de instruir o despertar a los hombres, de ganarlos a
la santidad o de fustigarlos si, sordos, permanecían en el mal. En tantos siglos
ha trabajado y luchado, y aun llevando encima el enorme peso de las Iglesias, no
ha descuidado jamás ni dejado sin consuelo a alma humana que a El haya acudido.
Ahora pone todo su empeño en convertir en beneficio de la Cristiandad parte de
la grande oleada de Sabiduría que se está haciendo fluir para renovar el mundo,
y busca en las Iglesias quien tenga oídos para oír la Sabiduría, quien responda
a su llamamiento de mensajero, para llevarlo a su rebaño: “Aquí estoy;
enviadme.”
Notas del capítulo 4
(1) II, San Pedro I. 5.
(2) Gal., IV, 19.
(3) II, Cor., V, 16.
(4) San Juan I, 14.
(5) Ibid, I. 32.
(6) S. Mateo III, 17.
(7) Ibid, IV, 17.
(8) I. Timoteo III, 16.
(9) S. Juan X, 34-36.
(10) S. Juan XIV, 18, 19.
(11) Valentino. Trad. por G. R. S. Mead. Pistis Sophia, lib. I, I.
(12) Antes, pág. 52
(13) Antes, 60.
(14) Ibid, lib. II, 218.
(15) Ibid, 230.
(16) Ibid, 357.
(17) Ibid, 377.
CAPITULO V
EL CRISTO MITICO
Hemos visto en qué
forma se han aplicado los estudios de la Mitología Comparada a la destrucción de
las religiones; pues bien; algunos de sus más demoledores ataques se han
dirigido en contra del Cristo. Su nacimiento de una Virgen en "Navidad", la
matanza de Los inocentes, sus milagros y enseñanzas, su crucifixión,
resurrección y ascensión, acontecimientos todos de la historia de su vida, se
hallan también consignados en las narraciones de otras vidas, y en su
consecuencia, se rechaza su existencia histórica, por considerarse tales
identidades como imposibles. Por lo que hace a los milagros y a las enseñanzas,
contestaremos en breves palabras. La mayor parte de los grandes Maestros han
realizado hechos que en el plano físico aparecen como milagros a los ojos de sus
contemporáneos, pero que los ocultistas reconocen como fenómenos naturales,
producidos mediante el ejercicio de poderes que desarrollan todos los Iniciados
que están por encima de cierto grado. Y por lo que respecta a las enseñanzas de
Jesús, confirmamos que no son originales; pero cuando los profesores de
Mitología Comparada creen haber probado que ninguna procede de inspiración
divina, porque las mismas doctrinas morales salieron de los labios de Manu, de
los de Buda y de Jesús, el argumento les da en el rostro, pues precisamente
repitió Jesús las enseñanzas de sus predecesores, porque era un mensajero de la
misma Logia. Las profundas verdades del Espíritu divino y humano eran tan
ciertas veinte mil años antes de que Jesús naciera en Palestina, como después
que nació; y decir que el mundo estuvo abandonado sin estas enseñanzas, y que el
hombre fue entregado a las tinieblas morales desde el principio del mundo hasta
hace veinte siglos, es asegurar que hubo una humanidad sin Maestros, hijos sin
Padre, almas humanas que clamaban por luz en una oscuridad que ninguna respuesta
les daba: conceptos todos tan blasfemos de Dios como desesperantes para el
hombre; conceptos a que dan un mentís solemne las apariciones de Sabios tales,
así como la potente literatura, las nobles vidas de las edades sin cuento
anteriores a la venida de Cristo. Reconociendo, pues, en Jesús, al gran Maestro
de occidente, al Mensajero enviado por la Logia para dirigir el mundo
occidental, vamos a examinar la dificultad que ha destruido esta creencia en el
ánimo de mucha gente. ¿Cómo es que se encuentran en las religiones anteriores al
Cristianismo las festividades conmemorativas de la vida de Jesús? ¿Cómo se
celebran en aquéllas idénticos acontecimientos aplicados a las vidas de otros
Maestros? La Mitología Comparada, que en los tiempos modernos ha encaminado la
atención pública hacia estos asuntos, cuenta apenas un siglo de existencia, pues
tuvo origen cuando aparecieron la Historia Abreviada de los Diversos Cultos, de
Dulaure, el Origen de todos los Cultos, de Dupuis, el Panteón Hindú, de Moor, y
el Anacalypsis, de Godfrey Higgins. A estas obras siguieron otras muchas, cada
vez más científicas y severas en la recolección y comparación de los hechos,
hasta el punto de llegar a hacer imposible que una persona culta se atreva tan
siquiera a discutir las identidades y semejanzas que por todos lados se ponen de
manifiesto. Ya no se encuentran cristianos dispuestos a sostener que los
símbolos, ritos y ceremonias del Cristianismo sean únicos, a excepción -ni hay
que decirlo-de la gente ignorante, pues aun vemos la sencillez de las creencias
mano a mano con la ignorancia de los hechos. Pero aparte de esta gente, no
encontramos, ni siquiera entre los cristianos más devotos, quien niegue que el
Cristianismo tenga mucho de común con religiones más antiguas. Después de todo,
es bien sabido que en los siglos "siguientes a Cristo" tales semejanzas eran
cosa corriente, no haciendo, pues, la moderna Mitología Comparada más que
repetir con gran precisión lo que en la Iglesia primitiva universalmente se
reconocía. Justino Mártir, por ejemplo, atestó sus obras de referencias a las
religiones de su tiempo; y si cualquier moderno impugnador del Cristianismo
desease hacer numerosas citas de los casos en que las enseñanzas cristianas son
idénticas a las de religiones más antiguas, no encontraría seguramente depósito
más abundante de ellas que los escritos de los apologistas del siglo segundo.
Citan ellos enseñanzas, narraciones y símbolos paganos, y alegan que la
identidad que con éstos tienen los cristianos, debería ser motivo bastante para
que los últimos no fuesen rechazados desde luego como increíbles. Justino Mártir
da de esta semejanza una razón muy curiosa que, a la verdad, no encontrará
muchos valedores en los tiempos modernos. Dice así: "Los que enseñan los mitos
formados por los poetas, no exponen prueba alguna a los jóvenes que los
aprenden. Nosotros demostraremos que son debidos a la influencia de los demonios
perversos, atentos a engañar y descarriar a la especie humana. Sabedores éstos
de los anuncios de los profetas sobre la futura venida de Cristo y sobre el
castigo de los malvados por el fuego, crearon muchos hijos de Júpiter, con la
intención de despertar en los hombres la idea de que las cosas dichas de Cristo
eran cuentos de maravillas, ni más ni menos que las que los poetas decían..." "Y
los diablos, por cierto, cuando oyeron al profeta publicar la ablución,
indujeron a los que iban a sus templos y les rendían culto con libaciones y
holocaustos, a que también se rociasen; y asimismo hacen que se laven por
completo antes de marcharse..." "La cual (la Cena del Señor) han imitado los
malvados diablos en los misterios de Mithra, ordenando que se haga lo mismo..."
(1). "En cuanto a mí, cuando descubrí el perverso disfraz que los malos
espíritus habían puesto a las divinas enseñanzas de los cristianos, para impedir
que otros las aceptasen, me eché a reír" (2). Como se ve, pues, las semejanzas
eran tenidas por obra de los demonios, copias de los originales cristianos,
ampliamente difundidas por el mundo antes del Cristianismo, en previsión de su
venida y con el fin de crearle obstáculos. Cosa escabrosa es sin duda y difícil
de aceptar, eso de que las enseñanzas más antiguas sean copias, y sus originales
las aducidas en época relativamente moderna. Pero, así y todo, no tratamos de
discutir con Justino Mártir sobre si las copias precedieron al original o el
original a las copias, contentándonos con aceptar su testimonio respecto de la
existencia de estas identidades entre las creencias que florecían en su tiempo
en el Imperio romano y la nueva religión que estaba comprometido a defender. Con
la misma sencillez se explica Tertuliano al afrontar la objeción que por aquel
entonces se hacía también al Cristianismo, de que "las naciones extrañas a toda
inteligencia de los poderes espirituales, atribuían a sus ídolos la inmersión en
agua como igualmente eficaz." "Así lo hacen -contesta con toda franqueza-, pero
ellos se engañan a sí mismos con aguas que son viudas. La ablución es el medio
por el cual son iniciados en algunos ritos sagrados de cierta Isis o Mithra
conocidos; y a los Dioses mismos honran con abluciones... En los juegos
Apolinarios y Eleusinos son ellos bautizados; y suponen que esto tiene por
efecto regenerarlos y remitirles las penas debidas a sus perjurios. y al par que
reconocemos la realidad del hecho, reconocemos también el celo del demonio en
emular las cosas divinas, pues hace practicar el bautismo a los que le están
sujetos" (3). Para desatar el nudo de estas semejanzas, vamos a estudiar el
Cristo Mítico, el Cristo de los mitos o leyendas solares; pues estos mitos
constituyen las formas pictóricas en que ciertas profundas verdades fueron dadas
al mundo. Ahora bien; un "mito" no es lo que se imagina la mayor parte de la
gente, esto es, una historia fantástica fundada en un hecho real, y aun ajena
por completo a toda realidad.
Un mito contiene
bastante más realidad que una historia; pues una historia es sólo narración de
sombras, mientras que un mito hace referencia de las substancias que proyectan
esas sombras. Como lo de arriba, así es lo de abajo; y primero es lo de arriba,
y lo de abajo después. Existen grandes principios, conforme a los cuales nuestro
sistema está constituido; existen ciertas leyes que regulan el desarrollo de
estos principios en detalle; existen grandes Seres cuya constitución son los
principios, y sus funciones las leyes; existen huestes de entidades inferiores
que actúan como vehículos de estas funciones: son agentes, instrumentos; y
vienen, por último, los Egos humanos, que, mezclados con todos ellos, son
copartícipes en el desenvolvimiento del gran drama cósmico. Estos diversos
trabajadores de los mundos invisibles proyectan sus sombras sobre la materia
física, y estas sombras son "cosas"; los cuerpos, los objetos de que el universo
físico está constituido. Las sombras dan sólo una pobre idea de los objetos que
las lanzan, bien así como lo que aquí abajo llamamos sombras, dan una idea muy
pobre de los objetos que las producen; son meras siluetas de fondo oscuro,
desprovistas de pormenores, con longitud y latitud, pero sin profundidad. Es la
historia una narración muy imperfecta, y a veces desconcertada, de la danza de
estas sombras en el mundo umbrío de la materia física. El que haya visto
funcionar una linterna mágica y haya hecho comparación de lo ejecutado por un
hábil jugador detrás del lienzo con lo que sobre él es percibido, podrá obtener
una vívida idea de la naturaleza ilusoria de las acciones umbrosas y deducir de
ello analogías no descamina-das (4). El mito refiere cómo se mueven los que
hacen las sombras, y el lenguaje usado para ello es lenguaje de símbolos. Así
como nosotros tenemos palabras que significan tosas -ejemplo, la palabra "mesa",
que es símbolo de un objeto conocido de cierta especie-así los símbolos
significan objetos de planos más elevados. Cada uno con su significación propia,
constituyen un alfabeto pictórico, el cual emplean todos los escritores de
mitos. Todo símbolo lleva adaptada la designación de determinado objeto, a la
manera con que las palabras se usan entre nosotros para distinguir una cosa de
otra; por tanto, el conocimiento de los símbolos es necesario para la lectura de
los mitos. Los expositores originales de los grandes mitos son siempre
Iniciados, hechos a manejar el lenguaje simbólico y a emplearlo, por de contado,
de un modo invariable y reconocido. Cada símbolo tiene un significado principal
y además otros varios subalternos que guardan relación con el primero. Por
ejemplo, el Sol es el símbolo del Logos, y éste es su significado principal o
primario. Pero también significa una encarnación del Logos, o sea de los grandes
Mensajeros que Lo representan temporalmente, al modo que un embajador representa
a su Rey. Los altos Iniciados que para misiones especiales toman carne humana y
viven entre los hombres por algún tiempo, como Directores o Maestros, son
designados por el símbolo del Sol; pues aunque éste no sea su símbolo propio en
un sentido individual, se convierte en tal por razón de su cargo. Todos los
Seres a quienes este símbolo designa, se distinguen de un modo notorio: sus
condiciones características son especiales; determinadas las situaciones por que
pasan; singulares las acciones que ejecutan. El Sol es la sombra física o cuerpo
del Logos, y así se le llama; de aquí que su curso anual en la naturaleza sea un
reflejo de la actividad del Logos, en la forma parcial en que una sombra es
capaz de representar la actividad del objeto que la proyecta. En suma: es el
curso anual del Sol la sombra del Logos, "del Hijo de Dios", cuando desciende a
la materia; y esta es la significación del Mito Solar. De aquí procede, también,
el que cualquiera encarnación del Logos o sea uno de Sus altos emisarios,
represente asimismo en su cuerpo mortal esa actividad, a manera de sombra. Por
esto han de producirse necesariamente las semejanzas que se ofrecen en las
historias de esos emisarios; y, consiguientemente, donde se note la falta de
tales identidades, está la prueba de que la personalidad de que se trata, no
tuvo plenos poderes: su misión fue de un orden inferior. Es, pues, el Mito Solar
una narración que, representando en primer lugar la actividad del Logos o el
Verbo en el Cosmos, viene en lugar secundario a resumir la vida de una
individualidad que es una encarnación del Logos, uno de Sus excelsos
embajadores. El Héroe del mito es presentado comúnmente como Dios o Semidios, y
su vida, según se comprenderá por lo que va dicho, ha de ser trazada conforme a
la carrera del Sol, que es la sombra del Logos. La parte de carrera consumida
durante la vida humana es la comprendida entre el solsticio de invierno y la
llegada al zenit en el verano. El Héroe nace en el solsticio de invierno, muere
en el equinoccio de primavera, y, venciendo a la muerte, se eleva en medio del
cielo. A este respecto son interesantes las siguientes observaciones, aunque se
refieren al mito de un modo más general, como una alegoría que semeja verdades
internas: "Alfredo de Vigny ha dicho que la leyenda a veces contiene más verdad
que la historia, porque la leyenda no da cuenta de los hechos, a menudo
incompletos y abortivos, sino del genio mismo de los grandes hombres y de los
grandes pueblos. Este hermoso pensamiento es sobre todo aplicable al Evangelio,
pues en él no se contiene la mera narración de lo que ha sido, sino además el
relato sublime de lo que es y de lo que siempre será. Siempre será el Salvador
del mundo adorado por los reyes de la inteligencia que representan los Magos;
siempre El multiplicará el pan de la eucaristía para alimento y fortaleza de
nuestras almas; cuando en negra noche y en medio de la tormenta le invoquemos,
vendrá siempre a nosotros, andando sobre las aguas, y extenderá siempre Su mano
para ayudarnos a caminar sobre las olas; siempre acudirá en los desórdenes de
nuestra mente, y devolverá a nuestros ojos la luz perdida; y luminoso y
transfigurado se presentará siempre en el Tabor a sus devotos, interpretando la
ley de Moisés y desplegando el celo de Elías" (5). Ya veremos que los mitos
están íntimamente relacionados con los misterios, pues parte de éstos eran la
vívida representación pictórica de lo que ocurre en los más elevados mundos, la
cual venía al cabo a tomar la forma de mito. En los Pseudo-Misterios las
reproducciones pictóricas de los misterios verdaderos se representaban mutiladas
en un drama, ejecutado por actores; y muchos de los mitos secundarios son estos
mismos dramas puestos en escritura. El amplio bosquejo de la historia del Dios
Sol es muy claro: su accidentada vida se comprende dentro de los primeros seis
meses del año solar; los seis restantes se dedican a la protección y
conservación general. Nace siempre en el solsticio de invierno, después del día
más corto del año, a la media noche del 24 de Diciembre, cuando el signo de
Virgo se eleva sobre el horizonte; nacido en tal coyuntura, nace siempre de una
virgen después de haber dado a luz a su Hijo Sol, como el signo celeste de Virgo
sigue inmutable e inmaculado cuando el Sol surge de él en el cielo. Débil y
desvalido como niño ha venido a la vida durante los días más cortos y las noches
más largas -para nosotros que estamos al Norte del ecuador-, se encuentra
rodeado de peligros en su infancia. El reino de las tinieblas es mucho más largo
que el suyo en sus primeros días. Pero vive a pesar de todos los peligros que le
amenazan; los días se prolongan hacia el equinoccio de primavera, y llega el
momento de pasar de uno a otro extremo, de cruzar -la crucifixión-, cuya fecha
varía con cada año. A veces se encuentra al Dios Sol esculpido dentro del
círculo del horizonte, con la cabeza y los pies tocando la circunferencia al
Norte y al Sur, y, extendidos los brazos, toca con las manos el Este y el Oeste.
-"El está crucificado." Después de esto se eleva triunfante y sube a los cielos,
y madura el grano y el racimo, dándoles de su vida misma para que se forme su
sustancia, y, mediante ella, la de sus adoradores. El Dios nacido al amanecer
del 25 de Diciembre, es crucificado siempre en el equinoccio de primavera, y
siempre entrega su vida para alimento de sus adoradores-. Estos son los
distintivos más salientes del Dios Sol. Lo fijo de la fecha del nacimiento y lo
variable de la muerte tienen significación muy grande, cuando observamos que la
primera es la de una posición fija del Sol, y la segunda la de una posición
variable del mismo. "La Pascua de Resurrección" es movible, y se calcula por las
posiciones relativas del Sol y de la luna: cosa impropia para fijar el
aniversario de un acontecimiento histórico pero muy natural e inevitable cuando
se trata de calcular una festividad del Sol. Fechas variables que no indican la
historia de un hombre, sino que apuntan al Héroe de un mito solar. Estos sucesos
están reproducidos en las vidas de los diversos Dioses Solares, de cuyas
imágenes hay ejemplos abundantes en la antigüedad. La Isis de Egipto, como María
de Bethlehem, era nuestra Señora Inmaculada, Estrella del Mar, Reina del Cielo,
Madre de Dios. Representábasele de pie sobre la media luna, y coronada de
estrellas, dando de mamar a su hijo Horus, y con la cruz detrás del niño sentado
en la falda de su madre. El signo de Virgo del Zodíaco se encuentra representado
en antiguos dibujos por una mujer amamantando un niño; éste es el tipo de todas
las futuras Madonas con sus divinos hijos, el cual muestra el origen del
símbolo. Así se ve también la figura de Devaki con el divino Krishna en sus
brazos, y así la de Mylitta, o Istar, de Babilonia, con la especial corona de
estrellas y su hijo Tammuz en las rodillas; Mercurio y Esculapio, Baco y
Hércules, Perseo y los Dioscuros, Mithra y Zarathustra, tuvieron todos
nacimientos divinos y humanos. La relación del solsticio de invierno con Jesús
es también significativa. El nacimiento de Mithra se celebraba en el solsticio
de invierno con grandes regocijos, y Horus nacía también por entonces: "Su
nacimiento es uno de los mayores misterios de la religión (egipcia). Sus
representaciones aparecían pintadas en los muros de los templos. . . Era el hijo
de la Divinidad. En la época de las pascuas, o sea en la correspondiente a esta
festividad nuestra, su imagen se sacaba del santuario con ceremonias peculiares,
lo mismo que la imagen del niño Bambino se saca y se exhibe todavía en Roma"
(6). Sobre la fijación del 25 de Diciembre como la fecha del nacimiento de
Jesús, dice Williamson lo que sigue: "Todos los cristianos saben que el 25 de
Diciembre es ahora el día designado para la festividad del nacimiento de Jesús,
pero pocos están enterados de que no siempre ha sido así. Dícese que han habido
ciento treinta y seis fechas distintas asignadas a tal hecho por las diversas
sectas cristianas. Lightfoot da la del 15 de Septiembre, otros la de Febrero o
Agosto. Epifanio menciona dos sectas, una que lo celebraba en Junio y otra en
Julio. La cuestión fue resuelta al fin por el papa Julio I en el año 337; y San
Crisóstomo escribía en 390: "Este día (esto es, el 25 de Diciembre) también se
fijó últimamente en Roma para el nacimiento de Cristo, con el propósito de que
mientras los paganos estuviesen ocupados en sus ceremonias (las Brumalias en
honor de Baco), pudiesen los cristianos celebrar tranquilamente sus ritos."
Gibbson, en su obra Decline and Fall of the Roman Empire, escribe: “Los (
cristianos) romanos, tan ignorantes como sus hermanos de la verdadera fecha del
nacimiento de Cristo, fijaron la solemne festividad el 25 de Diciembre, día de
las Brumalias o del solsticio de invierno, en el cual celebraban anualmente los
paganos el nacimiento del Sol." King, en sus Gnostics and their Remains,
dice también: "La antigua fiesta del 25 de Diciembre en honor del natalicio del
Uno Invencible (7), celebrada con grandes juegos en el Circo, fue en adelante
transferida a la conmemoración del nacimiento de Cristo, cuya fecha precisa
confiesan muchos Padres de la Iglesia que era entonces desconocida."
Y
al presente el canónigo Farrar dice que: "es inútil todo intento para descubrir
el mes y día de la natividad; no existen datos con que poderlos determinar ni
aun siquiera de un modo aproximado." De todo lo cual resulta que la gran
festividad del solsticio de invierno se venía celebrando desde tiempos antiguos
y en países apartados para honrar la memoria del nacimiento de un Dios, a quien
casi invariablemente se designa como un "Salvador", y a cuya madre se llama una
virgen pura. Las notables semejanzas que se han señalado, no sólo en lo que
respecta al nacimiento, sino también en lo que se refiere a la vida de estos
Dioses Salvadores, son demasiado numerosas para que se las considere como una
mera coincidencia”. (8) También vemos un mito relacionado con la personalidad
histórica del Señor Buda. Bien conocida es la narración corriente en la India
sobre su vida, donde la historia del nacimiento se presenta en forma sencilla y
humana. Pero en las relaciones chinas nace de una virgen, Mayadevi con lo que el
mito arcaico hace de El un nuevo Héroe. Asimismo dice Williamson que los pueblos
celtas encendían y aun encienden hogueras en las colinas el 25 de Diciembre, que
entre los montañeses de Irlanda y Escocia llevan todavía el nombre de Bheil o
Baaltine: esto es la denominación de su antigua Deidad, Bel, Bal o Baal, el Dios
Sol, aunque ahora las enciendan en honor de Cristo (9). Bien pensado, las
fiestas de Navidad deberán ofrecer a los amantes de Cristo nuevos motivos de
santificación y de regocijo, al considerarlas como continuación de una antigua
solemnidad celebrada en todo el mundo desde los tiempos más remotos.
Ciertamente, las campanas anunciadoras de tal festividad suenan a través de toda
la historia humana, pues su armonioso repique sale del fondo de las tinieblas de
las edades más primitivas. El sello de la verdad se encuentra en la aceptación
universal, no en la posesión del exclusivismo. Ya hemos dicho que la fecha de la
muerte no es fija como la del nacimiento. La primera se calcula de conformidad
con las posiciones relativas del Sol y de la Luna en el equinoccio de primavera,
variando, por tanto, en cada año; y en tal relación vemos celebrarse la fecha de
la muerte de todos los Héroes Solares. El animal elegido por símbolo del Héroe
es el signo del Zodíaco en que está el Sol en el equinoccio primaveral del año
correspondiente, el cual varía con la precesión de los equinoccios. Oannes de
Asiria tenía el signo de Piscis, el Pez, y en esta forma se le representaba.
Mithra tenía el de Tauro, por lo cual figura montado en un toro; y a Osiris se
rendía culto como Osiris-Apis, o Serapis, el Toro. Merodach de Babilonia era
adorado como un toro, y así lo fue también Astarte de Siria. Cuando el Sol está
en el signo de Aries, el carnero o cordero, vemos otra vez a Osiris como
carnero, e igualmente a Astarte y a Júpiter Ammon. Este mismo animal vino a ser
el símbolo de Jesús -el Cordero de Dios. El empleo del Cordero como símbolo suyo
con frecuencia puesto en la cruz, es muy común en las esculturas de las
catacumbas. Sobre esto dice Williamson: "Andando el tiempo fue el Cordero
representado en la cruz, hasta que el sexto concilio de Constantinopla,
celebrado hacia el año 680, ordenó que en lugar del antiguo símbolo se pusiese
la figura de un hombre sobre la cruz. Confirmó este canon el papa Adriano I"
(10). Fue también aplicado a Jesús el muy antiguo símbolo de Piscis, y así se le
encuentra pintado en las catacumbas. La muerte y resurrección del Héroe Solar en
el equinoccio de primavera o cerca de él, se encuentran tan ampliamente
difundidas, como su nacimiento en el solsticio de invierno. En tal época moría
Osiris a manos de Tifón, y se le figuraba en el círculo del horizonte, con los
brazos extendidos, como si estuviese crucificado -postura que originalmente
significaba que bendecía, no que padecía sufrimientos. Llorábase anualmente la
muerte de Tammuz en Babilonia y en Siria por el equinoccio de primavera, así
como también la de Adonis en Siria y Grecia, y la de Attis en Frigia, donde se
hacía su efigie "como un hombre clavado con un cordero a sus pies" (11).
Igualmente se solemnizaba en Persia la muerte de Mithra. Y en Grecia la de Baco
y Dionisio, que son uno mismo. En México reaparece la misma idea, como de
ordinario acompañada de la cruz. En todos los casos al duelo de la muerte
sucedía inmediatamente los regocijos de la resurrección, y a este propósito es
interesante observar que el nombre Easter (que es el nombre inglés de la Pascua
de resurrección y que se pronuncia Ister) se remonta a la virgen madre del
muerto Tammuz: Ishtar (12). Es también interesante el hecho de que el ayuno que
precede a la muerte en el equinoccio primaveral -la Cuaresma moderna-se
encuentra en México, Egipto, Persia, Babilonia, Asiria, Asia Menor, y en algunos
casos definidamente por cuarenta días (13). En los Pseudo-Misterios se ponía en
drama la historia del Dios Sol, y en los antiguos Misterios el Iniciado
constituía su vida con ella: de aquí que los "mitos" solares y los grandes
hechos de la Iniciación viniesen a quedar estrechamente enlazados. Por esto
cuando el Cristo Maestro llegó a ser el Cristo de los Misterios, las leyendas de
los Héroes más antiguos de estos Misterios se agruparon en torno suyo, y de
nuevo se aplicaron al último Instructor divino las historias que, como
representante del Logos en el Sol, le correspondían. Entonces el festival de su
natalicio se fundió en la fecha inmemorial cuando el 'Sol nació de la Virgen,
cuando a la media noche, las tinieblas del espacio, se llenaron de regocijadas
huestes de seres celestiales, y
Muy temprano, muy temprano nació Cristo,
Cuando se le aplicó la
gran leyenda del Sol, fue adoptado el signo del Cordero para Su crucifixión, así
como el de la Virgen se habría adoptado para su nacimiento. Hemos visto que el
Toro fue consagrado a Mithra y el Pescado a Oannes; por idéntica razón fue el
Cordero consagrado a Cristo; era el signo del equinoccio de primavera en el
período de la historia en que cruzó el gran círculo del horizonte, en que fue
"crucificado en el espacio." Estos mitos solares, siempre repetidos a través de
los siglos, con un Héroe de diferente nombre en cada nueva aparición, no pueden
quedar inadvertidos para el hombre estudioso, aunque los ignore, como es
natural, el simple devoto; y cuando se les emplea como arma para mutilar o
destruir la majestuosa figura de Cristo, hay que hacerles frente, no para negar
los hechos sino para comprender el significado más profundo de las narraciones:
las verdades espirituales que las leyendas expresan bajo su velo. ¿Por qué se
han mezclado estas leyendas con la historia de Jesús, condensándose en torno
suyo como personaje histórico? Son éstas, en realidad, narraciones que no
incumben de modo particular a un individuo llamado Jesús, sino que pertenecen al
Cristo universal, a un Hombre que simbolizaba a un Ser Divino y que representaba
una verdad fundamental de la Naturaleza; a un Hombre que cumplió cierto cometido
y tuvo una posición característica respecto de la humanidad, guardando con ella
especial parentesco, renovando una edad tras otra, conforme las generaciones
sucedían a las generaciones y las razas daban lugar a otras razas. De aquí que
Cristo, como todos los otros, fuese el "Hijo del Hombre", título peculiar y
distintivo, el título de un cargo, no de un individuo. El Cristo del Mito Solar
fue el Cristo de los Misterios; y así encontramos el secreto del Cristo mítico
en el Cristo místico.
Notas del capítulo 5
(1) Vol. II, Justino Mártir, Apología Primera, párrafos LIV, LXII y LXVI.
(2) Ibid, Apología Segunda, pár. XIII.
(3) Vol. VII, Tertuliano. Sobre el Bautismo, cap. V.
(4) El lector estudioso puede ver la narración de la "Cueva" y de sus habitantes de
Platón, teniendo presente que era un Iniciado. República, lib. VII.
(5) Eliphas Levi. The Mysteries of Magic, pág. 48.
(6) Bonwick. Egyptian Belief, pág. 157. Citado en Great Law, página 26, por
Williamson.
(7) La festividad "Natalis Solis Invicti", natalicio del Sol Invencible.
(8) Williamson. The Great Law, págs. 40-42. Los que deseen estudiar este
asunto de las Religiones Comparadas, no pueden hacer nada mejor que leer The
Great Law, cuyo autor es profundamente religioso y cristiano.
(9) Ibid. págs. 36-37.
(10) The Great Law, pág. 116.
(11) Ibid, pág. 58.
(12) Ibid, pág. 56.
(13) The Great Law, págs. 120-123.
CAPITULO VI
EL CRISTO MISTICO
Ya nos acercamos a ese
aspecto más profundo de la historia del Cristo que le da su más positiva
influencia sobre los humanos corazones. Ya nos acercamos a esa vida eterna que
brota de manantial invisible, y cuya espléndida corriente de tal modo envuelve a
su representante, que deslumbra a los mortales y los agolpa en torno suyo, antes
dispuestos a repeler aún los mismos hechos históricos, que a rechazar una verdad
que como esencia de la vida superior intuitivamente reconocen. Nos acercamos al
sagrado recinto de los Misterios, donde levantaremos una punta del velo que
oculta el santuario. Hemos visto que retrocediendo a la antigüedad cuan lejos es
posible, siempre encontramos reconocida en todas partes la existencia de una
enseñanza oculta, de una doctrina secreta transmitida por los Maestros de
Sabiduría en condiciones rigurosas y ceñidas a candidatos aprobados. Eran estos
candidatos iniciados en "Los Misterios", nombre que en la antigüedad comprendía,
según hemos visto, lo más espiritual de la religión, lo más profundo de la
filosofía, lo más valioso de la ciencia. Por estos Misterios pasaron todos los
grandes Instructores de los tiempos antiguos, entre los cuales eran los más
grandes los Hierofantes. Los que se dieron a la luz del mundo para hablar del
Universo invisible, atravesaron antes el portal de la Iniciación y aprendieron
allí el secreto de los Santos Seres de sus propios labios; todos ellos vinieron
acompañados de la misma historia de la cual son versiones los mitos solares,
idénticos en sus rasgos esenciales, y distintos sólo en el color local. Esta
historia es en su origen la del descenso del Logos a la materia; y el Dios Sol
es su símbolo propio, puesto que el Sol es su Cuerpo, por lo que con frecuencia
se le señala como "Aquel que mora en el Sol". Bajo cierto aspecto, el Cristo de
los Misterios es el Logos que desciende a la materia, siendo el gran Mito del
Sol la enseñanza popular de esta verdad sublime. Como en los casos anteriores,
el Divino Maestro que trajo la Antigua Sabiduría y la publicó de nuevo en el
mundo, fue considerado como una manifestación especial del Logos, y así fueron
sucesivamente aplicadas al Jesús de las Iglesias las narraciones pertenecientes
a este gran Ser; de este modo vino a quedar identificado en el lenguaje
cristiano, con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Logos o la
palabra de Dios (1) , y los acontecimientos salientes referidos en el mito del
Dios Sol, vinieron a ser los acontecimientos salientes de la historia de Jesús,
considerado como la Divinidad encarnada, el "Cristo mítico". Y así como en el
macrocosmo, o sea el Cosmos, el Cristo de los Misterios representa al Logos, o
Segunda Persona de la Trinidad, así también en el microcosmo, o sea el individuo
humano, representa el segundo aspecto del Espíritu Divino en el hombre; por
donde en éste se le llame "el Cristo" (2) . El segundo aspecto del Cristo de los
Misterios es, pues, la vida del Iniciado, la vida en que se entra a la gran
Iniciación primera; durante ella, el Cristo nace en el hombre, y más tarde se
desarrolla en él. Para comprender esto mejor, se hace preciso examinar las
condiciones que al candidato a la Iniciación se imponen, y estudiar además la
naturaleza del Espíritu del hombre. Sólo aquéllos podían considerarse candidatos
a la Iniciación que fuesen ya buenos, según entienden la bondad los hombres,
conforme a la medida estricta de la ley. Puros, santos, sin mancha, libres de
pecado, su vida sin trasgresión, eran frases empleadas para señalarlos (3).
Debían también ser inteligentes, tener bien desarrollado su entendimiento y ser
bien educados (4). La evolución realizada en el mundo, una vida tras otra, por
el desarrollo y amaestramiento de los poderes mentales, de las emociones y del
sentido moral, por las enseñanzas adquiridas de las religiones esotéricas, por
el cumplimiento de los deberes y por el esfuerzo hecho para ayudar y elevar a
los demás, cosa ésta perteneciente a la vida ordinaria del hombre que está en
curso de desenvolverse. Cuando todo esto se ha logrado, el hombre se ha hecho
"un hombre bueno" –el Chrîstos de los griegos-y todo esto ha de alcanzar, antes
que pueda ser el Christos, el Ungido. Después que ha llegado al colmo de la vida
buena exotérica, está a punto de ser candidato a la esotérica, y entonces
comienza a prepararse para la Iniciación, mediante el cumplimiento de
determinadas condiciones. Estas condiciones señalan los términos de los
atributos que debe adquirir, y en tanto trabaja para darles vida, va andando por
el Sendero Probatorio, que así suele llamarse el Sendero que conduce a la
"Puerta Estrecha", más allá de la cual está el "Camino Angosto" o "'Sendero de
Santidad": el "Camino de la Cruz". No es indispensable que lleve a la perfección
el desarrollo de estos atributos, pero sí que haya hecho ciertos progresos en
todos ellos, para que el Cristo pueda nacer en él. Tiene que preparar una morada
pura para el Divino Niño que en él ha de desarrollarse. De estos atributos,
mentales y morales todos, es el primero el Discernimiento; significa esto que el
aspirante debe poner por obra el apartar en su mente lo Eterno de lo Temporal,
lo Real de lo Ilusorio, lo Verdadero de lo Falso, lo Celestial de lo Terreno.
"Las cosas que se ven son temporales" -dice el Apóstol-"mas las cosas que no se
ven son eternas" (5). Viven los hombres constantemente sometidos al espejismo de
lo que se ve, el cual los ciega para lo que no se ve. El aspirante debe aprender
a distinguirlos, de modo que lo que para el mundo no es real, sea real para él,
y lo que es real para el mundo, le aparezca ilusorio; pues sólo así es posible
"andar por fe, no por vista" (6). Y así también debe el hombre llegar a ser uno
de aquellos a quienes señalaba el Apóstol como de edad cumplida, aquellos, "que,
por la costumbre, tienen ya los sentidos ejercitados en el discernimiento del
bien y del mal" (7). Seguidamente este sentido de la falta de realidad ha de
producir en él Disgusto por lo ilusorio y pasajero, meras cortezas de la vida,
impropias para satisfacer el hambre, a no ser el hambre de los cerdos (8). Esta
etapa del desarrollo se halla enérgicamente presentada por Jesús con su lenguaje
enfático, encaminado a impresionar vivamente el ánimo de su auditorio, en estas
palabras: "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, y mujer e
hijos, y hermanos y hermanas, y aun también su vida, no puede ser mi discípulo"
(9). Dura es, en verdad, esta sentencia, y, sin embargo, de semejante
aborrecimiento, traído al discurso como antítesis de los afectos egoístas y
exclusivos, tales como los entiende el mundo, ignorante de la Unidad Suprema que
todo lo funde en un afecto único y sumo, habrá de surgir un día un amor más
profundo y verdadero; etapa es ésta ineludible en el camino hacia la "Puerta
Estrecha". Luego el aspirante debe adquirir el Dominio de sus pensamientos, lo
que le llevará al Dominio de sus acciones, pues para el ojo interno es el
pensamiento lo mismo que la acción: "Cualquiera que mira la mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella su corazón" (10). También ha de lograr el
Sufrimiento, pues los que aspiran a andar "el Camino de la Cruz", tienen que
afrontar penalidades amargas y duraderas, y deben apercibirse para sostenerse en
ellas "como viendo al invisible" (11). A esto añadirá la Tolerancia, si quiere
ser hijo del Padre "que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva
sobre justos el Equilibrio descrito por el Apóstol (12). Finalmente, debe
adquirir la Fe, para la cual nada hay imposible (13). Además, debe sólo buscar
“las cosas de arriba” (14) y aspirar con ansia a la bienaventuranza de la visión
de Dios y de su unión con El (15). El hombre que ha logrado estas cualidades en
su carácter, es tenido por apto para la Iniciación, y entonces los Guardianes de
los Misterios le abren la Puerta Estrecha. Así, y sólo así, logrará ser el
candidato dispuesto.
Ahora bien; el Espíritu que en el hombre mora, es don de la Suprema Deidad, que
en sí contiene los tres aspectos de la Vida Divina (Inteligencia, Amor,
Voluntad), por ser imagen de Dios. A medida que evoluciona, desarrolla en primer
lugar el aspecto Inteligencia, esto es, desarrolla el intelecto, lo cual se
verifica, en la vida ordinaria del mundo. Realizado esto en alto grado, y unido
al desarrollo moral, se eleva el hombre a la condición de candidato. El segundo
aspecto del Espíritu es Amor, y su evolución es la evolución del Cristo. Este
desarrollo se obtiene en los Misterios verdaderos; la vida del discípulo
constituye el Drama del Misterio, y las Grandes Iniciaciones señalan sus
diversos actos. Para mostrar los Misterios en el plano físico, se acostumbraba
representarlos de un modo dramático, ajustándose las ceremonias, bajo muchos
respectos, "al modelo" siempre seguido "en la Montaña", como sombras de las
grandiosas Realidades del mundo espiritual: única cosa perceptible en tiempos
degenerados. Es, pues, doble el concepto del Cristo Místico: el Logos, la
Segunda Persona de la Trinidad en su descenso a la materia, y el Amor, o el
segundo aspecto del Espíritu Divino desarrollándose en el hombre. El uno
representa procesos cósmicos que han tenido lugar en el pasado: es la raíz del
Mito Solar. El otro representa un proceso que se realiza en el individuo, la
etapa final de su evolución humana: es el origen de muchos de los pormenores del
Mito. Ambos contribuyeron a las narraciones evangélicas, y juntos constituyen la
Imagen del "Cristo Místico". Consideremos primero al Cristo cósmico, la
Divinidad envuelta en materia, la encarnación del Logos, el Dios hecho carne.
Cuando la materia que había de formar nuestro sistema solar fue separada del
océano infinito de materia que llena el espacio, la Tercera Persona de la
Trinidad, el Espíritu Santo, vertió su vida en ella para animarla y, en su
consecuencia, hacerla apta para ser modelada. Esta función, o sea el agregarle y
el darle forma, corresponde a la vida del Logos, la Segunda Persona de la
Trinidad, la cual se sacrificó, imponiéndose las limitaciones de la materia, y
constituyéndose en el "Hombre Celeste", en cuyo Cuerpo todas las formas existen,
como partes integrantes suyas. Esta era la historia cósmica mostrada en los
misterios a modo de drama -se entiende en los verdaderos Misterios, donde se
representa conforme ocurrió en el espacio, pues en los Misterios del plano
físico se representa por medios mágicos o de otra especie, y a veces con la
intervención de actores. Los procesos escritos están expuestos con gran claridad
en la Biblia. Cuando el "Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas", las
tinieblas reinaban "sobre la haz del abismo" (16); el gran abismo de materia no
exhibía forma alguna, estaba vacío; era el principio. La Forma la dio el Logos,
el Verbo, del cual está escrito: "Todas las cosas por El fueron hechas; y sin El
nada de lo que se ha hecho, fue hecho" (17). C. W. Leadbeater lo ha expresado
muy bien: "El resultado de esta gran emanación primera (el "movimiento" del
Espíritu) es el despertamiento de esa admirable y gloriosa vitalidad que
compenetra toda la materia y electriza sus átomos en los diversos planos, los
cuales, por más inertes que aparezcan a nuestra turbia mirada física,
desarrollan, en su virtud, toda suerte de atracciones y repulsiones, antes
latentes, y entran en combinaciones de todo género" (18). Sólo cuando esta obra
del Espíritu se hubo terminado, pudo el Logos, el cósmico Cristo Místico,
revestirse de materia, entrando en el que es, a la verdad, el vientre de la
Virgen, la matriz de la Materia, virgen todavía, -improductiva. Esta materia
había sido vivificada por el Espíritu Santo, el cual, cobijando a la Virgen,
vertió en ella Su vida, disponiéndola así para recibir la vida del Segundo
Logos, que "tomó esta materia para vehículo de sus energías. Esta es la
encarnación del Cristo, su hacerse carne-"Tú no desdeñaste el vientre de la
Virgen." En las versiones latina e inglesa del texto original griego del Credo
de Nicea, han sido cambiadas las preposiciones de la frase que describe este
aspecto del descenso, con lo cual se "ha cambiado también su sentido. El
original dice: "y fue encarnado del Espíritu Santo y de la Virgen María"; mas la
traducción dice: "y fue encarnado por el Espíritu Santo de la Virgen María"
(19). El Cristo "tomó forma, no de la materia "Virgen" solamente, sino de la
materia ya impregnada y palpitante con la vida del Tercer Logos (20), de modo
que entrambas, vida y materia, Le envuelven como una vestidura" (21). Este es el
descenso del Logos a la materia, descrito como el nacimiento del Cristo de una
Virgen; en el Mito Solar se convierten en el nacimiento del Dios Sol, cuando
aparece el signo de Virgo. Comienzan luego los esbozos de la obra del Logos en
la materia, simbolizados con propiedad en la infancia de que habla el mito. Sus
majestuosos poderes se someten a todas las debilidades de la infancia,
manifestándose muy poco a través de las tiernas formas que anima. La materia
aprisiona y aun parece amenazar de muerte a su Rey niño, cuya gloria está velada
por las limitaciones que se ha impuesto. Mas El la moldea lentamente en
prosecución de altos fines, y la eleva a la virilidad, y se extiende entonces
sobre ella en cruz, para verter desde allí todos los poderes de Su entregada
vida. Este es el Logos de quien dijo Platón que estaba en forma de cruz sobre el
universo; este es el Hombre Celeste, fijo en el espacio, los brazos extendidos
en actitud de echar bendiciones; este es el Cristo crucificado, cuya muerte
sobre la Cruz de la materia, la llena toda con Su vida. Muerto al parecer
realmente y sepultado; mas se levanta de nuevo, revestido de la materia misma en
que pareció sucumbir, y eleva al cielo Su ya resplandeciente cuerpo, y allí
recibe la fluyente vida del Padre, y se constituye en vehículo de la vida
inmortal del hombre, cuya alma el Logos envuelve a Su propia vida, haciéndole
cesión de ella para que pueda existir a través de las edades, y desarrollarse y
crecer hasta lograr Su misma estatura. En verdad, de El estamos revestidos,
primero de un modo material, y después espiritualmente. El se sacrificó para
llevar muchos hijos a la gloria, y con nosotros está siempre, hasta la
consumación de los siglos. Así, pues, la crucifixión de Cristo es parte del gran
sacrificio cósmico; y la representación alegórica de él en los Misterios
físicos, y el sacro símbolo del hombre crucificado en el espacio fueron
materializados en una muerte real por crucifixión, y en un crucifijo con una
forma humana moribunda; después esta historia, convertida ya en la historia de
un hombre, fue aplicada al Divino Maestro Jesús, viniendo a ser la historia de
Su muerte física; así como el nacimiento de una Virgen, la infancia rodeada de
peligros, la resurrección y la ascensión vinieron también a ser incidentes de Su
vida humana. Los Misterios desaparecieron, pero sus grandiosas y gráficas
representaciones de la obra cósmica del Logos circundaron y realzaron la muy
amada figura del Maestro de Judea; y así, el Cristo cósmico de los Misterios,
con el perfil del Jesús histórico, llegó a constituir la Figura Central de la
Iglesia Cristiana. Pero no fue esto todo; faltaba el último toque para hacer
arrebatadora la figura del Cristo, y éste lo dio a su historia otro Cristo de
los Misterios, íntimo y caro al corazón del hombre: el Cristo del Espíritu
humano, el Cristo que está en todos nosotros, que nace, vive, y es crucificado,
y resucita de entre los muertos, y sube a los cielos en cada "Hijo del Hombre"
sufrido y triunfante. La biografía contenida en los Evangelios es la relación de
la vida de todos los iniciados en los verdaderos Misterios, en los Misterios
celestes, consignada en sus rasgos más prominentes. Por eso habla San Pablo,
como hemos visto (22), del nacimiento del Cristo en el discípulo, y de Su
evolución y completo crecimiento en él. Cada hombre es un Cristo en potencia, y
el desarrollo de la vida del Cristo en un hombre sigue los rasgos de la historia
evangélica en sus más notables incidentes, los cuales son universales, y no
particulares, según hemos observado. Cinco grandes Iniciaciones hay en la vida
de un Cristo, cada una de las cuales señala una etapa en el desarrollo de la
Vida de Amor. En la actualidad se imponen, como en los tiempos antiguos; y la
última determina el triunfo final del hombre que ha trascendido la naturaleza
humana, que ha logrado la divina, que se ha convertido en Salvador del mundo.
Vamos a dar un bosquejo de la historia de esta vida, repetida una y otra vez en
las existencias que se entregan a la espiritualidad, y veremos cómo el iniciado
va pasando por la vida del Cristo. A la primera gran Iniciación el Cristo nace
en el discípulo; entonces, por vez primera, encuentra en sí mismo la explicación
de lo que significa el saturarse del Amor divino, pues experimenta el
maravilloso cambio de sentirse uno con todo lo que alienta. Esto es el "Segundo
Nacimiento", por el cual se regocijan las huestes celestiales, pues él ha nacido
en "el reino de los cielos", como un "pequeñuelo", como "un niño", nombres
siempre atribuidos a los nuevamente iniciados. Esto significan las palabras de
Jesús, de que un hombre tiene que volverse niño para entrar en el reino de los
cielos (23). Gran sentido tiene lo dicho .por algunos de los primitivos
escritores cristianos de que Jesús "nació en una cueva" -"establo" en la
narración evangélica. La "Cueva de la Iniciación " es una frase antigua muy
conocida, y el Iniciado nace siempre en ella; sobre esta cueva, "donde está el
tierno niño", brilla la "Estrella de la Iniciación", la Estrella que aparece al
Oriente siempre que nace un niño Cristo. Cada uno de estos niños está rodeado de
peligros y amenazas, extraños riesgos que no corren otros niños, pues aquéllos
están ungidos del crisma del segundo nacimiento, y los Poderes Tenebrosos del
mundo invisible ponen todo su empeño en destruirlos. Mas, a despecho de todas
sus asechanzas, alcanzan la virilidad, porque el Cristo, una vez nacido, no
puede perecer; una vez comenzado su desarrollo, tiene que llegar al término de
su evolución; y su preciosa vida se ensancha y crece, y su sabiduría y talla
espiritual van siempre en aumento, hasta que le llega la hora de recibir la
segunda gran Iniciación -el Bautismo del Cristo por el Agua y el Espíritu-, que
lo invierte de los poderes necesarios, para ser Maestro y ofrecerse al mundo, y
trabajar en él como "el Hijo muy Amado". Entonces desciende sobre él en amplia
medida el Espíritu divino, y la gloria del Padre invisible in envuelve con sus
irradiaciones purísimas; pero a partir de este momento de dicha suprema, es
llevado por el Espíritu al desierto, y puesto una vez más a prueba de fieras
tentaciones. Pues como entonces los poderes del Espíritu están desenvolviéndose
en él, los Seres Tenebrosos hacen esfuerzos para deslumbrarlo y apartarle de su
camino, procurando seducirlo con sus poderes mismos, a fin de que los emplee en
provecho propio, en vez de entregarse a su Padre con paciente confianza. En las
rápidas y súbditas transiciones que ponen a prueba su fortaleza y su fe, el
Tentador encarnado murmura en sus oídos tan pronto como ha sonado la voz del
Padre, y las ardientes arenas del desierto abrasan sus pies, poco antes bañados
en las frescas aguas del río Santo. Vencedor de estas tentaciones, pasa al mundo
de los hombres, para ayudarlos con el ejercicio de los poderes que no quiso
emplear en la satisfacción de sus necesidades; y el que se resistió a convertir
en pan una piedra, para calmar sus apremiantes deseos, alimenta "a cinco mil
hombres, más las mujeres y los niños", con unos cuantos panes. En su vida de
sacrificio incesante goza de otro breve período de gloria: sube "a una alta
Montaña apartada" -la sagrada Montaña de la Iniciación-, y allí se transfigura,
y se reúne con algunos de sus grandes Predecesores, los Seres Poderosos de los
antiguos tiempos, que anduvieron los caminos que él está andando. De este modo
pasa por la tercera gran Iniciación, y entonces se le aparece la sombra de su
Pasión cercana, a pesar-de la cual, rechazando las palabras tentadoras de uno de
sus discípulos, se dirige con firmeza a Jerusalén, donde le aguarda el bautismo
del Espíritu Santo y del Fuego. Después del Nacimiento, la persecución de
Herodes; después del Bautismo, la tentación en el desierto; después de la
Transfiguración, la sombra del último trance en el Camino de la Cruz. Las
pruebas siguen a los triunfos hasta que se alcanza la meta. Sigue aún creciendo
la vida de amor, más completa y perfecta cada día, y cada vez con mayor
notoriedad sigue el Hijo del Hombre apareciendo como el Hijo de Dios, hasta que,
acercándose el momento de la lucha final, la cuarta gran Iniciación lo lleva en
triunfo a Jerusalén, a la vista de Getsemani y del Calvario. En esa hora es el
Cristo dispuesto a ser ofrecido, pronto para el sacrificio de la cruz. Tiene que
afrontar entonces la amarga agonía del Jardín, cuando hasta sus elegidos
duermen, mientras él, en la zozobra de su mortal angustia, ruega por un momento
que la copa sea apartada de sus labios; pero al fin triunfa su voluntad
poderosa, y, extendiendo su brazo, coge la copa y la apura, en tanto que un el
se le aparece en su soledad y le fortifica, como hacen los ángeles siempre que
ven un Hijo del Hombre abrumado bajo el peso de su agonía. Al salir de allí,
otras bebidas amargas se le ofrecen: la traición, la negación, el abandono; y
solo entre enemigos que le escarnecen, entra en la prueba extrema. Atormentado
por el dolor físico, herido por la espina cruel de la duda, despojado de sus
hermosas vestiduras de pureza a los ojos del mundo, entregado en manos enemigas,
y abandonado, al parecer, de Dios y los hombres, sufre con paciencia cuanto le
sucede, esperando con ansia alguna ayuda en el último trance. Expuesto todavía
al sufrimiento, crucificado para morir a la vida de la forma, para desprenderse
de toda la vida que al mundo inferior corresponde, rodeado de enemigos
triunfantes que se burlan de él, se ve envuelto por el último horror del negro
abismo, y allí, en la oscuridad, se encuentra enfrente de todas las fuerzas del
mal; su visión interna ha cegado; se siente solo, completamente solo; hasta el
punto de que su corazón valiente, sumido en la desesperación, grita a su Padre,
de cuyo amparo se considera privado; y su alma humana, en absoluto aislamiento,
experimenta la terrible agonía de la aparente derrota. Sin embargo, reuniendo
toda la fuerza del "invencible espíritu", se desprende de la vida inferior, cuya
muerte acepta voluntariamente; y abandonando el cuerpo de deseo, el Iniciado
"desciende a los infiernos", para no dejar sin recorrer región alguna del
universo donde pueda prestar su ayuda, para que no haya nadie tan proscrito que
no pueda alcanzar su amor, que todo lo abarca. y luego, surgiendo de las
tinieblas, ve la luz una vez más, se siente de nuevo el Hijo inseparable de su
Padre, se eleva a la vida que no tiene fin, radiante con la conciencia de haber
afrontado y vencido a la muerte, poderoso para auxiliar en todo extremo a
cualquier hijo de hombre y capaz de derramar su vida en toda alma atribulada.
Permanece algún tiempo entre sus discípulos para instruirlos, revelándoles los
misterios de los mundos espirituales, y preparándoles además para hollar el
sendero que él ha seguido; y agotada su vida terrestre, sube a su Padre, y en la
quinta gran Iniciación se convierte en Maestro triunfante, lazo entre Dios y el
hombre. Tal es la historia realizada en los verdaderos Misterios de los tiempos
antiguos y modernos, y representada dramáticamente por medio de símbolos en los
Misterios del plano físico, mitad velados, mitad manifiestos. Tal es el Cristo
de los Misterios en Su doble aspecto cósmico e individual. Logos y hombre. ¿Es,
pues, de maravillar, que esta historia, vagamente sentida por el místico, aun
cuando la ignore, se haya enredado en el corazón, y haya servido de inspiradora
a toda vida noble? El Cristo del corazón es, para la mayor parte, Jesús
considerado como el Cristo místico humano, luchando, sufriendo, muriendo y, al
fin, triunfando: el Hombre en quien la humanidad se ve crucificada y vuelta a la
vida, cuyo triunfo es promesa de victoria para todo aquel que, como El, sea leal
en la muerte y aun más allá: Cristo que jamás será olvidado mientras nazca una y
otra vez entre los hombres, y el mundo necesite Salvadores, y los Salvadores se
entreguen por el mundo.
Notas del capítulo 6
(1) Véase sobre este punto el principio del Evangelio de San Juan I, 1-5. El nombre
de Logos, adscrito al Dios manifestado, dando forma a la materia -"todas las
cosas fueron hechas por El"-es platónico, y por tanto, se deriva directamente de
los Misterios; siglos antes de Platón se usaba entre los hindúes la palabra Vák,
Voz, derivada del mismo origen.
(2) Véase Antes, pág. 82.
(3) Ibid, pág. 64.
(4) Ibid, pág. 59.
(5) II. Cor., IV, 18.
(6) Ibid, V, 7.
(7) Heb.. V, 144.
(8) San Lucas, XV, 16.
(9) Ibid. XIV, 26.
(10) San Mateo, V, 28.
(11) Heb., XI, 27.
(12) II. Cor., VI, 8-10.
(13) San Mateo, XVII, 20.
(14) Col., III, I.
(15) San Mateo, V, 8 y San Juan, XVII, 21.
(16) Gen. I, 2.
(17) San Juan I, 3.
(18) The Christian Creed, pág. 29. Es éste un librito de los más valiosos e
interesantes, que versa sobre el significado místico de las creencias.
(19) The Christian Creed, pág. 42.
(20) Otro nombre del Espíritu Santo.
(21) bid, pág. 43.
(22) Antes, pág. 82.
(23) S,
CAPITULO VII
LA REDENCION
Vamos ahora a estudiar ciertos
aspectos de la Vida de Cristo, según aparecen en las doctrinas de las iglesias.
Tales aspectos figuran en las enseñanzas exotéricas atribuidos solamente a la
personalidad de Cristo; mientras en las esotéricas, si bien se consideran
propiedad suya, tienen, sin embargo, su significado primario más completo y más
profundo, pues forman parte de la actividad del Logos, desde el cual se reflejan
en el Cristo, como así mismo en toda alma que ha desarrollado el Cristo y que
sigue el sendero de la Cruz. Así considerados, se verá la profunda verdad que
encierran: mientras que en su forma exotérica suelen extraviar la inteligencia y
perturbar los sentimientos. Entre ellos está en primera línea la .doctrina de la
Redención. Esta enseñanza cristiana no sólo ha sido objeto de rudos ataques por
parte de los que se hallan fuera de la comunión sino que, además, ha sido un
tormento para muchas conciencias sensibles dentro de ella. Algunos de los más
profundos pensadores cristianos de la última mitad del siglo diez y nueve han
experimentado las angustias de la duda a propósito de la enseñanza de las
iglesias sobre este punto, y han puesto todo su empeño en considerarlo y
exponerlo de modo que suavice o explique las nociones más crudas, que se fundan
en la lectura, no entendida, de algunos textos profundamente místicos. En
ninguna parte será quizá más oportuna que aquí la advertencia de San Pedro:
"Nuestro amado hermano Pablo, según la -sabiduría que le ha sido dada, os ha
escrito también casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas,
entre las que hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e
inconstantes tuercen, como también las otras escrituras, para perdición de sí
mismos" (1). Pues los textos que hablan de la identidad del Cristo con Sus
hermanos los hombres, han sido tergiversados, suponiendo una substitución legal
suya por ellos, con lo que les han servido de escape a las resultas del pecado,
en vez de inspiración para obrar rectamente. Era la enseñanza general de la
primitiva Iglesia sobre la doctrina de la Redención, que Cristo, como
representante de la humanidad, hizo frente y venció a Satán, representante de
los poderes tenebrosos, que tenía esclavizada a la especie humana, y arrancando
de sus manos la cautiva, la puso en libertad. Mas andando el tiempo, conforme
los instructores cristianos fueron perdiendo de vista las verdades espirituales,
y reflejando su propia intolerancia y su dureza en el concepto del Padre amante
y puro de las enseñanzas de Jesús, presentaron a Aquél encolerizado con los
hombres, llegando así paulatinamente a imaginar a Cristo salvándolos de la ira
de Dios, en vez de la esclavitud del mal. Introdujéronse entonces frases legales
que materializaron más y más la idea espiritual de otros tiempos, y el "sistema
de la redención" quedó bosquejado en términos forenses. "Anselmo le puso el
sello en su grande obra. Cur Deus Homo, (¿Por qué Dios se hizo hombre?), y la
doctrina que paso a paso fue tomando cuerpo dentro de la teología cristiana,
llevó desde entonces la firma de la Iglesia. Al tiempo de la Reforma,
protestantes y católicos romanos creían igualmente en el carácter de subrogación
y de substitución de la obra redentora de Cristo. Sobre este punto no hubo
disputa entre ellos. Pero dejemos a los teólogos cristianos que expongan por sí
mismo el carácter de la redención. . . Lutero enseña que "Cristo real y
verdaderamente experimentó por toda la especie humana la cólera de Dios, la
maldición y la muerte." Flavel dice que "Cristo fue entregado por la cólera de
un Dios puro e infinito, a los tormentos mismos del infierno, y esto por mano de
su propio padre." La homilía anglicana predica que "el pecado fue el que impelió
del cielo a Dios, para hacerle sentir los horrores y tormentos de la muerte", y
que el hombre, tizón del infierno, y esclavo del diablo, "fue rescatado por la
muerte de su muy amado y único hijo" ; el "fuego de su ira", "su ardiente
cólera" solamente pudo ser "aplacada" por Jesús: "tan grato le fue el sacrificio
y oblación de la muerte de su hijo." Más lógico, Edwards juzgó por gran
injusticia que el pecado fuese castigado dos veces, y que se impusiese la pena
del infierno: castigo del pecado infligido así dos veces; primeramente a Jesús;
substituto de la humanidad, y luego a los condenados, parte de esa humanidad.
Por esto se sintió impulsado, en unión de la mayor parte de los calvinistas, a
limitar la redención a los elegidos, declarando que Cristo sobrellevó los
pecados, no de todo el mundo, sino de los escogidos de entre el mundo; que
sufrió, "no por el mundo, sino por aquéllos que tú has puesto en mis manos."
Pero Edwards se adhiere firmemente a la creencia de la substitución, y repugna
la redención universal, fundado en que "creer que Cristo murió por todos, es el
modo más seguro de probar que no murió por nadie, en el sentido en que los
cristianos lo han creído hasta hoy." Declara que "Cristo fue víctima de la
cólera divina por los pecados de los hombres"; que "Dios lanzó sobre el pecado
su cólera merecida, y que Cristo por el pecado sufrió las penas del infierno."
Owen considera las penalidades de Cristo como "una completa y valiosa
compensación a la justicia divina por todos los pecados" de los elegidos, y"
dice que sufrió el castigo que. . . ellos mismos estaban obligados a sufrir"
(2). En prueba de que estas opiniones fueron autorizadamente enseñadas en las
iglesias, escribí más adelante: "Stroud presenta a Cristo apurando "la copa de
la cólera divina." Jenkyn dice: "Sus sufrimientos fueron los de aquel a quien
Dios despoja y reprueba y abandona." Dwight considera que sufrió "el odio y el
desprecio" de Dios. El obispo Jeune nos dice que "después que el hombre hubo
hecho todo el mal que pudo, quedóle a Cristo la carga de lo peor: caer en manos
de su Padre." El arzobispo Thomson proclama que "las nubes de la cólera divina
se condensaron sobre toda la especie humana, mas descargaron sobre Jesús sólo."
El "viene a ser para nosotros una maldición y un vaso de ira." Liddon repite el
propio concepto: "Los apóstoles enseñan que los hombres son esclavos, y que
Cristo pagó en la cruz su rescate. Cristo crucificado fue voluntariamente
condenado y maldecido" ; hasta llega a expresarse así: “el preciso cúmulo de
ignominia y dolor que la redención requería; y dice que la "víctima divina"
satisfizo más de lo que era absolutamente necesario” (3). Tales son las
opiniones contra las cuales el sabio y profundamente religioso Dr. Mc-Leod
Cambell escribió su muy conocida obra, On the Atonement, libro que contiene
muchos pensamientos verdaderos y hermosos; y F. D. Maurice y otros varios
cristianos han tratado de librar al Cristianismo del peso de una doctrina tan
destructora de las verdaderas ideas acerca de las relaciones entre Dios y el
hombre. A pesar de todo esto, al dirigir una mirada retrospectiva sobre los
efectos producidos por esta doctrina, observamos que la creencia en ella, aun en
su forma legal -para nosotros exotérica y cruda-, guarda íntima trabazón con
algunos de los más elevados desarrollos de la conducta cristiana, y que muchos
de los más nobles ejemplares de los creyentes en Cristo han sacado de ella su
fortaleza, su inspiración y sus consuelos. Sería injusto no reconocerlo así. Y,
pues, tropezamos con un hecho que nos sorprende por su incongruencia, será bien
que nos detengamos en él y tratemos de comprenderlo. Porque si esta doctrina no
contuviese más de lo que sus impugnadores de dentro y fuera de las iglesias han
visto en ella, si en su verdadero significado fuese tan repulsiva al
entendimiento y a la conciencia, como muchos pensadores cristianos pretenden, no
hubiese podido ejercer fascinación impulsiva sobre las mentes y los corazones
humanos, no hubiese podido ser causa de heroicas abnegaciones, de sacrificios
conmovedores y patéticos en pro de la humanidad. Algo más de lo que aparece en
la superficie debe de haber en ella: algún núcleo oculto de vida,
misteriosamente transfundida a las almas que de ella han sacado su inspiración.
Y en efecto: al estudiarla como uno de los Misterios Menores, daremos con la
vida oculta que han absorbido, sin saberlo, esas nobles almas; marchaban al
unísono con esa vida que no por la forma en que estaba velada, podría serles
repulsiva. Cuando la estudiemos como uno de los Misterios Menores, nos daremos
cuenta de que, para comprenderla, se requiere algún desarrollo espiritual; se
necesita tener ya un tanto abiertos los ojos del alma. El asirla exige que su
espíritu se haya desenvuelto, siquiera sea de un modo parcial, en nuestra vida.
Sólo aquellos que conocen prácticamente algo de lo que en la abnegación se
encierra, son capaces de atisbar el vislumbre de lo que la enseñanza esotérica
de esta doctrina expone como manifestación típica de la Ley de Sacrificio. Y
aplicada a Cristo, sólo podremos entenderla cuando la veamos como una especial
manifestación de la ley universal, como una reflexión aquí abajo del original de
arriba, mostrándonos en una vida humana concreta lo que el sacrificio significa.
La Ley de Sacrificio es fundamental en nuestro sistema y en todos los sistemas,
y los universos todos son construidos sobre ella. Se halla en la raíz misma de
la evolución, que sólo por ella se hace inteligible. Y en la doctrina de la
Redención asume una forma concreta, referente a los individuos que han llegado a
cierto grado del desarrollo espiritual, por el que son capaces de aunarse con la
especie humana, y convertirse, de hecho y en verdad, en Salvadores de los
hombres. Todas las grandes religiones del mundo han declarado que el universo
comienza por un acto de sacrificio, y han introducido la idea .del sacrificio en
sus ritos más solemnes. El Hinduismo enseña que el amanecer de la manifestación
es obra del sacrificio (4) , que la humanidad es emanada con sacrificio (5) , y
que la Divinidad es quien se sacrifica (6). El objeto del sacrificio es la
manifestación. La Divinidad no puede manifestarse, sino realizando un acto de
sacrificio; y pues, nada puede manifestarse hasta que Ella se manifieste (7), el
acto de sacrificio se llama "el amanecer" de la creación. En la religión de
Zoroastro se enseñaba que en la Existencia infinita, incognoscible e inefable se
verificó un sacrificio, y apareció el Dios manifestado; Ahura-mazda nació de un
acto de sacrificio (8). En la religión cristiana está indicada la misma idea en
la frase: "el Cordero fue muerto desde el principio del mundo" (9), muerto en el
origen de las cosas. No cabe referir estas palabras sino a la importante verdad
de que no puede formarse un mundo hasta tanto que la Divinidad haya llevado a
cabo un acto de sacrificio. Este acto es la limitación de Sí Misma para hacerse
manifiesta. "La Ley de Sacrificio pudiera quizá llamarse con más exactitud la
Ley de Manifestación o la Ley de Amor y de Vida, pues en todo el universo, desde
lo más alto a lo más bajo, es la causa de la manifestación y de la vida (10).
"Ahora bien; si observamos este mundo físico, como más a propósito para nuestro
estudio, veremos que en él toda vida, todo crecimiento, todo progreso, así pata
las unidades como para las colectividades, dependen de un sacrificio continuo y
del sufrimiento y del dolor. El mineral es sacrificado al vegetal, el vegetal al
animal, y uno y otro al hombre, y los hombres a los hombres, y todas las formas
superiores se quiebran de nuevo para reforzar una vez más con sus constituyentes
esparcidos los reinos inferiores. Serie no interrumpida de sacrificios, desde lo
más bajo a lo más alto, donde la muestra más señalada de progreso es la
conversión del sacrificio involuntario y forzoso en sacrificio espontáneo y
apetecido, donde los hombres más grandes y más amados son los sufridores
supremos, los espíritus heroicos que trabajan, sufren y mueren para que la
humanidad se aproveche de sus dolores. En consecuencia, si el mundo es obra del
Logos, y el progreso del mundo, en conjunto y en detalle, es sacrificio, la Ley
de Sacrificio debe responder a algo que radica en la naturaleza del Logos, debe
tener su fundamento en la Naturaleza Divina. Pero avancemos un poco más, y
advertiremos que, si ha de existir un mundo, si ha dehaber un universo, es
preciso que la Existencia Única se condicione a Sí misma, porque sólo así es
posible la manifestación; y veremos también que el Logos es el Dios que se
limita a Sí mismo. Se limita, por tanto, para manifestarse, y se manifiesta para
producir un universo. Mas limitación y manifestación tales no pueden menos de
ser un acto de supremo sacrificio. ¿Qué maravilla, pues, que a cada paso muestre
el mundo la señal de su origen, y que la Ley de Sacrificio sea la ley del ser,
la ley de las vidas derivadas?" "Además, puesto que se trata de un sacrificio
que tiene por fin el que surjan existencias que participen de la felicidad
divina, resulta en realidad un acto de verdadera subrogación, un acto ejecutado
en substitución y para bien de otros; de aquí el hecho antes indicado de que el
progreso es notorio cuando el sacrificio es voluntario y de propia elección; y
así tenemos por cierto que la humanidad llega a la perfección en el hombre que
se da del todo a sus semejantes, y a costa de sus sufrimientos adquiere para la
especie humana excelsos bienes". "Aquí, en las más altas regiones, está la
íntima verdad del sacrificio subrogatorio; y por más desfigurado que se le
presente, y por muy degenerado que se le haga aparecer, esta elevada verdad
interna lo hace indestructible, eterno, fuente de donde mana la energía
espiritual que, en múltiples formas y por innumerables vías, redime al mundo del
mal y lo retrotrae a su morada divina" (11). Cuando el Logos surgió "del seno
del Padre" en aquel "Día" en que se dice que fue "engendrado" (12), al amanecer
del Día de la Creación o de la Manifestación, en que Dios por Su medio "hizo el
universo" (13), El, por Su propia voluntad, se limitó a Sí mismo, formando una
esfera (por decirlo así) que contuviera la Vida Divina, y exhibiéndose como orbe
radiante de la Divinidad: la Sustancia Divina -interiormente Espíritu,
limitación o Materia por fuera. Este es el velo de materia que hace posible el
nacimiento del Logos, es María, la Madre del Universo, mediadora indispensable
para que lo Eterno se manifieste en el tiempo, para que la Divinidad se
exteriorice y construya los mundos. Esta circunscripción voluntaria, esta
limitación de Sí mismo, es el acto de Sacrificio, acción espontánea, ejecutada
por razón de amor, para que otras vidas pudiesen producirse en El. Tal
manifestación se ha reputado como una muerte; pues el confinamiento en la
materia, comparado con la no imaginable vida de Dios en Sí Mismo, puede, en
verdad, llamarse muerte. Se ha considerado, según hemos visto, como una
crucifixión en la materia, y así se ha representado: verdadero origen del
símbolo de la Cruz, ya en la conocida forma griega, donde se significa la
vivificación de la materia por el Espíritu Santo, ya en la forma latina donde se
figura el Hombre Celeste, el Cristo supremo (14). Al rastrear en la prehistoria
más remota el simbolismo de la cruz latina, o más bien del crucifijo, pensaban
los investigadores que habrían de tropezar con que la figura desaparecía,
quedando sólo atrás lo que imaginaban ser el primitivo emblema: la cruz. ¿Pero
cuál no sería su sorpresa al ver exactamente lo contrario? La cruz se había
desvanecido del todo, quedando la figura solamente, con los brazos levantados.
No hay ya en esta figura apariencia alguna de dolor o sufrimiento, aunque
todavía expresa sacrificio; es ya más bien el símbolo de la alegría más pura que
el mundo pueda ofrecer: la alegría de entregarse por propia voluntad; pues
representa al Hombre Divino ocupando el espacio con los brazos alzados en
actitud de echar bendiciones, de derramar sobre la humanidad entera sus
inestimables presentes, de prodigarse voluntariamente a Sí Mismo en todas
direcciones, descendiendo al "espeso mar" de la materia, para encerrarse y
reducirse en ella, a fin de que, mediante su descenso, pudiésemos nosotros tener
existencia" (15). El sacrificio es perpetuo, pues en cada forma de este universo
de variedad infinita se halla esa vida envuelta, constituyendo en realidad su
corazón, el "Corazón del 'Silencio" del ritual egipcio, el "Dios Oculto". Este
sacrificio es el secreto de la evolución. La Vida Divina, encerrada en la forma,
la empuja siempre hacia fuera para que se expanda; mas su presión es suave, por
no quebrar la forma antes que haya alcanzado el límite extremo de su expansión.
Con paciencia infinita, tacto y discreción, el Uno Divino persiste en su impulso
de continuo ensanche, con determinadas fuerzas a fin de que no produzcan
roturas. En todas las formas, en el mineral, en el vegetal, en el animal, en el
hombre, está la energía expansiva del Logos obrando sin cesar. Ella es la fuerza
evolutiva, la vida elevadora que anida en las formas, la energía impulsiva que
vislumbra la ciencia, sin saber de dónde procede. El botánico habla de una
energía dentro de la planta que la impele hacia arriba; él no sabe cómo ni por
qué, pero le da un nombre, la llama vis a fronte, porque allí la
encuentra, o, por decir mejor, porque ve allí sus resultados. Al modo que es
ella vida en la planta, así lo es también en otras formas, haciéndolas cada vez
más expresivas de la vida que mora en su interior. Cuando una forma llega a su
límite, cuando no puede crecer más, no es de provecho para su alma, para ese
germen que, como suyo propio, el Logos cobija. Entonces El, no teniendo nada que
granjear de la forma, le retira su energía, y la forma se deshace. A esto
llamamos decaer y morir. El alma, en tanto, sigue con El, que modela una nueva
forma para ella, y la muerte de la forma es así el nacimiento del alma a una
vida más llena. Si mirásemos con los ojos del Espíritu y no con los de la carne,
en vez de gemir ante la forma que perece, ante el cadáver que devuelve los
materiales de que fue construido, nos regocijaríamos por la vida que marcha
adelante a ocupar una forma más noble y más apta para el desarrollo proseguido,
sin cesar, de sus poderes latentes. Mediante este perpetuo sacrificio del Logos,
todas las vidas existen; esta es la vida acuyo influjo el universo cambia de
continuo. Vida Única, envuelta en miríadas de formas, que lleva siempre unidas,
venciendo gentilmente su resistencia; Es de este modo la fuerza unificadora que
hace que las vidas separadas gradualmente sean conscientes de su unidad, y
trabaja para desarrollar en cada cual la conciencia de sí misma que finalmente
le hará reconocerse como una con todas las demás, y descubrir su raíz Una y
divina. Este es el primario y no interrumpido sacrificio, derrame de Vida que el
Amor origina, voluntario y gozoso vertiendo del Yo para que se formen otros yo.
Este es el gozo de tu Señor (16) en que entra el siervo fiel: sentencia cuyo
significado es manifiesto por la declaración que sigue, de que El tiene hambre y
sed, y es huésped, y está desiludo, y está enfermo y en prisión en cada uno de
los hijos de los hombres. Para el Espíritu libre el entregarse es regocijo;
mientras más se difunde, con más intensidad siente su propia vida. Cuando más
da, crece más; pues es ley del crecimiento de la vida desarrollarse por la
difusión, no por la adquisición -dar, no tomar-. Es, pues. el Sacrificio un gozo
en su significación primaria; para hacer un mundo, se esparce el Logos, y al ver
el parto de Su alma, queda satisfecho (17). Pero con esta idea ha venido a
asociarse el sufrimiento; y así se ve que en todos los ritos religiosos de
sacrificio se presenta algún sufrimiento, aun cuando no sea más que una ligera
pérdida del sacrificador. Conviene saber cómo se ha verificado este cambio, pues
siempre que se habla de "sacrificio", nos asalta de modo instintivo el
pensamiento de algo penoso. La explicación se encuentra cuando pasamos de la
Vida que se manifiesta, a las formas en que se encarna, y miramos la cuestión
del sacrificio desde el punto de vista de esas formas. Mientras que la vida de
la Vida consiste en dar, la vida o persistencia de las formas consiste en tomar,
pues éstas se gastan con el uso, se menoscaban con el ejercicio. Para durar,
tienen que extraer de fuera de sí materiales nuevos con qué reparar sus
pérdidas; de lo contrario, decaen y se deshacen. La forma tiene que tomar y
guardar, y construir en sí misma con lo que ha escogido; de no hacerlo así, es
imposible que persista; la ley de crecimiento de la forma es tomar y asimilarse
lo que le ofrece el universo amplísimo. y como la conciencia se identifica a sí
misma con la forma, considerándola como a sí misma, de aquí que el sacrificio
adquiera aspecto penoso; claramente se percibe que dar o perder lo ganado
quebranta y socava la duración de la forma; de este modo la Ley de Sacrificio
viene a ser ley de sufrimiento en vez de ley de regocijo. El hombre tenía que
aprender de la constante destrucción de las formas y del sufrimiento que le es
inherente, que no debe identificarse a sí mismo con tales cosas, mudables y
quebradizas, sino con la vida creciente y duradera. Lección ha sido ésta, no
sólo de la naturaleza externa, sino también de los Maestros que, al dar las
religiones, la incluyeron en sus enseñanzas. En estas religiones nos es dado
distinguir cuatro grandes etapas de la enseñanza de la Ley de Sacrificio.
Primeramente fue enseñado el hombre a sacrificar parte de sus bienes materiales,
para conseguir mayor prosperidad material; y, en su virtud, hizo sacrificios en
caridad de sus prójimos y en holocausto a sus Dioses, según lo vemos por las
escrituras de los hindúes, mazdeístas y judíos, y aun de todo el mundo. El
hombre daba algo de lo que tenía en estima, para asegurar su prosperidad futura
y la de su familia, comunidad y nación. Sacrificaba en el presente, para ganar
en el porvenir. En segundo lugar viene una lección algo más dura de aprender; en
vez de la prosperidad física y de los bienes terrenales, es la dicha celestial
el premio que hay que ganar con el sacrificio. Hay que conquistar el cielo; la
felicidad ha de gozarse más allá de la muerte -tal es la recompensa de los
sacrificios hechos mientras se vive en la tierra. Grande fue el paso dado por el
hombre cuando aprendió a desprenderse de las cosas que su cuerpo ansiaba, por la
esperanza de un bien lejano que ni podía ver, ni demostrar. Aprendió a ceder lo
visible por lo invisible, y al obrar así, se elevó en la escala del ser; pues es
tan grande la fascinación de lo visible y tangible, que cuando el hombre llega a
ser capaz de cederlo en gracia de un mundo no visto en que, sin embargo, cree,
es porque ha adquirido una gran fuerza, y ha andado mucho camino para entender
lo que es ese mundo velado. El martirio sufrido, la calumnia afrontada, la
soledad resistida, y toda cuanta pena, vergüenza y miseria puede fraguar la
humanidad, soportadas con paciencia ante la perspectiva de lo que está en el más
allá de la tumba. Ciertamente en todo esto se ve todavía el deseo de la celeste
gloria; pero no es poca cosa el poder estar solo en la tierra, sin otro amparo
que el de una compañía espiritual, apegado firmemente a la vida interna, cuando
la externa es una continua tortura. La tercera lección vino cuando el hombre,
considerándose parte de una vida más extensa, se sintió dispuesto a sacrificarse
para bien del todo, y llegó a ser bastante fuerte para reconocer que el
sacrificio era un deber, que una parte, un fragmento, una unidad de la suma de
la vida ha de subordinarse a la totalidad. Aprendió entonces a obrar el bien,
sin preocuparse del resultado respecto a su propia persona; a cumplir su deber,
sin aspirar a cosa alguna para sí mismo; a sufrir, porque estaba obligado a ello
y no para merecer una corona; a dar, por que la humanidad era su acreedora, y no
porque esperase recompensa del Señor. El alma héroe, así aleccionada, estaba en
condiciones de recibir la cuarta lección: que el sacrificio de todo cuanto posee
el fragmento separado, debe ofrecerse, porque el Espíritu no está realmente
separado, sino que es parte de la Vida divina; y al no reconocer diferencia, al
no sentir separación alguna, el hombre se vierte a sí mismo como parte de la
Vida Universal, y como expresión de esta Vida, participa de la alegría de su
Señor. El aspecto doloroso del sacrificio sólo se da en las tres primeras
etapas. En la primera, el sufrimiento es pequeño; en la
segunda, la vida física y cuanto es capaz de dar la tierra, puede ser
sacrificado; la tercera es la gran época de prueba, de esfuerzo, de crecimiento
y de evolución del alma humana. Porque en esta etapa el deber puede exigirle
todo aquello que parece constituir la vida: y el hombre, identificado por el
sentimiento con la forma, aunque sepa en teoría que la trasciende, ve que se le
pide todo lo que siente ser su vida, y así se pregunta: "Si dejo ir esto, ¿qué
me quedará?" Parece que la conciencia misma va a acabar con tal desprendimiento,
pues debe desasirse de cuanto puede tocar, sin que del lado de allá vea cosa
alguna de qué echar mano. Una convicción dominante, una voz imperiosa le manda
hacer entrega de su propia existencia. Si retrocede, tornará al vivir mundano,
al vivir de la sensación, de la inteligencia, y como allí sólo encuentra los
goces que no tuvo el valor de renunciar, experimenta una decepción continua, un
ansia constante, un disgusto y falta de placer no interrumpidos, comprendiendo
al cabo cuán verdadero fue el dicho de Cristo de que "cualquiera que quisiera
salvar su vida, la perderá" (18) , y que la vida que amaba y por la que tanto
apego sentía, ha huido de él en definitiva. Mientras que si lo arriesga todo
para acudir al llamamiento de la imperiosa voz, si se desprende de su vida,
entonces, perdiéndola, la encuentra en la vida eterna (19), y descubre que la
-vida que entregó, era sólo muerte en vida, que todo lo que cedió era ilusión, y
que ha hallado la realidad. En esta elección se prueba el metal del ama, y sólo
el oro puro sale del ardiente horno donde parece que se entrega la existencia,
pero donde, por el contrario, se conquista. A esto sigue el alegre
descubrimiento de que la vida así conquistada, ha sido conquistada para todos,
no para el yo separado; que el abandono de este yo separado ha venido a resultar
el hallazgo del Yo Supremo en el hombre; y que la renuncia al límite, que
parecía lo único que hacía posible la existencia, ha parado en esparcimiento de
formas infinitas: vividez y plenitud no soñadas, "la virtud de la vida
indisoluble" (20). Tal es el bosquejo de la Ley de Sacrificio, fundada en el
Sacrificio primario del Logos, en el que se reflejan todos los demás
sacrificios. Hemos visto cómo el hombre. Jesús, el discípulo hebreo, cedió su
cuerpo alegremente para que un Poder excelso pudiese descender y encarnarse en
la forma por El voluntariamente sacrificada, y cómo por tal acto llegó a ser un
Cristo en toda su plenitud, para servir de Guardián al Cristianismo, y derramar
Su vida en la gran religión fundada por el Ser Poderoso con quien Su sacrificio
le había identificado. Hemos visto el Alma-Cristo pasar a través de las grandes
Iniciaciones: nacer como un niño pequeño; entrar en la corriente de las
penalidades del mundo, con cuyas aguas debía ser bautizado, para ejercer las
funciones activas de su ministerio; transfigurarse en la Montaña; marchar al
escenario del último combate; y triunfar de la muerte. Ahora veremos en qué
sentido es él una expiación; de qué modo la Ley de Sacrificio encuentra una
expresión perfecta en la vida del Cristo. El principio de lo que pudiera
llamarse el ministerio del Cristo llegado a la virilidad, está en aquella
permanente e intensa simpatía con los humanos pesares que se simboliza en la
entrada en el río. Desde ese momento puede resumir se su existencia en una
frase: "El se dedicó a hacer bien"; pues aquellos que sacrifican la vida
separada para servir de canal a la Vida divina, no pueden tener otro interés en
el mundo que ayudar a los demás. El aprende a identificarse con la conciencia de
los que le rodean, a sentir con ellos, a pensar con ellos, a gozar cuando ellos
gozan, a sufrir cuando ellos sufren, transportando así a su vida activa diaria
el sentimiento de su unidad con los otros, que experimenta en las regiones más
elevadas del ser. Debe desarrollar una simpatía que vibre en armonía perfecta
con la cuerda de tonos múltiples de la vida humana y divina, y servir de
mediador entre la tierra y el cielo. El poder entonces se manifiesta en él,
porque en él mora el Espíritu, y comienza así a aparecer a los ojos de los
hombres como uno de los capaces de ayudar a sus hermanos menores a recorrer el
sendero de la existencia. Conforme se juntan a él, sienten el poder que emana,
la Vida divina en el Hijo reconocido del Altísimo. Las almas hambrientas acuden
a él, y reciben como alimento el pan de vida; los enfermos de pecado se le
acercan, y los sana con la palabra viva que cura la enfermedad y da .salud al
alma; los que la ignorancia tiene ciegos, le buscan, y él abre sus ojos con la
luz de su sabiduría. Es nota capital de su ministerio que los más bajos y los
más pobres, los más desesperados y abyectos sienten, al aproximársele, que no
hay barrera que los separe de él; experimentan cuando se agolpan en torno suyo,
algo como un saludo de bienvenida; jamás nada que les repela, pues irradia de él
un amor que los entiende, y que, por tanto, no puede rechazarlos. Por rebajada
que esté un alma, nunca siente al Alma-Cristo encima de sí, sino más bien a su
lado, hollando con pie humano la tierra que ella pisa; pero, así y todo, lo
siente poseído de un extraño poder que tira a lo alto, con el cual la eleva, y
la colma además de nuevos impulsos e inspiraciones. Así vive y trabaja, el
Salvador verdadero de los hombres, hasta que es tiempo que aprenda otra lección,
donde pierde por algún espacio la conciencia de aquella Vida divina, cuya
expresión ha venido aumentando más y más la suya propia. Lección que enseña que
el verdadero centro de 1a Vida divina está dentro, no fuera. El Yo Supremo tiene
su centro dentro de toda alma humana -ciertamente "el centro está en todas
partes", pues Cristo está en todo, y Dios en Cristo-y ningún ser encarnado,
nadie, "salvo " Eterno" (21), puede prestarle ayuda en su necesidad más
tremenda. Tiene que aprender que la verdadera unidad del Padre y del Hijo debe
encontrarse dentro y no fuera, lección que sólo puede recibir en el más
extremado aislamiento, cuando se siente abandonado por el Dios que consideraba
fuera de sí. Al ver cómo se acerca la prueba, grita a los que le acompañan, que
permanezcan con él en vigilia durante la hora de las tinieblas; y entonces, rota
toda humana simpatía, desvanecimiento del Dios exterior, que da lugar a la
presencia del Dios interno. "¡Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado!",
es su amargo grito de amor y de espanto. Está en el postrer aislamiento; el
abandono y la soledad le anonadan. y sin embargo, nunca está el Padre más cerca
del Hijo, que en la hora en que el Alma-Cristo siente su desamparo, pues cuando
toca al extremo de su angustia, comienza a clarear la aurora del triunfo.
Entiende entonces que es El mismo el Dios a quien clama, y al experimentar la
última agonía de la separación, entra en la unidad eterna, ve dentro de sí la
fuente de vida, se reconoce perdurable. No se puede lograr la altura de un
perfecto Salvador del mundo, ni alcanzar completa simpatía hacia todos los
sufrimientos humanos, si no se ha hecho frente y dominado el pesar, el temor y
la muerte por sí mismo, y sin otra ayuda que la del Dios que mora dentro de
nosotros. Es fácil el sufrir cuando la conciencia se mantiene sin interrupción
entre lo superior y lo inferior, o por mejor decir, no existe sufrimiento
mientras esa conciencia sea continua, pues la luz de arriba hace imposible la
oscuridad abajo, y el dolor no es tal dolor cuando es sobrellevado ante la
sonrisa de Dios. Pero hay un sufrimiento que el hombre ha de afrontar, al que
todo Salvador tiene que hacer cara: el de la oscuridad de la conciencia a
tientas, no da con mano alguna que agarrar. A tal oscuridad desciende todo Hijo
de Hombre antes de elevarse triunfalmente; por esta experiencia, amarga entre
las más amargas, tiene que pasar todo Cristo antes que "pueda salvar eternamente
a los que por él se allegan a Dios" (22). Semejante ser se ha hecho en verdad
divino, Salvador de los hombres, con lo que toma a cargo la obra del mundo, para
la cual todo esto ha sido una preparación. Dentro de él deben derramarse todas
las fuerzas que actúan contra el hombre, a fin de que en él se transformen en
fuerzas cooperadoras. Así se convierte en uno de los Centros de paz del mundo,
que transmutan las fuerzas de combate, las cuales, de otro modo, aplastarían al
hombre. Los Cristos son estos Centros de paz, en quienes se suman todas las
fuerzas guerreadoras, para sufrir un cambio dentro de ellos, y difundirse luego
como fuerzas creadoras de armonía. Parte de los sufrimientos del Cristo, aun no
perfecto, nacen de este trabajo de armonizar las fuerzas que ponen la discordia
en el mundo. Aunque es un Hijo, está todavía aprendiendo mediante el
sufrimiento, y así llega "a hacerse perfecto" (23). La humanidad se vería más
trabajada de disensiones y más desgarrada de luchas, si no vivieran en ella
discípulos de Cristo que convierten en armonía a muchas de las fuerzas
contendientes. Cuando se dice que Cristo sufre "por los hombres", que Su
fortaleza, Su pureza y Su sabiduría reemplazan la debilidad, el pecado y la
ignorancia de éstos, se dice verdad; pues de tal manera se hace el Cristo uno
con los hombres, que ellos forman parte de El y El de ellos. No es cierto que se
sustituyan en su lugar, sino que abarca sus vidas en la Suya propia, y vierte la
Suya propia, en las de ellos. Elevado el plano de unidad, es capaz de repartir
todo lo que ha adquirido, de dar todo lo que ha ganado. Estando por encima del
plano de separatividad, y mirando desde allí a las almas sumidas en ella, puede
llegar a cada una, mientras ellas no pueden llegarse unas a otras. El agua puede
salir de un depósito por muchas llaves abiertas hacia él, mas cerradas por lo
que respecta a la comunicación mutua; así puede el Cristo derivar Su vida hacia
cada alma. Una condición solamente se requiere para que un Cristo pueda
compartir su fuerza con un hermano más joven: que éste quiera abrir su
conciencia humana a la divina, que quiera hacerse receptivo a la vida que le
ofrece, y tome el presente que con liberalidad se le dona. Pues con tal
reverencia mira a Dios a ese espíritu, que es El Mismo en el hombre, que no
derramará corriente alguna de fuerza y de vida dentro del alma humana que se
niegue a recibirla. Debe haber abajo la abertura por donde penetre lo que de
arriba se vierta: receptividad en la naturaleza inferior, como hay voluntad de
dar en la superior. Este es el lazo entre el Cristo y el hombre; esto es lo que
han llamado las iglesias el derramar de la "divina gracia" ; esto es lo que
significa la "fe" necesaria para que la gracia sea efectiva. Giordano Bruno dijo
que el alma humana tiene ventanas que puede mantener cerradas. El sol brilla
fuera con luz igual; si las ventanas se abren, el sol entrará a torrentes. La
luz de Dios da en las ventanas de toda alma humana; cuando aquéllas se abren, el
alma queda iluminada. En Dios no hay cambio, sólo lo hay en el hombre: y no se
puede forzar a su voluntad; de otro modo, se atascaría en él la debida evolución
de la Vida divina. Así, pues, con cada Cristo que surge, se eleva el nivel
humano, y Su sabiduría aminora la ignorancia del mundo entero. Todo hombre es
menos débil en razón de Su fortaleza, la cual se derrama sobre toda la
humanidad, penetrando en las almas separadas. De esta doctrina, considerada de
un modo estrecho, y, por tanto, trastrocada, nació la idea de la Redención
subrogatoria, como transacción legal entre Dios y el hombre, y en ella se asignó
a Jesús el puesto del pecador. No se comprendía cómo el Ser que alcanza tal
altura, es, en verdad, uno con todos Sus hermanos; la identidad de naturaleza
fue tomada por sustitución personal, y .así quedó desvanecida la verdad
espiritual en la aspereza de una permutación jurídica. "El llega a conocer
entonces cuál es su puesto en el mundo, cuáles sus funciones en la naturaleza
-ser un Salvador, y redimir a las gentes del pecado. Encuéntrase en lo íntimo
del Corazón del mundo, en el Santuario de los Santuarios, con la investidura de
Sumo Sacerdote de la Humanidad. Es uno con todos Sus hermanos, no por
substitución, sino en virtud de la unidad de una vida común. ¿Hay alguien
pecaminoso? El Cristo es pecador en él, para limpiarlo con su pureza. ¿Hay
alguien apenado? El Cristo es en él el hombre de las amarguras; todo corazón
destrozado rompe el suyo; su corazón sangra en todo corazón herido. ¿Hay algún
ser alegre? Es Cristo quien se regocija, vertiendo en él toda su dicha. ¿Se
muestra alguno ansioso? Pues es El quien siente la necesidad, para colmarlo de
su mayor satisfacción. El posee todo, y como suyo, es de Sus hermanos. El es
perfecto; pues ellos lo son con El. El es fuerte; ¿quién habrá débil, si El está
en ellos? Ascendió a su alto sitial, para prodigarse sobre todo lo de abajo;
vive, para que todo pueda compartir su propia vida. El cuando asciende eleva
consigo al mundo entero. Y pues El ha andado el camino, éste resulta más fácil
para todos los hombres. Todo hijo de hombre puede llegar a ser tal Hijo
manifestado de Dios, tal Salvador del mundo. En cada Hijo de éstos está “Dios
manifestado en carne” (24), la redención que ayuda a todo el género humano, el
poder vivo que renueva todas las cosas. Una sola condición es necesaria para que
ese poder ejerza su actividad en el alma individual: que ésta abra la puerta y
Le dé entrada. Pues, aunque El todo lo compenetre, no puede abrirse camino
forzando la voluntad de Su hermano; la voluntad humana puede mantener sus fueros
igualmente contra Dios que contra el hombre; y es ley de evolución, que se
asocie espontáneamente a la acción divina, y no que sea reducida a sumisión
enojosa. Si la voluntad abre la puerta, la vida inundará el alma. Mas si aquélla
permanece cerrada, sólo podrá hacer que pasen al través ligeros soplos de su
indecible fragancia, para que venzan con su dulzura allí donde no puede llegar
la fuerza. Esta es parte de la realidad de un Cristo; pero, ¿cómo podrá pluma
mortal reflejar lo inmortal? ¿Cómo han de expresar las palabras lo que está más
allá del poder de todo lenguaje? No hay lengua que pueda declarar, ni mente no
iluminada que pueda concebir lo que es este misterio del Hijo que se ha hecho
uno con el Padre, y que lleva en Su seno a los hijos de los hombres" (25). Los
que quieran prepararse a alcanzar la altura de una vida como ésta en el
porvenir, deben comenzar, aun ahora, en la vida inferior, a marchar por el
sendero que indica la Sombra de la Cruz, sin abrigar duda alguna sobre su propio
poder para realizarlos, pues otra cosa sería dudar del Dios que convive en
ellos, "Ten fe en Ti mismo", es lección que aprende el hombre cuando logra
ejercitar su conciencia superior, pues esta fe recae realmente en el Dios
interno. Para que la vida común del hombre se someta a la sombra protectora de
la vida de Cristo, debe aquél ejecutar todos sus actos como un sacrificio, no
por lo que pueda aprovecharle, sino por lo que pueda aprovechar a la
comunicación mutua; así puede el Cristo derivar Su vida hacia otros; y así,
cambiando de motivo en la vida diaria respecto a los pequeños deberes, a las
acciones insignificantes, a los intereses estrechos, todo se cambia. No es
preciso variar cosa alguna de la vida externa; en cualquiera situación se puede
ofrecer el sacrificio; sean cuales fuesen las circunstancias, se puede servir a
Dios. El desarrollo espiritual marca, no lo que el hombre hace, sino cómo lo
hace; se cifra la oportunidad del crecimiento, no en las circunstancias, sino en
la actitud del hombre frente a ellas. "Ya la verdad, este símbolo de la cruz
puede ser para nosotros piedra de toque que nos haga distinguir el bien del mal
en muchas dificultades. "Solamente aquellas acciones que el brillo de la cruz
penetra, son dignas de la vida del discípulo", dice un versículo de un libro de
máximas ocultas; lo cual, interpretado, significa que cuanto haga el aspirante,
ha de inducir lo la amorosa efusión del propio sacrificio. El mismo pensamiento
aparece más adelante en este versículo: "Al entrar en el sendero, se pone el
corazón sobre la cruz; cuando la cruz y el corazón se identifican, se ha llegado
a la meta." Así, quizá, podremos hallar la medida de nuestros progresos,
observando quién domina en nuestras vidas, si el egoísmo o la abnegación" (26).
La existencia empieza a conformarse de este modo, está construyendo la cueva en
que ha de nacer el Niño Cristo, convirtiéndose en redención continua en: que lo
divino prevalece más y más en lo humano. Tal vida crecerá hasta alcanzar las
proporciones de un "Hijo muy amado", y en él obtendrá la gloria del Cristo. Todo
hombre puede marchar en esta dirección, ejecutando sus actos y ejercitando sus
facultades en son de sacrificio, hasta que el oro se limpie de la escoria, y
quede sólo el metal puro.
Notas del capítulo 7
(1) 2 San Pedro III, 15, 16.
(2) Essay on the Atonement, por A. Besant.
(3) Ibid.
(4) Brihadáranyakopanishat, I. 1. I.
(5) Bhagavad CIta, III, 10.
(6) Brihadáranyakopanishat, I, II, 7.
(7) Mundakopanishat, II, II, l0.
(8) Haugh. Essays on the Parsis, págs. 12-14.
(9) Apocalipsis, XIII, 8.
(10) The Great Law, pág. 406, por W. Williamson.
(11) A. Besant: Nineteenth Century, junio 1895. “The Atonement”.
(12) Heb., I. 5.
(13) Ibid, I, 2.
(14) The Christian Creed, por C. W. Leadbeater, págs. 54-56.
(15) The Christian Creed, por C. W. Leadbeater, págs. 54-56.
(16) San Mateo XXV, 21, 23, 31-45.
(17) Is., LIII, 11.
(18) San Mateo XVI. 25.
(19) San Juan XII, 25.
(20) Heb. VII, 16.
(21) Luz en el Sendero
(22)
(23) Ibid, V, 8, 9.
(24) I. Timoteo III. 16. v
(25) Theosophical Review, Diciembre 1898, págs. 344. 345, por Annie Besant.
(26) The Christian Creed, págs, 61, 62, por C. W. Leadbeater.
CAPITULO VIII
RESURRECCION Y
ASCENSION
Las doctrinas de la
Resurrección y de la Ascensión de Cristo forman también parte de los Misterios
Menores, y constituyen elementos integrales del "Mito Solar" y de la narración
de la vida del Cristo en el hombre. Es fundamento histórico de estas doctrinas,
por lo que al mismo Cristo se refiere, el hecho de haber continuado enseñando a
Sus apóstoles después de Su muerte física. Lo es asimismo Su aparición en los
Grandes Misterios como Hierofante, desde que cesaron Sus instrucciones directas,
hasta que Jesús ocupó Su puesto. En las leyendas míticas, la resurrección del
héroe y su glorificación constituían invariablemente el remate de la relación de
su muerte. En los Misterios el cuerpo del candidato sufría siempre en transición
semejante a la muerte, mientras él, como un alma libre, recorría el mundo
invisible, tornando a los tres días, y haciendo revivir su cuerpo. Por último,
los dramas de la Resurrección y de la Ascensión se repiten en la vida del hombre
que está a punto de ser un Cristo, según veremos al estudiarla. Mas para
comprender este asunto, es indispensable que nos demos cuenta de la constitución
humana, y adquiramos el conocimiento de lo que es el cuerpo natural y el
espiritual del hombre. "Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual", dice el
Apóstol en
I. Corintios, XV, 44.
Algunas gentes indoctas consideran todavía al hombre como mero dualismo formado
de "alma" y "cuerpo", y emplean las palabras "alma" y "espíritu" como sinónimos,
hablando igualmente de "alma y cuerpo" o de "espíritu y cuerpo"; con lo que dan
a entender que el hombre está compuesto de dos constituyentes, de los cuales uno
perece en la muerte, mientras el otro le sobrevive. Tosca división es ésta,
suficiente para el hombre sencillo e ignorante; mas con ella no podemos
profundizar los misterios de la Resurrección y de la Ascensión. Todo cristiano
que haya estudiado, aunque superficialmente, la constitución del hombre,
reconoce en ella tres distintos elementos: Espíritu, Alma y Cuerpo. Esta
división, si bien requiere una subdivisión para estudios más profundos, es
correcta, y San Pablo la empleó en su plegaria, donde dice: "para que vuestro
espíritu y alma y cuerpo sean guardados enteros sin reprensión " (1) . Triple
división aceptada en la teología cristiana. El Espíritu mismo es realmente una
Trinidad, reflexión e imagen de la Trinidad Suprema, lo que estudiaremos en el
capítulo siguiente (2). El hombre verdadero, el inmortal, que es el Espíritu, es
la Trinidad en el hombre. Es a la vida y a la conciencia, a quienes corresponde
el cuerpo espiritual: y cada aspecto de la Trinidad tiene su cuerpo apropiado.
El alma es dual: comprende la mente y la naturaleza emotiva, con sus respectivas
vestiduras. El Cuerpo es el instrumento material del Espíritu y del Alma. Hay un
punto de vista cristiano que considera al hombre un ser duodécuplo, con seis
modificaciones formando otro punto de vista que le atribuye catorce divisiones:
siete correspondientes a modificaciones de la conciencia y siete a tipos de la
forma. Esta última concepción es prácticamente idéntica a la estudiada por los
Místicos, la cual se expone comúnmente como séptuple, pues consta en realidad de
siete divisiones, cada una doble, respondiendo al aspecto de la forma. Algo
confusas y perplejas son tales divisiones y subdivisiones para los
entendimientos rudos, por donde Orígenes y Clemente, como hemos visto (3),
dieron gran importancia a la necesidad del desarrollo intelectual en todos
aquellos que deseaban ser gnósticos. Después de todo, los que las encuentren
dificultosas, pueden omitirlas sin censurar por eso al estudiante entusiasta,
que las considera, no sólo luminosas, sino absolutamente indispensables para
entender con claridad los Misterios de la Vida y del Hombre. La palabra Cuerpo
significa vehículo, o instrumento de la conciencia: es decir, o que es como un
vehículo que conduce a la conciencia, o que es el medio que la conciencia emplea
para ponerse en contacto con el mundo externo, al modo que un mecánico emplea un
instrumento. Ahora bien; nosotros podemos representárnoslo como un vaso en que
la conciencia está contenida, al igual de un receptáculo que contenga un
líquido. Es una forma usada por una vida; y, a la verdad, nosotros no conocemos
nada de la conciencia, salvo en su conexión con las formas. Puede estar la forma
construida de los materiales más raros y sutiles, puede ser tan diáfana que sólo
nos demos cuenta de la vida que en ella mora; sin embargo, la forma existe, y
está compuesta de Materia. Por el contrario, puede ser tan densa que oculte la
vida que la habita, y entonces solamente nos daremos cuenta de la forma; sin
embargo, la vida está allí, y está compuesta del opuesto de la Materia:
Espíritu. El estudiante debe considerar una y otra vez este hecho fundamental:
la dualidad de toda la existencia manifestada, la inseparable coexistencia del
Espíritu y la Materia, así en un grano de polvo, como en el Logos, el Dios
manifestado. Debe identificarse con esta idea; de lo contrario, haría mejor en
abandonar el estudio de los Misterios Menores. El Cristo, como Dios y Hombre,
exhibe en la escala cósmica el mismo hecho de dualidad que la naturaleza repite
en todas partes. Conforme a esta dualidad originaria está construido todo en el
universo. El hombre tiene un "cuerpo natural", formado de cuatro partes
distintas y separables, y sujeto a la muerte. Dos de estas partes se componen de
materia física, y nunca se separan; sin embargo, pueden causar su separación
parcial los anestésicos o una enfermedad. A las dos reunidas se las puede llamar
el Cuerpo Físico. En él ejerce el hombre su actividad consciente durante la
vigilia; expresándonos en términos técnicos: es el vehículo de la conciencia en
el mundo físico. La parte tercera es el Cuerpo de Deseos, así llamado porque los
sentimientos y la naturaleza pasional del hombre tienen en él su vehículo
especial. Durante el sueño el hombre abandona el cuerpo físico, y muestra su
actividad consciente en este otro cuerpo, el cual funciona en el mundo invisible
inmediato a nuestra tierra visible. Es, por lo tanto, el vehículo de la
conciencia en el mundo inferior de los suprafísicos, que es también el primer
mundo a que pasa el hombre después de la muerte. La cuarta parte es el Cuerpo
Mental, llamado así porque en él funciona la naturaleza intelectual del hombre,
siempre que se ejercite en el concreto. Es vehículo de la conciencia en el
segundo de los mundos suprafísicos, que es a la vez el mundo celeste inferior,
al que pasa el hombre después de la muerte, cuando ha quedado libre del mundo
indicado anteriormente. Estas cuatro partes de la forma que envuelve al hombre,
compuesta por el doble cuerpo físico: el cuerpo de deseos y el cuerpo mental,
constituyen el cuerpo natural de que habla San Pablo. Este análisis científico
no cabe dentro de la enseñanza cristiana ordinaria, la cual es vaga y confusa
sobre este punto. Esto no quiere decir que las iglesias lo hayan desconocido en
todos los tiempos; muy al contrario, la constitución del hombre, así formulada,
era parte de las enseñanzas de los Misterios Menores. La simple división de
Espíritu, Alma y Cuerpo era exotérica: noción primera, superficial y de fácil
comprensión para la enseñanza ordinaria, más a propósito como punto de partida.
La subdivisión relativa al "Cuerpo" se daba en el curso de las instrucciones
subsiguientes, como preliminar de la enseñanza que tenía por objeto adquirir el
poder de separar un cuerpo de otro, y usar de cada cual como vehículo de
conciencia en su región propia. No es difícil entender este concepto. Cuando un
hombre necesita viajar por tierra, emplea un carruaje o un tren. Si quiere
viajar por mar, cambia de vehículo y acude al barco. Y si necesita andar por el
aire, hace un nuevo cambio, y adopta el globo. En cualquiera de los tres casos
el hombre es el mismo, sólo que hace uso de tres vehículos diferentes, según la
clase de materia a través de la cual tenga que andar. La analogía es tosca e
inadecuada, mas no por eso induce a error. Cuando el hombre actúa en el mundo
físico, su vehículo es el cuerpo físico, y en él y por medio de él obra la
conciencia. Cuando pasa durante el sueño y después de la muerte al mundo que
está inmediato al físico, es su vehículo el cuerpo de deseos, del que puede
aprender a usar conscientemente, a la manera con que usa con pleno conocimiento
de su cuerpo físico. Todos los días de su vida los emplea, sin saberlo, siempre
que siente y desea; y asimismo se sirve de él todas las noches mientras duerme.
Cuando después de la muerte entre en el mundo celeste, tiene por vehículo el
cuerpo mental, del que usa también diariamente al pensar, pues no se produciría
pensamiento alguno en el cerebro, si antes no se originase en el cuerpo mental.
Tiene el hombre además “un cuerpo espiritual”, formado de tres partes
separables, que corresponden y departen a las tres Personas de la Trinidad
espiritual humana. San Pablo habla de uno que "fue arrebatado hasta el tercer
cielo", "donde oyó palabras secretas que el hombre no puede decir" (4). Estas
diversas regiones de los supremos mundos invisibles son conocidas de los
Iniciados, quienes saben muy bien que los que pasan más allá del primer cielo,
necesitan del verdadero cuerpo espiritual como vehículo, y que, según sea el
desarrollo de las tres divisiones de éste, así será el cielo a donde puedan
llegar. De estas tres divisiones, la inferior se llama comúnmente Cuerpo Causal,
por razones que sólo podrá entender del todo el que haya estudiado la doctrina
de la Reencarnación -enseñada por la Primitiva Iglesia-en la que se da cuenta de
cómo la evolución humana requiere muchas vidas sucesivas en la tierra, para que
el alma en germen del salvaje pueda convertirse en el alma perfecta de un
Cristo, y ya perfecta, como el “Padre que está en los Cielos es perfecto”, (5),
pueda realizar la unión del Hijo con el Padre (6). Es un cuerpo que persiste de
vida en vida, y en él se acumula toda la memoria del pasado. De él salen las
causas que construyen los cuerpos inferiores. Es el receptáculo de la
experiencia humana, troje de las cosechas de nuestras vidas, asiento de la
Conciencia, centro de la Voluntad. De la segunda de las tres divisiones del
cuerpo espiritual hace alusión San Pablo con estas significativas palabras:
"Tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en los cielos que no ha sido hecha
de manos" (7). Este es el cuerpo de Felicidad, el cuerpo glorificado del Cristo,
"el Cuerpo de Resurrección." No es cuerpo "hecho de manos", por el
funcionamiento de la conciencia en los vehículos inferiores; no es obra de la
experiencia, ni construcción de materiales que el hombre haya reunido en su
larga peregrinación. Es un cuerpo que pertenece a la vida del Cristo, a la vida
de la Iniciación, al desarrollo divino del hombre; es construcción de Dios
mediante la actividad del Espíritu, y crece a través de las vidas del Iniciado,
hasta hacerse perfecto en la "Resurrección." La tercera división del cuerpo
espiritual es fina película de materia sutil que separa el Espíritu individual
como un Ser, y, no obstante, permite la compenetración de su totalidad por el
todo, siendo así expresión de la unidad fundamental. En el día en que "el mismo
Hijo se someterá al que le sometió todas las cosas, para que Dios sea todas las
cosas en todos" (8), esta película será trascendida, mas para nosotros seguirá
siendo la suprema división del cuerpo espiritual, en la cual subiremos al Padre
y nos uniremos a El. El Cristianismo ha reconocido siempre la existencia de tres
mundos o regiones por las que ha de pasar el hombre: primero, el mundo físico;
segundo, un estado intermedio a donde pasa después de la muerte; y tercero, el
mundo celeste. Los cristianos instruidos generalmente creen en estos tres
mundos; no así los indoctos, que imaginan que el hombre va derecho desde su
lecho de muerte a un estado definitivo de beatitud. Pero hay algunas
discrepancias en cuanto a la naturaleza del mundo intermedio. Los católicos
romanos le llaman Purgatorio, y creen que todas las almas van a él, excepto los
Santos,
o los hombres que han
alcanzado la perfección, y también aquellos que mueren en "pecado mortal." La
gran masa de la humanidad pasa a una región purificadora, donde se permanece
durante un período que varía según sean los pecados cometidos, y de donde se
sale para entrar en el mundo celeste, una vez obtenida la purificación. Las
diversas comunidades denominadas protestantes discrepan en sus enseñanzas en
cuanto a los detalles, y la mayor parte rechaza la idea de una purificación post
mortem; pero generalmente concuerdan en la existencia de un estado intermedio, a
veces llamado "Paraíso", a veces “período de espera”. El mundo celeste es
considerado casi universalmente en la moderna Cristiandad como una posición
definitiva pero sin que se dé una idea muy determinada o general respecto a los
progresos o situación estacionaria de los que allí arriban. En el Cristianismo
primitivo se consideraba al cielo como lo es en realidad: una etapa del progreso
del alma; en el bien entendido ya, en una forma o en otra, se hallaba entonces
generalizada la enseñanza de la reencarnación y de la preexistencia del alma.
Resulta de ello, por de contado, que la estancia celeste era tenida por
temporal, aunque muy larga en ocasiones, puesto que duraba "una edad", según se
consigna en el texto griego del Nuevo Testamento; edad que concluía con el
retorno del hombre, para emprender la nueva etapa de su vida y progreso no
interrumpidos. Tal estancia, pues, no era eterna como se lee en la equivocada
traslación inglesa, que corre con autoridad (9). A fin de completar el bosquejo
que se requiere para una mayor inteligencia de la Resurrección y de la
Ascensión, tenemos que ver cómo se desarrollan estos diversos cuerpos, en la
evolución superior. El cuerpo físico está en constante estado de flujo y de
reflujo, sus moléculas se renuevan sin cesar, su fábrica es continua. y como
quiera que se construye del alimento que comemos, de los líquidos que bebemos,
del aire que respiramos y de las partículas que atraemos de cuanto nos rodea,
así de los seres animados como de las cosas, podremos purificarlo con la buena
elección de los materiales, y convertirlo así en vehículo cada vez más a
propósito vara actuar por su medio, cada vez más receptivo a las vibraciones
sutiles, cada vez más apto para responder a los deseos puros y a los
pensamientos nobles y elevados. Por esto los que aspiraban a alcanzar los
Misterios, quedaban sujetos a determinadas reglas para las comidas, abluciones,
etc., y se les recomendaba un cuidado exquisito en lo tocante a las personas con
que se reunían y a los sitios que frecuentaban. De modo análogo cambia a su vez
el cuerpo de deseos; mas los materiales que entran en su composición, se atraen
y se expelen por el funcionamiento de los deseos que proceden de sentimientos,
pasiones y emociones. Si éstos son groseros, groseros serán también los
materiales constitutivos de dicho cuerpo, mientras que si aquéllos se purifican,
cambiando los materiales, se hará el último más sutil, y más sensible a las
influencias superiores, En proporción al dominio que el hombre ejerce sobre su
naturaleza inferior, al desinterés de las aspiraciones y sentimientos, y a la
medida del amor que experimente por cuantos le rodean, se verifica la
purificación de este vehículo más elevado de la conciencia. El resultado será
que cuando esté fuera del cuerpo físico durante el sueño, obtendrá experiencias
más puras, altas e instructivas; y cuando a la hora de la muerte lo abandone de
un modo definitivo, pasará velozmente por el estado intermedio, pues el cuerpo
de deseos se desintegrará con rapidez, y no podrá detenerle en su viaje hacia
otras regiones. El cuerpo mental se constituye de idéntica manera por los
pensamientos. Será vehículo de la conciencia en las regiones celestiales; mas su
construcción en la tarea actual de la imaginación, de la razón, del juicio, de
las facultades artísticas, de las aspiraciones, y, en general, de todos los
poderes mentales en ejercicio. Tal lo usa el hombre, cual la hace; por lo que la
duración y esplendor de la estancia celeste dependen de la clase de cuerpo
mental que se haya construido en la vida terrestre. Conforme el hombre ingresa
en la evolución más elevada, cobra este cuerpo actividad independiente aun del
lado de acá de la muerte, y en medio del tumulto de la existencia mundana, va
ganando por grados la conciencia de su vida celeste. Conviértese entonces en "el
Hijo del hombre que está en el cielo" (10), el cual puede hablar sobre las cosas
celestiales con la autoridad del conocimiento. Cuando el hombre comienza a vivir
la vida de Hijo, vive en el cielo, aun estando en la tierra, pues ha entrado en
el Sendero de Santidad y ha adquirido la posesión y el uso conscientes de su
cuerpo celeste. Y como quiera que el cielo no está lejos de nosotros, sino que
por el contrario, nos envuelve por todos lados, hallándonos sólo apartados de él
por razón de nuestra incapacidad para recibir sus vibraciones, no por su
lejanía, y como quiera que esas vibraciones actúan sobre nosotros en todos los
momentos de nuestras vidas, lo que necesitamos para estar en el cielo es
hacernos conscientes de tales vibraciones, lo cual conseguiremos, organizando,
vivificando y desarrollando este cuerpo mental que, constituido de materiales
celestes, es apto para responder a las vibraciones de la materia de aquel mundo.
De aquí que el "Hijo del hombre" esté siempre en los cielos. Mas nosotros
sabemos que el "Hijo del hombre" es término que se aplica al Iniciado: no al
Cristo ascendido y glorificado, sino al Hijo cuando todavía “se esta
perfeccionando”. La primera división del cuerpo espiritual, o sea el Cuerpo
Causal, se desarrolla rápidamente durante las etapas de la evolución que
conducen al Sendero Probatorio y las que en éste se comprenden, y así le es
posible al hombre, después de la muerte, elevarse al segundo cielo. Después del
Segundo Nacimiento, esto es, el nacimiento del Cristo en el hombre, tiene
principio la formación del Cuerpo de Felicidad "en los cielos." Este es el
cuerpo del Cristo, que se desarrolla en el tiempo de Su servicio en la tierra,
y, a medida que se desarrolla, la conciencia del "Hijo de Dios" se hace más y
más determinada, sintiéndose iluminado el Espíritu, en tal estado de
desenvolvimiento, por la futura unión con el Padre. En los Misterios cristianos,
así como en los egipcios y caldeos antiguos y en varios otros, había un
simbolismo externo que expresaba las etapas por los que el hombre iba pasando.
Se le llevaba a la cámara de Iniciación, y se le colocaba en el suelo con los
brazos extendidos, algunas veces sobre una cruz de madera, y otras simplemente
sobre las losas del pavimento, quedando en la postura de un hombre crucificado.
Entonces se le tocaba en el corazón con el tirso -la "lanza" de la crucifixión-y
abandonando el cuerpo, que caía en profundo trance -la muerte del crucificado-
pasaba a los mundos del más allá. El cuerpo se metía en un sarcófago de piedra,
y allí quedaba cuidadosamente guardado. Entretanto, el hombre real recorría
primeramente las extrañas y oscuras regiones llamadas "el corazón de la tierra",
y después la celeste montaña, donde se revestía del cuerpo de felicidad
perfectamente organizado ya del todo para ser vehículo de la conciencia, y en él
volvía al cuerpo carnal para reanimarlo. La cruz en que este cuerpo se había
colocado, y, en el caso de no haberse empleado cruz, el cuerpo mismo, rígido y
en estado de trance, se sacaba del sarcófago, y se ponía en una superficie
inclinada, mirando al Oriente, en el instante de la salida del sol al tercer
día. En el momento en que los rayos del sol le daban en la cara, el Cristo, el
Iniciado perfecto, o Maestro, entraba otra vez en el cuerpo, y lo glorificaba
con el cuerpo de felicidad que traía, cambiándolo con este contacto,
comunicándole nuevos poderes, aptitudes y propiedades distintas; en una palabra,
transmutándolo en un cuerpo semejante al Suyo. Era esto la Resurrección del
Cristo; en adelante el mismo cuerpo de carne transformado adquiría una nueva
naturaleza. Por esto el sol se ha tomado siempre como símbolo del Cristo que
resucita; por esto en los himnos de la Pascua de Resurrección se hace constante
referencia al naciente Sol de Justicia. También está escrito del Cristo
triunfante: "Yo soy el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por los
siglos de los siglos. Amén. y tengo las llaves del infierno y de la muerte"
(11). Todos los poderes de los mundos inferiores han quedado bajo el dominio del
Hijo que ha triunfado gloriosamente. La muerte no tiene ya poder sobre El. El
tiene vida y muerte en Su potente diestra" (12). El es el Cristo resucitado, el
Cristo triunfante. La Ascensión del Cristo en el Misterio de la tercera parte
del cuerpo espiritual, la adquisición de la Vestidura de Gloria que prepara la
unión del Hijo con el Padre, del hombre con Dios, cuando el Espíritu recobra
aquella gloria que tuvo "antes que el mundo fuese" (13). Entonces el triple
Espíritu se hace uno, se reconoce eterno, y el Dios Oculto es encontrado. Esto
es lo que se representa en la doctrina de la Ascensión, por lo que al individuo
se refiere. La Ascensión de la humanidad se llevará a cabo cuando toda la raza
humana haya logrado la condición de Cristo, el estado de Hijo, y este Hijo se
haya hecho uno con el Padre, y todo Dios esté en toda la humanidad. Esta es la
meta, figurada de antemano en el triunfo del Iniciado, pero alcanzada solamente
cuando la especie humana sea perfecta, cuando "la gran huérfana Humanidad" no
sea ya tal huérfana, sino que ,se reconozca en plena conciencia como el Hijo de
Dios. Estudiando así las doctrinas de la Redención, de la Resurrección y de la
Ascensión, lograremos las verdades declaradas que en los Misterios Menores a
ellas se refieren, y empezaremos a entender toda la realidad de la enseñanza
apostólica sobre que el Cristo no era una personalidad única, sino "primicias de
los que durmieron" (14), y que todo hombre habrá de ser un Cristo. En aquellos
tiempos no se consideraba al Cristo como un Salvador externo, cuyos
merecimientos debían salvar a los hombres de la cólera divina. Era doctrina
corriente en la Iglesia la elevada e inspiradora enseñanza de que El era las
primicias de la humanidad, el modelo que todos debían imitar, la vida que todos
habían de compartir. Los Iniciados han sido siempre tenidos por tales primicias,
como promesa del primitivo y viviente símbolo de su propia divinidad, el fruto
glorioso de la semilla que llevaba en su propio seno. La enseñanza del
Cristianismo esotérico, o de los Misterios Menores, no era el ser salvado por un
Cristo externo, sino el ser glorificado en un Cristo interno. Del estado de
discípulo debía pasarse al estado de Hijo. La vida del Hijo debía pasarla entre
los hombres, hasta que fuese rematada por la Resurrección, y el Cristo
glorificado se convirtiese en uno de los perfectos Salvadores del Mundo. ¡Cuánto
más sublime es este Evangelio que el de los tiempos presentes! ¡Cuán estrecha y
mezquina la doctrina exotérica de las iglesias, frente a este grandioso ideal
del Cristianismo esotérico!
Notas del capítulo 8
(1) I. Tesal, v. 23.
(2) Véase cap. IX, "La Trinidad."
(3)
(4) II.
(5) San Mateo, v. 48.
(6) San Juan, XVII, 21-23.
(7) II. Cor., V. I.
(8) I. Cor., XV, 28.
(9) La equivocación era natural, pues se hizo el traslado en el sigla XVII, cuando toda
idea sobre la preexistencia y evolución del alma había desaparecido de la
Cristiandad desde mucho tiempo antes, exceptuando las enseñanzas de algunas
sectas, que la Iglesia Católica Romana perseguía, considerándolas heréticas.
(10) San Juan, III, 13.
(11) Apoc., 1. 18.
(12) The Voice of the Silence, pág. 90, 5a edición, por H. Blavatsky.
(13) San Juan, XVII, 5.
(14) I. Cor. XV, 20.
LA TRINIDAD
-
Para que sea
provechoso el estudio de la Existencia Divina, hay que tomar como punto de
partida su Unidad. Así lo han proclamado todos los sabios; así lo han afirmado
todas las religiones; así lo consignan todas las filosofías: "solamente Uno sin
segundo" (1). "Oye, Israel" -exclamó Moisés-. "El Señor Dios nuestro es el único
Señor" (2). "Nosotros, empero, no tenemos más de un Dios" (3) declara San Pablo.
"No hay más Dios que Dios" -afirma el fundador del Islam-y de esta sentencia
hace el símbolo de su fe. Una Existencia sin límites, sólo conocida de Ella
misma en toda su plenitud. Eternas Tinieblas, de las cuales nace la Luz. Pero en
cuanto Dios Manifestado, el Uno aparece Trino. Trinidad de Seres Divinos: Uno
como Dios, Tres como Poderes manifestados. Esto también ha sido declarado
siempre; y es tan vital esta verdad, por lo que se relaciona con el hombre y su
evolución, que en todos los tiempos ha sido parte esencial de los Misterios
Menores. Entre los hebreos se conservó secreta esta doctrina por razón de las
tendencias antropomórficas de aquel pueblo, pero los rabinos estudiaban y
adoraban al Anciano de los Días, de quien procede la Sabiduría, y de ésta el
Entendimiento -Kether, Chochmah, Binah-, tales constituían la Trinidad Suprema:
exhibición en el tiempo de lo Uno que está fuera del tiempo. El Libro de la
Sabiduría de Salomón se refiere a esta enseñanza, haciendo de la Sabiduría un
Ser. "'Según Maurice, "El primer Sephiro, denominado Kether, (la Corona),
Kadroon (la Luz pura), y En Soph (el Infinito) (4), es el Padre omnipotente del
universo.". El segundo es Chochmah, el cual, según hemos comprobado por los
escritos sagrados y por los rabínicos, es la Sabiduría creadora. El tercero es
Binah o Inteligencia celeste, de donde los egipcios sacaron su Cneph, y Platón
su Nous Demiurgos. Es el Espíritu Santo que "compenetra, anima y gobierna este
universo sin límites" (5). La influencia de esta doctrina sobre las enseñanzas
del Cristianismo está indicada por el Deán Milman en su History of Christianity.
Allí dice: "Este Ser (el Verbo o la Sabiduría) era impersonalizado de modo más o
menos determinado, conforme a las nociones de los países y tiempos respectivos
eran más populares o más filosóficas, más materiales o más abstractas. Estaba
extendida esta doctrina desde el Ganges, y aun desde las orillas del Mar
Amarillo, hasta el Iliso; era el principio fundamental de la religión y de la
filosofía indas; era la base del Zoroastrianismo; era el platonismo puro; era el
judaísmo platónico de la escuela de Alejandría. Podrían citarse muchos pasajes
de Filon sobre la imposibilidad de que el primer Ser existente por sí llegue a
ser conocido por el entendimiento humano; y no es dudoso que hasta en Palestina,
Juan el Bautista y nuestro Señor mismo no expresaron ninguna doctrina nueva,
sino más bien el común sentir de los más ilustres sabios, al declarar que
"ningún hombre había visto jamás a Dios". De acuerdo con este principio, al
interpretar los judíos las más antiguas Escrituras, en vez de la comunicación
directa y sensible de la gran Divinidad Una, colocasen de mediadores uno o más
seres intermedios. Según la autorizada tradición a que aludió San Esteban, la
ley fue dada “por disposición de ángeles”; según otra, estafunción fue conferida
a un ángel solo, llamado a veces el Ángel de la Ley (véase Gal. III, 19), a
veces el Metatron. Pero el más común representante de Dios, por decirlo así,
cerca del sentido y mente del hombre, era el Memra o Verbo Divino, siendo de
notar que este mismo hombre sé encuentra en los sistemas indostánico, persa,
platónico y alejandrino. Con el mismo término designaron al Mesías los
targumistas, primeros comentadores judíos de las Escrituras; y no hay para qué
indicar de qué modo se santificó, al introducirlo en el esquema cristiano" (6).
Como dice el sabio Deán, el concepto del Verbo, el Logos, era universal, y
formaba parte de la idea de una Trinidad. Los filósofos hindúes hablan de
Brahman manifestando como Sat-Chit-Ananda: Existencia, Inteligencia y Felicidad.
En el concepto popular, el Dios manifestado es una Trinidad: Shiva, Principio y
Fin; Vishnu, Conservador; Brahma, Creador del Universo. La religión mazdeista
presenta una Trinidad semejante: Ahuramazda, el Gran Uno, el Primero; luego "los
gemelos", la Segunda Persona dual -pues la segunda persona de la Trinidad es
siempre dual, desfigurada en los tiempos actuales como un Dios y un Diablo
opuestos-; y la Sabiduría Universal, Armaiti. En el Budismo del Norte vemos a
Amitâbha, la Luz infinita; Avalokiteshvara, origen de las encarnaciones; y la
Mente Universal, Mandjusri. En el Budismo del Sur, la idea de Dios se ha
desvanecido, pero con tenacidad significativa reaparece la triplicidad, como
refugio a que se acoge el Budismo meridional: el Buda, el Dharma (la doctrina),
el Sangha (la Orden). Pero el mismo Buda es a veces adorado como una Trinidad.
En una piedra de Buda Gaya se halla inscrita una salutación dirigida a El, como
a una encarnación del Eterno y dice: "¡Oh! Tú eres Brahma, Vishnu y Mahesha
(Shiva)." "A Ti adoro, el que eres celebrado, con mil nombres y bajo diversas
formas, en la figura de Buda, el Dios de Misericordia" (7). En las religiones
que han desaparecido, se encontraba la misma idea de la Trinidad. Ella dominaba
todo el culto religioso de Egipto. Tenemos una inscripción jeroglífica en el
Museo Británico que se remonta al reinado de Senecho en el siglo VIII antes de
la Era Cristiana, la cual demuestra que la doctrina de la Trinidad en la Unidad
formaba ya parte de su religión" (8). Así era la verdad desde una fecha mucho
más antigua. Ra, Osiris y Horus formaban una Trinidad, cuyo culto se hallaba muy
extendido. Osiris, Isis y Horus eran adorados en Abidos; con otros nombres
recibían culto en diversas ciudades; y el triángulo era el símbolo usado
comúnmente para representar al Dios Trino. La idea fundamental de estas
Trinidades, como quiera que se las llamase, está manifiesta en un pasaje citado
de Marutho, en el cual un oráculo, censurando el orgullo de Alejandro Magno,
dice: "Primero Dios, después el Verbo, y con ellos el Espíritu" (9). En Caldea
formaban la Trinidad Suprema Anu, Ea y Bel, siendo Anu el Origen de todo, Ea la
Sabiduría, y Bel el Espíritu Creador. Respecto a China, observaba Williamson:
"En la China antigua acostumbraban los emperadores sacrificar cada tercer año a
"Aquel que es uno y tres." Había una sentencia china de que "Fo es una persona,
pero tiene tres formas". En el elevado sistema filosófico, conocido en China por
el Taoísmo, figura también una trinidad: "La razón Eterna produjo el Uno, el Uno
produjo el Dos, el Dos produjo el Tres, y el Tres produjo todas las cosas"; lo
cual, como Le Compte dice "parece demostrar que tenían algún conocimiento de la
Trinidad" (10). La doctrina cristiana de la Trinidad concuerda por completo con
la de otras religiones en lo que se refiere a las funciones de las tres Personas
Divinas, debiendo advertirse que la palabra Persona procede de la latina
persona, máscara, lo que cubre algo, la máscara de la Existencia Una, la
revelación de Sí mismo bajo una forma. El Padre es él Origen y el Fin de todo;
el Hijo es de naturaleza doble, y es el Verbo o la Sabiduría; el Espíritu Santo
es la Inteligencia creadora que, incubando la caótica materia primordial, la
organiza en elementos adecuados para la construcción de las formas. Esta
identidad de funciones, con tal diversidad de nombres, demuestra que no se trata
de una mera semejanza externa, sino de la expresión de una verdad íntima. Hay
algo de que esta triplicidad es una manifestación, algo cuya huella debe
encontrarse en la naturaleza y en la evolución, y que, al ser reconocido, haga
inteligible el progreso humano, las etapas del desarrollo de la vida. Además, en
el lenguaje simbólico universal, las Personas se distinguen por ciertos
emblemas, y por ellos pueden reconocerse bajo la diversidad de formas y de
nombres. Otro punto más debe recordarse antes de terminar el examen exotérico de
la Trinidad, a saber: que en relación con todas estas Trinidades, hay una cuarta
manifestación fundamental -el poder del Dios-, la cual tiene siempre una forma
femenina. En el Hinduismo cada Persona de la Trinidad tiene Su Poder
manifestado; por donde lo Uno y los seis aspectos indicados constituyen el
sagrado Siete. Juntamente con muchas Trinidades aparece una forma femenina,
especialmente relacionada con la Segunda Persona, y en este caso se da el
sagrado Cuaternario. Veamos ahora la verdad interna. Lo Uno viene a manifestarse
como el Ser Primero, el Señor que existe por Sí mismo, la Raíz de todo, el Padre
Supremo; la palabra Voluntad, o Poder, parece la mejor para expresar esta
primaria revelación de sí mismo, porque hasta que no haya Voluntad de
manifestarse, no puede haber manifestación, y hasta que no haya Voluntad
manifestada, falta impulso para desarrollos ulteriores. Puede decirse que el
universo tiene sus cimientos en la Voluntad divina. Sigue luego el segundo
aspecto de lo Uno: la Sabiduría. El Poder es guiado por la Sabiduría; por eso
está escrito que "sin El nada de lo que es hecho, fue hecho" (11). La Sabiduría
es de naturaleza doble, como se verá pronto. Cuando los aspectos Voluntad y
Sabiduría se han revelado, un tercer aspecto debe seguir, para hacer a aquéllos
efectivos: la Inteligencia Creadora, la mente divina en Acción. Un profeta judío
escribió: "El que hizo la tierra con Su Poder, compuso el mundo con su
Sabiduría, y extendió los cielos con Su Inteligencia" (12). La referencia a las
tres funciones es muy clara (13). Estos Tres son inseparables, indivisibles;
tres aspectos del Uno. Sus funciones pueden imaginarse separadamente para mayor
claridad, pero no pueden desunirse. Cada una es necesaria y está presente en las
demás. En el Primer Ser la Voluntad, el Poder, predomina como característica,
pero la Sabiduría y la Acción Creadora están también presentes; en el Segundo
Ser la Sabiduría es predominante, pero el Poder y la Acción Creadora no le son
menos inherentes; en el Tercer Ser predomina la Acción Creadora, mas también se
hallan en El el Poder y la Sabiduría. y aunque se haga uso de las palabras
Primero, Segundo y Tercero, porque los Seres se manifiestan así en el orden del
tiempo, en la sucesión del propio desenvolvimiento, sin embargo, en relación a
la Eternidad se les considera iguales y en dependencia mutua. "Ninguno es mayor
ni menor que el otro" (14). Esta Trinidad es el Yo divino, el Espíritu divino,
el Dios Manifestado, El que "era, y que es, y que ha de venir" (15); y es la
raíz de la triplicidad fundamental de la vida, de la conciencia. Pero hemos
visto que hay una cuarta Persona femenina -en algunas religiones una segunda
Trinidad-, la Madre. Es ésta la que hace posible la manifestación; es la que
constituye en lo Uno la eterna raíz de la limitación y de la división, la cual,
cuando se manifiesta, es llamada Materia. Es el No Yo divino, la Materia divina,
la Naturaleza manifestada. Considerada como Uno, hace el Cuarto, el cual
posibilita la actividad de los Tres, de cuyas operaciones constituye el campo,
por razón de su infinita divisibilidad; y es a la vez “la Sierva del Señor” (16)
y también la Madre, pues da su sustancia para formar el Cuerpo de Aquél, el
Universo, cuando la virtud del Altísimo la cobija (17). Examinada con atención,
se ve que también Ella es triple, que tiene tres aspectos inseparables, sin los
cuales no podría existir. Estos son: Estabilidad (Inercia o Resistencia),
Movimiento y Ritmo; se les llama las cualidades fundamentales o esenciales de la
Materia. Sólo ellas pueden hacer efectivo el Espíritu, y por esto se las ha
considerado como los Poderes manifestados de la Trinidad. La Estabilidad o
Inercia suministra la base, el punto de apoyo de la palanca; el Movimiento se
manifiesta en seguida, pero sólo podría hacer el caos; entonces se impone el
Ritmo, y he aquí la Materia en vibración, apta para ser modelada y recibir
forma. Cuando las tres cualidades están en equilibrio, es lo Uno: la Virgen
Madre improductiva. Cuando la virtud del Altísimo la cobija, y "el aliento del
Espíritu viene sobre ella, las cualidades se desequilibran, y entonces se hace
Ella la divina Madre de los mundos. La primera acción mutua acontece entre Ella
y la Tercera Persona de la Trinidad; por la acción de ésta adquiere aquélla
aptitud para producir formas. Entonces se revela la Segunda Persona, quien se
reviste de los materiales así proveídos, y de este modo se constituye en
Mediador, enlazando en su propia Persona el Espíritu y la Materia, el Arquetipo
de todas las formas. Sólo por Su medio se revela la Primera Persona como Padre
de todos los Espíritus. Ahora es ya posible entender cómo la Segunda Persona de
la Trinidad del Espíritu es siempre dual; Ella es quien se reviste de Materia,
apareciendo en Ella, por lo tanto, las mitades gemelas de la Divinidad en unión,
no como uno. De aquí que sea también Ella Sabiduría; pues la Sabiduría del lado
del Espíritu es la Razón Pura que se reconoce a sí misma como el Yo Uno, ya
todas las cosas en su Yo, y del lado de la Materia es Amor, que mantiene unidas
las formas de diversidad infinita, y de cada forma constituye una unidad, no un
mero cúmulo de partículas; es el principio de atracción que sostiene los mundos
y todo cuanto en ellos existe, en orden perfecto y equilibrio. Esta es la
Sabiduría de la cual se ha dicho que "potente y suavemente ordena todas las
cosas" (18), que sostiene y conserva el universo. En el sistema de símbolos que
en todas las religiones se encuentra, se ha considerado el Punto -lo que sólo
tiene posición-como símbolo de la Primera Persona de la Trinidad. A propósito de
esto observa San Clemente de Alejandría, que si sustraemos de un cuerpo sus
propiedades, luego su profundidad, después su longitud y en seguida su latitud,
el punto que queda es una unidad que, por decirlo así, tiene posición; si de él
sustraemos la posición quedará el concepto de unidad" (19). El brilla en el
fondo de las Tinieblas infinitas, Punto de Luz, centro de un futuro universo,
Unidad en la cual todo existe sin separación. La materia que ha de formar el
universo, campo de Su labor, es determinada por la vibración oscilatoria del
Punto en todas direcciones: vasta esfera limitada por Su Voluntad, por su Poder.
Este es el hacer "la tierra con su poder" que dijo Jeremías (20). Así, el
símbolo pleno es un Punto dentro de una esfera, representado comúnmente por un
punto dentro de un círculo. La Segunda Persona se representa por una Línea, un
diámetro de un círculo, una simple vibración completa del Punto: línea que
atraviesa igualmente la esfera en toda dirección. Esta línea al dividir el
círculo en dos mitades, simboliza también Su dualidad; esto es, que en la
Segunda Persona la Materia y el Espíritu -que constituyen una unidad en la
Primera Persona-son visiblemente dos, aunque unidas. La Tercera Persona se
representa por una Cruz formada de dos diámetros que se cortan en ángulo recto
dentro del círculo; la segunda línea de la Cruz separa la parte superior del
círculo de la inferior. Esta es la Cruz griega (21). Cuando se representa la
Trinidad como una Unidad, se emplea el Triángulo o bien inscrito en un círculo,
o bien libre. El universo se simboliza por dos triángulos unidos: el que
representa la Trinidad del Espíritu, con el ápice hacia arriba; y el que
representa la Trinidad de la Materia, con el ápice hacia abajo; cuando se les
figura con colores, el primero es blanco, amarillo, dorado o del color de la
llama, y el segundo negro o de algún color oscuro. -
Ahora podrá seguirse
el proceso cósmico sin dificultad. El Uno se ha hecho Dos, y el Dos Tres, y la
Trinidad se revela. La materia del universo ha quedado demarcada y aguardando la
acción del Espíritu. Esto es "el principio" del Génesis, cuando "creó Dios el
cielo y la tierra" (22): expresión más adelante aclarada por las repetidas
frases de que "El echó los cimientos de la tierra" (23); sólo quedaba hecho el
amojonamiento del material -un mero caos, "sin forma y vacío" (24). Después
comenzó la obra de la Inteligencia Creadora, el Espíritu Santo, que "era llevado
sobre las aguas" (25) -el vasto océano de materia. Así El fue la primera
actividad, aun que era la Tercera persona; punto éste de la mayor importancia.
Esta obra se declaraba a menudo en los Misterios, mostrándose la preparación de
la materia del universo, la formación de los átomos, la constitución de sus
agregados, la reunión de éstos en elementos, y la agrupación a su vez de estos
últimos en sus compuestos gaseosos, líquidos y sólidos. Labor que abarca no sólo
la clase de materia llamada física, sino también la correspondiente a todos los
estados más sutiles de los mundos invisibles. Además, El, como "Espíritu de la
Inteligencia", concibió las formas en que aquélla había de modelarse; mas no
construyó las formas, sino que, en función de Inteligencia Creadora, produjo las
Ideas de ellas, los prototipos celestes, como comúnmente se las llama. Esta es
la tarea descrita cuando se dice: El "extendió los cielos con Su Inteligencia"
(26). La obra de la Segunda Persona sigue a la de la Tercera. Por virtud de Su
Sabiduría "compuso el mundo" (27), construyendo los globos y todas las cosas que
en ellos hay, “todas las cosas por él fueron hechas” (28). Ella es la Vida
organizadora de los mundos, y todos los seres tienen en Ella su raíz (29). La
vida del Hijo, así manifestada en la materia preparada por el Espíritu Santo
-otra vez el gran "Mito" de la Encarnación-, es la vida que construye, conserva
y sostiene todas las formas, porque El es el Amor, la fuerza atrayente que da
cohesión a las formas, haciéndolas capaces de crecer sin desmoronarse
-Conservador, Sostenedor, Salvador. Por eso todas las cosas han de ser sujetadas
al Hijo (30), todo ha de reunirse en El; por eso "nadie viene al Padre sino por
El" (31). Porque la obra de la Primera Persona sigue a la de la Segunda, como la
de ésta a la de la Tercera. A la primera se llama "Padre de los Espíritus" (32),
"Dios de los Espíritus de toda carne" (33) , y Suyo es el don del Espíritu
divino, el verdadero Yo del hombre. El espíritu humano es la Vida divina del
Padre vertida, derramada en el vaso que el Hijo construye de los materiales
vivificados por el Espíritu. y este espíritu del hombre, proviniendo del Padre
-de quien proceden el Hijo y el Espíritu Santo-es, como El mismo, una Unidad,
con los tres aspectos en Uno; así está el hombre verdaderamente hecho "a nuestra
imagen y semejanza" (34), y así es capaz de hacerse "perfecto, como vuestro-
padre que está en los cielos es perfecto" (35). Tal es el proceso cósmico,
repetido en la evolución humana: "como arriba, así es abajo." La Trinidad
espiritual del hombre, hecha a semejanza de la divina, tiene que exhibir las
divinas características; y así encontramos en él el Poder que, ora en su forma
más elevada de Voluntad, ora en su forma inferior de Deseo, da impulso a su
evolución. También encontramos en él la Sabiduría -la Razón Pura, cuya expresión
en el mundo de las formas es el amor; y finalmente la Inteligencia o Mente, la
energía activa modeladora. Asimismo vemos que la manifestación de estas
características en la evolución humana, procede de la tercera a la segunda y de
la segunda a la primera. La masa de la humanidad está desenvolviendo la mente,
evolucionando la inteligencia, cuya acción separadora podemos observar en todas
partes aislando los átomos humanos, por así decirlo, y desarrollando a cada uno
separadamente, a fin de que lleguen a ser materiales apropiados para la
construcción de una Humanidad divina. Solamente este punto ha alcanzado hasta
ahora la especie humana, y en él está aún trabajando. Si nos fijamos en una
exigua minoría de nuestra raza, veremos cómo está despuntando en ella el segundo
aspecto del Espíritu divino del hombre, al cual se refiere el Cristianismo al
hablar del Cristo en el hombre. Su evolución se verifica, como hemos visto,
después de la primera de las Grandes Iniciaciones, por lo que la Sabiduría y el
Amor son los distintivos del Iniciado, los cuales brillan más y más, conforme se
va desarrollando este aspecto del Espíritu. Entonces se hace cierto una vez más
que "nadie viene al Padre sino por Mí", pues sólo cuando la vida del Hijo está
tocando a su plenitud puede El rogar: "Ahora, pues. Padre glorifícame Tú cerca
de ti mismo, con aquella gloria que tuve cerca de Ti antes que el mundo fuese"
(36). Y sube el Hijo al Padre, y se hace uno con El en la gloria divina; y
manifiesta su existencia propia, la existencia inherente a su naturaleza divina,
desarrollada desde la semilla a la flor, porque "como el Padre tiene vida en Sí
mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en Sí mismo" (37). El se
convierte en Centro vivo de conciencia en la Vida de Dios, Centro capaz de
existir como tal, no sujeto ya a las limitaciones de su existencia primitiva,
ensanchándose en conciencia divina, mientras conserva fija la identidad de su
vida, como Centro vivo de fuego dentro de la Llama divina. En tal evolución
entra la posibilidad de Encarnaciones divinas en el porvenir, del mismo modo que
una evolución idéntica en el pasado hizo posibles las divinas Encarnaciones en
nuestro propio mundo. Estos Centros vivos no pierden Su identidad ni la memoria
de su pasado, ni cosa alguna de lo que han experimentado en su larga subida; y
tales Seres, conscientes de Sí mismos, pueden surgir del Seno del Padre y
revelarse para ayuda de la humanidad. Han conservado en Sí la unión del Espíritu
y la Materia, dualidad de la Segunda Persona, por lo que las Encarnaciones
divinas de todas las religiones están relacionadas con la Segunda Persona de la
Trinidad; de aquí que puedan con facilidad volver a revestir para la
manifestación física, y hacerse hombres de nuevo. Han conservado esta naturaleza
de Mediadores, constituyéndose así en eslabón entre la Trinidad celeste y la
terrestre; “Dios con nosotros”, (38) han sido siempre llamados. Estos Seres,
frutos gloriosos de anteriores universos, pueden venir al mundo actual con las
perfecciones de Su Sabiduría y Amor divinos, con la memoria de Su pasado,
capaces, por esta razón, de ser perfectos ayudadores de todos los seres vivos,
pues conocen todos los pasos del progreso, por haberlos ellos andado, y hábiles
para auxiliarlos en cualquier coyuntura, pues las han pasado todas. "Por cuanto
El mismo padeció, al ser tentado, es poderoso para socorrer también a los que
son tentados" (39). A una humanidad posterior a Ellos corresponde la posibilidad
de Su Encarnación divina. Ellos descienden, después de haber subido, a fin de
ayudar a otros que suban a su vez. Conforme entendemos estas verdades y algo del
sentido de la Trinidad arriba y abajo, lo que un tiempo era duro e ininteligible
dogma, se convierte en verdad viva y vivificadora. Sólo por la existencia de la
Trinidad en el hombre se hace inteligible la evolución humana, dejándonos ver
cómo se desenvuelve la vida de la inteligencia y luego la vida del Cristo. En
este hecho está fundado el misticismo y la esperanza cierta de que conoceremos a
Dios. Así lo han enseñado los Sabios. Y a medida que recorremos el Sendero que
ellos nos han mostrado, reconocemos la verdad de su testimonio.
Notas del capítulo 9
(l) Chhándogyopanishat, VI. 11. I.
(2) Deut., VI, 4.
(3) I. Cor. VIII, 6.
(4) Esto es erróneo. En, o Ain, Soph no es un elemento de la Trinidad, sino la
Existencia Una, manifestada en los Tres; ni tampoco es Kadmon, o Adam Kadmon,
uno de los Sephiros, sino el conjunto de todos.
(5) Citado en The Great Law, de Williamson, páginas 201, 202.
(6) The History of Christianity, 1867, págs. 70 y 72, por H. H. Milman.
(7) Asiatic Researches, I, 285. v
(8) Egyptian Mythology and Egyptian Christology, pág. 14, por S. Sharpe.
(9) Véase The Great Law, pág. 196, de Williamson.
(10) Lug. cit., págs. 208. 209.
(11) San Juan, I, 3.
(12) Jer. LI, 15.
(13) Véase Antes, págs. 115-116.
(14) Credo de Atanasio.
(15) Apos. IV, 8.
(16) San Lucas, I, 38.
(17) Ibid,35.
(18) Libro de la Sabiduría, VIII, I.
(19) Vol. IV. Biblioteca Ante-Nicena. San Clemente de Alejandría. Stromata, lib. V,
cap. II.
(20) Véase Antes, pág. 164.
(21) Véase Antes, págs. 131-132.
(22) Gén. I. 1.
(23) Job. XXXVIII, 4. Zach. XII, I, etc.
(24) Gén. I, 2.
(25) Gén. I, 2.
(26) Véase Antes, pág. 164.
(27) Idem, id. -
- (28)
San Juan 1. 3. -
- (29)
Bhagavad Gita, IX, 4. -
- (30) I.
Cor. XV, 27-28. -
- (31)
San Juan, XIV, 6. Véase el alcance más amplio de este texto en la página
siguiente. -
- (32)
Heb. XII, 9. -
- (33)
Núm. XVI, 22. -
- (34)
Gén. I, 26. -
- (35)
San Mateo, V, 48. -
- (36)
San Juan, XVII, 5. -
- (37)
San Juan, V, 26. -
- (38)
San Mateo, I, 23. -
- (39)
Heb., II, 18. -
-
CAPITULO X
-
LA PLEGARIA (1)
-
Gran oposición muestra el llamado "espíritu moderno" a la plegaria, pues no
alcanza a ver la relación de causa y efecto entre la emisión de una súplica y la
realización de un suceso. Mientras tanto, tan apegado a ella se mantiene el
espíritu religioso, que en la plegaria funda su misma vida. Sin embargo, aun las
personas religiosas sienten a veces ciertas dudas sobre si debe considerarse la
plegaria cosa racional. ¡Cómo! -piensan-¿ha de darse lecciones al QUE TODO LO
SABE? ¿Ha de instarse beneficencia del QUE ES TODO BONDAD? ¿Ha de alterarse la
voluntad de AQUEL en quien "no hay mudanza, ni sombra de variación"? (2). A
pesar de esto, "saben, por experiencia propia y ajena, que hay plegarias con
respuesta"; resultas definidas de una súplica, realización de lo pedido. Muchas
de ellas no están relacionadas con experiencias del género subjetivo, sino con
hechos reales del que se llama mundo objetivo. Un hombre hace plegarías por
dinero, y el correo le trae la cantidad requerida; una mujer dirige sus súplicas
por alimento, y el alimento llama a su puerta. En la historia de las
asociaciones de caridad hay multitud de casos de necesidades apremiantes en que
el remedio ha acudido inmediatamente a las oraciones en que se pedía auxilio.
Mas, por otra parte, hay multitud de ejemplos en que los ruegos han quedado sin
contestación: hambrientos que han desfallecido hasta morir, madres a quienes una
enfermedad ha arrancado a sus hijos de los brazos, a despecho de los más
apasionados llamamientos a la bondad divina. Un estudio serio de la plegaria
debe tener en cuenta todos estos hechos. Y aún hay más. Muchos casos se ofrecen
en la materia que extrañan y confunden. Plegarias hay triviales que encuentran
su respuesta, al paso que resultan fallidas otras sobre importantes asuntos; una
pena pasajera es aliviada, y mientras tanto, súplicas encaminadas a salvar la
existencia puesta en peligro de seres muy amados, se malogran. Imposible parece
que el común investigador descubra la ley conforme a la cual la plegaria ha de
ser o no provechosa. Lo primero que se requiere para entender esta ley, es un
análisis de la plegaria misma; pues comúnmente se hace uso de esta palabra para
expresar actividades diversas de la conciencia, y no es cosa de considerar a las
plegarias como si formasen un simple conjunto. Hay plegarias que consisten en
demandas de determinadas ventajas mundanas, de satisfacciones de necesidades
físicas: suplicaciones de alimento, de vestido, de dinero, empleos, buen suceso
en los negocios, cura de enfermedades. Estas pueden agruparse en una clase que
llamaremos A. Vienen luego las plegarias por las que se pide auxilio en las
dificultades de un orden moral o intelectual, o por las que se requiere ayuda
para el desarrollo espiritual: ruegos dirigidos para dominar las tentaciones,
para adquirir fortaleza, visión interna, iluminación. A éstas las agruparemos en
la clase B. Finalmente, hay plegarias por las que nada se pide, mera
concentración en lo Supremo, adoración de la Perfección divina, aspiración
intensa a unirse con Dios: el arrobamiento del santo, el éxtasis del místico, la
contemplación del sabio. Es ésta la verdadera "comunión entre lo Divino y lo
humano", cuando el hombre se espacía en veneración y amor por AQUELLO que es
atrayente de suyo, que promueve la efusión del alma. A estas plegarias
llamaremos clase C. Existen en los mundos invisibles Inteligencias de especies
múltiples y varias que tienen deudas con la humanidad y son la verdadera escala
de Jacob, por donde los ángeles de Dios suben y bajan, sobre la cual se apoya el
Señor mismo (3). Algunas de estas Inteligencias son poderosos Seres
espirituales; otras son entidades muy limitadas, cuya conciencia es inferior a
la humana. Todas las religiones reconocen la realidad de este aspecto oculto de
la Naturaleza, del cual trataremos en breve con más extensión (4). Todo el mundo
está lleno de seres vivos, invisibles a los ojos de la carne. Nuestro mundo
visible está compenetrado por mundos que no se ven, y cuyas muchedumbres de
inteligentes moradores nos rodean por todas partes. De ellos hay que son
accesibles a los ruegos humanos; otros hay que son dúctiles a la imposición de
nuestra voluntad. El Cristianismo reconoce la existencia de las clases más
elevadas de estos Seres, bajo ladenominación general de Ángeles, y enseña que
ellos son "espíritus administradores, enviados para ministerio" (5) ; pero lo
que se entiende por este ministerio, la naturaleza de su labor, su parentesco
con la humanidad, eran asuntos que se trataban en la instrucción recibida en los
Ministerios Menores, así como la comunicación efectiva con tales Espíritus se
verificaba en los Mayores: verdades todas éstas que en los tiempos modernos han
quedado en la penumbra, excepción hecha de lo poco que se enseña en las
comuniones Griega y Romana, pues para la Protestante, "el ministerio de los
ángeles" es ya casi una frase. A más de lo dicho, existen otros seres invisibles
creados sin cesar por las vibraciones que los pensamientos y deseos humanos
ponen en acción sobre la materia sutil de los mundos suprafísicos, con lo que se
modelan en esta materia formas que tienen a modo de alma los pensamientos o
deseos que les han dado origen, creándose así el hombre un enjambre de
servidores invisibles que, ocultos a su vista, discurren, sin embargo, por el
espacio, tratando de realizar su voluntad, de la cual se ha derivado la única
vida que los anima. Hay también en esos mundos seres humanos compasivos que
trabajan allí en sus cuerpos sutiles durante el reposo de sus cuerpos físicos en
el sueño profundo, y cuyo atento oído logra percibir algún angustioso acento en
demanda de socorro. Y finalmente, por remate y coronamiento está la omnipresente
y omnisciente Vida Divina que a todo responde poderosa en cualesquiera términos
de sus reinos, la Vida de Aquel sin cuyo conocimiento ni un pajarillo cae a
tierra (6), ni ser viviente se estremece de pena o de alegría, ni pequeñuelo
gime o sonríe: Vida y Amor que todo lo compenetra, todo lo abarca, a todo
sostiene, y en quien vivimos y nos movemos y somos (7). Así como nada de lo que
causa placer o dolor, puede tocar el cuerpo humano, sin que al punto los nervios
sensores lleven el mensaje del contacto a los centros cerebrales, y de ellos
parta a través de los nervios motores la respuesta de bienvenida o de repulsa,
del mismo modo toda vibración producida en el Universo, que es el Cuerpo de
Dios, llega a Su Conciencia y de ella arranca una acción por respuesta. Células
nerviosas, hilos nerviosos, fibras musculares pueden ser agentes del sentir y
del moverse; pero el hombre es quien siente y obra. Así pueden ser agentes
miríadas de Inteligencias, pero es Dios quien conoce y responde. Nada puede
haber tan pequeño que deje de afectar a Su delicada Conciencia omnipresente;
nada puede haber tan vasto que la trascienda. Tan estrecha es nuestra
limitación, que la sola idea de una conciencia que todo lo abarca, nos pone
confusos y perturba; tal quedaría el mosquito, si por acaso pudiese aventurarse
a medir la conciencia de Pitágoras. El profesor Huxley ha consignado en notable
pasaje la posibilidad de que existan seres cuya inteligencia, subiendo más y más
alto, cuya conciencia, ensanchándose sin cesar, alcance un nivel tan elevado por
encima de la del hombre, como la del hombre lo está por encima de la del
escarabajo (8). No es esto un vuelo de la imaginación científica, sino
descripción de un hecho. Hay un Ser del cual la conciencia, presente en todos
los puntos de Su universo, puede ser, por ende, afectada desde cualquiera de
ellos. Conciencia es esta, no sólo inmensa por el campo que abarca, sino
inconcebiblemente aguda además; pues al extenderse en todas direcciones de su
vasta área, no merma su delicada capacidad para dar respuestas; es más sensible
a la interrogación, más exacta en hacerse cargo que las conciencias más
restringidas y limitadas. No es cierto que mientras más excelso sea el Ser, sea
más difícil llegar a Su conciencia, sino al contrario: mientras más elevado esté
el Ser, será su conciencia más fácilmente afectada. Ahora bien: esta Vida,
inmanente en todo, se sirve de las vidas a que ha dado origen, como medios de
comunicación en el extenso Cosmos, pudiendo así cualquiera de ellas ser
utilizada como ministro de Su Voluntad omniconsciente. Para que esta Voluntad se
manifieste en el mundo externo, se hace preciso un medio de expresión; y
ofreciéndole aquellas vidas en proporción a su receptividad, se convierten en
obreros intermediarios entre dos puntos del universo, sean cuales fuesen. Ellas
funcionan como los nervios motores de Su cuerpo, llevando a cabo la acción
requerida. Pasemos ya revista a las diversas clases en que hemos dividido las
plegarias, y veamos las distintas maneras en que pueden obtener respuesta.
Cuando se hace una plegaria de la clase A, puede ser contestada de varios modos.
Supongamos un hombre de natural sencillo, que tenga de Dios un concepto también
sencillo, según es la etapa de la evolución en que se encuentra. Considera a
Dios como su providencia, en contacto inmediato con sus necesidades diarias y,
por tanto, se dirige a El en busca de su ración cotidiana con la misma
naturalidad que un niño se dirige a su madre pidiéndole pan. Ejemplo típico de
esto es el caso de Jorge Müller, de Bristol, antes de que fuese conocido como
filántropo, cuando comenzaba su empresa caritativa, y no tenía amigos ni dinero.
Oraba en demanda de alimento para las infelices criaturas que de todo, excepto
de su liberalidad, estaban desprovistas, y siempre obtenía dinero suficiente
para las necesidades más apremiantes. Pero ¿qué es lo que sucedía? Su plegaria
consistía en un deseo potente que creaba una forma cuya vida y energía directora
era el deseo mismo. Esta entidad viva y vibradora tenía una sola idea: la idea
que le servía de alma; hace falta ayuda, hace falta alimento; y en condiciones
tales, se lanzaba al espacio, persiguiendo su fin. Había en alguna parte un
hombre caritativo que deseaba socorrer la miseria, y que andaba en busca de
ocasiones oportunas para ello. Como el imán al hierro era este individuo para la
forma de deseo: la atraía. Ella transmitía al cerebro del tal sus propias
vibraciones: Jorge Müller, sus huerfanitos, sus necesidades; y entonces aquél
encontraba salida para sus impulsos caritativos; sacaba un cheque y lo enviaba.
Natural es que Jorge Müller dijese que a este individuo te había tocado Dios en
el corazón para que diese el socorro que se necesitaba. Esto es cierto en el
sentido más profundo de la palabra, pues no hay vida ni energía en el Universo
que no vengan de Dios; mas la agencia mediadora, conforme a las leyes divinas,
era la forma de deseo creada por el suplicante, El mismo resultado podría
obtenerse, sin oración alguna, por la persona que, conociendo el mecanismo
correspondiente y su modo de funcionar, ponga su voluntad deliberada en el
asunto. Para ello pensaría con toda claridad en lo que necesitaba, se atraería
después la clase de materia sutil más adecuada a su propósito, con el fin de
revestir con ella su pensamiento, y mediante un impulso deliberado de su
voluntad, lanzaría esta forma hacia un individuo determinado a quien deseara
hacer presente su necesidad; y en el caso de no fijarse en ninguno, la haría
recorrer su vecindad para que fuese atraída por alguien que estuviese
predispuesto a prestar ayuda al menesteroso. En esto no hay plegaria; sólo hay
un ejercicio consciente de la voluntad y del conocimiento. La mayor parte de las
gentes, que ignoran las fuerzas de los mundos invisibles, y no predispuestos a
ejercitar la voluntad, logran más fácilmente la concentración del pensamiento y
la vehemencia del deseo indispensable para un resultado fructuoso, elevando una
plegaria que no haciendo un deliberado esfuerzo mental para hacer actuar su
propia energía, pues quizás desconfíen de sus propios poderes, aun habiéndose
hecho cargo de la teoría, y la duda es fatal siempre que se trata de ejercitar
la voluntad. El que la persona que ora, desconozca por completo el mecanismo que
pone en movimiento, no afecta en lo más mínimo el resultado. El niño que,
extendiendo el brazo, ase un objeto cualquiera, no necesita entender cómo
funcionan sus músculos, ni saber los cambios químicos y eléctricos verificados
con el movimiento de aquellos y de los nervios, ni necesita tampoco calcular la
distancia a que el objeto se halla, midiendo el ángulo formado por los ejes
ópticos; quiere coger el objeto que desea, y el aparato de su cuerpo obedece a
su voluntad, aunque desconoce la existencia del uno y de la otra. Así el hombre
que ruega, aun ignorando la fuerza creadora de su pensamiento, construye una
entidad viva, y la envía a realizar su mandamiento. Obra tan inconscientemente
como el niño, y como el niño coge lo que desea. En ambos casos es Dios el Agente
primario, pues todo poder de El emana; en ambos casos también la obra efectiva
ha sido hechura del aparato proveído por Sus leyes. Mas no es éste el único
camino por donde pueden recibir contestación las plegarias de esta clase. La voz
del que pide auxilio, puede ser oída por alguno que, estando fuera de su cuerpo
físico temporalmente, se dedique a trabajar en los mundos invisibles;
puedeasimismo ser oída por un Ángel que pase cerca del que dirige la súplica; y
entonces uno u otro, movido de compasión, se apresura a inspirar el pensamiento
de enviar la ayuda requerida a alguna persona caritativa. Tal persona diría: "La
idea de que Fulano está necesitado, me ha ocurrido de improviso esta mañana;
paréceme que le vendría bien recibir algún dinero." Y muchas plegarias reciben
su respuesta de este modo, constituyéndose alguna Inteligencia invisible como
medianera entre la necesidad y su satisfacción. Parte es ésta del ministerio de
los Ángeles inferiores, quienes acuden tanto al socorro de las necesidades
personales, como prestan su cooperación en las empresas caritativas. El fracaso
de estas plegarias se debe a otra causa oculta. Todo hombre ha contraído deudas
que es forzoso que pague. Sus pensamientos torcidos, sus deseos perversos, sus
acciones injustas han levantado obstáculos en su camino, que a veces hasta le
cercan por todas partes como las murallas de una prisión. La deuda de los males
hechos ha de ser amortizada por medio de sus propios sufrimientos; el hombre
tiene que experimentar las consecuencias de sus entuertos. En vano elevará
vehementes súplicas si está condenado a morir de hambre por sus maldades de
otros tiempos; la forma de deseo que crea con sus intensas oraciones, buscará
una y otra vez almas piadosas, sin jamás encontrarlas, pues tropezará con
corrientes determinadas por sus pasadas fechorías, que la desviarán de su ruta,
sin dejarla tocar al término de su destino. En esto, como en todo, hemos de
reconocer que vivimos en los dominios de la Ley. Las fuerzas pueden ser
modificadas o neutralizadas del todo por otras fuerzas que con ellas se pongan
en contacto. Si de dos bolas exactamente iguales, impulsadas respectivamente por
dos fuerzas también iguales entre sí, la una no es afectada en su camino por
ninguna fuerza distinta, mientras la otra recibe el choque lateral de una nueva
fuerza, es indudable que la primera llegará al término deseado, en tanto que la
segunda se saldrá fuera de su curso primitivo. Así sucede con dos plegarias
iguales: la una puede seguir su rumbo sin oposición alguna y alcanzar su objeto,
al paso que la otra puede ser herida de costado por la fuerza más poderosa de un
pasado de iniquidades. Una plegaria es contestada, la otra no. En ambos casos,
sin embargo, el resultado es obra de la Ley. Consideremos ahora la clase B. Las
plegarias elevadas para pedir ayuda en las dificultades morales e intelectuales
tienen un doble resultado: obran directamente para obtener la ayuda, y
reaccionan además sobre la persona que ruega. Atraen la atención de los Ángeles
y de los discípulos que trabajan fuera de sus cuerpos físicos, y que andan
siempre en busca de mentes desoladas a quienes prestar auxilio. En consecuencia,
imprimen consejos en la conciencia cerebral, le dan alientos, y la iluminan,
siendo ésta la respuesta más directa a la plegaria. "Y El se apartó. . . y
puesto de rodillas oró. . . y se le apareció un ángel del cielo, confortándole"
(9). Se sugiere ideas que esclarecen una dificultad intelectual, se arroja luz
sobre un oscuro problema moral, se vierte dulce consuelo en el corazón apenado,
suavizando su consternación y calmando sus ansias. Y si ningún ángel cruzase el
espacio, el grito de angustia llegaría al "Secreto Corazón de los cielos", desde
donde sería enviado un mensajero a mitigar la pena, a infundir ánimos: algún ser
celestial, siempre dispuesto a volar al socorro del afligido, portador de la
voluntad divina para prestar auxilio. También acontece lo que alguna vez se
llama respuesta subjetiva a esta clase de plegarias: la reacción de la súplica
sobre el que la hace. La plegaria coloca al corazón ya la mente en una actitud
receptiva, que acalla la naturaleza inferior, permitiendo que la fuerza y el
poder iluminador de la más alta penetre en ellos sin obstáculos. Las corrientes
normales de energía que fluyen del Hombre Interno, son, por lo general,
encaminadas al mundo externo, y aprovechadas por la conciencia cerebral en el
funcionamiento de su actividad para la realización de los asuntos ordinarios de
la vida. Pero cuando esta conciencia cerebral abandona el mundo exterior. Y
cerrando todas las puertas que a él se abren, fija su atención en el interior,
cuando se abstrae de lo externo y se concentra en lo interno, se convierte en
vaso capaz de recibir y retener, en vez de mero tubo de desagüe entre aquellos
dos mundos. En el silencio que sucede a la cesación de los ruidos y tumultos de
las actividades físicas, puede hacerse oír la "callada vocecita" del Espíritu, y
la mente, en su atención reconcentrada, es capaz de percibir el suave murmullo
del Yo Intimo. Más notoria es la entrega de la ayuda, tanto de la parte externa
como de la interna, cuando por la plegaria se demanda luz y crecimiento
espiritual. No sólo hay deseo por parte de los auxiliadores angélicos y humanos
de favorecer todo progreso espiritual, para lo cual aprovechan cuantas
oportunidades puedan ofrecerles las almas que aspiran a lo alto, sino que además
por el anhelo de tal crecimiento se emite energía de una especie elevada, que
recaba para las aspiraciones espirituales una moción correspondiente en el reino
del Espíritu. Una vez más se confirma la Ley de las vibraciones simpáticas: la
nota de las altas aspiraciones hace sonar su nota similar por la liberación de
energía de su misma especie, por la vibración sincrónica. La Vida divina desde
arriba ejerce presión continua sobre los límites que la cercan, y cuando la
fuerza dirigida desde abajo hacia lo alto, choca en esos límites, el muro
divisorio queda roto, y la Vida divina inunda el Alma. El hombre que siente la
invasión de esta oleada espiritual, exclama: "Mi plegaria ha obtenido respuesta:
Dios ha enviado Su Espíritu a mi corazón," y verdaderamente es así; sólo que
rara vez entiende que este Espíritu está siempre tratando de entrar; pero
"viniendo a lo que era suyo, los suyos no le recibieron " (10). “'He aquí que
estoy a la puerta, y llamo: si alguno oyere mi voz, y abriere la puerta, entraré
a él" (11). El principio general a que se ajustan las plegarias de esta clase,
es que, la respuesta de la vida más amplia que está dentro y fuera de nosotros
será proporcionada a la postergación de la personalidad ya la intensidad de la
aspiración hacia arriba. Somos nosotros mismos los que nos apartamos. Si cesamos
en nuestro alejamiento, y nos hacemos uno con lo más grande, veremos cómo fluyen
dentro en nosotros luz, vida y fortaleza. Cuando la voluntad separada vuelve la
espalda a sus peculiares designios, y se pone a servir los propósitos divinos,
la energía divina se vierte en ella. El hombre que nada contra la corriente,
adelanta poco, pero el que va a favor de ella, se siente llevado por su fuerza.
En todas las regiones de la Naturaleza están obrando las energías divinas; y
cuanto hace el hombre lo efectúa sirviéndose de las energías que funcionan en la
dirección en que él desea obrar. Sus mayores proezas las lleva a cabo, no por
energías propias, sino por la habilidad con que elige y combina las fuerzas que
han de ayudar a sus intentos, neutralizando los contrarios o los mismos con las
favorables. Fuerzas que nos arremolinarían como a pajas el viento, se convierten
en nuestras humildes esclavas si marchamos con ellas. ¿Será, pues, de admirar
que las divinas energías se asocien al hombre que en sus plegarias muestra su
empeño de cooperar en la labor Divina? Esta forma más elevada de la plegaria de
la clase B es un paso casi imperceptible dentro de la clase C, donde ya la
plegaria pierde su carácter de petición, y se convierte en meditación o
adoración de Dios. Meditación es la firme y reposada fijación de la mente en
Dios, con lo cual la mente inferior se sosiega, y permanece en tal quietud, que
el Espíritu puede escapar de ella, y elevarse a la contemplación de la
Divinidad, para reflejar en sí mismo la divina Imagen. "La meditación es
plegaria muda o no pronunciada, o como dijo Platón: "el fervoroso tornarse del
Alma hacia lo Divino, no en demanda de algún bien particular (como en la común
plegaria), sino en consideración del bien mismo, del Bien Supremo Universal"
(12). Tal plegaria, porque liberta al Espíritu, es el medio adecuado del hombre
para unirse a Dios. Por la acción ineludible de las leyes del pensamiento, el
hombre se convierte en aquello que piensa; así, pues, si medita sobre las
perfecciones divinas, reproduce gradualmente e, sí mismo aquello en que su mente
está fija. Esta mente, modelada conforme a lo más alto y no a lo más bajo, no
puede ya contener al Espíritu, que al verse libre, se eleva a su origen. La
plegaria se ha convertido en unión; la separación se ha dejado atrás. La
adoración ferviente, ajena a toda idea de súplica, e inspirada sólo en el puro
amor de lo Perfecto, que vagamente se vislumbra, es también medio eficaz de
unirse a Dios, y el más sencillo, por cierto. Durante ella la conciencia, desde
la estrechez de los órganos cerebrales, contempla en mudo éxtasis la imagen que
se forma de Aquel que es superior a todo poder imaginativo; y es caso frecuente
el de individuos que, arrebatados por la intensidad de su amor más allá de los
límites del intelecto, se encuentran como espíritus libres en regiones donde,
trascendidos aquellos límites, sienten y comprenden mucho más de lo que a su
vuelta pueden descubrir por medio de palabras o expresar en forma alguna. Así ve
el Místico en la Visión Beatífica; así reposa el Sabio en las profundidades de
la Sabiduría que se escapan al conocimiento; así contempla a Dios el Santo que
alcanza la pureza. En esta plegaria el orante se torna luminoso, y cuando desde
la montaña en que se verifica tan alta comunión, desciende a las llanuras de la
tierra, su rostro resplandece con luz suprema, como una transparencia de la
llama que arde en su interior. ¡Feliz aquel cuyos ojos han visto "al Rey en Su
gloria"! (13). Ellos recordarán, ellos comprenderán. Entendida así la plegaria,
se hace patente su necesidad, que siempre han sentido todos los cultos
religiosos, y también es claro el porqué ha sido tan recomendada su práctica por
todos los que se aplican a conocer la vida más elevada. Los que estudian los
Misterios Menores, deben hacer plegarias de las comprendidas en la clase B,
poniendo además empeño en ascender a la meditación pura ya la adoración de la
clase última, y excusando del todo plegarias de la clase inferior. A éstos
vendrá bien tener una idea de las enseñanzas de Jámblico sobre el asunto. Dice
Jámblico que las plegarias "establecen una comunión sagrada e indisoluble con
los Dioses", y pasa luego a dar algunos pormenores interesantes acerca de la
plegaria, según se la considera en el Ocultismo práctico. "Cosa es esta, por su
naturaleza, digna de ser sabida, pues perfecciona la ciencia que atañe a los
Dioses. Diré, pues, que la primera especie de plegaria requiere el Recogimiento,
que a la par que nos pone en contacto con la divinidad, despierta en nosotros su
conocimiento. La segunda especie es lazo de armoniosa Comunión, por cuya virtud
se promueven, antes que la energía de lenguaje, los dones que los Dioses
comparten con nosotros, y se perfeccionan nuestras obras antes que los conceptos
intelectuales. Es la tercera y más acabada especie, sello de la inefable Unión
con las deidades, en quienes la plegaria cifra todo su poder y autoridad, con lo
que da al alma descanso en ellas, como en puerto de seguridad inalterable. Pero
de estos tres actos, suma de todas las medidas divinas, granjea quien con
adoración suplica, no sólo la amistad de los Dioses, sino también tres frutos, y
éstos en grado máximo, los cuales son otras tantas manzanas de oro del jardín de
las Hespérides. El primero se refiere a la iluminación; el segundo a una
comunidad de obra; mas con la virtud del tercero se recibe la perfecta plenitud
del divino fuego. . . Ninguna operación puede tener buen suceso en la esfera de
lo sagrado, como no medie la plegaria. Finalmente, su ejercicio continuo
vigoriza el entendimiento, y hace al receptáculo del alma mucho más apto para la
comunicación con los Dioses. De igual modo es la llave divina que abre al hombre
la puerta del santuario de aquellos; nos habitúa a mirar las espléndidas
corrientes de la suprema luz; en corto espacio purifica nuestros más escondidos,
senos, y los dispone para el contacto y abrazo indecible de los Dioses, y no
cesa hasta dejarnos en la más alta cima. De igual modo, por grados y en
silencio, endereza las costumbres del alma, despojándola de toda cosa extraña a
una naturaleza divina, y revistiéndola de las perfecciones de los Dioses.
Establece asimismo una comunión y amistad indisolubles con la divinidad,
alimenta el amor hacia ella, y enardece la parte divina del alma. Lo que en ésta
haya de contrario y opuesto, lo redime y purifica; y expulsa todo lo que a la
generación propenda y cuantos residuos de mortalidad permanezcan en su espíritu
etéreo y luminoso. Da la última mano a la esperanza ya la fe en la recepción de
la divina luz; y en resumen, convierte a los que la emplean en domésticos y
familiares de los Dioses" (14). De tal estudio y de tal práctica se deriva un
resultado inevitable, tan pronto como el hombre comienza a entender, ya darse
cuenta del género de vida humana más amplio que se despliega ante su vista. Echa
de ver que con el conocimiento se ha hecho más poderoso, pues se contempla
rodeado de fuerzas que es capaz de comprender y manejar; y advierte además que
sus poderes aumentan en la proporción que aumenta su sabiduría. Aprende luego
que dentro de sí mismo lleva oculta la Divinidad, a la cual nada efímero puede
satisfacer, cuyos anhelos sólo puede calmar la unión con lo Uno, con lo
perfecto. Gradualmente se despierta en él entonces la voluntad de marchar al
unísono con lo Divino, y deja de buscar con vehemencia las mudanzas, y de
arrojar, por tanto, nuevas causas sobre la corriente de efectos que constituyen
su vida mundana, y que son el producto de aquellas otras causas que en
anteriores existencias engendrara. Se reconoce más gerente que dueño, más
servidor que amo: no fuente, sino canal; y en consecuencia, procura descubrir
los designios divinos para obrar con ellos de consuno. Cuando un hombre ha
llegado a tal punto, está por encima de toda plegaria -salvo la que consiste en
meditación y adoración-pues nada tiene que pedir, ni en este mundo ni en otro
alguno; y así, permanece sereno, tratando sólo de servir a Dios. Este es el
estado de Hijo, donde Su voluntad es una con la del Padre, y donde la sosegada
entrega se verifica: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad, Dios mío.
Quíselo; y tu ley está en medio de mi corazón" (15). Toda plegaria, entonces, se
considera innecesaria; toda petición impertinente. No es posible desear cosa
alguna que no esté ya en los propósitos de esta Voluntad, los cuales se traducen
en manifestación activa, a medida que los agentes de esa Voluntad se van
perfeccionando en la tarea. -
Notas del capítulo 10 -
- (1)
Gran parte de este capítulo se publicó antes en otra obra de la misma autora,
titulada Same Problems of Life. -
- (2)
Santiago, I, 17. -
- (3)
Gén. XXVIII, 12, 13. -
- (4)
Véase el capítulo XII. -
- (5)
Heb. I, 14. -
- (6) San
Mateo, X, 29. -
- (7)
Hechos, XVII, 28. -
- (8) T.
H. Huxley. Essays on some Controverted Questions, página 36. -
- (9) San
Lucas, XXII. 41, 43 -
- (10)
San Juan, I, II. -
- (11)
Apocalipsis, III, 20. -
- (12)
"Clave de la Teosofía", pág. 10, por H. P. Blavatsky. -
- (13)
Isaías, XXXIII, 17. -
- (14) En
los Misterios, sección V, cap. 26. -
- (15)
Salmo XXXIX, 8 y 9. (Vulgata latina). -En el original se cita: Ps. XL, 7, 8.
Prayer Book versión. -
-
CAPITULO XI
-
EL PERDON DE LOS
PECADOS -
"Creo en. . . el
perdón de los pecados." "Reconozco un bautismo para remisión de los pecados."
Estas palabras pronuncian los fieles de todas las comuniones cristianas, cuando
recitan los familiares credos llamados de los Apóstoles y de Nicea. Entre los
dichos de Jesús es frecuente éste: "Tus pecados te son perdonados"; y es digno
de notarse que tal sentencia es siempre compañera del ejercicio de sus poderes
curativos, resultando así simultáneas las liberaciones de las enfermedades
física y moral. Directamente mostró en cierta ocasión la cura de un paralítico
como señal de que tenía derecho a declarar a un hombre que sus pecados le eran
perdonados (1). También dijo a una mujer: ". . . sus muchos pecados son
perdonados porque amó mucho." (2). En el famoso tratado gnóstico, Pistis Sophia,
se dice que el verdadero propósito de los Misterios es la remisión de los
pecados. "Aunque ellos hayan sido pecadores, aunque hayan vivido en todos los
pecados e iniquidades del mundo, si cambian de vida y se arrepienten y hacen la
renuncia que acabo de describiros, declaradles los misterios del reino de la
luz; no se los ocultéis de modo alguno. Por razón del pecado he traído estos
misterios al mundo: para remisión de todos los pecados que ellos han cometido
desde el principio. Por esto otra vez os he dicho: "Yo no he venido a llamar al
justo." Así, pues, he traído los misterios para que puedan ser remitidos los
pecados de los hombres, y ellos llevados al reino de la luz. Porque estos
misterios representan el don del misterio primero: el de la destrucción de los
pecados e iniquidades de todos los pecadores" (3). En estos Misterios la
remisión del pecado se hace por el bautismo, conforme con el Credo de Nicea.
Jesús dice: "Sabed, además que yo puedo declararos de qué tipo es el misterio
del bautismo que remite pecados. . . Cuando un hombre recibe los misterios del
bautismo, tales misterios vienen a ser poderoso fuego, vehemente en exceso,
hábil, el cual consume todos los pecados; penetran aquéllos en el alma
ocultamente, y devoran los pecados que la falsificación espiritual ha ingerido
en ella." Y después de nuevas explicaciones sobre el procedimiento de la
purificación, añade Jesús: "Este es el modo como los misterios del bautismo
remiten los pecados y toda iniquidad" (4). "El perdón de los pecados" aparece,
en una forma u otra, en la mayoría de las religiones, si no en todas. Y
dondequiera que tal concierto de opiniones se encuentra, podemos concluir con
toda seguridad, conforme al principio ya expuesto, que existe en la naturaleza
algún hecho que le sirve de fundamento. La naturaleza humana responde también a
esta idea de que los pecados son perdonados. Se ve que el hombre sufre bajo la
presión de la conciencia de sus malas obras, y que cuando se descarga de su
pasado y se desata el apretado nudo del remordimiento, marcha con alegre corazón
y visión clara, que antes obscurecían las tinieblas. Siente algo semejante al
quitarse un peso de encima, al removerse de un obstáculo en su camino. "La
sensación del pecado" ha desaparecido, y con ella la pena roedora; y reconoce el
advenimiento de la primavera del alma, la palabra de poder que todo la renueva.
Entona entonces de corazón un canto de gratitud que sube a lo alto; ha llegado
el tiempo delcantar de las aves, de que haya "alegría entre los Ángeles." Este
cambio, nada raro por cierto, suele causar sorpresa a la persona que lo
experimenta en sí, o que lo advierte en otro; y comienza a preguntarse qué es lo
que ha sucedido en realidad, qué es lo que ha producido en la conciencia una
mudanza cuyos efectos son tan manifiestos. -
Los modernos pensadores, identificados por completo con la idea de que toda
clase de fenómenos es producto de leyes invariables, y después de haber
estudiado el funcionamiento de estas leyes, repugnan a primera vista cualquier
teoría sobre el perdón de los pecados, por considerarla incompatible con aquella
verdad fundamental, del mismo modo que los hombres de ciencia, penetrados de la
idea de inviolabilidad de la ley, rechazan todo concepto que con ella sea
incompatible. Y están en lo cierto los unos y los otros, al construir sobre el
cimiento de una ley inalterable, pues la ley no es más que la expresión de la
Naturaleza divina, donde no cabe variación ni aun sombra de mudanza. Así, pues,
el concepto que adoptemos sobre el perdón de los pecados, no deberá chocar con
esta fundamental idea, tan necesaria a las ciencias éticas como a las físicas.
"Faltaría la base de todo", si no pudiésemos reposar seguros en el perdurable
abrazo de la Buena Ley. Mas prosiguiendo nuestras investigaciones, nos
encontramos sorprendidos con que los Maestros mismos que con más insistencia
proclaman el invariable funcionar de la Ley, afirman de modo enfático el perdón
de los pecados. En cierta ocasión dice Jesús: "que toda palabra ociosa que
hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio" (5); y otra vez
dice: "Confía, hijo: tus pecados te son perdonados" (6). Asimismo en el Bhagavad
Gita se trata constantemente de las ligaduras de la acción: que "el mundo está
atacado por la acción" (7), y que el hombre "recobre las características de su
cuerpo anterior" (8); y sin embargo, dice en otra parte: "aun el más pecador, si
me rinde culto con ánimo reconcentrado, será tenido también en el número de los
santos" (9). Parece, pues, que lo significado en las Sagradas Escrituras del
mundo en la frase "el perdón de los pecados" no se consideraba por los más aptos
Conocedores de la ley como cosa opuesta al inviolable eslabonamiento de causa y
efecto. Si examinamos aun la más cruda idea que prevalece en nuestros días
acerca del perdón de los pecados, echaremos bien de ver que los que creen en
ella no entienden que el pecador perdonado haya de escapar en este mundo a las
consecuencias de sus malas obras. El borracho, por ejemplo, cuyo pecado ha
obtenido perdón por virtud de su arrepentimiento, tiene que sufrir, sin embargo,
el temblor de sus nervios, sus malas digestiones y la falta de confianza que sus
semejantes le muestran. Bien consideradas las declaraciones que a tal perdón se
refieren, se contraen en último término a las relaciones del pecador I
arrepentido con Dios, ya las penalidades que, conforme a las creencias del
declarante, habrán de corresponder después de la muerte al pecado no remitido;
mas no comprenden en modo alguno la idea de que hayan de eludirse las
consecuencias terrenales del mal llevado a cabo. La pérdida de la creencia en la
reencarnación y de un concepto sólido sobre la continuidad de la vida, así en lo
que se refiere a su prosecución en este mundo como en los dos que le son
inmediatos (10), ha dado origen a muchas incongruencias y aseveraciones
insostenibles, entre las cuales figura la idea terrible y blasfema de los
eternos tormentos del alma humana por pecados cometidos en el corto espacio de
una sola vida sobre la tierra. Para librarse de esta pesadilla, idearon los
teólogos un perdón que relevase al pecador de la tremenda prisión de un infierno
perpetuo. Pero jamás se supuso que tal perdón le excusase en este mundo de las
consecuencias naturales de sus malas obras, ni tampoco se sostuvo -a excepción
de las modernas comunidades protestantes-que quedase exento de dilatados
sufrimientos purgatoriales, resultando forzoso el pecado después de la muerte
del cuerpo físico. La ley seguía su curso así en la tierra como en el
purgatorio, y la pena iba tras el pecado, como las ruedas de la carreta tras los
bueyes. Solo las torturas eternas -que únicamente en la imaginación nebulosa de
los creyentes existían -habrían de eludirse con el perdón de los pecados; no
siendo aventurado el presumir que después de haber afirmado los dogmatizadores
la existencia de un infierno eterno como resultado monstruoso de errores
transitorios, se sintieran compelidos a buscar escapatoria de tan injusto e
increíble destino, y, en su consecuencia, afirmaran más adelante la realidad de
un perdón increíble e injusto también. Los sistemas elaborados por la
especulación humana sin tener en cuenta los hechos de la vida, son abonados para
meter al especulador en ciénagas mentales, de donde sólo le es dado salir dando
tumbos a través del lodo en una dirección opuesta. Un perdón superfluo sirvió de
contrapeso a un superfluo infierno eterno, y de este modo la desequilibrada
balanza de la justicia fue repuesta en el fiel. Pero dejemos ya estas
aberraciones de inteligencias sin luz, y tornemos a la región de los hechos y de
la recta razón. Cuando el hombre ejecuta una mala obra, él mismo se liga a una
aflicción -planta que siempre brota de la semilla del pecado-. Aun es más exacto
decir que pecado y aflicción, más que dos sucesos separados, constituyen los dos
lados de un acto único. Al modo que todos los objetos tienen dos lados, anverso
y reverso, a la vista el uno, y encubierto el otro a nuestra mirada, así también
todo acto tiene dos lados que no pueden verse a la vez en el mundo físico. El
bien y la felicidad, o el mal y la desdicha, se ven en otros mundos como
anversos y reversos correspondientes a los actos. A esta correlación se llama
karma, voz original sánscrita, cuyo uso oportuno se ha extendido mucho;
literalmente significa acción, y expresa la conexión o identidad explicadas; de
aquí que le llame al sufrimiento resultado kármico de una obra mala. Este
resultado, el reverso, no puede seguir inmediatamente, ni aun acaecer siquiera
en la misma encarnación, pero más tarde o más temprano tiene que aparecer,
estrechando al pecador en su doloroso abrazo. Ahora bien: un resultado en el
mundo físico, un efecto experimentado por nuestra conciencia física, es la
operación final de una causa puesta en acción en el pasado; es el fruto llegado
a madurez; en él una fuerza particular se manifiesta y se extingue. Esta fuerza
ha venido obrando hacia fuera, y antes que aparezca en el cuerpo, han
desaparecido de la mente sus efectos. Su manifestación corporal, su aparición en
el mundo físico, señala el término de su carrera (11). Si en tal momento, cuando
el karma del pecado se ha agotado, se encontrase el pecador, por una
circunstancia cualquiera, en presencia de uno de esos sabios que ven en el
pasado como en el presente, que ven lo que para otros es invisible, lo mismo que
lo que les es visible, podría suceder que, al distinguir semejante Ser el final
de determinado karma, al percibir que la sentencia se halla cumplida, declare al
cautivo en libertad. Ejemplo de este evento, y típico por cierto, es el caso del
paralítico, antes aludido. Una dolencia física es la última expresión de pasado
entuerto; el proceso mental y moral ha llegado ya a su término; alguna entidad
celestial, ejerciendo sus funciones como ministro de la ley, induce al paciente
a colocarse al paso de uno de aquellos Seres que son capaces de sanar
enfermedades físicas mediante la aplicación de una energía superior. El Iniciado
declara primero que los pecados de aquel hombre están perdonados, y luego, para
justificar lo profundo de su vista interna, pronuncia las autoritarias palabras:
"Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa." De no haberse encontrado allí un
Ser de luz tan supremo, la enfermedad habría desaparecido al toque restaurador
de la naturaleza, con la aplicación de la fuerza adecuada por Inteligencias
angélicas invisibles que tienen el cargo de las operaciones de la ley kármica en
el mundo. Pero cuando el Uno superior es quien actúa, esta fuerza adquiere mayor
y más rápida eficacia; pues instantáneamente pone a las vibraciones físicas en
el tono propio de la armonía que constituye el estado de salud. Tales perdones
de pecados pueden llamarse declaratorios: el karma está agotado, y uno que lo
conoce declara el hecho. La declaración alboroza el ánimo al modo que la orden
de libertad al prisionero, orden que es tanta parte de la ley como la sentencia
condenatoria; pero entre uno y otro alborozo hay esta diferencia: que el del
hombre que así es notificado de la extinción de su mal karma, es más intenso,
por no ver de antemano el punto en que su acción se remata. Es de advertir que
estas declaraciones de perdón van siempre unidas a la manifestación de que el
paciente tuvo "fe", sin lo cual nada hubiera podido hacerse; esto significa qué
el verdadero agente en la terminación del karma es el pecador mismo. En el caso
de la "mujer que había sido pecadora", las dos declaraciones son conjuntas: "Los
pecados te son perdonados. . . Tu fe te ha salvado: ve en paz" (12). Es esa fe
el surgir en el hombre de su propia esencia divina que va en busca del divino
océano de su esencia similar; y cuando sale de la naturaleza inferior que la
detiene, como brota el agua de la tierra rompiendo por las capas que estorban su
salida, el poder, así liberado, ejerce su acción sobre la naturaleza toda,
poniéndola en armonía consigo mismo. El hombre del poder no llega a tener
conciencia de él, hasta tanto que su fuerza quiebra la corteza kármica del mal;
y esta alegría conciencia de un poder dentro de sí que le era desconocido, y que
se le ha manifestado tan pronto como el mal karma se ha extinguido, es la parte
principal en el regocijo, consuelo y nuevos ánimos que siguen al sentimiento de
que el pecado está "perdonado", de que sus resultas se han desvanecido. Y esto
nos lleva al corazón mismo del asunto, o sea a tratar de los cambios que se
verifican en la naturaleza íntima del hombre, desconocidos para aquella parte de
la conciencia que actúa dentro de los límites del cerebro, hasta que de
improviso se afirman a sí mismos dentro de esos límites, sin que, en la
apariencia, vengan de parte alguna, como caídos "de las nubes", de procedencia
ignorada. ¿Qué maravilla, pues, que el hombre, confundido por su aparición
repentina, ignorante de los misterios de su propia naturaleza y "del Dios
interno", que es realmente él mismo, se imagine que procede del exterior lo que
de hecho procede del interior, e inconsciente de su Divinidad propia, piense
sólo en las Divinidades que le son exteriores? y este error es tanto más posible
cuanto que el toque final, la vibración que rompe la aprisionante corteza, es a
menudo obra de la Divinidad que mora en otro hombre o en algún ser sobrehumano,
la que responde al insistente grito de la Divinidad que está dentro de él mismo;
con frecuencia reconoce la fraternal ayuda, pero no sabe que fue él quien la
promovió: la voz de socorro lanzada por su naturaleza íntima. Así como la
explicación de un individuo más sabio que nosotros puede aclarar a nuestra mente
una dificultad intelectual, y sin embargo, es nuestra mente misma la que con tal
ayuda encuentra la solución; así como la voz animadora de una persona más pura
que nosotros puede avivarnos para realizar un esfuerzo moral que acaso
considerábamos fuera de nuestro alcance, y no obstante, es nuestro poder propio
quien lo efectúa, así también un Espíritu superior al nuestro, un Ser más
consciente de su Divinidad, nos ayuda a poner en acción nuestra propia energía
divina, pero, en realidad, es el funcionamiento de esta misma energía quien nos
levanta a una esfera más elevada. Todos vivimos ligados por un encadenamiento de
fraternales auxilios que de igual modo nos enlaza a los que nos están por encima
que a los que nos están por debajo. ¿Por qué, pues, si nos juzgamos capaces de
ayudar en su desarrollo a seres más atrasados, hemos de dudar de la posibilidad
de que recibamos ayuda semejante de otros más adelantados, y de que con tal
auxilio sean más rápidos nuestros progresos? Ahora bien; entre los cambios que,
encubiertos a la conciencia inferior del hombre, se realizan en su íntimo ser,
háyanse los relativos al funcionamiento de su voluntad. El Ego contempla su
pasado, y al efectuar el balance de sus resultados, afligido bajo el peso de sus
equivocaciones, se resuelve a cambiar de actitud, a hacer mudanza en su modo de
obrar. Mientras su vehículo inferior sigue sometido a sus antiguos impulsos,
entregado a actividades que le llevan a fieras colisiones con la ley, el Ego
hace determinación de encaminar su conducta en dirección opuesta. Hasta entonces
había mirado con la vehemencia del deseo a lo animal: los placeres del bajo
mundo le tenían encadroado; de hoy en adelante les vuelve la espalda, y da la
cara a la verdadera meta de la evolución: se decide a trabajar por más elevados
goces. Ve que el universo entero está evolucionando, y que si se coloca en
contra de tan formidable corriente, será arrojado a la orilla con gran quebranto
suyo; mientras que si sigue su curso, ella misma lo empujará hacia adelante,
envuelto en su seno, hasta ponerlo en la deseada tierra. Se resuelve, pues, a
cambiar de vida, vuelve decididamente sobre sus pasos, torna el rostro a otro
camino. Gran perturbación y angustia grande son el resultado inmediato de
esfuerzos espasmódicos por el mejoramiento; más frustrados por nuevo rumbo. Los
hábitos contraídos a influjo de las antiguas miras, resisten tenazmente los
impulsos que de las nuevas proceden, y un amargo conflicto se produce en
consecuencia. Paulatinamente va aceptando la conciencia que obra en el cerebro,
los propósitos formados en los planos superiores, y entonces, mediante el
reconocimiento de la ley que aquéllos implican, se da cuenta del pecado." El
sentimiento del error crece, el remordimiento hace presa en el alma; síganse
esfuerzos espasmódicos por el mejoramiento; más frustrados por las costumbres
viejas, decaen repetidas veces, hasta que el hombre, abrumado bajo el peso del
dolor por el pasado y de la desesperación por el presente, se siente sumergir en
una oscuridad de la cual no percibe la salida. El sufrimiento, siempre
creciente, arranca, al fin, al Ego un grito de socorro, que es contestado desde
las profundidades de su propia naturaleza por el Dios que está así dentro como
alrededor de él: la vida de su misma vida. y con esta ocasión vuelve la espalda
a la naturaleza inferior que le estorba, y mira a la superior que es su íntimo
ser; abandona el yo separado que le da tormento, y se dirige al Yo Uno que es el
corazón de todo. Este cambio de frente significa que ha vuelto la cara de las
tinieblas a la luz. La luz estuvo allí siempre, pero él le daba la espalda;
ahora mira al sol, cuya irradiación alegra su vista y colma de deleite todo su
ser. Su corazón estaba cerrado; ahora está de par en par abierto, y el océano de
vida lo invade con sus risueñas olas que llevan envueltas delicias que
ofrecerle. Elevándole van por grados oleada tras oleada de la nueva vida, en
tanto que experimenta el regocijo del alba. Como pasado contempla ya a su
pasado, pues tiene puesta su voluntad en más alto sendero, y se cura poco de los
sufrimientos que ha heredado de aquél, en la seguridad de que no ha de
transmitir la amarga herencia a su futuro. Este sentimiento de paz, de alegría y
de libertad, es el que se indica como resultado del perdón de los pecados. Han
sido removidos los obstáculos que entre Dios en lo interno y el Dios en lo
externo había atravesado la naturaleza inferior; ella, sin embargo, reconoce con
dificultad que el cambio se ha verificado en ella misma, no en el Alma superior.
Como un niño que de cara a la pared, después de haber rechazado la guiadora mano
de su madre, puede creerse solo y abandonado, hasta que, volviéndose con un
grito, se encuentra rodeado de los brazos maternos, que nunca estuvieron más de
un palmo de él distanciados, así es el hombre que, rechazando, obstinado, el
amante abrazo de la divina Madre de los mundos, encuentra al fin, tornando el
rostro, que jamás estuvo fuera de su sombra protectora, y que dondequiera que
haya podido vagar, su guardián amor le ha seguido siempre amparando. La clave de
este cambio constitutivo del "perdón", está consignada en el verso del
Bhagavad-Gítá ya en parte citado: "Aun el más pecador, si me rinde culto con
ánimo reconcentrado, será tenido también en el número de los santos, pues él ha
resuelto derechamente." A esta derecha resolución se sigue un resultado
inevitable: "Rápidamente se convierte en cumplidor del deber y vive en paz" (13)
.Tan pronto como se hace el cambio, tan pronto como el Ego pone su voluntad
separada al unísono con la voluntad que trabaja por la evolución, el hombre "es
contado entre los santos" en el mundo donde querer es hacer, en el mundo donde
se ven los efectos presentes en sus causas. En los planos inferiores se seguirán
inevitablemente los efectos; "rápidamente se convertirá en cumplidor del deber"
de hecho, el que ya se ha convertido en cumplidor del deber en la voluntad.
Nosotros juzgamos aquí abajo por las acciones, hojas muertas del pasado; allá
arriba se juzga por las voliciones, semillas germinadoras del futuro. Por eso el
Cristo decía siempre a los moradores del bajo mundo: "No juzguéis" (l4). Aun
después de adoptada definitivamente la nueva dirección y de constituida en
hábito normal de la vida, sobrevienen tiempos de caídas, a los cuales hace
alusión el Pitis Sophia en la pregunta dirigida a Jesús, sobre si puede ser
admitido de nuevo en los Misterios el hombre que, habiéndolos abandonado, vuelve
otra vez arrepentido. La respuesta de Jesús fue afirmativa, pero declara que tal
vez puede acontecer que una nueva admisión está fuera del alcance de todo poder
que no sea el del más elevado Misterio, el cual perdona siempre. "Amén, amén, os
digo que cualquiera que reciba los misterios del primer misterio y luego se
vuelve atrás y claudica aunque sea dos veces, y otras tantas vuelve a
arrepentirse, ofreciendo su plegaria en el misterio del misterio primero, este
tal debe ser perdonado. Mas si claudica después de la duodécima vez, si se
vuelve atrás y claudica de nuevo, nunca deberá hacérsele remisión para que pueda
tornar a su misterio, sea éste cual fuere. El no tiene medio de arrepentirse, a
menos que haya recibido los misterios del inefable que en todos tiempos siente
compasión, y por siempre jamás perdona los pecados" (15). Tales restauraciones
subsiguientes a fracasos, las cuales llevan consigo "la remisión del pecado",
acontecen en la vida humana, especialmente en las etapas más adelantadas de la
evolución. Si a un hombre se ofrecen oportunidades, que, aprovechadas, han de
proporcionarle nuevos medios de crecimiento, y las deja escapar, queda fuera de
la posición que había ganado y que habían hecho posibles esas nuevas coyunturas
de mayor avance. Por lo pronto, el camino de ulteriores progresos le queda
interceptado; se ve reducido a poner todo su esfuerzo en recorrer fatigosamente
el camino ya andado, y en conquistar de nuevo la posición perdida, afirmando en
ella sus pies, y solamente cuando haya realizado esto, oirá la voz gentil que le
dice que el pasado se ha gastado ya, que la debilidad se ha vuelto fortaleza y
que la puerta está abierta de nuevo para que pase. En esto es el "perdón", una
vez más, La declaración tan sólo del estado real de las cosas, hecha por una voz
autorizada: la apertura de la puerta al competente, su clausura al incompetente.
Para el que ha caído y ha experimentado los consiguientes sufrimientos, esta
declaración sonará a "bautismo para remisión de pecados", que vuelve a
admitir al aspirante el goce de un privilegio por culpa propia perdido, y de
cierto suscitará en él sentimientos de paz y de alegría, consuelos por el relevo
de la carga del dolor, barruntos de haber sacudido de sus pies el lodo del
pasado. Una cosa hay segura que jamás debe ponerse en olvido: vivimos en un
océano de luz, de amor y de dicha que en todo momento nos circunda -la Vida de
Dios. Como el sol invade la tierra con su radiación, así esta Vida lo ilumina
todo; mas este Sol del mundo nunca deja de iluminar parte alguna de él. Nosotros
interceptamos su luz a nuestra conciencia con el egoísmo, el desamor, la
impureza, la intolerancia; pero él nos alumbra siempre lo mismo, bañándose a
través del muro por nosotros levantado. Cuando el alma derriba el obstáculo,
fluye la luz dentro de ella, anegándola en sus resplandores, y dándole a
respirar el venturoso ambiente de los cielos. "Pues el Hijo del hombre está en
los cielos", aunque no lo conozca, y sus brisas aventarán sus sienes, sólo con
que las exponga al curso de su soplo. Dios respeta siempre la individualidad del
hombre, no queriendo entrar en su conciencia hasta tanto que esté dispuesta a
darle la bienvenida: "He aquí que estoy a la puerta y llamo" (16) es la actitud
de toda Inteligencia espiritual hacia el alma humana en evolución. Este aguardar
a que la puerta se abra, no entraña falta de simpatía, sino la sabiduría más
profunda. El hombre no debe ser compelido; ha de permanecer libre. No es un
esclavo sino un Dios en el obrar; su crecimiento no puede ser forzado, sino
apetecido. Sólo cuando la voluntad presta su consentimiento -así lo enseñó
Giordano Bruno-, influye Dios en el hombre, aunque "está en todas partes, pronto
a prestar ayuda a quienquiera que hacia El se torne por acto de su inteligencia,
y que sin reservas se presente con voluntad decidida" (17). "La potencia divina,
que está entera en cualquier dosis, no se ofrece ni se niega, salvo por
asimilación o repulsión de uno mismo" (18). "Se obtiene con la rapidez de la luz
solar, sin vacilación; y se hace presente a cualquiera que hacia ella se vuelve
ya ella se abre. . . abiertas las ventanas, el sol entre al momento; igual es la
que pasa en este caso" (19). La sensación de "perdón" es, pues, el sentimiento
que colma el corazón de júbilo cuando la voluntad del hombre concuerda con la
divina, cuando el alma abre todas sus ventanas y se siente inundada por la
corriente de amor, de luz y de dicha que en ella penetra, cuando la parte se da
cuenta de su unidad con el todo y adquiere el convencimiento de que la Vida Una
discurre por sus venas. Esta es la noble verdad que vivifica hasta el concepto
más rudo del "perdón de los pecados", y que, a despecho de su deficiencia
intelectual, lo hace a menudo inspirador de las más puras y espirituales
existencias y ésta es también la verdad que en los Misterios Menores se enseña.
-
Notas del capítulo 11
-
- (1) San
Lucas, V, 18-26. -
- (2)
Ibid, VII, 47. -
- (3)
Traducción de G. R. S. Mead. Lugar citado, libro II, 260-261. -
- (4)
Traducción de G. R. S. Mead. Lugar citado, libro II, Idem. -
- (5) San
Mateo, XII, 36. -
- (6)
Ibid, IX. 2. -
- (7)
Lugar citado, III, 9. -
- (8)
Ibid, VI, 43.
- (9)
Ibid, IX, 30.
- (10)
Véase Antes, cap. VIII.
- (11)
Esta es la razón de la paciencia y dulzura con que soportan sus desdichas las
almas puras. Han aprendido la lección del sufrimiento, y se abstienen de
engendrar al mal karma de nuevo, como sucedería si se dejasen dominar de la
Impaciencia ante el mal karma del pasado que está extinguiéndose.
- (12)
San Lucas, VII, 48-50.
- (13)
Lugar citado, IX, 31.
- (14)
San Mateo, VII, I.
- (15)
Lugar citado, lib. II, § 305.
- (16)
Apocalipsis III, 20.
-
(17) G. Bruno, traducción inglesa de L. Williams. The Heroic
Enthusiasts, vol. I, pág. 133.
-
(18) G. Bruno, traducción inglesa de L. Williams. The Heroic
Enthusiasts, vol. II, págs. 27 y 28.
- (19)
Ibid, págs. 102 y 103.
CAPITULO XII
SACRAMENTOS
En todas las
religiones existen ciertas ceremonias o ritos a que los creyentes respectivos
atribuyen vital importancia, afirmando que confieren determinados beneficios a
los que en ellos toman parte. Tales ritos se designan con el nombre de
Sacramentos o con otros semejantes y todos ellos participan del mismo carácter.
Por lo que hace a su naturaleza y significación, pocas han sido las
explicaciones exactas que hasta ahora se han dado, siendo asunto de antiguo
reservado a la instrucción de los Misterios Menores. Las características
peculiares de un Sacramento residen en dos de sus propiedades. En primer lugar
aparece la ceremonia exotérica, que es una alegoría pictórica, la representación
de algo mediante determinados actos y substancias. No se trata de una alegoría
verbal, esto es, de la enseñanza de una verdad comunicada por medio de la
palabra, sino de una representación que se ejecuta empleando de un modo especial
cosas materiales definidas. El fin a que se encaminan así la elección particular
de los materiales, como el conjunto de las ceremonias que se efectúan para
emplearlos, es imprimir en las mentes de los circunstantes alguna verdad,
presentándola como en un cuadro. Esta es la primera y más ostensible propiedad
de un “Sacramento, la cual le diferencia de otras” cualesquiera formas de la
meditación y del culto. Dirígese a aquellos que sin tales imágenes dejarían de
aprender verdades sutiles, por lo que se les muestran en forma vívida y gráfica,
dado que de otro modo se les escaparían. Así, pues, cuando se estudia un
Sacramento, debe considerársele en primer término desde el punto de vista de una
alegoría pictórica. Las cosas esenciales que hay que estudiar en él, serán, por
tanto: los objetos materiales que entran en la alegoría, el modo en que se hace
uso de ellos, y la significación que se trata de dar al conjunto. La segunda
propiedad característica de un Sacramento corresponde a realidades de los mundos
invisibles, por lo cual es objeto de estudio para la ciencia oculta. La persona
que oficia en los Sacramentos, debe poseer esta clase de conocimientos, pues
gran parte de la eficacia de tales ceremonias depende del conocimiento del
oficiante. Los Sacramentos ligan al mundo material con las regiones sutiles e
invisibles, con las que este mundo está relacionado: son lazos entre lo visible
y lo invisible. Y no sólo constituyen lazos entre éste y otros mundos, sino que,
por su mediación, las energías del mundo invisible se transmutan en actividades
del mundo físico: son en realidad métodos efectivos para cambiar energías de una
especie en otras de especie distinta, ni más ni menos que como en la célula
galvánica se truecan en eléctricas las energías químicas. La esencia de todas
las energías es una y siempre la misma, así en el mundo visible como en el
invisible; mas las energías difieren conforme al grado de materia a través del
cual se manifiestan. Es un Sacramento a modo de crisol en que se hace alquimia
espiritual. Colocada en este crisol-una energía y sometida a ciertas
manipulaciones, resulta de expresión diferente. Así, una energía de especie
sutil, perteneciente a una de las regiones más elevadas del universo, puede ser
puesta en relación directa con gentes que viven en el mundo físico, haciendo que
las afecte en él de la manera misma que obra en su propio reino. Los Sacramentos
facilitan un puente entre lo invisible y lo visible, y por tanto, hacen posible
el que las energías de allá sean directamente aplicadas a los que llenan acá las
condiciones necesarias y toman parte en ellos. Los sacramentos de la Iglesia
Cristiana perdieron mucho de su dignidad y de la conciencia de su poder oculto
entre, aquellos que se separaron de la Iglesia Católica Romana al tiempo de la
"Reforma." El cisma que se produjo entre Oriente y Occidente, poniendo a un lado
la Iglesia Ortodoxa Griega y al otro la Romana, no afectó en manera alguna las
creencias sobre los Sacramentos. En ambas Comunidades continuaron reconocidos
como lazos entre los mundos aquende y allende de la percepción física, y
siguieron santificando la vida de los creyentes desde la cuna al sepulcro. Los
Siete Sacramentos del Cristianismo abarcan la vida entera, desde la bienvenida
del Bautismo hasta la despedida de la Extrema Unción. Fueron establecidos por
Ocultistas, hombres que conocían los mundos invisibles; y las substancias que se
usan, las palabras que se profieren y los signos que se hacen, se escogieron y
arreglaron deliberadamente para la obtención de ciertos resultados. Las Iglesias
disgregadas, que con la Reforma sacudieron el yugo de Roma, no tuvieron por
guías Ocultistas sino hombres vulgares del mundo, buenos unos y malos otros,
pero profundamente ignorantes todos ellos de los hechos de las religiones
invisibles, y conocedores tan sólo de la corteza del Cristianismo, de la letra
de sus dogmas, de las exterioridades de su culto. Consecuencia de esto fue que
los Sacramentos perdiesen el lugar supremo que ocupaban en el culto católico, y
que en las más de las comunidades protestantes quedasen reducidos a dos: el
Bautismo y la Eucaristía. La naturaleza sacramental de los restantes no fue
negada de modo explícito en las Iglesias separadas más importantes, pero
aquellos dos fueron colocados aparte de los otros cinco, pues se les declaró
únicos obligatorios para todos los que quisiesen ser reconocidos en la plenitud
de la comunión religiosa. La definición general que del Sacramento se da en el
catecismo de la Iglesia Anglicana, puede considerarse exacta, si se suprimen las
palabras "instituido por el Mismo Cristo", las cuales huelgan, a no ser que se
tome el "Cristo" en su sentido místico. Allí se dice que es el Sacramento "señal
externa y visible del otorgamiento de' una gracia interna y espiritual,
instituido por el Mismo Cristo para que, por su medio, obtengamos aquello, ya la
vez nos sea prenda de haberla recibido." Encontramos expresados en esta
definición los dos caracteres peculiares que, según lo antes expuesto,
distinguen al Sacramento. La "señal externa y visible" es la alegoría pictórica;
y la sentencia "para que por su 'medio obtengamos" "una gracia interna
espiritual", responde a la segunda propiedad. Estas últimas frases debieron ser
cuidadosamente advertidas y detenidamente pensadas por aquellos miembros de las
comuniones protestantes que miran los Sacramentos como meras formas y ceremonias
externas, pues en ellas de un modo claro se testifica ser el Sacramento en
realidad el canal por donde fluye la gracia, lo cual presupone que sin él no ha
de pasar aquélla de la misma manera desde el mundo espiritual al físico. Todo
ello es reconocimiento patente de que el Sacramento en su segundo aspecto es
medio por el cual se atraen poderes espirituales a la actividad terrestre. Para
entender los 'Sacramentos hemos de reconocer decididamente que en la Naturaleza
existe un lado oculto. A este aspecto se llama vida, conciencia de la Naturaleza
y aun con más exactitud, su mente. Base de toda función sacramental es el hecho
de que el mundo invisible ejerce una influencia poderosa sobré el visible, por
lo que, para conocer el alcance de los Sacramentos, es indispensable saber algo
de lo relativo a las Inteligencias invisibles, que administran al Universo. Ya
al estudiar la doctrina de la Trinidad aprendimos que el Espíritu se manifiesta
como el Yo triple, en tanto que la Materia es el campo de Su manifestación, el
aspecto de la Naturaleza que constituye la forma, considerado a menudo y con
propiedad, como la Naturaleza misma. Ahora bien, para comprender los Sacramentos
tenemos que estudiar estos dos aspectos: el lado de la vida y el lado de la
forma.
Entre la Trinidad y la especie humana existen muchos grados y jerarquías de
seres invisibles. Los más elevados de todos son los Siete Espíritus de Dios, los
Siete Fuegos, las Siete Llamas que están delante del trono de Dios (1) . Cada
uno de éstos se halla a la cabeza de una inmensa hueste de Inteligencias, todas
las cuales participan de Su naturaleza y actúan bajo Su dirección: están
distribuidas en multitud de grados, y son los Tronos, Potestades, Principados,
Dominaciones,Arcángeles y Ángeles que mencionan los escritos de aquellos Santos
Padres que estaban versados en los Misterios. Hay, pues, siete grandes huestes
de tales Seres, los cuales representan con sus inteligencias peculiares la Mente
divina en la Naturaleza. 'Se encuentran en todas las regiones del universo y son
el alma de las energías naturales. Desde el punto de vista del Ocultismo no
existe fuerza muerta ni materia muerta. Fuerza y materia son igualmente vivas y
activas, y una energía o un grupo de energías es sólo el velo de una
Inteligencia o Conciencia, es sólo su expresión exterior, constituyendo la
materia en que tal energía se mueve, una forma de la cual aquella Inteligencia
es alma y guía. Quien no mire así las realidades del Universo, excuse la
enseñanza esotérica, pues seguirá siendo para él libro sellado. Sin estas Vidas
angélicas, sin estas Inteligencias invisibles que van más allá de toda cuenta,
sin estas Conciencias que son alma de la fuerza y la materia (2) que a la
Naturaleza informan y dan el ser, no sólo permanecería esta Naturaleza misma
ininteligible, sino que quedaría además fuera dé toda relación, así con la Vida
divina que dentro de ella y alrededor de ella se mueve, como con las vidas
humanas que en su seno están desenvolviéndose. Tales Ángeles innumerables ligan
los mundos en uno, y siguen evolucionando, a la vez que ayudan a evolucionar a
otras entidades inferiores a ellos. Esto entendido, la evolución se nos presenta
por nueva luz iluminada, y en ella contemplamos a la humanidad en perfecta
formación dentro del organismo universal, constituyendo uno de los grados
infinitos de la inmensa jerarquía de los seres inteligentes. Los ángeles son
"los hijos de Dios" nacidos antes que nosotros, aquellos que "se regocijaron"
cuando fueron echados los cimientos de la tierra entre loores de los Astros de
la Mañana (3). Otros seres hay más bajos que nosotros en la evolución
-animales,plantas, minerales y vidas elementales-, así como los Ángeles están
por encima de nosotros; y conforme proseguimos nuestros estudios con tal
sentido, se despierta en nosotros la idea de una Rueda enorme de Vida, formada
de existencias innumerables, relacionadas entre sí y necesarias las unas a las
otras, ocupando el hombre en ella sitio apropiado como viviente Inteligencia,
como ser consciente de sí mismo. Gira sin cesar la Rueda por la Voluntad divina,
ya obrar de consuno con esta Voluntad van aprendiendo consecutivamente las
Inteligencias vivas que la forman; mas ¡ ay! si en el funcionar de estas
Inteligencias se producen quiebras por resistencia o abandono; volteará entonces
la Rueda torpemente, avanzará arrastrando, y el carro de la evolución de los
mundos andará lento y pesado su camino. Estas vidas infinitas, superiores e
inferiores al hombre, se ponen en contacto con la conciencia humana por muy
diversas vías, entre las cuales son de notar los sonidos y colores. Todo sonido
produce una forma en los mundos invisibles, y las combinaciones de sonidos crean
en ellos figuras muy complicadas (4). En la materia sutil de aquellos mundos
aparecen los sonidos acompañados de colores, construyendo formas de múltiples
matices, y a la vez hermosas en extremo. Las vibraciones que se producen en el
mundo físico al sonar una nota, repercuten en los mundos invisibles en
vibraciones tales, que cada cual tiene su peculiar carácter específico, y es
causa, por ende, de singulares efectos. Para establecer comunicación con las
Inteligencias subhumanas que están relacionadas con el mundo inferior invisible
y con el físico, así como para ejercer dominio sobre ellas y dirigirlas a
voluntad, han de emplearse sonidos especiales, apropiados a la consecución de
los resultados que se desea obtener, del mismo modo que entre nosotros empleamos
lenguajes definidos, formados de sonidos determinados. Y así también para la
comunicación con los Seres más elevados, hay sonidos a propósito que crean una
atmósfera armoniosa, acomodada al funcionamiento de su actividad, y que a la vez
predispone a nuestros cuerpos sutiles a la más fácil recepción de sus
influencias. Este efecto sobre los cuerpos sutiles es uno de los más importantes
asuntos con que está relacionado el empleo oculto de los sonidos. Tales cuerpos,
igualmente que el físico, se hallan en constante movimiento vibratorio,
cambiando las vibraciones, con cada pensamiento y cada deseo nuestro: y como
quiera que estas vibraciones, irregulares por razón de sus continuas mudanzas,
efectuadas al son de nuestros variados y transitorios pensamientos y deseos,
ofrezcan un obstáculo a cualquiera nueva vibración que proceda de fuera, se hace
preciso, para que dichos cuerpos sean susceptibles a influencias más elevadas,
el empleo de sonidos que reduzcan las vibraciones irregulares a un ritmo
uniforme, de naturaleza igual a la del ritmo de la Inteligencia con quien se
desea comunicar. El objeto de ciertas sentencias que se recitan repetidas veces,
es conseguir este resultado, a la manera que los músicos de una orquesta repiten
la misma nota una y otra vez, hasta lograr que todos los instrumentos estén en
el mismo tono. Los cuerpos sutiles deben templarse conforme al diapasón del Ser
cuya ayuda se solicita, a fin de que su influencia encuentre vía libre a través
de la naturaleza de la persona devota; y esto ha sido siempre práctica
religiosa, desde los tiempos más remotos efectuada mediante el uso de ciertos
sonidos. De aquí que la música haya constituido en todas las edades parte
integrante del culto, y que determinadas cadencias se hayan conservado con
cuidado exquisito y se hayan transmitido sin interrupción de siglo en siglo. En
todas las religiones existen ciertos sonidos de carácter especial que tienen
nombre de "Palabras de Poder", y consisten en sentencias formuladas en un
lenguaje particular y cantadas de un modo determinado. Consérvanse celosamente
en los diversos cultos tales sentencias, constituidas por sucesiones de sonidos
invariables, para, las cuales se va generalizando el apelativo de "mantras",
importado de Oriente, donde la ciencia que les corresponde ha sido muy
cultivada. No es necesario que el mantra, o sea la serie de sonidos dispuestos
en orden especial para producir un resultado definido, haya de pronunciarse en
un idioma exclusivo. Cualquier idioma puede servir para el objeto -si bien hay
algunos más acomodados que otros-, con tal que la persona que construya el
mantra sea versada en los conocimientos ocultos indispensables. Hay centenares
de mantras en lengua sánscrita, que los ocultistas del pasado hicieron,
familiarizados como estaban con las leyes de los mundos invisibles. Estas
palabras determinadas, ordenadas y cantadas de una manera, fija, han pasado de
una generación a otra. La razón del cantarlas es que se produzcan así en el
mundo físico como en el suprafísico, ciertas vibraciones que a su vez crean
determinadas formas, dependiendo del conocimiento y pureza del que la canta, la
alteza de los mundos a donde el canto es capaz de alcanzar. Si su conocimiento
es extenso y profundo, si su voluntad es fuerte y su corazón puro, apenas
tendrán límite los poderes que son aptos para poner en ejercicio, al hacer uso
de algunos de estos antiguos mantras. Repetimos que no es necesario que se
expresen en determinado idioma. Lo mismo puede emplearse el sánscrito que
cualquier otro lenguaje de que hayan podido servirse los hombres de conocimiento
para confeccionarlos. En esto se verá la razón por qué la Iglesia Católica
Romana usa siempre de la lengua latina en los actos importantes del culto. No se
usa de ella como lengua muerta, como idioma que "el pueblo no entiende", sino
como una fuerza viva en los mundos invisibles. No se emplea con el fin de
ocultar conocimientos al pueblo, sino para producir ciertas vibraciones en
aquellos mundos, las cuales no podrían provocarse con las lenguas vulgares de
Europa a menos que algún gran Ocultista compusiese con sus respectivas voces las
necesarias sucesiones de sonidos. Transmutar un mantra es hacer una
transmutación de una “Palabra de Poder” " a una sentencia ordinaria; al cambiar
los sonidos, se construyen formas de sonidos diferentes. Algunas de las
coordinaciones de voces latinas cantadas con la música que les está asignada en
el culto cristiano, producen resultados muy notorios en los mundos suprafísicos.
Un individuo que sea sensitivo perfecto, podrá ver los efectos peculiares del
canto de algunas de las sentencias más sagradas, y en especial de la Misa y
cualquier persona que, sentada y tranquila, procure sostenerse en situación
receptiva, percibirá los efectos vibratorios tan pronto como algunas de estas
sentencias salen de los labios del sacerdote o de los coristas. Al mismo tiempo
se producen efectos en los mundos superiores, los cuales, directamente y en la
forma antes descrita, afectan a los cuerpos sutiles de los que ejercitan el
culto, a la vez que llaman la atención de las Inteligencias que en tales mundos
residen, con un sentido tan definido, ya sea en son de plegaria, ya en son de
demandamiento, como el de las palabras que en el mundo físico se dirigen unas
personas a otras. Los sonidos que, con formas reales, hienden aquellos mundos
como relámpagos, ejercen su acción sobre las conciencias de sus habitantes, y
hacen que algunos de ellos presten los servicios requeridos por los que toman
parte en los oficios religiosos. Tales mantras son arte esencial de todo
Sacramento. La subsiguiente parte esencial de un Sacramento se refiere a su
forma exterior y visible, y consiste en ciertos movimientos expresivos, llamados
Signos, Sellos o Marcas: tres palabras que tienen el mismo significado con
relación a un Sacramento. Cada signo tiene un sentido propio, y señala la
dirección que el oficiante desea imponer a las fuerzas invisibles que está
manejando, ya procedan de sí mismo, ya les sirva de intermediario para
difundirlas. En todo caso, tales acciones son indispensables para conseguir el
resultado apetecido, por lo que son elemento principalísimo del rito
sacramental. Al signo se llama “Signo de Poder", como al mantra "Palabra de
Poder". Gran interés tienen los pasajes de las obras ocultas de la antigüedad,
donde se hace referencia a estos hechos, tan positivos y verdaderos entonces
como ahora. En el Libro de los Muertos, egipcio, se describe la jornada
del Alma post-mortem. Allí vemos cómo se la detiene y pone a juicio en
diversas etapas de su viaje. Los Guardianes de las puertas de cada uno de los
sucesivos mundos que tiene que recorrer, le dan el alto y la arguyen. Dos cosas
ha de conocer el Alma para atravesar la puerta y seguir su camino adelante: ha
de pronunciar una palabra -la Palabra de Poder-y ha de hacer un signo -El Signo
de Poder-Pronunciada esta Palabra y hecho este Signo, caen las barreras de la
puerta, y los Guardianes se hacen a un lado para que el Alma pase. Descripción
parecida nos ofrece el gran Evangelio místico cristiano, Pistis Sophia,
de que ya se ha hablado (5). No se trata en ella del paso del Alma a través de
los mundos, cuando por razón de la muerte ha quedado libre del cuerpo, sino del
Iniciado que voluntariamente se desprende de él en el curso de la Iniciación.
Hay grandes Poderes, los Poderes de la Naturaleza que le estorban el camino, y
hasta que el Iniciado no da la Palabra y Signo, le impiden el paso por los
portales de sus dominios. Se exigía, pues, este doble conocimiento -pronunciar
la Palabra de Poder y hacer el Signo de Poder. Sin esto, todo progreso quedaba,
interrumpido, y sin esto, un Sacramento no es tal Sacramento. Además, en todos
los Sacramentos se hace uso -o debe hacerse-de alguna materia física (6). Esta
es siempre símbolo de lo que con el Sacramento se granjea, e indica a la vez la
naturaleza de “la gracia interna y espiritual” que mediante aquél se obtiene. Es
asimismo instrumento material para transmitir la gracia, no por modo simbólico,
sino de hecho; siendo de advertir que por el cambio sutil que en ella se efectúa
en virtud de las ceremonias a que se la somete, se la hace apta para elevados
fines. Ahora bien; todo objeto físico está compuesto de partículas sólidas,
líquidas y gaseosas, como el análisis químico demuestra; mas por añadidura
contiene éter, cuyas moléculas compenetran a las substancias más groseras. Las
energías magnéticas funcionan en este éter, el cual se halla también en
inmediato contacto con elementos de materia sutil que le son correlativos, y
donde actúan energías más sutiles que las magnéticas, de igual naturaleza que
ellas, pero más potentes. Cuando se magnetiza un objeto, se verifica un cambio
en su porción etérea, cuyos movimientos ondulatorios se alteran y sistematizan,
haciéndoles seguir los movimientos ondulatorios del éter del magnetizador, con
lo cual viene aquella porción a participar de la naturaleza de éste; en su
consecuencia, las partículas más densas del objeto, en quienes funciona el éter,
llegan poco a poco a mudar la proporción o tipo de sus vibraciones. Si el
magnetizador tiene poder bastante para afectar los elementos correlativos más
sutiles, los hará también vibrar al unísono consigo mismo. Este es el secreto de
las curas magnéticas: las vibraciones irregulares de la persona enferma se
normalizan y acompasan conforme al diapasón de las vibraciones regulares del
operador sano; y esto de modo tan preciso, como cuando con toques oportunos y
repetidos se hace oscilar regularmente a un objeto que en forma irregular venga
oscilando. 'Si un doctor magnetiza agua, puede curar con ella a un paciente; si
magnetiza un paño y lo aplica al sitio dolorido, el enfermo sanará; si emplea un
imán poderoso o la corriente derivada de una célula galvánica, devolverá la
energía a un nervio. En cualquiera de estos casos se pone en movimiento el éter,
mediante lo cual, las partículas físicas más densas son afectadas. Iguales a los
susodichos son los resultados que se dan cuando a la materia de que se hace uso
en un Sacramento, se aplican la Palabra de Poder y el Signo de Poder. Cáusanse
cambios magnéticos en el éter de la substancia física, y se afecta a los sutiles
elementos correlativos en un grado que guarda proporción con el conocimiento,
pureza y devoción del oficiante que la magnetiza o -hablando en términos
religiosos-, que la consagra. Además, la Palabra y el Signo de Poder atraen a la
celebración del rito a los Ángeles cuyo especial cometido les pone en contacto
con las materias empleadas y con los actos que se ejecutan, y ellos entonces
contribuyen con su poderosa ayuda, vertiendo sus propias energías magnéticas en
los elementos sutiles y hasta en el éter físico, con lo que refuerzan las
energías del celebrante. Nadie que tenga conocimientos, por someros que sean,
sobre los poderes del magnetismo, podrá abrigar dudas acerca de la posibilidad
de los cambios indicados en los objetos materiales y si un hombre de ciencia,
que por ventura no cree en lo invisible, tiene poder, sin embargo, para
impregnar el agua de su propia energía vital, hasta el punto de curar con ella
una enfermedad física, ¿ con qué razón se negarán más altos poderes, aunque de
naturaleza semejante, a otros hombres de vida santa, de carácter noble, de
sabiduría que trasciende a lo que ven los ojos de la carne? Los que son capaces
de percibir las más elevadas formas del magnetismo, saben muy bien que los
objetos consagrados varían mucho en cuanto a su poder, debiéndose las
diferencias magnéticas a la gradación diversa en que, respecto a conocimiento,
pureza y espiritualidad, se hallan los sacerdotes que los consagran. Hay algunos
que niegan todo magnetismo vital, y que de igual modo desdeñan el agua bendita
de la religión y el agua magnetizada de la ciencia médica. Estos tales son
consecuentes, aunque ignorantes. Mas los que admiten la utilidad de la segunda,
y se burlan de la primera, muestran a las claras no ser sabios sino preocupados,
no doctos, sino sectarios; prueban que su falta de creencias religiosas inclina
sus inteligencias, y los predispone a rechazar de manos de la religión lo mismo
que están prontos a aceptar de manos de la ciencia. Algo más añadiremos en el
Capítulo XIV sobre los "objetos sagrados" en general. Vemos, pues, que la parte
externa de los Sacramentos es de la mayor importancia. Verifícanse cambios
efectivos en las substancias usadas en ellos. Se las convierte en vehículos de
energías superiores a las que naturalmente les son propias. Las personas que a
ellas se acercan, que las tocan, logran el que sus cuerpos etéreos y sutiles
sean afectados por su potente magnetismo, y colocados, por tanto, en condiciones
de gran receptividad a más altas influencias, pues quedan acordados en la
tonalidad de los elevados Seres a quienes atañen la Palabra y Signo empleados en
la consagración. Entidades que pertenecen al mundo suprafísico, estarán
presentes en la ceremonia y vertirán sus agraciantes y bienhechoras influencias
sobre los circunstantes; y así todos los dignos participantes del rito
sacramental, los suficientemente puros y devotos para ser concertados con las
vibraciones producidas, sentirán purificadas y estimuladas sus emociones, su
espiritualidad vivificada, y llenos de paz sus corazones, mediante tan íntimo
contacto con las realidades invisibles.
Notas del capítulo 12
- (1)
Apocalipsis IV, 5.
- (2) Las
expresiones "fuerza y materia" están empleadas en el sentido que les da la
ciencia. Mas la fuerza es una de las propiedades de la materia: la designada
como Movimiento. Véase Antes, página 165.
- (3)
Job. XXXVIII, 4-7.
- (4)
Véase sobre las formas creadas por las notas musicales en algún libro científico
que trate del sonido, especialmente el libro con láminas sobre las Figuras de
la Voz, de Mrs. Watts-Hughes.
- (5)
Véase Antes, págs. 90 y 188-189.
- (6) En
el Sacramento de la Penitencia se omite la ceniza hoy día, salvo en ocasiones
especiales; mas no por eso deja de ser parte del rito.
CAPITULO XIII
SACRAMENTOS
(Continuación)
Vamos ahora a aplicar estos principios generales a ejemplos concretos, donde
veremos cómo explican y justifican los ritos sacramentales que en todas las
religiones se encuentran. Será suficiente a nuestro propósito examinar tres de
los siete 'Sacramentos usados en la Iglesia Católica. De ellos, dos son
reconocidos como obligatorios por todos los cristianos, si bien los protestantes
extremados los despojan de su verdadero carácter, atribuyéndoles solamente una
importancia declaratoria y conmemorativa, en vez de su valor sacramental, a
pesar de lo cual, las personas que de entre ellos están inspiradas de una
devoción real y sincera, granjean algo de su influencia benéfica, aun negándolo
en teoría. El tercero de los que vamos a estudiar, no es reconocido, ni siquiera
nominalmente, como Sacramento por las Iglesias Protestantes, no obstante
presentar los signos esenciales de tal sacramento, según se exponen en la
definición del catecismo de la Iglesia Anglicana antes citado (1) . El primero
en que vamos a ocuparnos, es el Bautismo; el segundo la Comunión; el tercero el
Matrimonio. El haber colocado al matrimonio fuera de la dignidad de sacramento,
ha degradado mucho su alto ideal; y en gran parte ha sido causa de esa flojedad
de su vínculo que tanto deploran los hombres pensadores. El Sacramento del
Bautismo se encuentra en todas las religiones, no sólo al comienzo de la vida
terrestre, sino también, y más generalmente, como ceremonia de purificación. En
nuestros días, lo mismo que en la antigüedad, para dar ingreso en una religión a
cualquier individuo, sea adulto o recién nacido, existe un rito de que es parte
esencial el rociarlo con agua. El Reverendo Dr. Giles se expresa así: "La idea
de emplear el agua como emblema de limpieza espiritual es demasiado obvia, para
que cause sorpresa la antigüedad de la ceremonia. El Dr. Hyde, en su tratado
sobre la Religión de los Antiguos Persas, XXXIV, 406, cuenta que
prevalecía en este pueblo, y añade: "No usan ellos de la circuncisión para los
niños, sino sólo del Bautismo o lavatorio para purificar las almas. Llevan el
niño al templo, y presentándolo al sacerdote, lo colocan frontero al sol y al
fuego; terminada la ceremonia, lo tienen por más sagrado que antes. Lord dice
que para tal propósito llevan el agua en la corteza de la encina este árbol es,
a la verdad, el haum de los Magos. A veces proceden de distinto modo,
sumergiendo al niño en un gran receptáculo lleno de agua, según Tavernier.
Después de esta ablución o bautismo, el sacerdote pone al niño el nombre
designado por sus padres" (2) . Algunas semanas después del nacimiento de un
niño hindú, se verifica una ceremonia, de la cual es parte rociarlo con agua.
Tales aspersiones son comunes a todos los actos del culto hindú. Williamson cita
autoridades que prueban la existencia del Bautismo entre los egipcios, persas,
tibetanos, mogoles, mejicanos, peruanos, griegos, romanos, escandinavos y
druidas (3) . Algunas de las plegarias que se recitan, son muy delicadas: "Entre
en tu cuerpo esta agua azul celestial y quede en él, para que destruya y arroje
de ti todo lo malo y adverso que antes del principio del mundo te fue dado."
"¡Oh, niño! recibe el agua del Señor del mundo, vida nuestra: ella lava y
purifica; borren estas gotas el pecado que antes de la creación del mundo te fue
dado, pues todos nosotros a su poder nos hallamos sometidos." Tertuliano,
en un pasaje cuya cita hemos hecho ya (4), refiere el uso muy generalizado del
Bautismo entre gentes no cristianas, y otros Padres de la c Iglesia hacen igual
indicación. En la mayor parte de las comuniones religiosas se acompañan todas
las ceremonias con una forma menor del bautismo, empleándose el agua como
símbolo de la purificación, lo cual responde a la idea de que ningún hombre debe
ejercitar los actos del culto, sin que antes haya purificado su corazón y su
conciencia, siendo la ablución externa símbolo de la interna limpieza. En las
Iglesias Griega y Romana se coloca, próximo a cada puerta, un receptáculo de
agua bendita, para que los fíeles, al entrar, mojen sus dedos y hagan con ellos
el signo de la cruz sobre Su frente antes de dirigirse hacia el altar. A este
propósito dice Robert Taylor: "Las pilas bautismales de nuestras iglesias
protestantes, y, apenas hay necesidad de decirlo, los pequeños depósitos de agua
bendita colocados a la entrada de nuestras capillas católicas, no son
imitaciones, sino una continuación, (más interrumpida, de la misma aqua minaria
o amula, que el erudito Montfaucon, en sus Antiquities, manifiesta haber sido
vasos de agua santa, colocados por los paganos a entrada de sus templos, para
rociarse con ella al poner pie en los sagrados edificios" ( 5) . Así en el
Bautismo de recepción inicial en la Iglesia, como en esas otras abluciones
menores, el agente material empleado es el agua, el gran fluido limpiador de la
naturaleza, y por tanto, el símbolo más apropiado de la purificación. Sobre esta
agua se pronuncia en el ritual anglicano un mantra, representado por la plegaria
"Santificad esta agua para el lavado místico del pecado", después de lo cual se
añade la fórmula "En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén” Esta es la Palabra de Poder, a la que acompaña el Signo de Poder: la Señal
de la Cruz hecha sobre la superficie del agua, La Palabra y el Signo comunican
al agua, según hemos explicado, una propiedad que antes no tenía, por lo que con
razón se la llama "agua bendita." Los poderes tenebrosos no se aproximarán a
ella; y esparcida sobre el cuerpo, hará experimentar una sensación de paz, e
infundirá nueva vida espiritual. Cuando se bautiza un niño, la energía
espiritual comunicada al agua por la Palabra y el Signo, refuerza en él la vida
del espíritu; y como de nuevo se pronuncia sobre él la Palabra de Poder y se
traza el Signo sobre su frente, sus cuerpos sutiles experimentan las
consiguientes vibraciones, y 'el requerimiento hecho para la guarda de esta
vida, así santificada, surte sus efectos a través del mundo invisible. El Signo
es a la vez purificador y protector: purificador por la vida que por su medio se
vierte; protector por las vibraciones que produce en los cuerpos sutiles. Estas
vibraciones forman una muralla defensiva contra los ataques de las influencias
hostiles de los mundos invisibles, y cada vez que se toca el agua bendita y se
pronuncia la Palabra y se hace el Signo, la energía se renueva, y se refuerzan
las vibraciones, cosas potentes en los mundos suprafísicos, y como portadoras de
ayuda reconocidas. En la Iglesia primitiva iba el Bautismo precedido de una
preparación muy esmerada, pues los que en ella ingresaban, eran, por la mayor
parte, conversos de otras religiones. Pasaba el converso por tres grados de
instrucción definidos, en cada uno de los cuales permanecía hasta que había
dominado sus enseñanzas, siendo después admitido en la Iglesia, mediante el
Bautismo. Sólo cuando esto se había efectuado El le enseñaba el Credo, no
confiado jamás a la escritura ni recitado en presencia de infiel alguno, pues
era señal de reconocimiento, mostrando la situación del que, al pronunciarlo,
daba testimonio de ser miembro bautizado de la Iglesia. Cuán verdaderamente se
creía por aquellos tiempos en la gracia que el Bautismo transmitía, pruébalo la
costumbre, al fin muy extendida, de bautizarse en el lecho de muerte. Hombres y
mujeres del mundo, ciertos de la realidad de este Sacramento, pero remisos en
abandonar tos placeres para llevar vida inmaculada, retardaban la celebración
del rito hasta que la muerte sobre ellos extendía su mano, entonces se
apresuraban a recibirlo, para gozar de los beneficios de su gracia, y pasar a
otra vida limpios y puros, y llenos de espiritual energía. Contra tal abuso
lucharon algunos de los grandes Padres de la Iglesia, y lucharon con éxito.
Cuéntase una original anécdota, por uno de ellos referida, si mal no recordamos,
por San Atanasio, que fue hombre de ingenio cáustico, no ajeno al empleo de la
sátira para hacer comprender a sus oyentes la locura y perversidad de su
conducta. Refirió una vez a su auditorio que había tenido una visión en que se
sintió aproximar a la puerta del cielo, donde se encontró con San Pedro, que,
como guardián suyo, estaba en ella. En vez de complaciente sonrisa, mostróle el
Santo adusto ceño, y encarándosele, dijo:" Atanasio, ¿por qué estás
continuamente enviándome esos sacos vacíos, sellados con esmero, pero que nada
contienen?" Es éste uno de los dichos agudos que la antigüedad cristiana nos
ofrece, cuando los fieles tenían por realidades estas cosas, y no por meras
formas, como con demasiada frecuencia hoy día se tienen. La costumbre del
Bautismo infantil creció por grados en la Iglesia, y de aquí que la instrucción
que en los primeros tiempos precedía al Bautismo, pasase a ser preparatoria de
la Confirmación cuando ya despiertas inteligencia y mente, podían hacerse cargo
de las promesas bautismales y ratificarse en ellas. Y es de considerar racional
la recepción del niño en la Iglesia, si se reconoce que la vida del hombre
discurre por los tres mundos, y que el Espíritu y el Alma que han venido a
habitar el cuerpo recién nacido, lejos de ser inconscientes y faltos de
entendimiento, son conscientes, inteligentes y poderosos en los mundos
invisibles. Justo será y correcto el dar la bienvenida al "Hombre del corazón
que está encubierto" (6) a su ingreso en la nueva etapa de su peregrinación, y
el atraer hacia el vehículo que ha de habitar y conformar para su servicio, las
influencias mas socorridas. Si los ojos de los hombres se abrieran, como antaño
los del criado de Elíseo, sin duda serían el monte lleno de caballos y de carros
de fuego rodeando al profeta de Dios (7) . Vengamos ahora al segundo de los
Sacramentos elegidos para nuestro estudio, el de la Eucaristía, símbolo del
eterno Sacrificio ya explicado, pues el sacrificio de la misa que la Iglesia
Católica celebra diariamente en todas partes, es imagen de aquel Sacrificio
eterno, mediante el cual los mundos fueron creados y por siempre jamás son
sostenidos. Deber es ofrecerlo diariamente, por cuanto la existencia de su
arquetipo es perpetua, y porque con este rito toma parte el hombre en la obra de
la Ley de Sacrificio, identificándose con ella, reconociendo su naturaleza
obligatoria, y cooperando voluntariamente en su labor universal. Para que tal
identificación sea completa, es necesario participar del Sacramento de modo
material; mas las personas devotas que mentalmente se asocian a él, aun sin
tener intervención física en el acto, pueden granjear muchos de sus beneficios,
y contribuir al aumento de las influencias que por su mediación se difunden.
Esta gran función del culto cristiano pierde su fuerza y significado cuando se
la considera nada más que como simple conmemoración de un sacrificio pasado,
como alegoría pictórica despojada de la profunda verdad que le da vida, como
rompimiento de pan y derrame de vino sin participación alguna en el Sacrificio
eterno. Así mirada, se la convierte en mera corteza, en pintura muerta, en vez
de realidad viviente. "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión
(comunicación; la participación) de la sangre de Cristo? dice San Pablo en I,
Corintios, X, l6-. "El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de
Cristo?" y continúa indicando que todos los que comen de un sacrificio, se hacen
copartícipes de una común naturaleza, y se juntan en un cuerpo especial unido al
ser que se halla presente al sacrificio, y participante de su esencia propia.
Trátase en esto de un hecho del mundo invisible, del cual habla el Apóstol con
la autoridad del que lo conoce. Seres invisibles vierten su esencia en las
substancias que se emplean en el rito sacramental, y los que de estas
substancias participan -las cuales son asimiladas por el cuerpo, entrando a
formar parte de sus componentes-quedan, por lo tanto, unidos a aquellas
entidades cuya esencia en ellas se vertió, y así participarán de una común
naturaleza. Esto es cierto aun respecto al alimento ordinario, tomado de manos
de otra persona, pues, parte de su naturaleza, su magnetismo vital se mezcla con
el propio nuestro. Cuánto más cierto, pues, será, cuando el alimento ha sido de
propósito y solemnemente impregnado con magnetismos superiores que afectan a los
cuerpos sutiles a la vez que al físico! Si queremos comprender el significado y
el uso de la Eucaristía, debemos comprobar estos hechos de los mundos
invisibles, para ver en ella un lazo entre lo celestial y lo terreno, así como
también un acto del culto universal, una cooperación, una asociación con la Ley
de Sacrificio; pues de otro modo pierde el Sacramento la parte más esencial de
su importancia. El uso de pan y vino para materiales de este sacramento -al
igual que el agua en el Bautismo-, es muy general y muy antiguo. Los persas
ofrecían a Mithra pan y vino, y en el Tibet y en Tartaria se hacían ofertas
semejantes. Jeremías habla de las tortas y libaciones que en Egipto ofrecían a
la Reina del Cielo los judíos que profesaron el culto de aquella nación ( 8) .
En el Génesis se lee que Melchisedech, el Rey Iniciado, presentó pan y vino para
bendecir a Abraham (9). En los diversos Misterios de Grecia se empleaba el pan y
vino; y William-son habla también de su uso entre mejicanos, peruanos y druidas
(10). El pan es el símbolo general del alimento que construye el cuerpo, y el
vino es símbolo de sangre, considerada como el fluido de vida, "porque la vida
de la carne está en la sangre" (11). De aquí que se diga de los miembros de una
familia que participan de la misma sangre; y ser de la sangre de una persona
significa ser pariente suyo. De aquí, también, las antiguas ceremonias del
"pacto de sangre": cuando una persona extraña ingresaba en una familia o tribu,
se transfundía a sus venas algunas gotas de sangre de uno de los individuos de
la colectividad de que se tratase, o bien aquella la bebía generalmente mezclada
con agua, considerándose la desde este momento como si hubiese nacido en la
familia o tribu, como si fuese de su propia sangre. De modo semejante participan
los fieles que tocan la Eucaristía, del pan y el vino, símbolos del cuerpo y
sangre de Cristo, es decir, de Su naturaleza y de Su vida, con lo que quedan
hechos de su parentela, o en otros términos, unos con El. La palabra de Poder es
la fórmula “Este es Mi Cuerpo”, "Esta es Mi Sangre." Por medio de ella se
verifica el cambio que en seguida vamos a considerar: la transformación de las
substancias empleadas en vehículos de espirituales energías. El signo de Poder
es la señal de la cruz hecha con la mano extendida sobre el pan y el vino:
ceremonia no siempre efectuada por los protestantes. Estas son las condiciones
esenciales externas del Sacramento de la Eucaristía. Importa mucho comprender el
cambio que en este Sacramento se verifica, pues se extiende más allá de la
magnetización que hemos explicado, aunque ésta también se realiza. Nos
encontramos aquí con una particular muestra de una ley universal. Toda cosa
visible es para el ocultista la última expresión -la física-, de una verdad
invisible; toda cosa es expresión física de un pensamiento; un objeto cualquiera
no es más que una idea exteriorizada y condensada. En suma: todos los objetos
materiales del universo son ideas Divinas expresadas en materia física. Esto
sentado, se hace evidente que la realidad de las cosas no reside en su forma
externa, sino en su vida interna, en la idea que ha conformado y modelado la
materia para hacerla expresión de sí misma. La materia de los mundos superiores,
que es muy sutil y muy plástica, se amolda rápidamente a 1a idea, y cambia de
forma tan pronto como el pensamiento cambia. Mas, conforme se desciende de mundo
en mundo, la materia se va haciendo más densa y más pesada, siendo cada vez
menos dispuesta para mudar las formas, lo cual Se verifica más y más lentamente
hasta penetrar en el mundo físico, en el cual la lentitud de los cambios alcanza
su mayor grado a causa de la resistencia que ofrece la extrema densidad de su
materia. Con tiempo suficiente, sin embargo, aun esta pesada materia efectúa sus
mudanzas bajo la presión de la idea que la anima, como puede observarse en los
semblantes, donde acaba por grabarse la expresión de los pensamientos y
emociones habituales. Esta verdad es fundamento de la que se llama doctrina de
la Transubstanciación, sobre cuya inteligencia andan descaminados por modo
extraordinario los protestantes en general. Mas éste es el signo de las verdades
ocultas cuando se ofrecen al ignorante. La "substancia" que experimenta el
cambio, es la idea que hace que una cosa sea lo que es. El “pan" no es mera
harina y agua ; la idea que preside a la mezcla y manipulación del agua y de la
harina, es realmente la "substancia" que lo hace "pan", y la harina y el agua
son lo que en términos técnicos se llama los "accidentes", adaptaciones de
materia que dan forma a la idea. Con una idea o substancia diferente la harina y
el agua tomarían diferente forma, como lo hacen sin duda cuando son asimiladas
por el cuerpo. En completa conformidad con este concepto, los químicos han
descubierto que la misma especie y el mismo número de átomos químicos pueden
coordinarse de bien distintas maneras, produciéndose, en consecuencia, cosas
completamente diferentes en sus propiedades, aunque los materiales de que se
compongan permanezcan inalterables. Estos "compuestos isoméricos" figuran
entre los descubrimientos más interesantes de la química moderna. La ordenación
de átomos semejantes presidida por ideas diferentes, da por resultado cuerpos
distintos. ¿Cuál es, pues, el cambio de substancia en los materiales que en la
Eucaristía se emplean? Ha cambiado la idea que moldea el objeto. En su condición
normal, el pan y el vino son materias alimenticias, las cuales expresan ideas
divinas relativas a la nutrición adecuada para la construcción de los cuerpos.
La idea nueva es la de la naturaleza y vida de Cristo, adecuada a la
construcción de la naturaleza y vida espiritual del hombre este es el cambio de
substancia; el objeto permanece inalterable en sus "accidentes", en sus
materiales físicos; pero la materia sutil con él relacionada, ha variado a
impulsos de la trocada idea, y en virtud de tal mudanza, adquiere aquél
propiedades nuevas que afectan a los cuerpos sutiles de los participantes,
poniéndolos en el tono de la vida y naturaleza de Cristo. De los "merecimientos"
del participante depende la extensión que haya de alcanzar la consonancia. Los
participantes indignos, sometidos al mismo proceso, serán poderosamente
afectados; pues su naturaleza, que resiste él benéfico impulso, sufrirá
quebranto, llegando hasta a romperse por la acción de fuerzas a las cuales es
incapaz de responder, ni más ni menos que como se hace pedazos un objeto por
efecto de vibraciones que es incapaz de reproducir. El participante digno se
hará uno con el Sacrificio, con el, Cristo, y en su consecuencia, quedará
también unido a la Vida divina, que es el Padre del Cristo; pues siendo así que
el sacrificio, por lo que respecta a la forma, viene a ser la entrega de la vida
que contiene separada de otras, para, que haga parte de la Vida común, la
ofrenda del aislado cauce para el curso de la Vida total, resultará que el que
hace esta ofrenda y esta entrega efectúa, se volverá uno con Dios. Es donación
de sí mismo, que a lo inferior se refiere, para formar parte de lo superior,
cesión de la sombra carnal, instrumento de la voluntad separada, para
constituirse en instrumento de la Voluntad del Todo: el presente de los "cuerpos
en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios" (12). Con razón, pues, enseña la
iglesia que los que reciben la Eucaristía de manera adecuada, participan de la
vida de Cristo, ofrecida por amor de los hombres. Transmutar lo más bajo en lo
más alto, es el fin así de éste como de todos los demás Sacramentos. Los que a
él se acercan, van buscando el permutar la fuerza inferior por la Superior,
mediante su unión con esta última y aquellos que conocen la verdad interna son
capaces de comprobar la existencia más elevada; cualquiera sea la religión a que
pertenezcan, pueden llegar con el empleo de sus sacramentos a un completo
contacto con la Vida divina que sostiene los mundos, a condición solamente de
que acudan a la ceremonia con la naturaleza receptiva, el acto de fe y el
corazón abierto que son indispensables para que las posibilidades del Sacramento
se conviertan en realidad. El Sacramento del Matrimonio contiene las
características de todo Sacramento tan clara y definidamente como el Bautismo y
la Comunión. En él se exhiben lo mismo el signo externo que la gracia interna.
El Material físico es el anillo -el círculo, emblema de lo perdurable-; la
Palabra de Poder es la antigua fórmula: "en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo" ; el Signo de Poder es la unión de las manos que simboliza
la unión de las vidas. Estas son las exterioridades esenciales del Sacramento.
La gracia interna es la unión de mente con mente, de corazón con corazón, lo
cual hace posible la realización de la unidad de espíritu; sin ésta el
Matrimonio no es tal Matrimonio, sino una mera conjunción temporal de cuerpos.
La alegoría pictórica la forman la entrega y aceptación del anillo, la
invocación de los sagrados nombres, el contacto de las manos. 'Si no se recibe
la gracia interna, si los participantes no se abren a ella mediante el deseo de
que se efectúe la unión íntima de sus respectivas naturalezas en toda su
integridad, el Sacramento estará para ellos desprovisto de sus propiedades
benéficas, quedando reducido solamente a una fórmula vacía. Pero el Matrimonio
tiene todavía una significación más profunda. Las religiones han proclamado a
una voz que es la imagen en la tierra de la unión de lo terrenal con lo celeste,
de la unión del hombre con Dios. Y no para en esto su significado, porque además
es imagen de la relación entre el Espíritu y la Materia, entre la Trinidad y el
Universo. A tanto alcanza y tan hondo llega el sentido del ayuntamiento del
hombre y la mujer en el Matrimonio. En él figura el varón como representante del
Espíritu -Trinidad de Vida-y la hembra como representante de la Materia
-Trinidad de la substancia proveedora de la forma-. El uno da la vida, la otra
la recibe y alimenta. Mutuamente se contemplan los dos, mitades inseparables de
un todo, sin existencia separada. Así como Espíritu implica Materia, y Materia
Espíritu, así también implica el esposo a la esposa, y la esposa al esposo. La
Existencia abstracta se manifiesta en dos aspectos, dualismo de Espíritu y
Materia, no dependientes el uno del otro, sino venidos a la manifestación en
unión mutua; de igual manera se manifiesta la humanidad bajo dos aspectos,
marido y mujer, incapaces de existir separados, mas mostrándose conjuntos, pues
no son dos, sino uno unidad. Así declaró Isaías a Israel: “Tu Hacedor es tu
Esposo: Señor de huestes es Su nombre, Como el novio goza con la novia, así
gozará tu Dios contigo" (13). Así escribió San Pablo que el misterio del
Matrimonio representaba a Cristo ya la Iglesia (14). Si imaginamos el Espíritu y
la Materia en estado latente, o lo que es igual, sin manifestarse, veremos que
la producción no es posible; juntamente manifestados, concebimos la evolución.
De modo semejante, cuando las dos mitades humanas no se manifiestan como marido
y mujer, no es posible la producción de nueva vida. Han de unirse además, para
que la vida acrezca en cada uno, para que su evolución sea más rápida, más
veloces sus-progresos, en razón a que cada cual puede dar al otro una mitad,
supliendo el uno lo que al otro le falta. Fundidos en uno, dan a luz las
posibilidades espirituales humanas, y muestran a la vez al Hombre perfecto, en
quien el Espíritu y la Materia están completamente desarrollados y equilibrados,
al Hombre divino que en sí contiene marido y mujer, los elementos masculino y
femenino de 1a naturaleza, a la manera que "Dios y Hombre forman un Cristo"
(15). Al estudiar el Sacramento del Matrimonio con este criterio, se comprende
por qué las religiones lo han considerado lazo indisoluble, juzgando preferible
el que unas cuantas parejas mal avenidas sufran durante un corto período, a que
el ideal del verdadero Matrimonio se rebaje de un modo permanente para todos.
Las naciones elegirán si han de adoptar como ideal público del Matrimonio un
vínculo celestial o terreno, si ha de procurarse con él la unidad espiritual o
la unión meramente física: lo primero es la idea religiosa de la conjunción de
ambos sexos, como Sacramento; lo segundo es la idea materialista de su contacto
mediante un pacto ordinariamente soluble. El estudiante de los Misterios Menores
debe siempre ver en él un rito sacramental.
Notas del capítulo 13
- (1)
Véase: Antes, Páginas 204 y 205.
- (2)
Christian Records, pág. 129.
- (3) The
Great Law, págs. 161-166.
- (4)
Véase Antes, pág. 98,
- (5)
Diégesis, pág. 219,
- (6) I.
San Pedro, III, 4.
- (7)
Libro cuarto de los Reyes, VI, 17
- (8)
Jeremías, XLIV.
- (9)
Génesis XIV, 18-19
- (10)
The Great Law , págs. 177-181, 185.
- (11)
Levítico, XVII, II.
- (12)
Romanos, XII, 1.
- (13)
Isaías LIV. 5.-LXII. 5.
- (14)
Efesios, V. 23-32.
- (15)
Credo de Atanasio.
CAPITULO XIV
REVELACION
Todas las religiones
conocidas conservan como depositarias, Libros Sagrados a los que acuden para
resolver las cuestiones que, tocante a 'su propia índole, puedan ofrecerse.
Estos libros contienen las enseñanzas dadas por los Fundadores respectivos o por
maestros posteriores a quienes consideran como posee-dores de conocimientos
sobrehumanos. Y aun en el caso de producirse discordia en el seno de alguna de
estas regiones, dando origen a sectas opuestas, acontece que estas mismas sectas
muestran tal apego al Canon Sagrado, que en la interpretación de su texto fundan
precisamente sus doctrinas particulares. ¡y así es que, por más apartados que en
materia de creencias puedan hallarse los católicos y los protestantes que llevan
su oposición al mayor extremo, unos y otros apelan, sin embargo, a una misma
Biblia. Así también, por grande que sea la distancia que separa al filósofo
vedantino del inculto vallbhacharya, ambos reconocen la autoridad suprema de los
Vedas. Y de igual modo, shias y sunnis miran como sagrado al mismo
Koran, a pesar de mediar entre ellos la más amarga rivalidad religiosa.
Podrán suscitarse disputas y controversias sobre el significado de los textos,
pero en todo caso se guarda hacia los libros la más profunda reverencia. Lo cual
es acertado, pues tales libros contienen fragmentos de LA REVELACION, escogidos
por Alguno de los Grandes Seres a quienes ha sido confiada; estos fragmentos se
hallan incorporados en lo que el mundo llaman la Revelación o una Escritura, y
en la cual se complace como en tesoro de inmensa valía. Se han escogido los
fragmentos conforme a las necesidades de los tiempos, a la capacidad del pueblo
a quien se han dado, al tipo de la raza que se ha tratado de instruir.
Generalmente se redactan de un modo peculiar y con tal arte, que ya constituyan
historia, ya narración, canto, salmo o profecía, estas formas externas aparecen
a los lectores superficiales e ignorantes como el contenido completo del libro;
mas tales formas encubren significados más profundos, a veces por medio de
números, a veces por medio de palabras combinadas con arreglo a un plan oculto
-una verdadera cifra, en realidad-, otras veces con símbolos que conocen los que
en estas materias están versados, y en casos valiéndose de alegorías trazadas
como historias, y aun de otras muchas maneras. Estos libros, por cierto, tienen
algo de carácter sacramental: una forma al exterior y una vida al interior, un
símbolo por fuera y una verdad por dentro. Sólo pueden explicar su sentido
oculto los que para ello han sido adoctrinados por los maestros únicos en él; de
aquí el dicho de San Pedro: "que ninguna profecía de la escritura es de
particular interpretación" (1) . Las muy trabajadas explicaciones de los textos
de la Biblia que llenan los volúmenes de la literatura patrística, parecen
fantásticas y excesivas al prosaico pensamiento moderno. El trastejo de número
de letras, la interpretación, aparentemente imaginativa, de párrafos que a
simple vista son narraciones históricas sencillas, exasperan al lector moderno,
que quiere hechos coherentes y claros, y que, sobre todo, exige que el terreno
por donde anda sea firme. Se niega en absoluto a penetrar en los, a su parecer,
movedizos tremedales que el místico, de fácil persuasión recorre en seguimiento
de fuegos fatuos, que tan pronto aparecen como desaparecen de modo confuso,
irracional y caprichoso. Sin embargo, los que escribieron esos desesperantes
tratados, eran hombres de brillante inteligencia y de juicio sosegado, los
constructores más eminentes de la Iglesia; y aquellos que aciertan a leerlos con
inteligencia, los encuentran llenos de sugestiones y señales que les apuntan a
más de una obscura senda que conducen a la meta del conocimiento, las cuales no
se hallarían de otro modo. Ya hemos visto cómo Orígenes, alma sana, versada en
el conocimiento oculto, enseña que las Escrituras son triples, constando de
Cuerpo, Alma y Espíritu (2). Dice que el Cuerpo está formado de las palabras en
que se hallan escritas las historias y narraciones, de las cuales afirma sin
vacilar que no son literalmente ciertas, y sí sólo relatos para instrucción de
los ignorantes; y aun llega a indicar que en tales cuentos se hacen
declaraciones notoriamente falsas, con presupuesto de que las ostensibles
contradicciones que en la superficie aparecen inciten al que leyere a hacer
inquisición sobre el verdadero alcance de estos relatos imposibles. Añade que
mientras los hombres son ignorantes, le es suficiente el Libro portador de
enseñanzas instructivas; y como no ven las contradicciones e imposibilidades
contenidas en las declaraciones tomadas en su sentido literal, no experimentan
perturbación alguna con su lectura. Conforme crece la mente y la inteligencia se
desarrolla, las contradicciones e imposibilidades fijan la atención del hombre
estudioso y lo llenan de confusiones. Se siente entonces impulsado a buscar un
significado más profundo, y en esta tarea comienza a darse cuenta del Alma de
las Escrituras. Esta alma es la recompensa del investigador inteligente que así
se ha soltado de las ataduras de la letra que mata (3) . En cuanto al Espíritu
de las Escrituras, ese sólo puede verlo el hombre espiritualmente iluminado;
únicamente aquéllos en quienes ha evolucionado el Espíritu, son capaces de
entender el sentido espiritual: "nadie conoció las cosas que son Dios, sino el
Espíritu de Dios. . . lo cual también hablamos, no con doctas palabras de humana
sabiduría; sino con doctrina del Espíritu" (4) . No es difícil darse cuenta de
la razón que ha presidido a esta manera de exponer la Revelación. Es el único
medio de que una misma enseñanza sirva para inteligencias que se encuentran en
grados de evolución diferentes, pues con el mismo libro se consigue educar a
aquéllos para quienes en primer término se ha escrito, ya aquellos otros que,
con el curso del tiempo, lleguen a alcanzar mayores progresos. El hombre es un
ser progresivo; el sentido externo dado en otras edades a hombres de escaso
desarrollo, tendría que ser muy limitado, ya menos que algo más completo y
profundo se halle oculto en él, el valor de la Escritura desaparecería al cabo
de unos cuantos milenios. Mas con el sistema de los sucesivos significados se le
da un valor perenne, haciendo que los entendimientos evolucionados encuentren en
ella tesoros escondidos, mientras les llega el día en que; dueños del todo, no
necesiten ya el fragmento. Las Biblias conocidas en el mundo son, pues,
fragmentos de revelación, y, por tanto, justamente tenidas como Revelación. El
sentido inmediato y más profundo de esta palabra corresponde a la masa de
enseñanzas confiada a la gran Fraternidad de Maestros espirituales para salud de
la humanidad. Tales enseñanzas están consignadas en libros escritos con
símbolos, donde se da cuenta de las leyes que rigen en todo el cosmos, de los
principios que le sirven de cimiento, de los métodos a que su evolución se
ajusta, de todos los seres que lo constituyen, de lo que fue su pasado, es su
presente y será su porvenir: esta es La Revelación, tesoro inapreciable, que
tienen a su cargo los Guardianes de la humanidad, y de donde sacan de tarde en
tarde los fragmentos con que forman las Biblias para el mundo. En tercer lugar
viene la mejor Revelación y la más elevada y más completa, la que la propia
Divinidad hace en el cosmos, al exhibir, unos después de otros, sus atributos,
sus poderes, sus bellezas, en las formas varias que en su totalidad constituyen
el universo.
Ella muestra su esplendor en el sol, su infinidad en los estrellados campos del
espacio: en las montañas su fortaleza, en las arrollantes olas su energía, en
los nevados picos y transparente atmósfera su pureza; su belleza ostenta en los
saltos del torrente, en el espejo del tranquilo lago, en la floresta profunda,
en la llanura inundada de luz; da señal, de su valor en el héroe, de su
paciencia en el santo, de su ternura en el amor materno, de su celo protector en
los cuidados paternales; manifiesta su sabiduría en el filósofo, sus
conocimientos en el hombre de ciencia, su poder curativo en el médico; en los
tribunales exhibe su justicia, en el comercio su riqueza, su doctrina en el
sacerdocio, y en el artista su numen. Con la brisa murmura a nuestro oído, con
el rayo del sol nos sonríe, con la enfermedad nos reprende, y ora con el éxito,
ora con el fracaso, nos estimula. En todas partes hace que la vislumbremos para
incitarnos a amarla, ya la vez se nos esconde para que aprendamos a estar solos.
La verdadera Sabiduría es reconocerla en todo; el verdadero Deseo, amarla en
todo; la verdadera Obra, servirla en todo. Este revelarse Dios a Sí mismo, es la
Revelación suprema: las demás son subsidiarias y parciales. Hombre inspirado es
aquel a quien lo de esta Revelación le ha venido por acción directa del Espíritu
Universal sobre el Espíritu separado, que es brote suyo, el cual ha sentido la
influencia iluminadora de Espíritu sobre Espíritu. Ningún hombre conoce la
verdad de modo tal que no pueda perderla ni dudar jamás de ella, mientras no le
haya llegado la Revelación como si estuviese solo en el mundo, mientras lo
Divino externo no haya hablado a lo Divino interno, en el templo del corazón
humano; entonces el hombre conoce por sí mismo, no por mediación de otro. En un
grado menor es inspirado el hombre en el cual un ser superior excita poderes
normalmente inactivos todavía, y hasta se posesiona de él, usando de su cuerpo
como vehículo temporal. El hombre de este modo iluminado puede hablar, durante
el tiempo de su inspiración, de asuntos ajenos por completo a su conocimiento, y
declarar verdades que hasta entonces ni siquiera sospechaba. De este modo,
sirviendo un hombre de instrumento, se dan a conocer a veces las verdades que la
humanidad ha menester para su ayuda: una entidad elevada transfunde su vida a un
vehículo humano, y de labios de éste brotan verdades. Es el caso de los grandes
maestros, cuando expresan aunmás de lo que saben: el Ángel del Señor ha
purificado sus labios con fuego (5) . Así son los profetas del género humano,
todos cuales, en determinados períodos, han hablado de las necesidades
espirituales del hombre con profunda convicción, con intuición clara, con
inteligencia completa. Viven entonces las palabras con vida inmortal, y el que
las pronuncia es realmente un mensajero de Dios. El hombre que de tal modo ha
obtenido el conocimiento; no puede jamás perder del todo la memoria de él, pues
lleva dentro de su corazón una certidumbre que en ningún tiempo puede
desaparecer por completo. La luz podrá desvanecerse, y envolverlo las tinieblas;
podrá verse rodeado de nubes que le oculten el esplendor celeste: podrá sentirse
acosado de amenazas, requerido a combates, comprometido en luchas; pero allá en
su corazón anida el Secreto de la Paz: él conoce, o sabe que ha conocido. Este
recuerdo de la verdadera inspiración, esta realidad de la vida oculta, ha sido
expresada en frases bellísimas por Federico Myers en su muy conocido poema "San
Pablo." El apóstol habla de su propia experiencia, y trata de articular lo que
recuerda: está representado como incapaz de reproducir del todo su conocimiento;
no obstante él conoce, y su certidumbre es inquebrantable :
Aunque sediento de alcanzar
su gloria, y aun
habiendo su visión gozado, Doy en vano tortura a mi memoria;
La impresión soberanaSe escapa a mi asimiento;Sólo la pena de su
ausencia siento,M as a través de mi angustioso tranceDe mi ser se apodera algo
indecible,y en tan extraño lanceLa presencia de
Dios, jamás visible,A mi interna mirada es ostensible.Si de las llamas el fulgor
trazaseEn la pared de vuestra casa un díaRaras palabras de expresión
siniestra,¿Sentencia tal podríaQuedar grabada en la memoria vuestra?Si algún
extraño e inteligible truenoLa historia os contase de una estrella,De terror y
admiración cogidos,¿Os fuera dado el acordaros de ella?Tal quedé yo de atónito y
suspenso,/ Que a duras penas entenderlo puedo,Mas tal es el clamor y tan
intensoDel poder que en mi interior anida,Que por toda mi vidaSu realidad se
impone a mi concienciay de mi ser lo juzgo única esencia.Que el que una
vez de la Entidad excelsaSintió la gran presencia,Dudas no abrigará, ni
confusiones,Aunque a una voz el mundoOponga a la verdad sus opiniones.Mas bien
dudara el hombre si la tierra,De lluvias fecundada,Le regala el
sustento,Que un alma que ha sido visitadaPor tan gran pensamiento,Pueda dudar
que es Dios a quien agradaTomar en ella asiento.Aunque la arranquéis de su
glorioso estado,y ciega y loca, abandonada seaEn el flujo del mundo
despiadado,No cejará jali1ás en la tareaDe afirmar: "Lo he imitado " ;y
así su estancia en el infierno fuera,Allí mismo también lo sostuviera.
Los que en cierto sentido han comprobado que Dios los rodea, y está en ellos y
en todas las cosas, serán capaces de comprender cómo un sitio o un objeto
cualquiera puede hacerse "sagrado" en virtud de una ligera objetivación de esta
perenne Presencia Universal, de tal modo que lleguen a ser aptos para sentirla
los que normalmente se dan cuenta de su Omnipresencia. Generalmente efectúan
estos hombres que han realizado grandes progresos, en quienes está muy
desarrollada la divinidad interna, y cuyos cuerpos sutiles, por lo tanto, están
en aptitud de responder a las más sutiles vibraciones de la conciencia. Por
intermedio de hombres tales pueden esparcirse las energías espirituales, las
cuales "se unirán a un puro magnetismo vital. Les es dado así el verterlas sobre
un objeto cualquiera, y entonces el éter y los cuerpos de más sutil materia de
este objeto concordarán con las vibraciones de aquéllos conforme a lo ya
explicado, y hasta lo divino que dentro del objeto reside, puede manifestarse
más fácilmente. Tal objeto está "magnetizado", y si la magnetización es
vigorosa, el objeto mismo se convierte en un centro magnético, capaz a su, vez
de magnetizar a cuantos a él se aproximen, de igual modo que un cuerpo
electrizado por una máquina eléctrica afectara otros cuerpos que cerca de el
sean colocados. Un objeto que de esta suerte se ha convertido en "sagrado",
en un adjunto de gran provecho para el que se dedica a la meditación o a la
plegaria. Los cuerpos sutiles de éste adquirirán el tono de las vibraciones
elevadas de aquél, y se sentirá, en su consecuencia, tranquilo, sosegado y en
completa paz, sin necesidad de emplear esfuerzo alguno. Se encontrará, desde
luego en un estado en el cual la plegaria y la meditación son fáciles y
fructíferas, en vez de difíciles y estériles; y así en ejercicio, ordinariamente
penoso, llega a hacerse gratísimo de una manera insensible. Cuando el objeto de
que se trata, es una representación de alguna persona sagrada, como un
crucifijo, una Virgen con el niño, un ángel o un santo, se logra más todavía,
pues si el magnetismo del ser representado se ha impreso en su imagen mediante
la Palabra y el Signo de Poder apropiados, dicho ser podrá reforzar aquel
magnetismo con un ligero gasto de energía espiritual, siéndole posible, en su
virtud, hacer llegar su influencia hasta el devoto y aun manifestársele por
medio de la imagen, cosa que de otro modo no efectuaría, pues en el mundo
espiritual se tiene por regla economizar las fuerzas haciéndose el gasto de
energía en cantidades pequeñas con relación a lo que se reserva. De modo
análogo, y aplicando las mismas leyes ocultas, puede explicarse el empleo de
todos los objetos consagrados, tales como reliquias, amuletos, etc. Todos estos
objetos son magnetizados, más o menos poderosos o inútiles, según sea el
conocimiento, pureza y espiritualidad de la persona que los magnetiza. Un lugar
se hace sagrado de manera semejante, cuando sirve de morada a algún santo porque
su magnetismo puro, al irradiar de él, pone todo el ambiente en el tono dé las
vibraciones que dan paz. A veces hombres santos o seres, pertenecientes a mundos
superiores magnetizan directamente determinados sitios, dé lo cual es ejemplo el
caso mencionado en el Cuarto Evangelio, de un Ángel que a tiempos descendía a un
estanque, y revolviendo el agua, le daba propiedades curativas (6) . En tales
sitios aun los indiferentes hombres de mundo sienten en ciertas ocasiones la
bienhechora influencia, experimentando cierta placidez y una inclinación hacia
cosas elevadas, La Vida divina que en cada hombre reside, está siempre tratando
de subyugar la forma y de amoldarla como expresión de sí misma; es, por lo
tanto, fácil de entender cómo" esta Vida resultará ayudada en su tarea, cuando
la forma es puesta en vibraciones simpáticas con la de un Ser altamente
desarrollado, pues el empeño de aquélla viene a ser reforzado, por un poder
mayor. Este efecto se reconocerá por la sensación de tranquilidad, de calma y de
paz qué es su consecuencia; la mente pierde su inquietud y el corazón su
ansiedad. Cualquier individuo que a sí mismo se observe, podrá darse cuenta de
cómo en unos lugares le es las fácil que en otros el sosegar la mente y
dedicarse a la meditación, a los pensamientos religiosos y a la adoración. En
una estancia o en un edificio en donde son frecuentes los pensamientos mundanos,
las conversaciones frívolas o las meras corrientes de la vida ordinaria, es
mucho más difícil hacer que la mente entre en reposo y se reconcentre, que en
los sitios en cuya atmósfera han flotado los pensamientos religiosos año tras
año y siglo tras siglo; en ellos sosiega la mente y se aquieta insensiblemente,
y la que en otros lugares habría exigido o serios esfuerzos, se consigue a poca
costa en estos últimos. Este fundamento racional tienen los sitios de
peregrinación y los sitios de reclusión temporal; el hombre, recogiendo se en su
propio ser, busca a Dios dentro de sí, ayudado del ambiente que han creado
millares de individuos que antes de él allí también de igual modo le buscaron.
En tales sitios no existe únicamente el magnetismo producido por un sol o santo
o por la visita de una gran entidad del mundo invisible, sino que cada persona
que penetre en ellos con ánimo devoto y reverente y esté además a tono con sus
vibraciones, re fuerza éstas con su propia vida, dejando los lugares en mejores
condiciones que tenían antes de entrar. La energía magnética lentamente se
disipa; así que, un objeto o lugar sagrados vienen a quedar gradualmente
desmagnetizados si se les abandona; pero se aumenta su magnetismo si se hace uso
de ellos. Por el contrario, la presencia del ignorante burlador perjudica a
estos lugares y objetos, pues produce vibraciones antagónicas que debilitan a
las en ellos existentes. Al modo que una onda sonora puede encontrarse con otra
que la extinga, dando por resultado el silencio, así también las vibraciones de
un pensamiento de mofa debilitan y aun extinguen las que proceden de un
pensamiento de reverencia y amor. El efecto variará, ciertamente, según sean las
fuerzas de las respectivas vibraciones, pero el daño no puede dejar de
producirse, pues las leyes de la vibración son las mismas en los mundos
superiores que en el físico, y las vibraciones de los pensamientos son expresión
de energías reales. Con esto comprenderá la razón y los efectos del consagrarse
iglesias, capillas y cementerios. No se verifica la consagración con el mero
propósito de hacer público apartado de un sitio que a fines especiales se
destina sino que se le magnetiza en beneficio de todos los que han de
frecuentarlo. Los mundos visibles e invisibles están relacionados entre sí y se
compenetran; y por tanto, los que han adquirido el poder de alejar las energías
del segundo, están en condiciones de servir mejor al primero.
Notas del capítulo 14
- (1) II,
Pedro I, 20.
- (2)
Véase Antes, pág. 69.
- (3) II.
Corintios, III, 6.
- (4) I.
Corintios, II, 1 y 11.
- (5)
Isaías, VI, 6, 7.
- (6) San
Juan, V, 4.
EPILOGO
Hemos llegado al final de un libro pequeño que encierra un asunto grande, donde
únicamente hemos levantado una punta del Velo que encubre a la desatenta mirada
del hombre la Virgen de la Eterna Verdad. Sólo ha podido verse la orla de su
vestidura, bordada con oro, y sembrada de ricas perlas; pero, aun esta,
levemente agitada, difunde fragancias celestiales: el sándalo y la rosa de
mundos más hermosos que el nuestro. ¿Cuál sería, pues, la inimaginable gloria
si, levantando todo el Velo, lográsemos ver el esplendor del rostro de la divina
Madre, con el Niño que es la Verdad misma, en sus brazos? Siempre ocultarán sus
caras ante ese Niño los serafines; ¿qué mortal podrá mirarlo y seguir viviendo?
y sin embargo, puesto que en el hombre mora Ser tan excelso, ¿quién podrá
estorbar a aquél pasar al-otro lado del Velo y ver con la faz descubierta la
gloria del Señor? Desde la Cueva a los más altos Cielos se extendió la Senda,
conocida por Camino de la Cruz, que el Verbo hecho carne recorrió. Los que de la
humanidad participan, participan también de la Divinidad; pueden, por tanto,
andar por donde El anduvo. "Lo que Tú eres, eso soy Yo."
LA PAZ SEA CON TODOS
LOS SERES
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